Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Qué
ocurre en la vida futura
a los hombres ubicados
en lo alto de la escala
social y están dominados
por el orgullo y la
ambición?
B. ¿Cuál
es la fuente de todos
los males humanos?
C. ¿Qué
le espera a aquél que se
vale de su inteligencia
para combatir la idea de
Dios?
D. ¿Por
qué el niño no se
muestra, desde temprano,
tal cual es?
Texto para la lectura
114. En
verdad os digo: los que
cargan sus fardos y
asisten a sus hermanos
son mis bienamados.
Instruíos en la preciosa
doctrina que disipa el
error de las rebeliones
y os muestra el objetivo
sublime de la prueba
humana. Así como el
viento barre el polvo,
que también el soplo de
los Espíritus disipe
vuestros resentimiento
contra los ricos del
mundo, que son a menudo
muy miserables porque se
encuentran sujetos a
pruebas más peligrosas
que las vuestras. (Cap.
VI, ítem 6, el Espíritu
de Verdad)
115. Amad
y orad; sed dóciles a
los Espíritus del Señor;
invocadle desde el fondo
de vuestros corazones.
Él, entonces, os enviará
a su hijo muy amado,
para instruiros y
deciros estas buenas
palabras: Heme aquí;
vengo a vosotros, porque
me habéis llamado. (Cap.
VI, ítem 7, el Espíritu
de Verdad)
116. Dios
consuela a los humildes
y le da fuerza a los
afligidos que se la
piden. Su poder cubre la
Tierra y, en todas
partes, al lado de cada
lágrima ha colocado un
bálsamo que consuela. La
abnegación y
el sacrificio son
una oración continua y
encierran una enseñanza
profunda. La sabiduría
humana reside en esas
dos palabras. (Cap. VI,
ítem 8, el Espíritu de
Verdad)
117.
Tomad pues, por divisa
estas dos palabras:
sacrificio y abnegación,
y seréis fuertes, porque
ellas resumen todos los
deberes que la caridad y
la humildad os imponen.
El sentimiento del deber
cumplido dará reposo a
vuestro espíritu y la
resignación. El corazón
late mejor, el alma se
serena y el cuerpo ya no
desfallece, porque el
cuerpo se siente menos
fuerte cuanto más
profundamente es
golpeado el
espíritu. (Cap. VI,
ítem 8, el Espíritu de
Verdad)
118. Al
decir que el reino de
los cielos es de los
sencillos, Jesús quiso
decir que a nadie le es
concedido el ingreso en
ese reino, sin la
simplicidad del corazón
y la humildad del
espíritu, y que el
ignorante que posea
estas cualidades será
preferido al sabio que
cree más en sí que en
Dios. En todas las
circunstancias, Jesús
coloca la humildad en la
categoría de las
virtudes que acercan a
Dios, y el orgullo entre
los vicios que alejan de
Él a la criatura, y esto
por una razón muy
natural: porque la
humildad es un acto de
sumisión a Dios mientras
que el orgullo es la
rebelión contra Él.
(Cap. VII, ítem 2)
119. Dijo
Jesús: “Gracias te
doy, Padre mío, Señor
del Cielo y de la
Tierra, porque habéis
ocultado estas cosas a
los sabios y a los
prudentes, y por
haberlas revelado a los
sencillos y a los
pequeños” (Mateo,
cap. XI, v. 25). Puede
parecer extraño que
Jesús de gracias a Dios
por haber revelado estas
cosas a los sencillos
y a los pequeños,
que son los pobres de
espíritu, y por haberlas
ocultado a los sabios
y a los prudentes.
Pero es necesario
entender, que los
primeros son los
humildes, que se
humillan ante Dios y no
se consideran superiores
a nadie. Los otros son
los orgullosos,
envanecidos de la
sabiduría humana, que
niegan a Dios o lo
tratan de igual a igual.
(Cap. VII, ítems 7 y 8)
120. Lo
mismo sucede hoy con las
grandes verdades
reveladas por el
Espiritismo. Algunos
incrédulos se admiran de
que los Espíritus
realicen pocos esfuerzos
para convencerlos. La
razón es que estos
últimos cuidan de
preferencia a los que
buscan la luz, de buena
fe y con humildad, a
aquellos que creen
poseer toda la luz.
(Cap.
VII, ítem 9)
121. El
poder de Dios se
manifiesta en las cosas
más pequeñas como en las
más grandes. No pone la
luz debajo del celemín,
sino que la esparce en
ondas por todas partes,
de manera que sólo los
ciegos no la ven. A esos
no quiere Dios abrirles
los ojos a la fuerza
puesto que les agrada
tenerlos cerrados. Les
llegará su momento, pero
es necesario que antes
sientan las angustias de
las tinieblas y
reconozcan que es la
Divinidad y no la
casualidad quien hiere
su orgullo.
(Cap. VII, ítem 9)
122.
Aquellos que se niegan a
reconocer la verdad no
tienen todavía la
madurez del espíritu
para comprenderla, ni
corazón para sentirla.
El orgullo es la
catarata que les nubla
la vista. ¿De qué
sirve mostrar la luz a
un ciego? Es necesario
primero que se destruya
en él la causa del mal.
(Cap. VII, ítem 10)
123. La
humildad es una virtud
muy olvidada entre
vosotros. Sin embargo,
sin humildad, ¿podéis
ser caritativos con
vuestro prójimo? ¡Oh,
no! porque este
sentimiento nivela a los
hombres, al decirles que
todos son hermanos, que
se deben ayudar
mutuamente, y les
conduce al bien. Sin
humildad, sólo os
adornáis con virtudes
que no poseéis, como si
trajeseis una vestimenta
para ocultar las
deformidades de vuestro
cuerpo.
(Cap.
VII, ítem 11,
Lacordaire)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Qué
ocurre en la vida futura
a los hombres ubicados
en lo alto de la escala
social y están dominados
por el orgullo y la
ambición?
Dijo
Jesús: Aquél que se
humille será ensalzado y
aquél que se enaltezca
será humillado. El
Espiritismo sanciona esa
enseñanza con el
ejemplo, mostrándonos en
la posición de grandes
en el mundo de los
Espíritus a quienes eran
pequeños en la Tierra, y
muchas veces muy
pequeños, a los que en
la Tierra eran los
mayores y los más
poderosos. Es que los
primeros, al morir,
llevaron consigo aquello
que constituye la
verdadera grandeza en el
cielo y que no se pierde
nunca: las virtudes,
mientras que los otros
tuvieron que dejar aquí
lo que constituía su
grandeza terrena y que
no se lleva a la otra
vida: la fortuna, los
títulos, la gloria, el
linaje por nacimiento.
Al no poseer nada más
que eso, llegan al otro
mundo desprovistos de
todo, como náufragos que
todo han perdido, hasta
sus propias vestimentas.
Conservaron sólo su
orgullo, que hace más
humillante su nueva
posición, porque ven
situados sobre ellos y
resplandecientes de
gloria a los que ellos
pisotearon en la Tierra.
El
Espiritismo nos señala
otra aplicación del
mismo principio en las
encarnaciones sucesivas,
en las que aquellos que
en una existencia
ocuparon las más
elevadas posiciones,
descienden en la
existencia siguiente a
las peores condiciones,
si fueron dominados por
el orgullo y la
ambición.
(El
Evangelio según el
Espiritismo, capítulo
VII, ítems 6 y 12.)
B. ¿Cuál
es la fuente de todos
los males humanos?
El
orgullo, es la fuente de
todos los males humanos.
(Obra
citada, capítulo VII,
ítem 12.)
C. ¿Qué
le espera a aquél que se
vale de su inteligencia
para combatir la idea de
Dios?
Aquél que
se vale de su
inteligencia para
destruir la idea de Dios
y de la Providencia
entre sus hermanos es
comparable al hombre que
levanta contra su señor
la azada que le fue
confiada para remover el
terreno. ¿Tiene derecho
al salario prometido?
¿No merece, por el
contrario, ser expulsado
del jardín? Pues así
ocurrirá, porque tal
persona atravesará
existencias miserables y
llenas de humillaciones,
hasta que se incline
ante Aquél a quien todo
debe. La inteligencia es
rica en méritos para el
porvenir, pero bajo la
condición de ser bien
empleada.
Lamentablemente, muchos
la vuelven instrumento
de orgullo y de
perdición contra sí
mismos.
(Obra
citada, capítulo VII,
ítem 13.)
D. ¿Por
qué el niño no se
muestra, desde temprano,
tal cual es?
Todo es
sabiduría en las obras
de Dios. El niño
necesita cuidados
especiales, que sólo la
ternura materna le puede
dar, ternura que crece
ante la debilidad e
ingenuidad de la
criatura. Para una
madre, su hijo es
siempre un ángel y así
es necesario que sea,
para cautivar su
atención. Ella no
hubiera podido tenerle
la misma devoción si, en
vez de la gracia
ingenua, reconociese en
él, bajo los rasgos
infantiles, un carácter
viril y las ideas de un
adulto, y mucho menos si
conociese su pasado. He
ahí por qué el Espíritu
del niño viste
temporalmente la túnica
de la inocencia, la
pureza y la sencillez.
(Obra citada,
capítulo VIII, ítems 3 y
4.)
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