Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A.
Después de la humildad
hacia Dios, ¿cuál es la
primera ley de todo
cristiano?
B. ¿Cómo
ve el Espiritismo a la
paciencia?
C. ¿Cómo
definir la resignación,
a la luz del
Espiritismo?
D. ¿En
qué consiste la
misericordia?
Texto para la lectura
135. Mis
bienamados, han llegado
los tiempos en que los
errores explicados serán
verdades. Os enseñaremos
el sentido exacto de las
parábolas y os
mostraremos la poderosa
correlación que existe
entre lo que fue y lo
que es. En verdad os
digo: la manifestación
espírita crece en el
horizonte, y aquí está
su enviado, que va a
resplandecer como el sol
en la cima de los
montes. (Juan
Evangelista, cap. VIII,
ítem 18.)
136.
¿Cuál es, amigos míos,
ese bálsamo soberano que
posee una virtud tan
grande, que se aplica a
todas las
llagas del corazón y las
cicatriza? ¡Es el amor,
es la caridad! Si
poseéis ese fuego
divino, ¿qué podréis
temer? (Cap. VIII, ítem
19, un Espíritu
protector)
137. En
vuestras aflicciones,
volved siempre la mirada
al cielo y decid desde
el fondo del corazón:
“Padre mío, curadme,
pero haz que mi alma
enferma se cure antes
que mi cuerpo; que mi
carne sea castigada, si
fuera necesario, para
que mi alma se eleve
hacia tu seno, con la
blancura que poseía
cuando la creasteis”.
Después de esta
plegaria, amigos míos,
que el buen Dios
escuchará siempre, se os
dará la fuerza y el
valor y, quizás, también
la cura que sólo
tímidamente pedisteis,
en recompensa a vuestra
abnegación. (Cap. VIII,
ítem 20, Vianney, cura
de Ars)
138. Los
que son privados de la
vista deberían
considerarse los
bienaventurados de la
expiación. Recordad que
Cristo dijo que conviene
que os arrancareis
vuestro ojo si fuese
malo, y que más valdría
lanzarlo al fuego que
dejar que fuese causa de
vuestra condena. ¡Ah!
¡Cuántos hay en el mundo
que un día, en las
tinieblas, maldecirán
haber visto la luz!
(Cap.
VIII. ítem 20 Vianney,
cura de Ars)
139.
“Bienaventurados los
mansos, porque ellos
poseerán la Tierra.
Bienaventurados los
pacíficos, porque serán
llamados hijos de Dios.”
Por estas máximas, Jesús
hace de la dulzura, la
moderación, la
mansedumbre, la
afabilidad y la
paciencia, una ley. Por
lo tanto, condena la
violencia, la cólera y
toda expresión descortés
que alguien pueda usar
para con sus semejantes.
(Cap. IX, ítems 1 a 4)
140.
Jesús nos quiere decir
con esas palabras que,
cuando la Humanidad se
someta a la ley de amor
y de caridad, ya no
habrá egoísmo; el débil
y el pacífico ya no
serán explotados ni
aplastados por el fuerte
y el violento. Tal será
el estado del planeta
Tierra, cuando según la
ley del progreso y la
promesa de Jesús, se
convierta en un mundo
dichoso, como efecto del
alejamiento de los malos.
(Cap. IX ítem 5)
141. La
benevolencia para con
los semejantes, fruto
del amor al prójimo,
produce la afabilidad y
la dulzura, que son las
formas en que se
manifiesta. Sin
embargo, no siempre hay
que fiarse de las
apariencias. La
educación y la
convivencia social
pueden dar al hombre el
barniz de estas
cualidades. El mundo
está lleno de esas
criaturas que tienen la
sonrisa en los labios y
el veneno en el corazón;
que son mansas, mientras
nada les moleste, pero
que muerden a la primera
contrariedad; cuya
lengua, de oro cuando
hablan de frente, se
convierte en dardo
venenoso cuando están
detrás. (Cap. IX, ítem
6, Lázaro)
142. No
basta que de los labios
broten leche y miel. Si
el corazón de ninguna
manera se relaciona con
ellos, sólo hay
hipocresía. Aquél cuya
afabilidad y dulzura no
son fingidas nunca se
desmiente: es el mismo
tanto en sociedad como
en la intimidad. Sabe
que, si por las
apariencias logramos
engañar a los hombres, a
Dios nadie puede
engañar. (Cap. IX, ítem
6, Lázaro)
143. La
doctrina de Jesús
enseña, en todos sus
postulados, la
obediencia y la
resignación, dos
virtudes compañeras de
la dulzura y muy
activas, aunque los
hombres las confundan
erróneamente con la
negación del sentimiento
y de la voluntad. La
obediencia es el
consentimiento de la
razón; la resignación es
el consentimiento del
corazón, ambas fuerzas
activas, porque cargan
el fardo de las pruebas
que la rebeldía
insensata deja caer.
(Cap. IX, ítem 8,
Lázaro).
144. Cada
época es marcada con el
sello de la virtud y del
vicio que debe salvarla
o perderla. La virtud de
vuestra generación es la
actividad intelectual;
su vicio es la
indiferencia moral.
(Cap. IX, ítem 8,
Lázaro)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A.
Después de la humildad
hacia Dios, ¿cuál es la
primera ley de todo
cristiano?
La
primera ley de todo
cristiano, después de la
humildad hacia Dios, es
la ley de caridad para
con el prójimo.
(El
Evangelio según el
Espiritismo, capítulo
IX, ítem 4.)
B. ¿Cómo
ve el Espiritismo a la
paciencia?
La
paciencia es también una
caridad. Según el
Espiritismo, la caridad
que consiste en la
limosna que se da a los
pobres es la más fácil
de todas. Pero hay otra
mucho más penosa y, en
consecuencia, mucho más
meritoria: la de
perdonar a los que Dios
colocó en nuestro camino
para ser instrumentos de
nuestro sufrimiento y
poner a prueba nuestra
paciencia.
(Obra
citada capítulo IX, ítem
7.)
C. ¿Cómo
definir la resignación,
a la luz del
Espiritismo?
Tanto la
obediencia como la
resignación son virtudes
muy activas, aunque los
hombres las confundan
erradamente con la
negación del sentimiento
y de la voluntad. La
obediencia es el
consentimiento de la
razón; la resignación es
el consentimiento del
corazón. Cuando se dice
que una persona es
resignada, lo que se
quiere decir es que
acepta de corazón las
cosas que no pueden ser
cambiadas, hecho que
ocurre en numerosas
situaciones en nuestra
vida.
(Obra
citada, capítulo IX,
ítem 8.)
D. ¿En
qué consiste la
misericordia?
La
misericordia es el
complemento de la
dulzura, porque aquél
que no sea
misericordioso no podrá
ser manso y pacífico. La
misericordia consiste en
el olvido y el perdón de
las ofensas, lo que es
propio de las almas
elevadas, que pasan por
encima de los golpes que
les puedan asestar.
(Obra citada, capítulo
X, ítems 1 a 4.)
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