Hace mucho tiempo atrás,
en la época en que Jesús
de Nazaret andaba por el
planeta Tierra, había un
hombre que deseaba mucho
ser curado.
(1)
Él era paralítico y
vivía en una choza en la
ciudad de Cafarnaun y
hasta la familia lo
había abandonado,
cansada de tener que
cuidar de él todo el
tiempo.
Ese paralítico oyó
hablar de un profeta que
curaba a las personas,
sin distinción: fueran
ciegos, sordos, mudos,
paralíticos y hasta
leprosos. Muchos ya
habían sido curados por
Él, y el paralítico
sentía inmenso deseo de
ser también curado por
el tal profeta.
Cierto día el paralítico
supo que Jesús había
llegado en barco a la
ciudad y pidió a un
amigo que lo llevara
hasta donde el profeta
estaba.
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El amigo así lo hizo.
Como sería imposible a
él, solo, transportar el
paralítico, convenció a
tres amigos más a
ayudarlo. Así, en el
catre que le servía de
cama, cada uno cogiendo
de un lado, consiguieron
cargar al paralítico y
salieron a buscar a
Jesús. Preguntando aquí
y allí, supieron donde
el profeta estaba y, de
nuevo ánimo, llegaron
hasta la casa.
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Pero, al
aproximarse, el
paralítico se
llenó de
tristeza. ¡El
lugar estaba
repleto de
personas que
rodeaban la casa
en la esperanza
de ver a Jesús!
Todos estaban
allí por el
mismo motivo. |
Los amigos pedían que
abrieran camino al
paralítico que deseaba
ser curado por Jesús,
pero la multitud
reaccionaba, y un hombre
gritó irritado:
— ¿Qué tiene él de
diferente que nosotros?
También queremos ver al
profeta y ser curados
por Él. ¡Si ese
paralítico tiene tanta
prisa, que llegara
antes!
Y otro agregó:
— Cuando aquí llegamos,
la casa ya estaba
repleta y tuvimos que
contentarnos con quedar
aquí en la calle. ¡Y
cada vez llega más
gente!...
Pero el paralítico no
desistía. Y era tan
grande su deseo de ser
curado por Jesús que
algunas personas se
conmovieron y
resolvieron ayudarlo. ¡Pero
nadie sabía que hacer!
Hasta que alguien más
experto sugirió:
— ¡Si él no puede entrar
por la puerta, que entre
por el tejado!
Surgieron carcajadas de
todos los lados, pero
otro hombre viejito
consideró:
— ¡Sí, es posible! ¡Es
sólo hacer un hueco en
el tejado y bajarlo
hasta el suelo de la
casa!
Lleno de renovadas
esperanzas, el
paralítico aceptó la
sugerencia.
Y así hicieron. Los
cuatro hombres, con
ayuda de algunas
personas de buena
voluntad, levantaron el
lecho y, abriendo una
parte del tejado,
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cogiendo con
paños, pudieron
bajar al
paralítico hasta
donde Jesús
estaba, con gran
espanto de todos
los que se
agrupaban dentro
de la casa, y
que lo oían. |
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Al ver al hombre que
fuera bajado con la cama
por el tejado, a la
vista de la fe que él y
los que lo ayudaron
habían demostrado, Jesús
dijo:
— Hombre, perdonados son
tus pecados.
Entonces, algunos
escribas (hombres que
entre los judíos eran
doctores de la ley y
también escribanos y
copistas de
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textos) que
estaban sentados
allí cerca
pensaban consigo
mismos: |
— ¿Por qué habla así
este hombre? ¡Esto es un
insulto! ¿Quién puede
perdonar los pecados no
es Dios solamente?
Jesús, que hubo oído el
pensamiento de ellos,
preguntó:
— ¿Qué están pensando?
¿Qué es más fácil
perdonar los pecados del
paralítico o decir:
Levántate, toma tu lecho
y anda?
Entonces, para mostrar
que Él tenía el poder de
perdonar pecados sobre
la Tierra, dijo al
paralítico:
— Levántate, toma tu
lecho y ve para tu
casa.
Entonces, el hombre se
levantó lleno de
alegría, tomó el lecho y
se retiró a la vista de
todos.
La multitud, perpleja,
glorificaba a Dios,
diciendo:
— ¡Nunca vimos cosa
semejante!
En aquel momento, todos
los que allí estaban se
llenaron de esperanza,
de alegría y de fe, pues
aquel hombre llamado
Jesús sólo podría ser un
enviado de Dios para
ayudar, enseñar,
orientar y curar a los
hombres en la Tierra.
Y un gran sentimiento de
veneración los envolvió,
al reconocer, en Jesús,
el Salvador que por
tanto tiempo el pueblo
judío había
aguardado.
Esa historia nos muestra
que, cuando tenemos
realmente deseo de
conseguir alguna cosa,
nosotros lo
conseguiremos. Aunque
nos parezca imposible,
si buscamos una salida,
la conseguiremos, pues
nada hay que nos sea
imposible con el amparo
de Dios.
¿Cuántas cosas nosotros
ya aprendimos y que nos
parecían imposibles?
¡Ciertamente tú no te
acuerdas, pero el hecho
de conseguir
equilibrarte en las dos
piernas y andar solo fue
difícil! ¿Te acuerdas de
las caídas que tuviste
hasta conseguir andar en
una bicicleta de dos
ruedas?
¿Con patines, de skate?
¡Cuántas piernas
arañadas, cuantos
dolores!
Pero, hoy, tú andas con
seguridad y sueñas un
día poder andar en una
moto, ¿no es así?
Entonces, cuando estés
preocupado con un examen
en la escuela,
desesperado por creer
que no sabes nada, y que
“nunca” conseguirás
mejorar en aquella
materia, piensa en Dios
y pide ayuda, que ella
no te faltará.
Sin embargo, no basta
pedir, es preciso
también actuar, como el
paralítico de la
historia. Esforzarse
para resolver el
problema que lo separa
de aquello que desea,
usando su determinación,
su voluntad y su coraje
para vencer.
¡Imagina la situación de
aquel paralítico! Para
él no fue fácil dejarse
conducir para arriba.
¡Piensa en el miedo y en
la inseguridad que él
sintió al ser levantado
hasta el tejado de la
casa! ¿Y si él se cayera
de la cama? Su situación
quedaría peor. ¿Si no
fuese bien, si los
compañeros no aguantaran
su peso? ¿Y si no
consiguiesen descenderlo
del techo hasta el suelo
de la casa? Ciertamente,
él tendría muchas dudas,
y la mayor de ellas: ¿Y
si el profeta, después
de todo, se negara a
curarlo?
Pero él resistió a todo
y siguió adelante, con
coraje y determinación,
consiguiendo lo que
tanto quería: la cura.
Así, jamás dudes de
aquello que deseas. Si
fuera bueno para ti, usa
tu fe, tu confianza para
conseguir lo que
quieres, y el Señor te
bendecirá, pues Jesús
aún afirmó:
“Si tuvieras fe del
tamaño de un grano de
mostaza, diréis a esta
montaña: Transpórtate de
ahí para allí y ella se
transportará, y nada te
será imposible”.
Jesús nos habla de la
montaña — un gran
obstáculo —, pero que
por nuestra fe — aún
pequeña — conseguiremos
desplazar, pues esa
montaña son las
dificultades, las
resistencias, la mala
voluntad, finalmente,
todo lo que nos separa
de aquello que deseamos
realizar.
Entonces, coraje, fe y
determinación. ¡Así, con
ayuda de Dios, tú
vencerás
siempre!
MEIMEI
(1)
Texto basado en el
Evangelio de Marcos,
capítulo 2, versículos 1
a 12, y en el Evangelio
de Lucas, capítulo 5,
versículos 17 a 26,
psicografiado por la
médium Célia Xavier de
Camargo, en Rolândia-PR.
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