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Año 6 298 – 10 de Febrero de 2013
PAULO DA SILVA NETO SOBRINHO   
paulosnetos@gmail.com    
Belo Horizonte, MG (Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Paulo da Silva Neto Sobrinho

A fin de cuentas, ¿Dios perdona?

(Parte 1)


  “El amor de Dios es para siempre.” (Salmo 136)

Introducción

En charlas que proferimos, a veces, insistíamos en preguntar al público: “¿Dios perdona?”, sólo para ver como las personas reaccionarían delante de tan curiosa pregunta. Invariablemente la mayoría decía sí; nosotros afirmábamos que no, esperando un poco para medir la reacción (pura maldad, diría un amigo, pero si fuera, era con mucho amor. risas), después explicábamos el por qué de pensar yo así.

Sólo después de un largo y un buen tiempo es que llegamos a la conclusión de que Dios jamás perdona, por cuanto a él no se le puede “ofender”, sirviéndonos de esa palabra, aún no en el diccionario, pero utilizada en otra parte por filósofos y estudiosos bíblicos.

Realmente, para Dios ofenderse, sería preciso que existiera un ser que Le correspondiera en elevación y poder, lo que, ciertamente, sabemos no existe. Además Él tendría que Amargarse con alguna cosa que Le hiciéramos; pero, obviamente, que en el vocabulario divino no hay esa palabra, que, de hecho, no se concilia con amor incondicional; ya que “El amor de Dios es para siempre” (Salmo 136), afirmación que, repetidas veces, es recitada por los hebreos, en la grande plegaria de acción de gracias por ocasión de la Pascua.

Por otro lado, de las personas que dijeron sí las poquísimas que no entendieron nuestra explicación, aún no se dieron cuenta del amor infinito que Dios nutre por cada una de sus criaturas, de forma que Él no nos ve sino como niños que “no saben lo que hacen” (Lc 26,34), usando esa expresión de Jesús.

No se extrañe, querido lector, digamos que encontramos apoyo bíblico para justificar esa creencia nuestra de que Dios no perdona y no hay por qué perdonar:

Jo 35,6-8: “¿Si usted pecara, que mal estará haciendo a Dios? ¿Si usted amontona crímenes, que daños está causando a él? Y si usted es justo, Qué es lo que está dando a él? ¿Qué es lo que él recibe de su mano? Su maldad sólo puede afectar a otro hombre igual a usted. Su justicia sólo alcanza a otro ser humano como usted”.

Creemos que Jo estaba completamente seguro, pues nuestras acciones, sean buenas o malas, sólo alcanzan a alguien como nosotros, jamás a Dios. Además, es oportuno recordar, que es el prójimo, a quien ofendemos, que nos dará su perdón y no Dios, que nada tiene que ver con la historia. Sin embargo, eso no significa que no hayamos infringido la Ley de Amor, con la cual, un día, aunque transcurran algunos siglos, habremos de armonizarnos.

Como se ve el perdón

Para entender como, generalmente, se ve el perdón divino es necesario hacer una simple comparación. Tal vez el ejemplo pueda no ser el ideal, pero a falta de, en el momento, conseguir elaborar uno mejor, lo presentamos:

Raul, el farmacéutico de la pequeña ciudad de Lagoa Azul, aún preocupado con la noticia recibida, despierta medio somnoliento, después de una noche apenas dormida. Su problema era: como iría a conseguir el dinero para reformar el local que le fue ofrecido, al punto más comercial de lo que lo tenía, una vez que, para cambiar su farmacia para allá, habría que hacer una reforma, buscando adaptándolo a las exigencias legales.

Al desayuno, conversando con la esposa, ella le sugirió como alternativa viable que cogiera un préstamo bancario. Era algo que había pensado, pero no había dicho nada, receloso de no tener el apoyo de su esposa para eso.

Resuelto, va al Banco y se dirige a la dirección, exponiendo que necesitaba de una cierta cuantía, que, aunque no fuera muy alta, necesitaría de unos seis meses para pagar. Como tenía buen concepto en la institución, no hubo problema alguno y su préstamo fue aprobado. Pasa el tiempo, Raul ahora estaba con su farmacia bien localizada y las ventas iban, de cierta forma, muy bien; sin embargo, aún no había conseguido el dinero para pagar al banco, pues lo que estaba reservando para eso acabó siendo gasto con gastos hospitalarios; su esposa hubo pasado por serios problemas de salud, pero ahora ella estaba bien. Se vence el plazo, y Raul aún no fue al banco; el pobre estaba avergonzado de no haber podido cumplir lo acordado. Y así, escondido detrás de esa vergüenza, pasan tres meses del vencimiento, cuando recibe una carta del banco invitándolo a regularizar la situación.

Como no había otro modo, medio sin ganas, fue al banco, dirigiéndose a la dirección. El gerente apretó el “santo” de Raul, que más avergonzado quedó, pero aún encontró un resto de coraje para decir al gerente: “Querido mío, usted me conoce muy bien, sabe perfectamente que nunca dejé de honrar mis compromisos; fue por cuenta de un imprevisto que no pude pagar el préstamo; sin embargo, me gustaría que, teniendo en consideración que soy buen cliente en esa institución, usted perdonara esa deuda”.

El gerente sólo faltó caerse de la silla, delante de tan inusitado pedido, y como no podía atenderlo, propuso a Raul que pagara la cuantía, aumentada por los intereses legales, en prestaciones, que él podía escoger cual sería el valor que tenía condiciones de pagar mensualmente y ahí, sí, él, dentro de las atribuciones de gerente, podría atenderlo.

Raul, mentalmente, calculó y dijo al gerente que podría pagar un cierto tanto por mes, lo que fue aceptado, sin mayores problemas. Realmente, nuestro personaje Raul cumplió ese nuevo acuerdo, pagando toda la deuda con el banco.

Lo que quieren, en relación a Dios, es exactamente lo que Raul pidió al gerente, o sea, que simplemente le perdonara la deuda. Ahora, el gerente, jamás podría hacer eso, incluso por cuestión de justicia, pues tendría que hacerlo a todos los clientes y, ahí, adiós banco... En lo que toca a Dios, el hecho sería, como mínimo, un verdadero “adiós” a la ley de amor y a la ley de causa y efecto (Justicia). Sin embargo, como el gerente del banco conocía bien a su deudor, le hizo la propuesta de recibirla a lo largo de un determinado tiempo y en consonancia con la capacidad económica de Raul. Eso para Raul fue la tabla de salvación.

De la misma forma, “Dios jamás nos perdonará” las faltas que cometamos contra la Ley de Amor; pero de modo alguno dejará de darnos oportunidad de, en “suaves prestaciones”, buscar armonizarnos con ella. Entonces, si quieren admitir que Dios perdona, tal es posible solamente si entendemos ese perdón como siendo dándonos Él nuevas oportunidades para quitar nuestros débitos.

Sirve eso de aviso a los que quieren el “cielo” por gracia, pues tendrán desagradables sorpresas, cuando sea la vuelta a la patria espiritual.

El punto de vista del Espiritismo

En el Espiritismo tenemos como verdad la “Ley de Causa y Efecto” (que nosotros consideramos como principio áureo de justicia), la cual, como sabemos, forma parte del rol de sus principios fundamentales, que “exige” del infractor la reparación de todo aquello que hizo infringiendo la Ley de Amor. En la reparación, la misericordia divina nos proporciona “pagar” por el amor, haciendo el bien a los otros, o “sufrir en la propia piel” el mal practicado, buscando, en ese caso, darnos mejores condiciones de evaluar la extensión de las consecuencias de nuestro acto, y, con eso, no practicarlo más en el futuro.

En la Revista Espírita, junio de 1859, encontramos algo bien interesante. Se trata del relato de la sesión realizada el 25 de marzo en la Sociedad Espírita de París, en la cual fueron hechas varias preguntas al Espíritu San Luis. De entre ellas destacamos esta: “¿Los blancos se reencarnan, algunas veces, en cuerpos negros?”

He ahí la respuesta:

, cuando, por ejemplo, un señor maltrató a un esclavo, él puede pedir para sí, por expiación, vivir en un cuerpo de un negro para sufrir, a su turno, todos los sufrimientos que hizo sentir y, por ese medio, avanzar y alcanzar el perdón de Dios. (KARDEC, 1993y, p. 163.) (negrita nuestra)

De eso, queda bien claro que el “perdón de Dios” solamente es concedido si el infractor se dispone a notar el mal que practicó; sin embargo, eso es bien simbólico, por cuanto la propia ley divina es la que fue alcanzada y no, propiamente, Dios.

Veamos en El Evangelio según el Espiritismo, en el capítulo V – Bien-aventurados los afligidos, un tramo del comentario de Kardec, sobre las causas actuales de nuestras aflicciones:

“La ley humana alcanza ciertas faltas y las castiga. Puede, entonces, el condenado reconocer que sufre la consecuencia de lo que hizo. Pero la ley no alcanza, ni puede alcanzar todas las faltas; incide especialmente sobre las que traen perjuicio a la sociedad y no sobre las que sólo perjudican a los que las cometen. Dios, sin embargo, quiere que todas sus criaturas progresen y, por lo tanto, no deja impune cualquiera desvío del camino recto. No hay falta alguna, por más leve que sea, ninguna infracción de su ley, que no acarree forzosas e inevitables consecuencias, más o menos deplorables.” (La negrita es nuestra) (Continúa en la próxima edición.)

 

Referências bibliográficas:

BRAGA, K. F. Alvorada de Bênçãos. 2012.

KARDEC, A. Revista Espírita 1859. Araras, SP: IDE, 1993e.

KARDEC, A. O Céu e o Inferno. Rio de Janeiro: FEB, 2007d.

KARDEC, A. O Evangelho segundo o Espiritismo. Rio de Janeiro: FEB, 2007c.

XAVIER, F. C. e VIEIRA,W. O Espírito da Verdade. Rio de Janeiro: FEB, 2006.

REDAÇÃO MOMENTO ESPÍRITA. Nem castigo, nem perdão. http://www.momento.com.br, acesso em 20.06.2012, às 14:10.

GREGÓRIO, S. B. Bem-aventurados os misericordiosos in; http://www.ceismael.com.br/artigo/bem-aventurados-misericordiosos.htm, acesso em 20.06.2012, às 14:17.



 


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