“(...)
Más, si
alguien
no tiene
cuidado
de los
suyos, y
principalmente
de los
de su
familia,
negó la
fe, y es
peor que
el
infiel”.
–
(Timoteo,
5:8.)
Cambiar
la
sociedad
no es
fácil,
pero
cambiar
la forma
como
tratamos
a las
personas
a
nuestro
alrededor
es algo
que está
enteramente
a
nuestro
alcance.
La Drª.
Roberta
de
Silva,
CRMRS
27659 -
Médica
especializada
en
Geriatría,
explica
que en
la
cultura
oriental
el
anciano
es el
miembro
de la
familia
detentor
de
sabiduría
y
merecedor
de
profundo
respeto.
Así, los
consejos
son
solicitados
a él,
que
posee no
solamente
una suma
de años,
sino
valores,
experiencias
y
sabiduría
que
guían a
los más
jóvenes
en los
desafíos
y
caminos
que la
vida
proporciona.
Les
parece
simple,
de esa
forma,
auxiliados
por los
más
viejos,
conocer
de
antemano
el
camino
que
deberá
ser
recorrido,
los
alertas
a los
cuales
deben
estar
atentos,
las
adversidades
que van
a
encontrar.
Y lo más
importante:
le son
gratas.
Dignifican
al
anciano
hasta
sus
últimos
momentos.
Y
nosotros,
¿qué
aprendemos
con los
nuestros?
¿Nos
sirven
de
consejeros?
¿Los
respetamos
como
merecen?
La Dra.
Roberta
Silva
cree que
no, una
vez que
nuestra
sociedad,
a juzgar
por todo
aquello
que
podemos
observar,
tiene
otro
mirar
delante
de la
tercera
edad:
los
ancianos
muchas
veces
acaban
ocupando
un
“status”
de
improductivos.
No
trabajan
más,
como si
el
mercado
de
trabajo
les
ofreciesen
oportunidades
dignas
para
producir.
Cuántas
veces ya
oímos: “el
abuelo
está
caducando...”
o ¡en
su
tiempo
él era
diferente!
Eso ya
era”. El
conflicto
de
generaciones
en los
hogares,
cambios
de
hábitos,
de
tecnologías,
no
pueden
existir
en
detrimento
del
respeto,
de las
buenas
costumbres
y de los
sentimientos.
Popularmente
se dice
que el
ser
humano
aprende
con el
dolor.
Diferente
de los
orientales,
la
mayoría
de
nosotros
desprecia
tamaña
oferta
de
saber.
Prefiere
arriesgarse
más,
correr
más, a
escuchar
preciosas
lecciones.
Queda
claro,
en este
ritmo
desenfrenado
en que
preferimos
culpar
nuestro
estilo
de vida,
el
ocurrir
del día
a día y
quehaceres
para
ganar
la vida
que nos
ocupa
tan gran
indiferencia.
Hoy, lo
que se
busca en
la
Geriatría
es el
envejecimiento
con
calidad
de vida:
prevención
de
enfermedades,
avances
en los
tratamientos,
pero aún
no
existe
medicación
para
curar el
mal de
la
soledad
y del
abandono
que
aflige a
más del
15% de
esta
población.
Con
certeza
llegó la
hora de
educarnos
y a
nuestros
hijos.
Mostrarles
que
aquellas
arrugas
no
señalan
sólo
días y
días
vividos,
sino son
las
marcas
de los
trabajos
que
tuvieron
para que
hoy
estuviéramos
aquí en
razonables
condiciones
de
cultura,
confort
y
bienestar.
Amparo
doméstico
solo el
hogar
tiene
condición
de
ofrecer
Hay que
comprender
que
muchas
veces el
andar
más
despacio,
las
manos
trémulas
y su voz
con
tonos
más
bajos no
significan
flaqueza,
sino
señales
que
indican
que en
esa
ocasión
necesitan
ser más
abrazados
de lo
que
pueden
abrazar;
de que
ya
perdieron
muchos y
muchas
personas
que aún
les son
queridas,
que por
eso la
familia
tal vez
sea todo
aquello
que
ellos
aún
tienen,
y eso
significa
mucho.
Cuando
la
familia
opta por
el
internamiento
del
anciano
en
asilos,
su
expectativa
de vida
decrece
de forma
significativa,
por
mejores
que sean
las
instalaciones
y por
más bien
cuidados
que sean
por
profesionales
competentes.
Finalmente,
el
amparo
doméstico
sólo aún
los
hogares
tienen
condición
de
ofrecer,
¿pero
ofrecen?
Hay que
tener
capacidad
de
entender
que los
ancianos
aún
pueden
ser
útiles,
tal vez
no más
con
fuerza u
ofreciendo
cuantías
monetarias,
sino con
consejos,
con
afectos
a los
demás
miembros
de la
familia,
en
especial
con los
niños,
cuidando
de las
pequeñas
cosas
que
pueden
hacer en
los
hogares.
Es
difícil
sensibilizar
a las
personas.
Pero
sólo
piense
cómo le
gustaría
de ser
tratado
por sus
hijos en
la
tercera
edad. No
olvide
que su
ejemplo
está
siendo
observado
y será
repetido
por
ellos.
En la
década
de los
40 los
ancianos
representaban
solamente
0,7% de
la
población
brasileña
y hoy
este
grupo
representa
2,5%.
Según el
IBGE
(Instituto
Brasileño
de
Geografía
y
Estadística)
en el
año
2025,
ellos
llegarán
a 34
millones,
colocando
nuestro
país en
6º lugar
en el
mundo en
población
anciana.
Se
hacen,
por lo
tanto,
necesarias
a los
debidos
cuidados
para la
atención
de esa
parte
bastante
expresiva
de la
sociedad,
y ahí la
familia
tiene un
papel
muy
importante.
¿Cómo
está
actualmente
la
relación
de los
miembros
más
jóvenes
con los
parientes
que ya
están en
la
tercera
edad y
qué se
puede
hacer
para
mejorar
esa
convivencia?
¿Qué
significa
tener a
un
anciano
viviendo
con los
demás
miembros
de la
familia?
De un
modo
general,
la
presencia
del
anciano
en la
familia
va a
resultar
en
algunas
intervenciones
en
especial
en la
educación
de los
niños,
lo que
obviamente
es
misión
de los
padres.
Pero no
hay
problema
alguno
que no
pueda
ser
contornado
cuando
existe
respeto
y amor
por los
más
viejos.
Los
familiares
no
pueden
jamás
perder
de
vista
que los
ancianos
ya
tuvieron
su fase
de
trabajo
y de
proveedores.
Por lo
tanto,
la
Tercera
Edad no
es una
fase
para
conquistarse
el
afecto
de la
familia
y sí
usufructuar
de algo
ya
construido.
Por eso,
es
importante,
para los
más
jóvenes,
que
construyan
desde ya
la
armonía
familiar.
Nada
impide
que los
ancianos
puedan
hacer
algunos
trabajos
caseros
más
fáciles,
pero no
puede
existir
abuso.
La
piedad
filial
no puede
tener
negligencias
Los
Benefactores
Espirituales
revelaron
a Kardec
que el
límite
del
trabajo
es el de
las
fuerzas,
dejando
Dios, a
ese
respeto,
enteramente
libre al
hombre,
y
acentuaron
que él
tiene el
derecho
de
reposar
en la
vejez,
no
siendo a
nada
obligado,
y, si
algún
gravamen
tenga,
que sea
ese en
consonancia
con sus
posibilidades
físicas.
Enseña
el
amable
Maestro
lionés
que la
piedad
filial
no puede
tener
negligencia,
una vez
que se
encuentra
implícita
en el
mandamiento:
“Honrad
a
vuestro
padre y
vuestra
madre”.
Honrarlos,
otra
cosa no
es sino
“respetarlos,
asistirlos
en las
necesidades,
proporcionarles
reposo
en la
vejez,
cercarlos
de
cuidados
como
ellos
hicieron
con
nosotros,
en la
infancia”.
“Sobre
todo
para con
los
padres
sin
recursos”
–
continúa
Kardec –
“es que
se
demuestra
la
verdadera
piedad
filial.
¿Obedecen
a ese
mandamiento
los que
juzgan
hacer
gran
cosa
porque
dan a
sus
padres
lo
estrictamente
necesario
para no
morir de
hambre,
mientras
ellos de
nada se
privan,
echándolos
para las
habitaciones
más
ínfimas
de la
casa
sólo por
no
dejarlos
en la
calle,
reservando
para sí
lo que
hay de
mejor,
de más
confortable?
¡Menos
mal
cuando
no lo
hacen de
mala
voluntad
y no los
obligan
a
comprar
caro lo
que les
resta
vivir,
descargando
sobre
ellos el
peso del
gobierno
de la
casa!
¿Será
entonces
a los
padres
viejos y
débiles
que cabe
servir a
hijos
jóvenes
y
fuertes?
¿Les
habría
la madre
vendido
la
leche,
cuando
los
amamantaba?
¿Contó
por
ventura
sus
vigilias,
cuando
ellos
estaban
enfermos,
los
pasos
que
dieron
para
obtenerles
lo que
necesitaban?
No. Los
hijos no
deben a
sus
padres
pobres
sólo lo
estrictamente
necesario:
les
deben
también,
en la
medida
de lo
que
puedan,
las
pequeñas
bagatelas,
los
superfluos,
las
solicitudes,
los
cuidados
amables,
que son
sólo el
interés
de lo
que
recibieron,
el pago
de una
deuda
sagrada.
Únicamente
esa es
la
piedad
filial
grata a
Dios”.
Dentro
de la
apelación
de la
piedad
filial,
la Drª.
Roberta
Silva
aún
añade:
“(...)
Una
buena
iniciativa
para
vivir
mejor en
una
familia
con la
presencia
de un
anciano
es
enseñar
a los
niños a
respetarlo
y
valorarlo,
comprendiendo
con amor
y
gentileza
los
muchos
lapsos
de
memoria
y
buscando
comprender,
igualmente,
los
discursos
repetitivos
y la
demora
del
razonamiento
de parte
de él.
Hay que
tener
siempre
en el
recuerdo
que la
edad
avanzada
no
siempre
es
sinónimo
de
ostracismo
y de
inactividad.
En el
Viejo
Testamento,
existe
un salmo
que
dice: ‘En
la vejez
aún
darán
frutos,
serán
vegetales
y
fluorescentes’.”
El
envejecimiento
forma
parte
del
curso
natural
de la
vida
La
Doctora
en
Psicología
por la
Universidad
de São
Paulo y
Profesora
de la
Universidad
Provincial
de
Londrina,
Verônica
Bender
Haydu,
escribió
un
artículo
en la
Tribuna
del
Valle
del
Paranapanema,
nº 1179,
titulado:
‘Cuidar,
respetar,
amar’,
en el
cual
ella
muestra
un
aspecto
importante
para la
vida de
las
personas,
y en lo
que se
refiere
a los
ancianos,
afirmó:
‘No voy
a
especificar
cual es
la edad
que
define
la
vejez,
pues
esto es
muy
relativo,
pudiéndose
considerar
que ella
comienza
a los
50, 60 o
70 años.
En este
texto,
voy a
escribir
sobre
las
personas
comunes,
aquellas
que nos
rodean,
como
nuestros
abuelos,
padres,
tíos,
suegro y
suegra.
Voy a
escribir
sobre el
anciano
que está
a
nuestro
alrededor
y para
el cual
podemos
`hacer
la
diferencia’.
El
envejecimiento
forma
parte
del
curso
natural
de la
vida y
acontecerá
a todos
aquellos
que no
mueran
antes de
alcanzar
edades
más
avanzadas.
Vivir es
envejecer...
Con la
madurez,
adquirimos
conocimiento,
sensibilidad
para las
relaciones
afectivas
y una
fuerte
tendencia
para
recurrir
a las
experiencias
anteriores,
y,
cuando
tenemos
una
buena
relación
interpersonal,
adquirimos
confianza
y
seguridad.
Por otro
lado,
con el
envejecimiento
de
nuestro
cuerpo,
perdemos
capacidad
física;
quedamos
preocupados
con las
enfermedades,
que
pasan a
ocurrir
a menudo
cada vez
mayor;
estamos
con
miedo a
morir,
pues
vemos
personas
de
nuestra
convivencia,
como
amigos y
familiares
muriendo;
y somos
sustituidos
por
personas
más
jóvenes
en
nuestro
trabajo
o
empleo.
Además
de eso,
las
personas
que nos
rodean
pasan a
designarnos
‘viejos’,
muchas
veces de
forma
peyorativa
y
maliciosa.
No es
raro,
vemos
personas
ancianas
siendo
sometidas
a malos
tratos
que no
son
prácticas
presentes
sólo en
nuestra
cultura.
Este es
un
problema
global
que
recibió
atención
de la
Organización
Mundial
de
Salud,
que en
la
Declaración
de
Toronto
para la
Prevención
Global
de Malos
Tratos a
las
Personas
Ancianas
definió
malos
tratos
al
anciano
“como
cualquiera
acto
aislado
o
repetido,
o la
ausencia
de
acción
pertinente,
que
ocurre
en
cualquier
relación
en que
haya una
expectativa
de
confianza,
y que
cause
daño, o
incomodidad
a una
persona
anciana.
Estos
pueden
ser de
varios
tipos:
físico,
psicológico/emocional,
sexual,
financiero
o
simplemente
reflejar
actos de
negligencia
intencional,
o por
omisión”.
Delante
de ese
escenario,
yo
pregunto:
¿Qué
podemos
hacer
para que
nuestra
sociedad
sea más
justa y
para que
las
personas
ancianas
también
puedan
ser
felices?
Basta un
poco más
de
tolerancia
y de
disposición
para
observar
las
contribuciones
que
ellas
son
capaces
de
hacer.
El
anciano
y la
familia:
los dos
lados de
la misma
moneda
Cuando
cobramos
acciones
y
reacciones
que
están
fuera
del
alcance
del
anciano
debido a
las
limitaciones
impuestas
a él por
la edad,
o cuando
explotamos
al
anciano
con
trabajo
y
exigencias
por
encima
de sus
posibilidades,
creamos
un
ambiente
coercitivo
que
provoca
reacciones
de fuga.
Así,
para
poder
escapar
de las
exigencias
y de las
agresiones,
el
anciano
se
refugia
y se
aísla, y
con el
aislamiento
muchas
veces
viene la
depresión.
El
aislamiento
y la
depresión
son
condiciones
que
favorecen
a la
aparición
de otras
enfermedades.
Lo que
yo
quiero
enfatizar
es que
la
negligencia,
la
separación
y la
violencia
emocional
y física
sólo
empeoran
las
condiciones
de los
ancianos
en lo
que dice
respecto
a ser
productivo,
tener
una vida
social
intensa,
tener
salud,
en fin,
tener
una
vejez
bien
exitosa.
La
receta
para que
podamos
“hacer
la
diferencia”
es:
Cuidar y
hacerse
cuidar.
Se
entiende
que
cuidar
del
anciano
es dar
atención,
es
observar
sus
necesidades,
es dar
cariño y
afecto.
Criticar,
depreciar,
reprimir,
injuriar,
punir no
son
maneras
pertinentes
de
cuidar
de
quienquiera
que sea.
Hacer al
anciano
cuidarse
es dar
oportunidad
para que
él se
preocupe
con la
propia
salud,
es, por
encima
de todo,
valorar
sus
hechos,
para que
él sea
productivo
y busque
ser
feliz y
motivado
en la
convivencia
social
y, de
esa
forma,
tenga
una vida
digna,
bien
diferente
de la
vida de
aislamiento.
Investigando
en la
revista
de la
PUC/SP,
año I,
Nº. 8,
de
noviembre
de 2000,
localizamos
un
artículo
escrito
por la
asistente
social
Fátima
Teixeira,
con
master
por la
PUC/SP,
titulado
“El
anciano
y la
familia:
los dos
lados de
la misma
moneda”,
en el
cual
ella
aborda
la
cuestión
del
anciano
dentro
del
ámbito
familiar
sobre
dos
enfoques:
de un
lado, el
punto de
vista
del
anciano
con sus
necesidades
y
expectativas,
y del
otro la
familia
moderna
con su
organización
y
dinámica,
no
siempre
entendiendo
el
proceso
que el
anciano
viene
experimentando
en esa
etapa de
la vida.
Teixeira
define
la
familia
como un
grupo
radicado
en una
sociedad
y tiene
una
trayectoria
que le
delega
responsabilidades
sociales.
Especialmente
ante el
anciano,
la
familia
viene
asumiendo
un papel
importante
e
innovador,
en la
medida
en que
el
envejecimiento
acelerado
de la
población
que
estamos
constatando
es un
proceso
reciente
y aún
poco
estudiado
por las
ciencias
sociales.
La
Constitución
Federal
de 1988
presenta
a la
familia
como
base de
la
sociedad
y coloca
como
deber de
la
familia,
de la
sociedad
y del
Estado
“amparar
a las
personas
ancianas
asegurando
su
participación
en la
comunidad,
defendiendo
su
dignidad
y
bienestar
y
garantizándole
el
derecho
a la
vida”.
Lo que
el
anciano
necesita
es
sentirse
valorizado
En este
sentido,
cabe a
los
miembros
de la
familia
entender
a esa
persona
en su
proceso
de vida,
de
transformaciones,
conocer
sus
fragilidades,
modificando
su
visión y
actitud
sobre la
vejez y
colaborar
para que
el
anciano
mantenga
su
posición
junto al
grupo
familiar
y a la
sociedad.
Aquí
cabe una
pregunta:
¿Cómo
los
hijos,
de una
manera
general
acostumbrados
a ser
cuidados
y
dependientes
de los
padres
por
buenos
años de
sus
vidas,
en un
momento
dado
pasan a
experimentar
una
inversión
en esas
relaciones
cuando
los
padres
comienzan
a
necesitar
de
atención
y ayuda?
Con las
fragilidades
que
muchas
veces
acompañan
el
proceso
de
envejecimiento
es común
surjan
conflictos
entre
los
hijos
cuando
la
situación
de los
padres
pasa a
exigirles
nuevas
responsabilidades
y
cuidados.
La
familia
necesitará,
entonces,
de un
periodo
de
adaptación
para
aceptar
y
administrar
con
serenidad
la nueva
situación,
de forma
a
respetar
las
necesidades
de los
padres y
evitar
que se
sientan
una
sobrecarga
para los
hijos.
De ahí
la
importancia
de que
el
anciano
concentre
esfuerzos
para, en
los más
diversos
sentidos,
no
entregarse
a la
inactividad,
evitando
lo más
posible
el
sentimiento
de
dependencia
de la
familia
que
tanto lo
aflige.
Los
ancianos
alimentan
la
expectativa
de
recibir
atención
y
cuidados
de los
hijos y
nietos
en el
momento
en que
pierdan
o tengan
sus
capacidades
físicas
e
intelectuales
disminuidas,
fantasma
constante
a
perseguir
y
preocupar
a los
más
viejos.
Esa
dependencia
se
caracteriza
en un
verdadero
acuerdo
tácito,
o sea,
una
negociación
en la
cual los
padres
cultivan
la
expectativa
de
obtener,
en el
momento
que
necesiten,
la
retribución
por la
dedicación
ofrecida
a la
familia.
Los
cambios
que
están
ocurriendo
en las
representaciones
de
familia
en las
nuevas
generaciones
están
exigiendo
formas
alternativas
de
convivencia
familiar
y
reformulación
de
valores
y
conceptos.
La
familia
brasileña
del
tercer
milenio
está
cada vez
más
distanciada
de la
plantilla
tradicional,
en el
cual el
anciano
ocupaba
lugar de
importancia.
Estamos
viviendo
un
importante
periodo
de
transición
y
cambios,
en el
cual se
hace
necesaria
la
comprensión
de las
transformaciones
sociales
y
culturales
que se
vienen
procesando
en las
últimas
décadas,
para
enfrentar
nuestro
propio
proceso
de
envejecimiento
dentro
de
expectativas
juntas
con las
nuevas
formas
de
organización
familiar.
Sin
embargo,
cualquiera
que sea
la
estructura
en la
cual se
organizará
la
familia
del
futuro,
hay la
necesidad
de
mantenerse
los
vínculos
afectivos
entre
sus
miembros
y los
ancianos.
En esa
fase de
la vida,
lo que
el
anciano
necesita
es
sentirse
valorado,
vivir
con
dignidad,
tranquilidad
y
recibir
la
atención
y el
cariño
de la
familia.
Fontes
consultadas:
http://www.clickfamilia.org.br/cgi/cgilua.exe/sys/start.htm?infoid=84&sid=160.
Revista
da
PUC/SP,
ano I,
nº. 8,
de
novembro
de 2000.
Tribuna
do Vale
do
Parapanema
nº
1179.
O Livro
dos
Espíritos,
de Allan
Kardec
O
Evangelho
segundo
o
Espiritismo,
de Allan
Kardec.
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