Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A.
¿Cuáles son las
cualidades del hombre de
bien?
B. ¿Por
qué muchos espiritistas
no aplican a sí mismos
el alcance moral de las
manifestaciones
espíritas?
C. ¿Cómo
podemos reconocer al
verdadero espírita?
D. ¿Cómo
debemos vivir en el
mundo en que estamos?
Texto para la lectura
240. Si
la riqueza es la causa
de muchos males, si
excita tanto las malas
pasiones, si provoca
incluso tantos crímenes,
no es a ella a la que
debemos culpar sino al
hombre, que abusa de
ella como de todos los
dones de Dios. Si sólo
debiera producir males,
Dios no la habría puesto
en la Tierra. Le
corresponde al hombre
hacerla producir el
bien. Si no es un
elemento directo de
progreso moral, es, sin
duda, un poderoso
elemento de progreso
intelectual. (Cap. XVI,
ítem 7)
241. En
efecto, el hombre tiene
por misión trabajar por
la mejoría material del
planeta. Le corresponde
allanarlo, sanearlo,
prepararlo para recibir
algún día a toda la
población que su
extensión permita. Para
alimentar a esa
población, que crece sin
cesar, es necesario
aumentar la producción.
Y para eso son
necesarios los recursos.
(Cap. XVI,
ítem 7)
242. Hay
en la Tierra ricos y
pobres, porque siendo
Dios justo, como es, a
cada uno le ordena
trabajar cuando es su
turno. La pobreza es,
para los que la sufren,
la prueba de la
paciencia y de la
resignación; la riqueza
es para los otros, la
prueba de la caridad y
de la abnegación. (Cap.
XVI,
ítem 8)
243. Los
bienes de la Tierra
pertenecen a Dios, que
los distribuye según su
voluntad, siendo el
hombre sólo el
usufructuario, el
administrador más o
menos íntegro e
inteligente de esos
bienes. Tanto no
constituyen propiedad
individual del hombre,
que Dios con frecuencia
anula todas las
previsiones y la riqueza
se le escapa a aquél que
cree tenerla con los
mejores títulos de
posesión.
(Cap. XVI, ítem 10, M.,
Espíritu protector)
244.
Diréis que esto se
comprende en lo
concerniente a los
bienes hereditarios,
pero no en relación a
los que son adquiridos
por medio de su trabajo.
Sin duda alguna, si hay
fortunas
legítimas, estas últimas
lo son cuando se
consiguen con honradez,
porque una propiedad
sólo se adquiere
legítimamente cuando de
su adquisición no
resulta ningún daño para
nadie. Se pedirá
cuentas hasta del único
centavo mal ganado, es
decir, en perjuicio de
otro.
(Cap.
XVI, ítem 10, M.,
Espíritu protector)
245.
¡Rico! Da lo que te
sobra; haz más: da un
poco de lo que te es
necesario, porque lo que
necesitas es todavía
superfluo. Pero da con
sabiduría. No rechaces
al que se queja por
recelo de que te engañe;
ve a los orígenes del
mal. Alivia primero;
después, infórmate y ve
si el trabajo, los
consejos, el afecto
mismo serán más eficaces
que tu limosna. Difunde
a tu alrededor con los
socorros materiales, el
amor a Dios, el amor al
trabajo, el amor al
prójimo. Coloca tus
riquezas sobre una base
que nunca te faltará y
que te traerá grandes
beneficios: la de las
buenas obras. La riqueza
de la inteligencia debes
utilizarla como la del
oro. Derrama alrededor
de ti los tesoros de la
instrucción; derrama
sobre tus hermanos los
tesoros de tu amor y
ellos fructificarán.
(Cap. XVI, ítem 11,
Cheverus)
246.
Siendo el hombre el
depositario, el
administrador de los
bienes que Dios puso en
sus manos, se le pedirán
severas cuentas del
empleo que les haya
dado, en virtud de su
libre albedrío. El mal
uso consiste en
aplicarlos
exclusivamente para su
satisfacción personal;
el buen uso, al
contrario, todas las
veces que de ello
resulte cualquier bien
para los demás. El
merecimiento de cada uno
está en proporción al
sacrificio que se impone
a sí mismo. (Cap. XVI,
ítem 13, Fénelon)
247. La
beneficencia es sólo un
modo de emplear la
riqueza; da alivio a la
miseria actual; apacigua
el hambre, preserva del
frío y proporciona
abrigo al que no lo
tiene. Pero igualmente
imperioso y meritorio es
prevenir la miseria.
Esta es, sobre todo, la
misión de las grandes
fortunas, misión a ser
cumplida mediante los
trabajos de todo tipo
que con ellas se puede
ejecutar. (Cap. XVI,
ítem 13, Fénelon)
248. Sin
embargo, si Jesús habla
principalmente de las
limosnas, es porque en
aquel tiempo y en el
país que vivía no se
conocían los trabajos
que las artes y la
industria crearon
después y en las cuales
las riquezas pueden ser
aplicadas útilmente para
el bien general. A todos
los que pueden dar, poco
o mucho, diré, pues: dad
limosna cuando sea
necesario; pero tanto
como sea posible,
convertidla en salario,
a fin de que aquél que
lo reciba no se
avergüence. (Cap. XVI,
ítem 13, Fénelon)
249. El
amor a los bienes
terrenales constituye
uno de los más fuertes
obstáculos a vuestro
adelantamiento moral y
espiritual. Por el apego
a la posesión de tales
bienes, destruís
vuestras facultades de
amar, al aplicarlas
todas a las cosas
materiales. (Cap. XVI,
ítem 14, Lacordaire)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A.
¿Cuáles son las
cualidades del hombre de
bien?
Enumerar
todas las cualidades del
hombre de bien es muy
difícil. Estas son
algunas de ellas, según
las describió Allan
Kardec. El verdadero
hombre de bien es el que
cumple la ley de
justicia, de amor y de
caridad, en su mayor
pureza. Tiene fe en Dios
y en el porvenir.
Impregnado del
sentimiento de caridad y
de amor al prójimo, hace
el bien por el bien
mismo, sin esperar
ninguna recompensa;
retribuye bien por mal,
toma la defensa del
débil contra el fuerte,
y sacrifica siempre sus
intereses ante la
justicia. Su primer
impulso es pensar en los
demás antes de pensar en
sí mismo, cuidar los
intereses de los otros
antes que el suyo
propio. Es bueno, humano
y benevolente para con
todos, sin distinción de
razas ni de creencias,
porque en todos los
hombres ve a sus
hermanos. Respeta en los
demás todas las
convicciones sinceras y
no lanza anatemas a los
que no piensan como él.
En todas
las circunstancias, toma
a la caridad por guía.
No alimenta odio, ni
rencor, ni deseo de
venganza; a ejemplo de
Jesús, perdona y olvida
las ofensas y sólo se
acuerda de los
beneficios, pues sabe
que será perdonado como
él hubiera perdonado. Es
indulgente con las
debilidades ajenas
porque sabe que también
necesita de indulgencia.
Nunca se complace en
hurgar los defectos
ajenos, ni siquiera en
ponerlos en evidencia.
Estudia sus propias
imperfecciones y trabaja
sin cesar en
combatirlas. No se
envanece de su riqueza,
ni de sus ventajas
personales, porque sabe
que todo lo que le ha
sido dado, le puede ser
quitado. Usa, pero no
abusa, de los bienes que
le son concedidos,
porque sabe que es un
depósito del que tendrá
que rendir cuentas y que
el más perjudicial
empleo que le pudiera
dar es el de aplicarlo
para la satisfacción de
sus pasiones. Si el
orden social colocó bajo
su mando a otros
hombres, los trata con
bondad y benevolencia,
porque son sus iguales
ante Dios.
(El
Evangelio
según el Espiritismo,
cap. XVII, ítem 3.)
B. ¿Por
qué muchos espiritistas
no aplican a sí mismos
el alcance moral de las
manifestaciones
espíritas?
El motivo
de esto es que en muchos
de ellos aún son muy
tenaces los lazos de la
materia para permitir
que el Espíritu se
desprenda de las cosas
de la Tierra. La niebla
que los envuelve les
quita la visión del
infinito, por lo que no
rompen fácilmente con
sus inclinaciones ni con
sus hábitos, ni
comprenden que exista
algo mejor que aquello
de lo que están dotados.
Creen en los Espíritus
como un simple hecho,
pero esto nada o muy
poco modifica sus
tendencias instintivas.
En una palabra: sólo
divisan un rayo de luz,
insuficiente para
guiarlos y permitirles
una aspiración poderosa,
capaz de superar sus
inclinaciones. Son
espíritas todavía
imperfectos, algunos de
los cuales se quedan a
mitad del camino o se
alejan de sus hermanos
en la creencia, porque
retroceden ante la
obligación de
reformarse, o si no,
reservan sus simpatías
para los que comparten
sus debilidades o
prevenciones.
(Obra
citada, cap. XVII, ítem
4.)
C. ¿Cómo
podemos reconocer al
verdadero espírita?
Se
reconoce al verdadero
espírita por su
transformación moral y
por los esfuerzos que
hace para dominar sus
malas inclinaciones.
Mientras que algunos
están contentos con su
horizonte limitado, el
otro, que ve algo mejor,
se esfuerza por
desligarse de él y
siempre lo consigue, si
tiene una firme
voluntad. Ése es el
verdadero espírita.
(Obra
citada, cap. XVII, ítem
4.)
D. ¿Cómo
debemos vivir en el
mundo en que estamos?
Un sentimiento de piedad
debe siempre animar el
corazón de los que se
reúnen bajo la mirada
del Señor e imploran la
asistencia de los buenos
Espíritus. No creamos,
sin embargo, que
exhortándonos sin cesar
a la oración y a la
evocación mental, los
benefactores
espirituales pretendan
que vivamos una vida
mística que nos mantenga
fuera de las leyes de la
sociedad. No. Ellos nos
piden que vivamos con
los hombres de nuestra
época, como deben vivir
los hombres. Que nos
sacrifiquemos a las
necesidades, incluso a
las frivolidades del
día, pero que lo hagamos
con un sentimiento de
pureza que pueda
santificarlas. Seamos
alegres, seamos
dichosos, pero que
nuestra alegría sea la
que proviene de una
conciencia limpia y sea
nuestra felicidad la del
heredero del Cielo que
cuenta los días que
faltan para entrar en
posesión de su herencia.
La virtud no consiste en
que asumamos un aspecto
severo y lúgubre, en que
rechacemos los placeres
que las condiciones
humanas nos permiten.
Basta con que dediquemos
todos nuestros actos al
Creador que nos dio la
vida; basta que cuando
comencemos o acabemos
una obra, elevemos el
pensamiento al Creador y
le pidamos, en un
impulso del alma, su
protección para que
obtengamos éxito o su
bendición para ella, si
la concluimos. En todo
lo que hagamos, nos
remontemos a la fuente
de todas las cosas, para
que ninguna de nuestras
acciones deje de ser
purificada y santificada
por el recuerdo de Dios.
No imaginemos, por lo
tanto, que para vivir en
comunicación con los
buenos Espíritus, para
vivir bajo la mirada del
Señor, sea necesarios el
cilicio y las cenizas.
(Obra citada, capítulo
XVII, ítem 10.)
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