“¿Sabéis
por qué, algunas veces,
una vaga tristeza se
apodera de vuestros
corazones y os llevan a
considerar amarga la
vida?
(1)
A mí mucho me
impresiona, cada vez que
releo una página, la
actualidad de las obras
fundamentales del
Espiritismo. Son
actuales en cuanto a su
contenido porque la
lectura puede revelar
conceptos de una
profundidad filosófica y
psicológica que van al
encuentro de los
conflictos existenciales
de nuestros días, a
pesar de haber
trascurrido tanto tiempo
de su publicación.
Un ejemplo de a lo que
me refiero arriba está
en el mensaje “La
melancolía”, publicada
por Allan Kardec en El
Evangelio según el
Espiritismo, en el ítem
25 de su capítulo
quinto. En esa obra en
que el maestro se dedica
a presentar un estudio
del Evangelio de Jesús
en una lectura más
espiritual que las
religiones tradicionales
venían presentando,
principalmente con la
clave de la enseñanza de
los Espíritus
Superiores, se destaca
esa página psicológica
acerca de la cual me
propongo meditar aquí.
La melancolía según los
Espíritus
El Espíritu François de
Genéve, en una página
dictada probablemente en
un grupo espírita
bordelense, se dedica a
caracterizar la
melancolía delineando
las marcas que deja en
el alma y su causa
espiritual, y presenta
también estrategias de
superación de ese
sentimiento, provocando
su portador al uso
enérgico
de la voluntad para
escapar del estado de
postración que la
melancolía deja en aquel
que la cultiva.
En síntesis, el autor
espiritual caracteriza
la melancolía como un
sentimiento de tristeza
que se apodera del
corazón llevando al
individuo a identificar
la vida con amargura.
Estacionándose en esa
postura sombría, se
puede caer en la apatía,
lasitud y profundo
abatimiento bajo el
dominio del alma triste.
En esa condición, nos
juzgamos por demás
infelices.
Pero, el Espíritu, autor
del texto, no deja de
considerar que la
aspiración por libertad
es común en el Espíritu
reencarnado. Las
condiciones
existenciales concretas
en que vivimos nos hacen
desear,
inconscientemente, el
gozo de la libertad
espiritual –
experimentada muchas
veces en las actividades
de emancipación del alma
–, en el ansia de
apartarnos de los
problemas que
enfrentamos, no
obstante, el hecho de
que estos no pasen de
pruebas y expiaciones en
el guión de nuestro
progreso espiritual,
como entendemos en la
Filosofía Espírita.
Las pruebas consisten en
las luchas enfrentadas
en la vida corporal que
son necesarias al
desarrollo del Espíritu
en inteligencia y
moralidad. Por su parte,
las expiaciones
consisten en
experiencias más
exigentes nacidas de
actitudes tomadas en
desacuerdo con las
Divinas Leyes. De ese
modo, delante de la
“opresión” de los
desafíos de la vida
corpórea nos sentimos
apartados en nuestras
posibilidades y la
realidad extrafísica
puede parecer más
atractiva por fuerza de
lo que al respecto de
ella traemos en los
arcanos del
inconsciente.
Ciertamente que una
demorada reflexión
acerca de sí mismo
permite al individuo
percibir que la gran
génesis de sus
conflictos está en su
planeta interno y él los
conduce en cualquier
dimensión de la vida, la
muerte no elimina los
dolores del alma. Allan
Kardec, como pionero de
los estudios
psicológicos a la luz de
la
de la Ciencia Espírita
pudo registrar, conforme
encontramos en la obra
El Cielo y el Infierno,
que cada cuál vive el
estado de felicidad
íntima en la vida
espiritual conforme ese
ya se presentaba porque
nadie sufre mágica
transformación con el
fenómeno de la
desencarnación.
De hecho, enseñan los
Espíritus coautores del
Libro de los Espíritus
que “El hombre es casi
siempre el obrero de su
propia infelicidad.
Practicando la ley de
Dios, de muchos males se
ahorrará y proporcionará
a sí mismo felicidad tan
grande cuanto lo soporte
su existencia grosera.”
(2) Sin
embargo, debe quedar
evidente que
necesitamos verificar el
nivel de tristeza que
nos invade, si está
relacionada con la
presión que el cuerpo
establece al Espíritu o
si estamos
experimentando un
sentimiento oriundo de
dolores morales
edificados por nosotros,
cabiéndonos el trabajo
personal de superación
de esa maldad.
La voluntad de libertad
del alma no debe
significar deseo de
muerte, por el
contrario, debería
instituirse en un
impulso para instigar al
ser en la búsqueda de
saberes, acciones y
aspiraciones elevadas en
sintonía con el
desarrollo de sus
propios potenciales,
movilizándolo al
crecimiento y felicidad
posible
en la Tierra. Por otro
lado, el deseo funesto
de muerte revela una
profundización de la
tristeza que se
configura en la
patología identificada
como depresión, bien
catalogada en la
medicina cuyos recursos
terapéuticos el
individuo, con el apoyo
de sus familiares, debe
buscar.
La depresión, como vemos
en un interesante
artículo de la terapeuta
traspersonal Iris Sinoti
(3), es
diferenciada de la
tristeza normal y puede
ser comprendida como un
disturbio de humor que
desequilibra el universo
emocional de la persona.
Consiste en una
experiencia subjetiva
muy dolorosa,
produciendo un
sentimiento profundo
de pérdida que degrada
la psique del individuo.
Los procesos depresivos
están marcados por la
ausencia de sentido
existencial y alteran el
modo con que la persona
lucha con su
subjetividad y con el
mundo. También, la
depresión puede ser
encarada como una alerta
del alma a fin de
enderezar al enfermo
para a búsqueda de
sentido, el conocimiento
de sí mismo y el cultivo
del auto-amor,
estrategias psicológicas
necesarias para el
encuentro saludable
consigo mismo.
El vacío existencial y
la ausencia de sentido
En el siglo pasado, al
dedicarse a entender la
soledad y la ansiedad
del hombre moderno, el
psicólogo americano
Rollo May (2011) apuntó
el vacío existencial
como uno de los
problemas fundamentales
de la época. Al
referirse a la “gente
vacía”, él se ocupa de
reflexionar sobre las
razones psicosociales de
ese fenómeno en una
sociedad como la
nuestra, infelizmente
pautada en valores
consumistas, donde
muchas personas son
asoladas por aquellos
conflictos en razón del
descuido para con la
propia subjetividad. “El
vacío interior es el
resultado acumulado, a
largo plazo, de la
convicción personal de
ser incapaz de actuar
como una entidad,
dirigir la propia vida,
modificar la actitud de
las personas en relación
a sí mismo, o ejercer
influencia sobre el
mundo que nos rodea”.
(4) Destaca,
aún con mucha propiedad,
afirma en lo cotidiano
de su praxis, que las
personas que sufren de
ese vacío no solamente
ignoran lo que quieren,
sino también, lo que
sienten. Lo que equivale
a decir que las víctimas
por el vacío existencial
en nuestra sociedad se
desconocen a sí mismos,
experimentando,
por consecuencia, una
vida sin sentido forjada
en la dirección impuesta
por la colectividad.
Para tanto, el grupo
social establece valores
erigidos como metas a
ser perseguidas
incuestionablemente que,
por su parte, funcionan
como reguladores de la
vida y del valor del
individuo, aunque sus
consecuencias éticas
sean poco lúcidas ante
el examen del buen
sentido.
Sobre ese fenómeno
psicológico del vacío
existencial, es bueno
tener en cuenta que, al
desconocerse, el
individuo adhiere a los
valores y normas
sociales de un modo que
la contrapartida
inevitable es la
desagregación de la
propia identidad ante
las determinaciones de
la “dictadura” de las
voluntades externas a la
suya. En ese
contexto, la falta de
autonomía conduce al
individuo a la necesidad
de adaptarse más que
auto realizarse,
práctica que recalca la
creatividad y las
potencialidades del ser.
La persona simplemente
se ajusta de forma poco
reflexiva y nada
creativa a la sociedad
enferma, pierde la
referencia de quién es y
pasa a actuar de forma
normotica (5),
pasando a vivir la
patología normal del
grupo social.
Un camino de superación
de la falta de
identificación con el
self (6) está
señalado en El Libro
de los Espíritus, en
la cuestión (7)
en la que los
Benefactores de la
Humanidad nos convocan,
conforme el registro del
maestro Allan Kardec, al
conocimiento de nosotros
mismos mediante la
problemática diaria de
nuestra conducta y sus
razones. Se trata de un
viaje necesario a la
salud mental tanto en
cuanto a nuestro
progreso espiritual.
Supongo que el
conocimiento de sí mismo
consiste en una
conquista que permite al
Espíritu atribuir
sentido a la actual
reencarnación,
colocándola en un nivel
de vivencia
auto-educativa y, por
esa comprensión, de
significado profundo y
trascendente. Sin
embargo, el sentido
existencial referido
aquí debe ser atribuido
por el individuo en un
ejercicio permanente de
auto-conocimiento – no
por otra –, nada no
obstante la conciencia
esté repleta de
significados construidos
culturalmente en la vida
actual y en otras.
Al desarrollar la
Logoterapia a partir de
sus vivencias de
prisionero en un campo
de concentración nazi,
Victor E. Frankl
(8) también
identificó el vacío
existencial como un
fenómeno del siglo XX,
de hecho, que se alarga
hasta el nuestro. Según
ese psiquiatra
austriaco, entre las del
vacío existencial
estarían la pérdida
de algunos de los
instintos básicos de
nuestra ancestralidad a
lo largo de la evolución
de la especie humana y,
más recientemente, la
reducción de la
importancia de las
tradiciones como soporte
para la definición de
las elecciones de los
individuos. En ese caso
específico, vivimos días
de una post-modernidad
que cuestiona las
grandes narraciones,
las formas cerradas de
explicación del mundo y
nos incita a la
autonomía intelectual,
aunque, mucha gente se
entregue al
entorpecimiento de la
conciencia o al
nihilismo en ese
contexto desafiante a la
racionalidad que se
dobla sobre sí misma
cobrando una reforma de
pensamiento o cambio de
paradigma en un nivel
personal y colectivo.
Para Frankl, el vacío
existencial acostumbra a
presentarse en el tedio
que algunas personas
sienten, cuando
identifican la falta de
contenido de sus vidas a
partir de momentos de
quiebra de rutina que
acaban, de algún modo,
por enseñar que reflejan
al respecto. El vacío
existencial, en esa
línea de razonamiento,
también está
en la base de la
depresión. Hay casos en
que el individuo busca
compensar la voluntad de
sentido frustrada en el
poder o en el placer y,
naturalmente, en la
ausencia de esos una
crisis se instala
convocándolo a
replantear la existencia
y puede facilitar la
búsqueda por una terapia
especializada. Ahí
estaría una contribución
de la Logoterapia:
invitar al individuo a
ser responsable por su
vida, dicho de otra
forma, a ser sujeto de
la propia historia.
Estrategias para la
superación de la
tristeza
Algunas estrategias para
que el alma supere la
tristeza común, a partir
de la reflexión
propuesta por el
Espíritu François de
Genéve, pueden ser
resumidas de la
siguiente forma: a)
resistencia enérgica a
las impresiones que nos
debilitan la voluntad;
b) considerando las
enseñanzas de los
Espíritus Superiores
registradas por Kardec,
aguardar con paciencia
la vuelta para la vida
espiritual que un día
vendrá, inevitablemente;
c) tener en cuenta
nuestra misión en la
presente reencarnación,
sea en la familia o
cumpliendo las diversas
obligaciones que Dios
nos confió; d) Fuerza,
coraje para soportar a
aquellas impresiones,
encarándolas con
determinación. Frente
a lo expuesto, hagamos
una breve meditación en
torno a esas
recomendaciones
inmediatamente abajo:
Cuando la tristeza común
o melancolía se acerca
podemos intentar
resistir, como propone
el benefactor
espiritual, con energía,
o sea, con una
disposición del alma de
no entregarse a ese
cuadro emocional porque
tenemos
razones de comprender, a
la luz del pensamiento
espírita, el significado
del momento presente
como aprendizaje para el
ser inmortal que somos.
La voluntad, que es una
de las potencias del
alma, debe estar
fortalecida por la
energía que emprendemos
en su favor para que,
con objetivo
esclarecido,
modifiquemos el paisaje
que se delinea en
nosotros mismos. Aquí un
recurso útil seria la
práctica de la
meditación. (9)
Al considerar la
brevedad de la
reencarnación y la
seguridad de nuestra
ancianidad e
inmortalidad, las
amarguras de esa vida
son casi un nada porque
observadas desde un
punto de vista más
amplio pueden ser
comprendidas como
accidentes de recorrido
que cargan consigo
lecciones al aprendiz
atento que busca
aprovechar cada
experiencia aquello que
le puede enriquecer el
alma. Esos saberes,
cuando son debidamente
apropiados, promueven la
paciencia que, a su
modo, conduce
paulatinamente a la paz
interior. Y es de gente
apaciguada con fuerza
interior suficiente para
pacificar lo que nuestro
mundo necesita.
Aún cabe considerar que,
en esa reencarnación,
tenemos una variedad de
deberes para con
nosotros y para con el
prójimo a comenzar por
nuestro hogar y
extensivo a la sociedad.
Tengamos en mente,
cuando la tristeza
quiera profundizarse e
inspirar patológicamente
algún deseo de muerte,
que Dios concede “A cada
uno su misión, a cada
uno su trabajo.”
(10) Siendo así,
conociéndonos trazamos
objetivos en sintonía
con lo que somos y la
forma por la cual
podemos contribuir con
el progreso colectivo,
haciéndonos agentes
transformadores de la
realidad a comenzar por
nuestro mundo íntimo.
Por fin, ante las
embestidas sombrías del
pesimismo y de la
tristeza recordemos la
lección del farol,
aunque las noches sean
de tormenta, se mantiene
impoluto delante de la
violencia de las olas
soportándolas sin caer e
iluminando la jornada de
los que prosiguen en el
mar. El faro señala un
puerto-seguro. La
persona que
busca luchar con la
tristeza sin dejar
dominarse demoradamente
por ella – sentirla es
normal y saludable –
puede encender luz esos
días de transición y
ausencia aparente de
referencias
apaciguadoras. Ella
puede iluminar caminos,
sin que tenga esa
pretensión, por la luz
que enciende en su alma
proyectándose
valientemente en un
proceso de evolución
consciente en las luchas
de la vida.
Referências:
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