Un viejo tío, por
ocasión de su muerte,
dio por herencia a su
sobrino Francisco una
pequeña casa de campo,
sabiendo que el muchacho
no le gustaba mucho
trabajar. Francisco, que
amaba a ese tío Onofre,
quedó muy contento y
agradecido.
Comenzó a hacer planes.
Ciertamente, la casa de
campo tendría por lo
menos una huerta y
árboles fructíferos; la
producción serviría para
su consumo y el
excedente lo vendería en
la ciudad.
Todo animado, Francisco
oró a Jesús agradeciendo
la dádiva recibida del
tío Onofre. Después,
abrió al acaso el Nuevo
Testamento y leyó la
parábola del Sembrador,
juzgando que era un
aviso de lo Alto en
virtud de las nuevas
actividades que él iría
a realizar en la casa de
campo.
Con cuidado, Francisco
leyó la parábola
intentando entender su
verdadero significado,
pues Jesús se refería a
las semillas caídas en
suelos diversos,
haciendo un paralelo con
los diversos tipos de
personas. Así, una parte
de las semillas cayó al
borde del camino y las
aves las comieron. Otra
parte cayó en terreno
pedregoso donde no había
mucha tierra, e
inmediatamente nació,
pero el Sol las quemó.
Otra parte cayó entre
los espinos, que
creciendo la sofocaron,
no dando fruto alguno.
Otra parte cayó en
tierra buena, dando
muchos frutos, habiendo
granos que rendían cien,
otros sesenta, otros
treinta por uno.
Francisco quedó
meditando sobre las
palabras de Jesús
imaginando que tipo de
terreno le estaría
reservado, pues, como
los discípulos no
hubieron entendido, el
Maestro había
esclarecido: La semilla
es la palabra de Dios.
Quién escucha la palabra
del reino y no le da
atención, viene el
espíritu del mal y quita
lo que fue
sembrado en el corazón;
este es el que recibió
la semilla a lo largo
del camino. Aquel que
recibe la semilla en
medio de las piedras es
el que escucha la
palabra con alegría,
pero no teniendo raíces,
dura poco tiempo. Aquel
que recibe la semilla
entre espinos es el que
oye la palabra, pero en
quien los cuidados de la
vida y la ilusión de las
riquezas la ahogan,
haciéndola infructífera.
Y finalmente, aquel que
recibe la semilla en
tierra buena es el que
escucha la palabra,
presta atención,
haciendo que produzca
frutos, dando cien,
sesenta o treinta por
uno.
Después de la lectura,
Francisco agradeció a
Jesús por la lectura tan
esclarecedora, y fue a
dormir. Quería salir
bien tempranito para
conocer lo “suyo” Casa
de campo Esperanza.
Viajó por algunas horas
en autobuses hasta
llegar al Villarejo.
Descendió del autobús y
buscó informaciones a un
hombre de cómo llegar a
la Casa de campo
Esperanza, que no supo
explicar.
Un señor que estaba allí
cerca y que había
escuchado la
conversación, dijo:
— Discúlpeme, pero sin
querer oí su pregunta.
Vivo en aquel lugar y,
si acepta, yo lo llevo
hasta la casa de campo,
que queda antes del mío.
Un empleado vendrá a
buscarme.
Francisco aceptó con
placer, agradeciendo al
buen hombre. Luego el
nuevo amigo vio su
empleado que aguardaba,
y en media hora el coche
lo dejó en la entrada de
la casa de campo.
— Muchas gracias, Tomé.
— Puede contar conmigo
para lo que necesite,
Francisco. ¡Hasta
pronto!
|
Cuando el coche se puso
en movimiento, Francisco
abrió la puerta y entró.
A lo lejos, vio una casa
y caminó hasta ella. Él
se extrañó. Parecía todo
abandonado. Abrió la
puerta, que se abrió con
un sonoro rugido. Miró a
su alrededor: todo
empolvado como si
hiciera mucho que nadie
viviera allí.
|
No importa. El sitio es
mío y eso es lo que
interesa. Tengo un
terreno y sabré lo que
hacer con el. Mañana
será otro día. |
Pensando así, hizo una
limpieza ligera en la
casa, quitó agua del
pozo, pasó un paño en
los móviles. En poco
tiempo, la apariencia de
la habitación estaba
bien mejor. Él hube
traído un paquete de
galletas, que fue su
comida aquel día.
Descubrió algunos libros
en la estante y se puso
a leer, pero, como
estaba muy cansado,
acabó por caer en sueño.
En la mañana siguiente,
salió para ver la casa
de campo. ¡Anduvo un
poco y descubrió que el
terreno estaba
constituido en gran
medida por un pantano!
¡¿Qué hacer?!... ¡Jesús
habla de algunos tipos
de suelo, pero no habla
sobre este! — pensó,
acordándose de la
parábola.
Volvió para la casa,
desanimado. Sabría
luchar con un terreno
normal, ¿pero un
|
|
pantano? Miró a
su alrededor, se
acordó del
estante de
libros y pensó: |
Si mi tío me dio esta
casa de campo es porque
confió en mis
posibilidades para
hacerlo progresar. ¡Entonces,
manos a la obra!
Escogió algunos libros y
se sentó para leer. En
uno de ellos, halló lo
que buscaba. Allí decía
que determinada especie
de eucalipto drena el
suelo, posibilitando
después el cultivo de
otras semillas. Sin
embargo, en otro, leyó
que actuar de esa forma
afecta el ecosistema del
pantano, donde viven
muchas especies de
plantas y de animales.
En duda, Francisco
resolvió buscar a Tomé,
su vecino, para
conversar. Allá, supo
que podría hacer muy
productivo su terreno,
cultivando ranas, peces,
entre otras cosas. Y
Tomé le explicó cómo
conseguir mayores
informaciones en la
ciudad, poniendo a su
disposición uno de sus
caballos para que
pudiese ir al Villarejo.
Algunos años después,
Francisco había
conseguido hacer
productiva su casa de
campo vendiendo ranas y
peces; en otra parte del
terreno, había plantado
semillas de árboles
fructíferos y semillas
de hortalizas, que
vendía en la pequeña
ciudad. Había comprado
dos caballos, algunas
vacas y hasta había
reformado la vieja casa.
Hubo hecho un jardín y
plantó flores, que
alegraban el ambiente.
En fin, |
|
restauró el
lugar, que ahora
era bonito y
agradable. |
Cuando las personas
preguntaban como él
había conseguido tanto
en tan poco tiempo, él
respondía:
— Me acordaba de Jesús y
de la parábola del
sembrador. El Maestro me
dio otro suelo para
cultivar, pero los
cambios tendrían que ser
míos para trabajar el
suelo que recibí. Él
hubo confiado en mí y yo
no podía decepcionarlo,
porque descubrí que el
pantano representa las
personas que no quieren
hacer nada,
deseando encontrar todo
listo. Pues era así que
yo me sentía. Así, me
puse a trabajar, cierto
de que la respuesta
estaba en mí mismo.
Francisco paró de hablar
por algunos instantes,
pensativo, después
prosiguió:
— Mi suelo interior sólo
necesitaba de algunos
cuidados para comenzar a
producir. Así, el
mensaje divino encontró
lugar en mi corazón, que
ahora sólo desea servir
por donde pasa, ayudando
a todos los que
necesitan.
Allí cerca, del Mundo
Espiritual, el tío
Onofre sonreía
satisfecho al ver que el
sobrino preferido había
entendido la lección y
ahora tenía una vida
productiva.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo em
Rolândia-PR, aos
11/03/2013.)
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