“El
amor de Dios es para
siempre.” (Salmo 136)
Introducción
En charlas que
proferimos, a veces,
insistíamos en preguntar
al público: “¿Dios
perdona?”, sólo para ver
como las personas
reaccionarían delante de
tan curiosa pregunta.
Invariablemente la
mayoría decía sí;
nosotros afirmábamos que
no, esperando un poco
para medir la reacción
(pura maldad, diría un
amigo, pero si fuera,
era con mucho amor.
risas), después
explicábamos el por qué
de pensar yo así.
Sólo después de un largo
y un buen tiempo es que
llegamos a la conclusión
de que Dios jamás
perdona, por cuanto a él
no se le puede
“ofender”, sirviéndonos
de esa palabra, aún no
en el diccionario, pero
utilizada en otra parte
por filósofos y
estudiosos bíblicos.
Realmente, para Dios
ofenderse, sería preciso
que existiera un ser que
Le correspondiera en
elevación y poder, lo
que, ciertamente,
sabemos no existe.
Además Él tendría que
Amargarse con alguna
cosa que Le hiciéramos;
pero, obviamente, que en
el vocabulario divino no
hay esa palabra, que, de
hecho, no se concilia
con amor incondicional;
ya que “El amor de Dios
es para siempre” (Salmo
136), afirmación que,
repetidas veces, es
recitada por los
hebreos, en la grande
plegaria de acción de
gracias por ocasión de
la Pascua.
Por otro lado, de las
personas que dijeron sí
las poquísimas que no
entendieron nuestra
explicación, aún no se
dieron cuenta del amor
infinito que Dios nutre
por cada una de sus
criaturas, de forma que
Él no nos ve sino como
niños que “no saben lo
que hacen” (Lc 26,34),
usando esa expresión de
Jesús.
No se extrañe, querido
lector, digamos que
encontramos apoyo
bíblico para justificar
esa creencia nuestra de
que Dios no perdona y no
hay por qué perdonar:
Jo 35,6-8: “¿Si usted
pecara, que mal estará
haciendo a Dios? ¿Si
usted amontona crímenes,
que daños está causando
a él? Y si usted
es justo, Qué es lo que
está dando a él? ¿Qué es
lo que él recibe de su
mano? Su maldad sólo
puede afectar a otro
hombre igual a usted.
Su justicia sólo alcanza
a otro ser humano como
usted”.
Creemos que Jo estaba
completamente seguro,
pues nuestras acciones,
sean buenas o malas,
sólo alcanzan a alguien
como nosotros, jamás a
Dios. Además, es
oportuno recordar, que
es el prójimo, a quien
ofendemos, que nos dará
su perdón y no Dios, que
nada tiene que ver con
la historia. Sin
embargo, eso no
significa
que no hayamos
infringido la Ley de
Amor, con la cual, un
día, aunque transcurran
algunos siglos, habremos
de armonizarnos.
Como se ve el perdón
Para entender como,
generalmente, se ve el
perdón divino es
necesario hacer una
simple comparación. Tal
vez el ejemplo pueda no
ser el ideal, pero a
falta de, en el momento,
conseguir elaborar uno
mejor, lo presentamos:
Raul, el farmacéutico de
la pequeña ciudad de
Lagoa Azul, aún
preocupado con la
noticia recibida,
despierta medio
somnoliento, después de
una noche apenas
dormida. Su problema
era: como iría a
conseguir el dinero para
reformar el local que le
fue ofrecido, al punto
más comercial de lo que
lo tenía, una vez que,
para cambiar su farmacia
para allá, habría que
hacer una reforma,
buscando adaptándolo a
las exigencias legales.
Al desayuno, conversando
con la esposa, ella le
sugirió como alternativa
viable que cogiera un
préstamo bancario. Era
algo que había pensado,
pero no había dicho
nada, receloso de no
tener el apoyo de su
esposa para eso.
Resuelto, va al Banco y
se dirige a la
dirección, exponiendo
que necesitaba de una
cierta cuantía, que,
aunque no fuera muy
alta, necesitaría de
unos seis meses para
pagar. Como tenía buen
concepto en la
institución, no hubo
problema alguno y su
préstamo fue aprobado.
Pasa el tiempo, Raul
ahora
estaba con su farmacia
bien localizada y las
ventas iban, de cierta
forma, muy bien; sin
embargo, aún no había
conseguido el dinero
para pagar al banco,
pues lo que estaba
reservando para eso
acabó siendo gasto con
gastos hospitalarios; su
esposa hubo pasado por
serios problemas de
salud, pero ahora ella
estaba bien. Se vence el
plazo, y Raul aún no fue
al banco; el pobre
estaba avergonzado de no
haber podido cumplir lo
acordado. Y así,
escondido detrás de esa
vergüenza, pasan tres
meses del vencimiento,
cuando recibe una carta
del banco invitándolo a
regularizar la
situación.
Como no había otro modo,
medio sin ganas, fue al
banco, dirigiéndose a la
dirección. El gerente
apretó el “santo” de
Raul, que más
avergonzado quedó, pero
aún encontró un resto de
coraje para decir al
gerente: “Querido mío,
usted me conoce muy
bien, sabe perfectamente
que nunca dejé de honrar
mis compromisos; fue por
cuenta de un imprevisto
que no pude pagar el
préstamo; sin embargo,
me gustaría que,
teniendo en
consideración que soy
buen cliente en esa
institución, usted
perdonara esa deuda”.
El gerente sólo faltó
caerse de la silla,
delante de tan inusitado
pedido, y como no podía
atenderlo, propuso a
Raul que pagara la
cuantía, aumentada por
los intereses legales,
en prestaciones, que él
podía escoger cual sería
el valor que tenía
condiciones de pagar
mensualmente y ahí, sí,
él, dentro de las
atribuciones de gerente,
podría atenderlo.
Raul, mentalmente,
calculó y dijo al
gerente que podría pagar
un cierto tanto por mes,
lo que fue aceptado, sin
mayores problemas.
Realmente, nuestro
personaje Raul cumplió
ese nuevo acuerdo,
pagando toda la deuda
con el banco.
Lo que quieren, en
relación a Dios, es
exactamente lo que Raul
pidió al gerente, o sea,
que simplemente le
perdonara la deuda.
Ahora, el gerente, jamás
podría hacer eso,
incluso por cuestión de
justicia, pues tendría
que hacerlo a todos los
clientes y, ahí, adiós
banco... En lo que toca
a Dios, el hecho sería,
como mínimo, un
verdadero “adiós” a la
ley de amor y a la ley
de causa y efecto
(Justicia). Sin embargo,
como el gerente del
banco conocía bien a su
deudor, le hizo la
propuesta de recibirla a
lo largo de un
determinado tiempo y en
consonancia con la
capacidad económica de
Raul. Eso para Raul fue
la tabla de salvación.
De la misma forma, “Dios
jamás nos perdonará” las
faltas que cometamos
contra la Ley de Amor;
pero de modo alguno
dejará de darnos
oportunidad de, en
“suaves prestaciones”,
buscar armonizarnos con
ella. Entonces, si
quieren admitir que Dios
perdona, tal es posible
solamente si entendemos
ese perdón como siendo
dándonos Él nuevas
oportunidades para
quitar nuestros débitos.
Sirve eso de aviso a los
que quieren el “cielo”
por gracia, pues tendrán
desagradables sorpresas,
cuando sea la vuelta a
la patria espiritual.
El punto de vista del
Espiritismo
En el Espiritismo
tenemos como verdad la
“Ley de Causa y Efecto”
(que nosotros
consideramos como
principio áureo de
justicia), la cual, como
sabemos, forma parte del
rol de sus principios
fundamentales, que
“exige” del infractor la
reparación de todo
aquello que hizo
infringiendo la Ley de
Amor. En la reparación,
la misericordia divina
nos proporciona “pagar”
por el amor, haciendo el
bien a los otros, o
“sufrir en la propia
piel” el mal practicado,
buscando, en ese caso,
darnos mejores
condiciones de evaluar
la extensión de las
consecuencias de nuestro
acto, y, con eso, no
practicarlo más en el
futuro.
En la Revista
Espírita, junio de
1859, encontramos algo
bien interesante. Se
trata del relato de la
sesión realizada el 25
de marzo en la Sociedad
Espírita de París, en la
cual fueron hechas
varias preguntas al
Espíritu San Luis. De
entre ellas destacamos
esta: “¿Los blancos se
reencarnan, algunas
veces, en cuerpos
negros?”
He ahí la respuesta:
Sí,
cuando, por ejemplo, un
señor maltrató a un
esclavo, él puede pedir
para sí, por expiación,
vivir en un cuerpo de un
negro para sufrir, a su
turno, todos los
sufrimientos que hizo
sentir y, por ese
medio, avanzar y
alcanzar el perdón de
Dios.
(KARDEC, 1993y, p. 163.)
(negrita nuestra)
De eso, queda bien claro
que el “perdón de Dios”
solamente es concedido
si el infractor se
dispone a notar el mal
que practicó; sin
embargo, eso es bien
simbólico, por cuanto la
propia ley divina es la
que fue alcanzada y no,
propiamente, Dios.
Veamos en El Evangelio
según el Espiritismo, en
el capítulo V –
Bien-aventurados los
afligidos, un tramo del
comentario de Kardec,
sobre las causas
actuales de nuestras
aflicciones:
“La ley humana alcanza
ciertas faltas y las
castiga. Puede,
entonces, el condenado
reconocer que sufre la
consecuencia de lo que
hizo. Pero la ley no
alcanza, ni puede
alcanzar todas las
faltas; incide
especialmente sobre las
que traen perjuicio a la
sociedad y no sobre las
que sólo perjudican a
los que las cometen.
Dios, sin embargo,
quiere que todas sus
criaturas progresen y,
por lo tanto, no deja
impune cualquiera desvío
del camino recto. No hay
falta alguna, por más
leve que sea, ninguna
infracción de su ley,
que no acarree forzosas
e inevitables
consecuencias, más o
menos deplorables.”
(La negrita es nuestra)
(Continúa
en la próxima edición.)
Referências
bibliográficas:
BRAGA, K. F. Alvorada
de Bênçãos. 2012.
KARDEC, A. Revista
Espírita 1859.
Araras, SP: IDE, 1993e.
KARDEC, A. O Céu e o
Inferno. Rio de
Janeiro: FEB, 2007d.
KARDEC, A. O
Evangelho segundo o
Espiritismo. Rio de
Janeiro: FEB, 2007c.
XAVIER, F. C. e
VIEIRA,W. O Espírito
da Verdade. Rio de
Janeiro: FEB, 2006.
REDAÇÃO MOMENTO
ESPÍRITA. Nem
castigo, nem perdão.
http://www.momento.com.br,
acesso em 20.06.2012, às
14:10.
GREGÓRIO, S. B.
Bem-aventurados os
misericordiosos in;
http://www.ceismael.com.br/artigo/bem-aventurados-misericordiosos.htm,
acesso em 20.06.2012, às
14:17.
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