André Comte-Sponville,
filósofo francés
contemporáneo, expone en
su libro El Espíritu
del Ateísmo, seis
motivos de por qué no
cree en Dios. Uno de los
motivos presentados por
él es la mediocridad
humana. Mientras más
conozco a los hombres,
menos puedo creer en
Dios, dice en cierto
tramo del libro, es
demasiada mediocridad
por todas partes,
demasiada pequeñez,
demasiada nulidad. ¡Que
bello resultado para un
ser omnipotente!
El
estudio de la evolución
humana, a partir de los
principios espíritas,
refuta tal argumento,
pues no fue Dios el
creador de la
perversidad humana, ya
que nos creó simple e
ignorantes, por lo tanto
desprovistos de virtudes
y defectos.
Los
defectos humanos,
tampoco, pueden ser
considerados como
opciones nuevas de
hombres que escogieron
el camino del mal.
Debemos entenderlos, sí,
como residuos de
reacciones instintivas,
adquiridas durante el
largo estado del
principio espiritual por
el reino animal y aún no
disueltos por el
esfuerzo en la
construcción del bien.
Podemos
llegar a tal
constatación examinando
los más recientes
estudios en el área del
comportamiento de los
grandes primates
(orangutanes, gorilas y
chimpancés), nuestros
parientes más próximos
en la escalera
evolutiva.
Una
síntesis de los estudios
de primatólogos del área
del comportamiento, fue
presentada por Draúzio
Varela, en la serie
Hoja Explica, y que
recibió el título de
Macacos.
Los
estudios nos sorprenden,
pues muestran que gran
parte de las graves
actitudes humanas en el
campo de la ética y del
comportamiento era
corriente entre los
grandes primates.
Orangutanes
Los
orangutanes, primates
asiáticos de pelo rojizo
y rostro lilas, son
extremadamente
intolerantes unos con
los otros. No existe
sombra de asociación
mutua, ni defensa de
comunidad. Cuando
perciben que el otro
está cerca, ambos
desvían el camino, uno
de ellos se retira o los
dos parten para el
enfrentamiento violento.
Las luchas son feroces:
machos adultos presentan
alta incidencia de
cicatrices en el cuerpo,
ojos vaciados, dedos y
dientes rotos.
Algunos
orangutanes son más
pequeños que los otros y
son denominados de
sub-adultos, aunque sean
adultos igualmente.
Como son más pequeños,
viven marginados por los
machos y hembras, siendo
que las últimas no se
interesan por ellos.
¿Como hacen entonces
para reproducirse, si
los machos celosos en la
vecindad son el doble de
ellos? En silencio,
sorprenden a la hembra
desprotegida e intentan
a la fuerza lo que por
las buenas no les sería
concedido. Las hembras
reaccionan como pueden:
gritos, mordeduras,
bofetadas y puntapiés.
Aunque débiles cuando
son comparados a los
dominantes, los
sub-adultos son más
fuertes que ellas. El
estrupo es la estrategia
reproductiva. El
primatólogo John Mitani,
citado por Draúzilo
Varela, testimonió 179
aparejamientos: estupro
en el 88% de ellos.
Gorilas
Los
gorilas son los mayores
primates, llegando a
pesar 200 kilos. Viven
en África. En los
movimientos en búsqueda
de áreas alimenticias,
los caminos de los
grupos de gorilas se
ínter seccionan a
menudo. Esos encuentros
muchas veces hacen caer
el mito de la docilidad
de los gorilas, pues
casi siempre terminan en
combates mortales. En
esos combates, el macho
intruso muchas veces
mata a los hijos del
otro. El infanticidio
rinde dividendos
inmediatos: las hembras
que perdieron a sus
hijos tienden a
abandonar al macho que
no fue capaz de
protegerlos, y seguir al
agresor.
Chimpacés
Son los
primates cuya
inteligencia y
apariencia física más se
identifican con los
humanos. Los chimpancés
se reúnen en bandas para
matar a sus semejantes
premeditadamente. No son
exclusivamente
vegetarianos; al
contrario, tienen pasión
por la carne y son
excelentes cazadores.
Sus víctimas, pájaros y
pequeños monos, son
devorados con hueso y
todo, a veces, aún con
vida. Son caníbales y el
infanticidio está
hartamente documentado
entre ellos. Hay muchos
relatos de machos
matando a dentelladas al
hijo de una hembra. Se
arreglan en la pelea,
tienen el mal gusto de
descargar en uno más
débil, hembra, adulto o
hijo. Por esa razón, así
que los conflictos
comienzan, las madres se
esconden con los hijos
en las ramas. La disputa
por el dominio es una
obsesión en la vida de
los chimpancés y hace
emerger lo que la
política tiene de peor.
Por ejemplo, cuando
muere el dominante, y su
sucesión es disputada
por dos o tres machos
con jerarquía mal
definida entre ellos, es
común verlos subir a los
árboles y coger las
frutas más apreciadas
para el resto de la
banda, en el suelo. Una
vez elegidos para el
puesto de mando, jamás
repetirán el gesto
demagógico.
Como se
ve, el hombre tiene un
lado animal en su
personalidad, despótico,
sanguinario, heredado de
sus ancestrales
primitivos.
Objetivo de la
evolución
La
diferencia fundamental,
sin embargo, es que los
grandes primates citados
hacen lo que hacen por
instinto, sin la noción
de lo correcto y
equivocado, del bien y
del mal. La criatura
humana, alzada a la
razón, hace lo que hace
con conocimiento de
causa.
El
objetivo final de la
evolución no está, por
lo tanto, en la
conquista de la razón;
el surgimiento de la
razón y de la
inteligencia debe abrir
las puertas para otras
conquistas venideras.
Al
incorporar en su
individualidad la
inteligencia, el sentido
moral y la ciencia de la
reflexión, el Espíritu
se encuentra
estructurado para
alzarse a vuelos más
altos. En consonancia
con Allan Kardec, el
ápice de la evolución
espiritual está en la
suma completa de las
virtudes y en el
conocimiento de todas
las cosas, o sea, en el
pleno desarrollo
intelecto-moral (LE,
ítem 112 y 113).
Compete,
entonces, al Espíritu
desarrollar, después, la
adquisición de la
conciencia de sí mismo:
a) las
múltiples inteligencias,
hoy estructuradas
didácticamente por
Howard Gardner, de
Harvard, en las
siguientes modalidades:
lingüística,
lógico-matemática,
musical,
físico-cenestésica,
espacial, naturalista,
interpersonal,
intrapersonal y la
inteligencia
existencial;
b) los
valores del sentimiento,
o sea, las virtudes
humanas: la generosidad,
la humildad, la
tolerancia, la
perseverancia, la fe, la
gratitud, el buen humor,
la buena voluntad, entre
otras;
c) la
sublimación del instinto
sexual, dirigiendo las
fuerzas de la libido
para actividades nobles
en pro del
engrandecimiento
colectivo;
d) las
funciones mentales
responsables por la
adquisición,
organización,
interpretación y
almacenamiento de
informaciones del mundo
externo, o sea, la
cognición, representadas
por la atención,
orientación,
senso-percepción,
memoria, y otras;
e) las
fuerzas psíquicas dichas
paranormales, como la
clarividencia, la
clariaudiencia, la
precognición, la
retrocognición y la
psicocinesia;
f) las
emociones positivas como
la esperanza, la
serenidad, la paciencia,
el coraje, la gentileza,
el afecto y el amor.
El precio de la
evolución
Hasta la
época reculada del
paleolítico, informa
André Luiz, las
Inteligencias Divinas
interfirieron para que
se le estructurara el
vehículo físico,
dotándolo con preciosas
reservas para el futuro
inmenso; envuelto ahora
en la luz de la
responsabilidad, le
confirieron el deber de
conservar y perfeccionar
el patrimonio recibido y
le entregaron la
obligación de atender al
perfeccionamiento de su
cuerpo espiritual
(Evolución en dos
Mundos, parte I, cap.
XX). La conquista de
la razón y el desarrollo
de la inteligencia
posibilitaron al hombre
la mayoría espiritual.
Las
Fuerzas del Bien que
coordinan la evolución
del orbe aflojaron su
tutela, aunque aún
intervengan en la
mejoría de las formas
evolutivas del planeta
(Evolución en Dos
Mundos, parte II cap.
XVIII), pues el
trabajo evolutivo en el
perfeccionamiento
fisiológico de las
criaturas terrestres aún
no fue terminado,
prosiguiendo, como es
natural, en el espacio y
el tiempo (Evolución
en dos Mundos, parte II,
cap. XII). Pero con
la conquista de la
razón, se hizo él
responsable por los
propios actos. Le
compite proseguir con el
propio esfuerzo. La
noción de lo correcto y
equivocado esculpir en
su conciencia la ley de
causa y efecto, que
deberá guiar sus
decisiones.
Escribió André Luiz:
Entendamos, así, que
tanto la regeneración
como la evolución no se
verifican sin precio.
El
progreso puede ser
comparado a una montaña
que nos cabe transponer,
sufriendo naturalmente
los problemas y las
fatigas de la marcha,
mientras que la
recuperación o la
expiación pueden ser
consideradas como esa
misma subida,
debidamente
recapitulada, a través
de obstáculos y trampas,
decepción y espinos que
nosotros mismos creamos.
Si
supiésemos, sin embargo,
sudar en el trabajo
honesto, no
necesitaremos sudar y
llorar en el rescate
justo.
Y no se
diga que todas las
desdichas de la marcha
de hoy estén debitados a
compromisos de ayer,
porque, con la prudencia
y la imprudencia, con la
pereza y el trabajo, con
el bien y el mal,
mejoramos o agravamos
nuestra situación,
reconociéndose que todo
día, en el ejercicio de
nuestra voluntad,
formamos nuevas causas,
rehaciendo el destino
(Evolución en dos
Mundos, parte I, cap.
XIX).
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