El amor cubre
una multitud
de
los pecados
Vez u otra
reaparece en
nuestro medio
una vieja
cuestión acerca
de la llamada
pena del talión.
¿Ella continúa
existiendo o fue
revocada por
Jesús?
La pena del
talión, que
otros llaman de
ley del talión,
consiste en la
rigurosa
reciprocidad del
crimen y de la
pena,
apropiadamente
llamada de
retaliación. Ésa
ley es
frecuentemente
expresa por la
máxima ojo por
ojo, diente por
diente.
Se trata de una
de las más
antiguas leyes
existentes en
nuestro mundo,
cuyo origen
encontramos en
el Código de
Hamurabi, en
1780 a.C., en
Babilonia.
Moisés, algún
tiempo después,
la consagró en
Israel.
De acuerdo con
lo que se le en
la cuestión 764
de El Libro
de los Espíritus,
la pena del
talión, tal como
era aplicada en
la antigüedad,
no más está en
vigor. Lo que
está en vigor en
el mundo es, en
verdad, la
justicia de Dios
y es,
obviamente, Dios
quien la aplica.
Conocida en la
doctrina
espirita como
ley de causa y
efecto, ella
aparece en el
Evangelio
resumida en una
frase que Jesús
dijo al apóstol
Pedro: “Pedro,
guarda la
espada, porque
todo aquél que
matar con la
espada perecerá
bajo la espada”.
El rigor de tal
pena puede, no
obstante, ser
suavizado por
otra ley que se
tornó conocida
gracias al
mencionado
apóstol: “El
amor cubre una
multitud de los
pecados”, frase
que integra la
1ª Epístola de
Pedro, cap. 4,
versículo 8, lo
que significa
que muchas
personas pueden
alterar el mapa
de su vida
amando,
ayudando,
haciendo el
bien, una idea
que Divaldo
Franco resumió
en una frase
bien conocida:
“El bien que
hacemos anula el
mal que
hicimos”.
El tema fue
examinado por
Allan Kardec en
el texto
titulado “Código
Penal de la Vida
Futura”, que
hace parte del
cap. VII de la
1ª Parte del
libro El
Cielo y el
Infierno.
Según el
Codificador,
cuando el asunto
es la
regeneración de
quien perjudicó
el prójimo, el
arrepentimiento,
aunque sea el
primer paso, no
basta. Es
necesario
agregar al
arrepentimiento
la expiación y
la reparación.
Arrepentimiento,
expiación y
reparación
constituyen,
pues, las
condiciones
necesarias para
borrar los
vestigios de una
falta y sus
consecuencias.
El
arrepentimiento,
afirma Kardec,
suaviza los
desvíos de la
expiación,
abriendo a
través de la
esperanza el
camino de la
rehabilitación;
pero solamente
la reparación
puede anular el
efecto
destruyéndole la
causa. Por el
contrario, el
perdón sería una
gracia, no una
anulación.
Cuando Pedro
escribió la
epístola a la
cual nos
reportamos, él
ciertamente se
refería a la
expiación, que
puede ser
perfectamente
amenizada y
hasta excluida
por la práctica
del bien y de la
caridad, que son
la expresión más
grande del amor.
En la literatura
espirita
encontramos
diversos
ejemplos de eso.
Muchas veces la
persona debería
perder un brazo
entero, delante
de un delito
cometido en el
pasado, y pierde
solamente un
dedo. En lo que
se refiere a la
reparación, eso,
sin embargo, no
se da.
Nos acordemos lo
que Kardec
escribió a
respecto:
“La reparación
consiste en
hacer el bien a
aquellos a quien
se había hecho
el mal. Quien no
repara sus
errores en una
existencia, por
debilidad o mala
voluntad, se
encontrará en
una existencia
ulterior en
contacto con las
mismas personas
que de sí tengan
quejas, y en
condiciones
voluntariamente
escogidas, de
manera a
demostrarles
reconocimiento y
hacerles tanto
bien cuanto mal
les tenga hecho.
Ni todas las
faltas acarrean
perjuicio
directo y
efectivo; en
tales casos la
reparación se
opera,
haciéndose lo
que se debería
hacer y fue
negligente;
cumpliendo los
deberes
despreciados,
las misiones no
rellenadas;
practicando el
bien en
compensación al
mal practicado,
eso es,
tornándose
humilde si fue
orgulloso,
amable si fue
austero,
caritativo si
fue egoísta,
benigno si fue
perverso,
laborioso si fue
ocioso, útil si
fue inútil,
frugal si fue
intemperante,
cambiando en
suma por buenos
los malos
ejemplos
perpetrados”.
(El Cielo y el
Infierno, 1ª
Parte, cap.
VII.)
Lo importante,
sin embargo, es
que todo eso
podrá ser hecho
no
necesariamente
debajo de un
gran
sufrimiento, en
razón de la
suavidad
acordada en
buena hora por
el apóstol
Pedro,
sintetizado en
la frase: “El
amor cubre una
multitud de los
pecados”.
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