Ecumenismo e
Iglesia
Poco más de doce
años atrás,
exactamente en
septiembre de
2000, se tornó
público el
documento
“Dominus Jesús”,
que negaba la
condición de
iglesia de
Cristo a la
Iglesia
Anglicana y a
las demás
religiones
surgidas con la
Reforma.
Firmada por el
entonces Papa
Juan Pablo II,
la declaración
impresionó por
su
conservadorismo,
digno de la
época en que
vigoraban en el
Occidente la
Inquisición y
sus métodos
inconfesables.
De acuerdo con
el texto
divulgado por el
Vaticano,
existiría “una
única iglesia de
Cristo, que se
perpetua en la
Iglesia
Católica,
gobernada por el
sucesor de Pedro
(el Papa) y los
obispos, en
comunión con
él”. Delante de
eso, todas las
comunidades
eclesiásticas
que no
conservaron el
episcopado
válido, eso es,
obispos
ordenados por
otros obispos
católicos, ni la
sustancia del
misterio
eucarístico, no
serían iglesias
propiamente
dichas. Las
religiones
metodista,
luterana,
presbiteriana y
todas las demás
denominaciones
protestantes y
evangélicas
serían, así,
ante tal visión,
rebajadas a
simples sectas.
El documento
papal entendía
como “claramente
contrario a la
fe católica”
considerar la
Iglesia Católica
“como un camino
de salvación
entre otros”.
Aunque admitiese
que las
religiones en
general
contienen
elementos de
religiosidad
procedentes de
Dios, el
documento
afirmaba que
tales religiones
no poseerían la
“eficacia
salvadora” de
los sacramentos
cristianos y
muchas de ellas
propondrían
hasta mismo
supersticiones o
errores que
acabarían
tornándose un
obstáculo para
la salvación.
Se resucitaba,
así, el lema
“Fuera de la
Iglesia no hay
salvación”, una
tontería que no
encuentra
respaldo en
ningún texto de
los Evangelios.
El autor de la
declaración
firmada por el
Papa fue, en
verdad, el
cardenal Joseph
Ratzinger, jefe
de la
Congregación
Vaticana por la
Doctrina de la
Fe, que
sustituyó en
1965 el Santo
Oficio.
Ratzinger
considerado un
gran teólogo por
sus pares, sería
algún tiempo
después electo
Papa y
posesionado con
el título de
Benedicto XVI.
La comunidad
católica, ya
acostumbrada con
la propuesta del
ecumenismo,
recibió atónita
y con sorpresa
el documento.
Imagínese
entonces cual no
fue la decepción
sentida por la
comunidad
protestante y
por el Consejo
Ecuménico de
Iglesias, que,
además de
lastimar el
contenido del
documento,
mostró
preocupación con
los perjuicios
que el hecho
produciría
inevitablemente
en el convivio
entre las
religiones
cristianas.
Más de una
década se pasó y
la triste
declaración
parece,
felizmente,
archivada con
las nuevas ideas
que el Papa
Francisco viene
imprimiendo a la
conducción de la
Iglesia.
Reunido
recientemente
con
representantes
de varias
iglesias y
comunidades
cristianas, el
pontífice
católico destacó
la necesidad de
proseguir el
diálogo
ecuménico y
prometió
potenciarlo.
A los cristianos
de todos los
credos el Papa
pidió urgencia
en el diálogo, a
fin de que
“todos los
cristianos sean
una sólo cosa
para que puedan
testimoniar de
manera libre,
alegre y
valiente el
Evangelio”.
La noticia es,
sin duda,
auspiciosa y,
aún más,
oportuna, porque
en un mundo de
tantas
divisiones y
rivalidades es
una necesidad
apremiante que
los religiosos
de todos los
matices se unan,
para el bien de
la Humanidad y
del propio mundo
donde vivimos.
|