El periódico O
Imortal (El Inmortal),
el mes de abril de 1988,
publicó una entrevista
de Marcelo Borela de
Oliveira con la médium
Irene Carvalho, de
Brasilia, la cual
informó que la Princesa
Isabel se comunicaba
como una negra-vieja, la
Madre Isabel, y que su
trabajo por la
liberación de los
esclavos fue de la más
alta misión que
desempeñó durante la
Corona.
En la entrevista, la
médium informa que,
según Madre Isabel, no
solamente en Brasil,
como también en otros
países, la raza negra
iría a destacarse, lo
que, efectivamente, ha
ocurrido. Informa
también que reencarnado
en cuerpo de memoria
negra, un Espíritu de
gran fuerza moral y de
persuasión subiría al
poder. (¿Habría sido
Barack Obama?)
Según Irene Carvalho, la
Madre Isabel – que
prefería presentarse
como una negra-vieja y
no como la Princesa
Isabel – informó, en
comunicación, que aún
oía el clamor del negro
esclavo que aún tras
liberado lloraba sus
dolores, sin tener para
donde ir. Y que al
firmar la Ley Áurea su
mano fue conducida por
otra mano más fuerte.
Una enorme fuerza brotó
dentro de ella y, aunque
quisiera, no podría
retroceder. Fue un
momento de enorme
emoción, y ella lloró.
El Espíritu de Isabel y
la misión de
extinguir la esclavitud
Isabel Cristina
Leopoldina Augusta
Miguela Gabriela Rafaela
Gonzaga de Bragança y
Borbon, que quedaría
conocida por los
brasileños como la
Princesa Isabel, nació
en el Paço de San
Cristóbal, en Río de
Janeiro, el día 29 de
julio de 1846, a las 18
horas y 26 minutos.
Según Humberto de
Campos, por la
psicografia de Francisco
Cândido Xavier en el
libro Brasil, Corazón
del Mundo, Patria del
Evangelio (FEB), ella,
hija del Emperador Don
Pedro II y de la
Emperatriz Tereza
Cristina, vino al
planeta en atención a un
pedido suyo al Plano
Espiritual para
reencarnar y, así,
colaborar para la
emancipación de los
esclavos, en la
condición de hija del
Emperador.
Por casi cuatro décadas,
de 1851 a 1889, ella fue
la legítima heredera
constitucional del trono
brasileño y entre los
años de 1871 y 1888, en
un total de tres años y
medio, Isabel fue la
gobernante brasileña,
llenando, conforme la
Constitución de 1824, la
ausencia del Emperador
Don Pedro II en sus
viajes al extranjero.
Casada con Luís Gastão
de Orléans, el Conde de
York, un príncipe
francés, ella firmó el
28 de septiembre de 1871
la Ley del Vientre Libre,
que decretaba libres los
hijos de mujer esclava
nacidos a partir de
aquella fecha. El 28 de
septiembre de 1885 firmó
la Ley de los
Sexagenarios, que
liberaba a los esclavos
de más de sesenta años.
Y el 13 de mayo de 1888
firmó la Ley Áurea,
aboliendo la esclavitud,
que tenía sólo dos
dispositivos: el primero
declara extinguida la
esclavitud en Brasil. Y
el segundo revoca
disposiciones en contra.
Repercusión espiritual
del acto que
extinguió
la esclavitud
El libro Brasil, Corazón
del Mundo, Patria del
Evangelio, registra:
“Las falanges de Ismael
contaban con
colaboradores decididos
en el movimiento
liberador, cuáles Castro
Alves, Río Blanco y
Patrocinio. La propia
princesa Isabel, cuyas
tradiciones de nobleza y
bondad jamás serán
olvidadas en el corazón
de Brasil, hubo venido
al mundo con su tarea
definida, en el trabajo
bendecido de la
abolición.
“(...) Pero Ismael
articula de lo Alto los
elementos necesarios a
la gran victoria. El
generoso Emperador es
alejado del trono, los
primeros meses de 1888,
bajo la influencia de
los mentores invisibles
de la Patria, volviendo
la Regencia a la
princesa Isabel, que ya
había sancionado la ley
benéfica en 1871.
“(...) A 13 de mayo de
1888 es presentada a la
regente la propuesta de
ley para la inmediata
extinción del cautiverio,
ley que D. Isabel,
cercada de entidades
angélicas y
misericordiosas,
sanciona sin dudar, con
la noble serenidad de su
corazón de mujer. Ese
día inolvidable, toda
una onda de claridades
compasivas descendía de
los cielos sobre las
extensiones del Norte y
del Sur de la Patria del
Evangelio. A Río de
Janeiro acudían
multitudes de seres
invisibles, que se
asociaron a las
grandiosas solemnidades
de la abolición. Junto
al espíritu magnánimo de
la princesa, permanece
Ismael con la bendición
de su generosa y tocante
alegría. Fue por eso que
Patrocinio, en el
arrebatamiento de
júbilo, se arrastró de
rodillas hasta los pies
de la princesa, piadosa
y cristiana. Por todas
partes, se esparcieron
alegrías contagiosas y
comunicativas esperanzas.”
En el libro Lázaro
Renacido (FEB), el
Hermano X (Humberto de
Campos), por la
psicografia de Francisco
Cândido Xavier, nos
habla sobre la
continuidad del trabajo
de la Princesa Isabel (y
de los abolicionistas)
después de su
desencarnación, el 14 de
noviembre de 1921, en
París. “¿Supone usted
que la Abolición terminó
el 13 de mayo de 1888?
La gran revolución de la
Princesa Admirable
alcanzó a los ‘esclavos
físicos’, continuándose
aquí el servicio de
liberación de los
‘cautivos espirituales’.
José del Patrocinio y
Luís Gamma, Antonio
Bento y Castro Alves,
André Rebouças y Joaquín
Nabuco prosiguen en la
jornada redentora. La
Princesa Isabel no
considera el movimiento
terminado y continúa,
también, sirviendo a la
gran causa, desatando
las cadenas de la
ignorancia y encendiendo
nuevas luces en la
esfera a que usted
llegará en futuro
próximo.”
Perfil de la Princesa
Isabel, una mujer
piadosa y cristiana
El fascículo 36 -
Grandes personajes de
nuestra Historia
(Princesa Isabel), de
Abril Cultural, registra
el perfil de la Princesa
Isabel:
“Vestido de lana blanca
bordado, manto de seda
verde pendiente de la
cintura, de rodillas
delante del trono, la
mano derecha sobre los
Evangelios (...)
“Baja, cabellos rizados,
ojos azules, rostro
redondo, boca pequeña,
estaba sentada en la
silla de alto espaldo.
Delante de sí la mesa de
carpetas, papeles, el
tintero de bronce, las
plumas de ganso, la
cajita con arena usada
para absorber el exceso
de tinta. Con letra
firme describía a su
padre su primer día de
regencia: (...)
La Princesa fue mucho
más allá del simple acto
de firmar las Leyes del
Vientre Libre, Ley de
los Sexagenarios y Ley
Áurea. Es lo que se
queda sabiendo por el
reportaje de Priscilla
Leal (El lado rebelde de
la Princesa Isabel), en
la revista Nuestra
Historia, de mayo de
2006, la cual dice que
una carta inédita,
pinzada del acervo de 3
mil documentos del
Memorial Vizconde de
Mauá, revela que la
Princesa defendía la
indemnización de ex
esclavos, la reforma
agraria y el voto
femenino.
Materia de Paulo Roberto
Viola (Los tiempos de
Brasil Imperio), en la
edición 30 de la Revista
Espírita Más Allá de la
Vida, informa que un
documento fidedigno y
otros indicios sugieren
la deducción histórica
de que la Princesa
Isabel, si no alimentaba
velada simpatía por el
Espiritismo, demostraba,
al menos, interés por el
conocimiento de la
Doctrina Espírita, que
era objeto de
conversaciones en la
Corte Imperial, debido a
la fuerte influencia
francesa en la Capital
del Imperio. Manuel de
Araújo Porto Alegre, el
Barón de San Ângelo, fue
quién llevó el interés
por el Espiritismo a la
Corte Imperial, en
especial a la Princesa
Isabel, que hizo el
juramento constitucional
en nombre del
Catolicismo, pero nutría
una fuerte simpatía por
la Doctrina Espírita.
Antes de la Ley Áurea,
Isabel protegió a
esclavos fugitivos
En una carta a su amigo
personal Joaquín Manuel
de Macedo, autor del
clásico de la literatura
brasileña La Moreninha y
que gozaba de la
intimidad de la familia
imperial, pues fuera
profesor de las hijas de
la Princesa Isabel,
Manuel de Araújo Porto
Alegre le confió el
interés que la Princesa
despertó por el
Espiritismo, habiéndole
confiado su interés en
saber quién sería su
Espíritu protector. Por
todo eso, el espírita
Barón de San Ângelo
decía: “Si los nobles
gobernantes y
legisladores fueran
espíritas, todo andaría
mejor, porque había de
creer en Dios, en la
vida futura y volver
para sus grandes y
sublimes deberes”.
La Princesa Isabel
actuaba con todas las
características de una
verdadera cristiana, no
midiendo esfuerzos para
acciones humanitarias y
caritativas. En 1877 se
empeñó en la
organización de un
concierto benéfico en
pro de las víctimas de
la gran sequía;
financiaba la libertad
de ex-esclavos con sus
propios recursos;
amparaba ostensivamente
un refugio de negros en
la Zona Sur de Río de
Janeiro, el llamado
Quilombo del Leblon;
enfrentó la presión y
reacción de ricos
hacendados y esclavistas
que no querían la
abolición de la
esclavitud. Según
informan documentos, la
Princesa habría
intentado indemnizar a
ex-esclavos con recursos
de un establecimiento de
la época, el Banco Mauá.
Según historiadores,
Isabel practicaba la
caridad con filtrada
conciencia de su
responsabilidad como
gobernante, en una época
en que las comunidades
necesitadas vivían la
indiferencia de las
elites gobernantes. En
el libro Las Camelias
del Leblon y la
Abolición de la
Esclavitud, el
historiador Eduardo
Silva, Maestro en
Historia por la
Universidad Federal
Fluminense, dice que la
Princesa Isabel protegía
a esclavos fugitivos en
Petrópolis; el
abolicionista André
Rebouças informa que el
día 4 de mayo de 1888
almorzaron en el Palacio
Imperial 14 africanos
huidos de las haciendas
circunvecinas a la
Petrópolis, siendo que
todo el esquema de fugas
y alojamiento de
esclavos fue montado por
la propia Princesa
Isabel. A las vísperas
de la Abolición, se
registraba más de mil
fugitivos acogidos y
hospedados por la
Princesa.
Extinguido el régimen
imperial, Isabel y
familiares fueron
exiliados
Se registra que antes de
la firma de la Ley
Áurea, su marido, el
Conde de York, la
advirtió: “No firmes,
Isabel, puede ser el fin
de la Monarquía”. Pero
ella estaba determinada,
sin ningún sentimiento
personal de egoísmo, o
apego al poder: Y
respondió, resoluta: “Es
ahora o nunca. El negro
necesita de la libertad”.
Y así, firmó el
histórico documento. Un
año tras la firma de la
Ley Áurea, la Princesa
Isabel vio confirmada la
premonición del Barón de
Cotegipe, João Maurício
Wanderley, que era
contrario a la abolición
de la esclavitud:
“Vuestra Alteza liberó
una raza, pero perdió el
trono”. Ella no dudó al
responder, con el
sentimiento de una
verdadera cristiana:
“Mil tronos yo tuviese,
mil tronos yo daría para
liberar a los esclavos”.
Con la extinción del
Imperio en 1889, Don
Pedro II fue para el
exilio, en Normandia,
Francia, pasando a
adoptar el nombre de
Pedro de Alcántara. La
Familia Imperial dejó el
País por un impiadoso,
frío, ingrato y
humillante destierro,
impuesto por el Decreto
número 78-A, del 21 de
diciembre de 1889,
suscrito por un amigo de
Don Pedro II, el
Mariscal Deodoro da
Fonseca, que era íntimo
de Don Pedro II y de su
casa.
Don Pedro II dejó el
País rechazándose a
recibir la enorme
cuantía de 5 mil
escudos, que el Decreto
de destierro le había
reservado para que
pudiera restablecerse en
el exilio. Informa
Humberto de Campos (Espíritu),
en el libro Brasil,
Corazón del Mundo,
Patria del Evangelio,
que él lo hizo con
lágrimas en los ojos,
habiendo rechazado todas
las propuestas de
reacción, confortado por
las luces de lo Alto,
que el no abandonara en
toda su vida.
En mensaje del 16 de
noviembre de 1889,
dejada la Nación que
tanto amó y revelando un
corazón bondadoso y
resignado, dijo: “Me
ausento, pues, con todas
las personas de mi
familia, conservaré de
Brasil del más añorado
recuerdo haciendo los
más ardientes votos por
su grandeza y
prosperidad”. El 5 de
diciembre de 1891, a la
media noche y media, el
monarca dejaba el
Planeta, desencarnando
en razón de una neumonía,
sin nunca más haber
pisado la Tierra que
tanto amó.
Aunque el Presidente
Epitácio Pessoa haya
revocado, a través del
Decreto Presidencial
número 4.120, del 3 de
septiembre de 1920, el
acto normativo
republicano que
proscribió la Familia
Real, la Princesa Isabel
no volvería más a
Brasil, pues desencarnó
el 14 de noviembre de
1921, en Francia, tierra
de Allan Kardec. Los
restos mortales de Don
Pedro II, de la
Emperatriz Tereza
Cristina, de la Princesa
Isabel y de su marido,
el Conde de York,
reposan en el interior
de la capilla que queda
a la derecha del espacio
libre de la catedral de
San Pedro de Alcántara,
en la ciudad serrana de
Petrópolis, que ellos
tanto amaban.
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