Ciertamente
influenciados por las
enseñanzas de la Iglesia
Católica Apostólica
Romana, aprendemos que
Jesucristo nació el 25
de diciembre del año 1
(uno) de la Era
Cristiana, y que murió a
los treinta y tres años,
después de un ministerio
de tres años. Esa
cuenta, por el reloj de
arena del tiempo, habría
sido instituida
por el monje Dionisio,
El Pequeño, que vivió en
Roma entre los años 500
y 545, a partir de la
hipotética fecha de
nacimiento de Cristo,
sustituyendo la manera
precedente que era hecha
a partir de la fundación
de Roma, eso hasta
quinientos años después
de la muerte de Jesús de
Nazaret.
Según historiadores, el
monje Dionisio habría
traducido varias obras
eclesiásticas del Griego
para el Latín y
elaborado una especie de
tabla con la fecha de la
Pascua en una secuencia
de años. La expresión
“Era Cristiana” habría
sido cuñada por él para
designar los años
posteriores a 753 de la
fundación de Roma.
Para Ivan René
Franzolim, hay fuertes
indicaciones de que
Jesús había debido haber
nacido el año de 749 de
la fundación de Roma,
por lo tanto, cuatro
años antes de lo que fue
atribuido por el monje
Dionisio, siendo
desconocidos, sin
embargo, el día y el mes
de Su venida al mundo
terreno. Se cree que fue
el Emperador Constantino
I, el Grande, que reinó
entre 306 a 337, quien
determinó, en el 336,
que el nacimiento de
Jesús debería ser
celebrado el día 25 de
diciembre en todo el
Imperio Romano,
aprovechándose la
conmemoración del
solsticio de invierno en
el Oriente y el
renacimiento del Sol en
el Mediterráneo.
Oficialmente, esa fecha
como dies natalis
fue determinada por el
Padre Julio I, que fue
Papa entre 337 y 352.
Aliando las
informaciones históricas
a las de Emmanuel,
incluidas en el libro
“Hace Dos Mil Años”,
psicografiado por Chico
Xavier, es posible
concluir que Jesús murió
en la tarde del día tres
de abril, un viernes,
del año 33, con la edad
de treinta y seis o
treinta y siete años,
habiéndose su ministerio
realizado del año 28 al
año 33. Por lo tanto,
este año de 2013, cuando
reescribimos este
artículo, se completan
1980 años del retorno
del Maestro de Nazaret
al Mundo Espiritual.
Judas Iscariote
–
La Humanidad, sobre todo
los pueblos adeptos de
la religión católica, en
esos casi dos mil años,
recuerdan, cada año, por
ocasión de la llamada
“semana santa”, el
flagelo, el suplicio, el
juicio y la muerte de
Jesús, en una repetición
mórbida, sádica y
trágica, mostrando a
Cristo derrotado,
vencido, lánguido.
Durante esos días dichos
sagrados por el
Catolicismo, los
hombres, en fingida
piedad, lamentan los
suplicios infligidos a
Jesús. Aquí, es oportuno
recordar una trova del
autor Octavio Caúmo
Serrano, citada por él
en
su excelente artículo
“Jesús Murió para
salvarnos”, publicado en
la “Revista
Internacional de
Espiritismo”, edición de
marzo de 2008: En su
sadismo que espanta/el
hombre siempre hace
esto:/cada semana
santa/mata otra vez a
Jesucristo.
En esa misma ocasión, en
un contrasentido
absurdo, valiéndose de
una impiedad que choca
con las enseñanzas del
Maestro Divino, otra
personalidad es
recordada. No de forma
falsamente piadosa, sino
con escarnio verdadero,
con desprecio auténtico,
con mofa
genuina y mordacidad
real. Esa personalidad
es Judas Iscariote, uno
de los Doce Discípulos
del Cristianismo
Primitivo, sustituido
tras su suicidio por el
apóstol Matías. Todos
nosotros conocemos la
manera de cómo él es
recordado.
No se sabe mucho de la
genealogía de Judas
Iscariote. Su
procedimiento envilecido
para con Jesús tal vez
sea el motivo de que los
Evangelistas poco se
refieran a él.
Conforme el historiador
judio Flávio Josefo
(37–103 d. C.), el
apellido Iscariote se
origina de Carioth o
Keriote, ciudad natal de
aquel Apóstol. Hay
registros históricos de
que Judas Iscariote
habría sido el tesorero
de la primitiva
Comunidad Cristiana,
justamente por ser un
hábil
comerciante. Se sabe sin
embargo que Iscariote
era un hombre
inteligente, de carácter
amoroso e inquieto.
Finalmente, ¿qué habrá
motivado a Judas a poner
fin, traicionando al
Maestro? ¿Fue su
ambición de poder o fue
por idealismo
político-religioso? ¿O
fue simplemente por
orgullo y por envidia?
Son indagaciones que
perduran hasta hoy sin
una respuesta
concluyente, segura,
todo quedando en el
campo de las conjeturas
de los historiadores.
La explicación dada por
Judas
–
En una entrevista
concedida a Humberto de
Campos, en el libro
“Crónicas de Más Allá de
la Tumba”, Judas revela
que estaba enamorado por
las ideas socialistas de
Jesús, considerándolo el
Nuevo Rey de los Judíos,
tanto por su magnetismo
divino, por los
fenómenos mediúmnicos
que practicaba, como por
Su palabra
esclarecedora. Dice
Judas que veía en la
política y en la
revuelta popular el
único instrumento que
podría viabilizar la
liberación de los
judíos, pues era hostil
a la dominación romana.
Paralelamente,
consideraba al Maestro
un serio
obstáculo a su deseo de
llegar al poder, debido
a que Jesús tenía Su
opción por los pobres y
humildes, rechazando el
mando y la riqueza.
Aunque amara
profundamente al Hijo de
María, su ambición y su
deseo de apresurar la
victoria lo hizo
ingeniar el plan que
culminó con la
crucifixión y todo lo
demás que conocemos del
Martirio.
En la obra “Los Cuatro
Evangelios” se
encuentran dos mensajes
del propio Judas y una
de los cuatro
evangelistas, todos, a
aquella altura, ya en el
Plano Espiritual y
siendo orientados o
asistidos por los
Apóstoles. Tales
mensajes son firmados en
conjunto por José de
Arimatea
y por Simón el Cirineo,
las cuales traen
aclaraciones sobre la
traición. En el segundo
mensaje transmitido por
Iscariote él así se
expresa: “¡Oh! Como
es grande ese Dios que
permite que el hijo
culpable encuentre, en
su propia indignidad, el
punto de apoyo que lo
ayudará a
subir para la
perfección. ¡Oh! ¡como
es bueno Aquel que está
siempre preparado a
perdonar al que
sinceramente se
arrepiente, que cura con
Sus manos benefactoras
las llagas de nuestros
corazones culpables, que
en ellas derrama el
bálsamo de la esperanza
y las cicatriza con el
auxilio de la
expiación!”
Al final de los
mensajes, los
Evangelistas completan:
“(...) Judas es hoy
un Espíritu regenerado
en el crisol del
arrepentimiento, del
remordimiento, de la
expiación, de la
reencarnación y del
progreso. Se hizo uno de
los auxiliares humildes,
activos y dedicados de
Cristo. Este ejemplo os
muestra que
no debéis nunca repeler
cualquiera de vuestros
hermanos y aún menos
excluirlo de la paz del
Señor”.
Un mensaje de Judas
–
Otro importante mensaje
de Judas vamos a
encontrar en el libro
“Vida y Actos de los
Apóstolos”, de Cairbar
Schutel. Tal
comunicación fue
recibida el día 12 de
septiembre de 1916 en la
ciudad de Río de
Janeiro, por vía
mediúmnica, y comprobada
por un
vidente, que dijo haber
visto en el instante de
la transmisión “un
hombre de barbas y
cabellos negros,
llevando vestiduras
blancas, mucho blancas,
circundado de un grande
halo de luz azul-claro
que contornaba otra luz
de un azul-oscuro
aterciopelado. En torno
al Espíritu, esparcidos,
flotaban focos de luz
verde, siendo
deslumbrante el efecto
de la aparición”.
Por tratarse de una
bellísima oración de
alabanza a Dios y
Jesucristo, la
reproducimos íntegra:
“Judas, mis buenos
amigos, vuelve hoy al
mundo para declarar ante
los hombres las verdades
que le fueron inspiradas
por Nuestro Señor
Jesucristo – el Grande y
Amado Maestro – a quien,
en un momento de
ceguera, de tinieblas y
extrema flaqueza,
traicionó, vendiéndolo a
los enemigos.
Jesús, mis buenos
amigos, el Mesías, Aquel
que fue enviado por Dios
para salvar al Mundo
donde vivís hoy, ya
perdonó a Judas
Iscariote su flaqueza y
ceguera. Dios, en Su
misericordia infinita,
concedió, por la boca de
Su Hijo amado, el perdón
a aquel que fue en el
pasado infiel, traidor,
perjuro, falso y
criminal discípulo del
Mesías, que jamás dejó
de lamentar y
compadecerse de la
flaqueza y miseria de su
discípulo.
Vengo, mis buenos
amigos, en nombre de mi
Querido Maestro – el
Salvador del Mundo – a
deciros una cosa que os
interesa. Comparezco a
vuestra presencia, a fin
de restablecer la verdad
desvirtuada, falseada
por los hombres
interesados en
conservarse en el camino
del
error y de la mentira.
Estoy delante de
vosotros, mis buenos
amigos, para confesarme
agradecido por las
inmensas pruebas de amor
que me fueron
dispensadas por Dios y
por Nuestro Señor
Jesucristo.”
Judas reconoce sus
errores
–
“¡Aparezco aquí, ante
vosotros, mis compañeros
y amados hermanos, para
arrepentirme de los
errores que practiqué y,
a la vez, entonar himnos
a la Infinita Sabiduría
y a la pureza inmaculada
De ese Maestro
admirable, a la
incomparable
bondad De ese corazón
todo hecho de dulzura y
de amor! Vengo a cantar
hosannas a la sublime
sabiduría del Creador y
erguir una plegaria, en
la cual todos vosotros
debéis acompañarme,
pues, en esta oración
subiremos hasta junto al
Padre Celestial y de
Jesús, que, en esta
hora, extienden la
mirada misericordiosa
sobre este Planeta
atrasado, mundo de
expiaciones y
sufrimientos, de
lágrimas y de dolores.
Decid conmigo, mis
queridos hermanos:
‘¡Jesús, nuestro
Salvador, Hijo de Dios y
Luz Sublime que clarea
nuestro camino, que nos
guía en la Tierra y en
la Eternidad! Señor,
aquí están tus hijos,
teniendo al frente aquel
que en el Mundo erró
profundamente, el mayor
de todos los
criminales que pisaron
la superficie de este
Planeta; aquí estamos
todos nosotros, Señor,
teniendo a nuestro
frente el más pérfido e
infiel de tus
discípulos; aquí nos
hallamos todos nosotros,
de pie, junto al más
débil criminal de tus
hijos – ¡Judas
Iscariote! ¡Nosotros,
Señor, somos también
débiles, practicamos
grandes errores, pesan
sobre nosotros inmensas
culpas, grandes pecados
nos obligan a curvar la
frente delante de Ti,
¡Señor!
Tenemos, Jesús, nuestra
alma cubierta de llagas,
nuestro corazón
envenenado por los más
impuros sentimientos que
en él hemos alimentado;
sentimos nuestro
espíritu abatido a
volver a ver nuestro
pasado espiritual, lleno
de crímenes y faltas
graves; somos, Señor,
aún
esclavos de la materia,
sintiendo las entrañas
devoradas por los deseos
pecaminosos, el alma
presa, encadenada a la
materia que la retiene
en la superficie de la
Tierra, de donde no
podrá desprenderse para
las luminosas regiones
sin primero expurgarse
de las impurezas y de
las
manchas que los pecados
dejaron sobre ella y
donde las adicciones
produjeron ranuras
profundas, ¡las miserias
de la carne lanzaron
vestigios que
difícilmente se
borrarán! Tenemos, buen
Jesús, las manos teñidas
de la sangre de nuestros
hermanos, los pies
llenos de barro pútrido
de los antros y de los
estercoleros por donde
caminamos durante largo
tiempo; conservamos
también en las manos el
oxido de la moneda a
intercambio de la cual
vendemos nuestra
conciencia, traicionamos
a nuestros hermanos;
guardamos aún en los
labios las señales de
nuestras abyecciones, de
la impureza de las
pasiones
del estercolero por
donde caminamos durante
largo tiempo;
conservamos también en
las manos el oxido de la
moneda a intercambio de
la cual vendemos nuestra
conciencia, traicionamos
a nuestros hermanos;
guardamos aún en los
labios las señales de
nuestras abyecciones, de
la impureza de las
pasiones
que alimentamos en
nuestros corazones;
traemos estampados en la
frente los estigmas de
nuestras bajezas, de las
podredumbres, miserias y
libertinaje a que nos
entregamos en la vida;
conservamos en los ojos
los trazos de nuestras
crueldades, el brillo de
las voluptuosidades y
placeres criminales que
durante esta experiencia
terrena hemos
disfrutado.”
La plegaria prosigue
–
“Nuestro cuerpo, Señor,
es el libro donde se
halla escritura la
historia de nuestros
abusos y de nuestras
transgresiones; nuestra
alma, Jesús, es el
espejo donde en este
instante se reflejan
todos nuestros atentados
a las leyes de Dios,
todas las violaciones de
Tú efigie más tan
apagada que difícilmente
la reconoceremos.
¡Señor Jesús! ¡Querido y
adorado Maestro! Todos
nuestros pecados se
hallan grabados en
nuestro espíritu; ¡todas
nuestras culpas están
diseñadas en nuestra
conciencia, que nos
acusa delante de Ti y de
Tú Padre!
Son grandes nuestras
faltas, inmensos
nuestros pecados,
infinitos nuestros
errores, pero en tu
bondad hay siempre lugar
para todos los perdones;
en Tu alma existen
grandes reservas de
misericordia y
tolerancia; ¡en tu
inconmensurable corazón
hay un rebosar constante
de
piedad y de amor para
los que sufren, que
gimen y lloran, los
débiles, los infelices y
los pecadores, como
nosotros!
Recibe, por lo tanto,
buen Jesús, esta
plegaria que te
ofrecemos y que es
pronunciada por los
labios más impuros que
ya existieron sobre la
Tierra, dictada por la
conciencia más sombría
que palpitó en un ser
humano, trazada por la
mano más criminal que ya
existió en este Planeta;
plegaria nacida del alma
más culpable que este
Mundo conoció hasta hoy,
el espíritu más débil y
criminal de los que se
han encarnado en la
Tierra. ¡Acepta, Señor,
Buen Jesús, la plegaria
que Judas, el traidor de
ayer, el falso y el
pérfido de otros
tiempos, nos hace
recitar en este
momento en tu presencia
para que podamos, como
él, alcanzar nuestro
perdón, merecer de tu
bondad la gracia de
recibir de tu Padre la
misma luz y la misma paz
que Él concedió al más
cruel, al más criminal e
infame de sus hijos!
¡Oye, Jesús, nuestra
plegaria y danos lo que
de este Judas por el mal
que él Te hizo, por la
traición que practicó
contra tu persona
divina, por el ultraje
que te infligió a Ti, en
el momento más doloroso
de tu vida de Misionero,
de Redentor, de Salvador
del Mundo e Hijo de
Dios!”
No juzguéis, dice
Lamennais –
“Tú, que tuviste en Tu
alma la grandeza, la
dulzura y el amor para
perdonar a ese falso y
perjuro discípulo,
Señor, perdónanos
también a nosotros,
cuyos errores, cuyas
faltas, crímenes y
pecados están muy
distantes del crimen y
del pecado de aquel
que se halla a nuestro
frente, en esta hora de
luto y de dolor, para
rendir gracias a la
infinita misericordia de
Dios y el inmenso e
inagotable manantial de
dulzura, cariño, afecto,
pureza e inmenso amor –
¡el corazón de Jesús!
¡Perdonanos, Señor!
‘Sálvanos, Jesús’.”
Yo diré también:
“¡Jesús! ¡Mi Salvador!
¡Si merecí tu perdón y
tu misericordia, mis
hermanos pueden también
merecerlos, pues delante
de Judas, la Humanidad
entera, con todos sus
crímenes, sus pecados y
sus miserias, es santa,
inocente como la más
inocente de las
criaturitas que juegan
en la superficie de la
Tierra! ¡Perdona, por lo
tanto, Señor, a la
Humanidad, como
perdonaste al mayor de
los traidores!”.
El injusto juicio que
aún hoy de él hacemos,
así como las diatribas
que nosotros, llamados
cristianos, lanzamos
contra Judas Iscariote,
ayer un criminal abyecto
y hoy, seguramente,
integrante de las
falanges celestiales de
Espíritus purificados,
deben avergonzarnos,
pues
somos tan o más
infractores ante las
Leyes Divinas de lo que
él fue en aquellos
pasados tiempos de su
vivencia terrena.
Deberíamos acordarnos,
diariamente, de un tramo
de un mensaje dejado por
el Espíritu Lamennais,
transmitido en París, en
1862, y que consta del
capítulo XI, ítem 14,
del “El Evangelio según
el Espiritismo”, de
Allan Kardec: “¡No
juzguéis, oh! no
juzguéis, mí queridos
amigos, porque el juicio
que hagáis os será
aplicado más severamente
aún, y tenéis necesidad
de indulgencia para los
pecados que cometéis sin
cesar. ¿No sabéis que
hay muchas acciones que
son crímenes a los ojos
del Dios de pureza, y
que el mundo no
considera siquiera como
faltas leves?”
Fontes:
Artigo “Do Orgulho à
Humildade: Judas e o
Perdão”, de Roosevelt
Pinto Sampaio, in
“Reformador” de setembro
de 1999.
“Vida e Atos dos
Apóstolos”, de Cairbar
Schutel.
“Há Dois Mil Anos”, do
Espírito Emmanuel/Chico
Xavier.
“O Evangelho segundo o
Espiritismo”, de Allan
Kardec.