Cansado de vivir en la
ciudad, donde el
movimiento lo
incomodaba, Jonas
decidió comprar una
pequeña casa de campo en
un lugar distante para
vivir más junto a la
naturaleza.
Inmediatamente apareció
un hombre que le ofreció
una casa de campo por un
valor razonable, y con
su forma de vendedor
habituado a convencer a
las personas, decía:
— ¡Mi amigo Jonas! ¡La
casa de campo es una
belleza, las tierras son
fértiles y cultivadas!
¡Vosotros no
necesitareis llevar
nada, pues la casa está
amueblada! Es llegar
allá, vender la cosecha
de maíz y comenzar a
ganar dinero. Además de
eso, vosotros podréis
pagar la casa de campo
con esta casa donde
viven y una pequeña
cuota más.
Jonas, que tenía una
reserva de dinero,
encantado con las
palabras del vendedor,
consultó a la esposa,
que oía la conversación:
— Qué piensas, Maria?
— Yo concuerdo, Jonas.
También quiero cambiar
de esta ciudad donde no
se hay más paz — ella
respondió.
Así, realizado el
negocio, colocaron sus
cosas sobre un carro,
dejando el resto en la
casa, una vez que no
tendrían necesidad, y
partieron para la casa
de campo que sería su
nueva vivienda.
Iban contentos y
animados. Todo era
novedad.
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Después de alguna
dificultad para
encontrar el camino,
llegaron a la nueva
propiedad. Abrieron el
portón y entraron,
recorriendo algunos
centenares de metros
hasta llegar enfrente de
la casa.
Descargaron el coche,
dejando el caballo libre
para pastar.
Al día siguiente,
animados, Jonas y Maria
fueron a conocer sus nuevas
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tierras. Sin
embargo, con
grande espanto,
vieron que gran
parte del
terreno estaba
invadido por
espinos. No
había plantación
de maíz y mucho
menos cosecha.
Ni pasto para el
caballo.
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Jonas y Maria se
pusieron a llorar. ¿Como
harían para sobrevivir?
¡El dinero que tenían
era poco! Sólo lo
suficiente para que
ellos se mantuviesen los
primeros días y hasta
vender la producción de
la casa de campo. ¿Pero,
y ahora?
Como Jonas era um hombre
de fé, invito a Maria
para orar.
— ¡Señor Jesús! Sabemos
que cada uno coge lo que
planta, y reconozco que
nosotros no fuimos
precavidos, haciendo un
negocio sin mayores
informaciones. Sin
embargo, Tú nos dijiste
también que en el campo
del Señor encontraríamos
dificultades, tropiezos,
espinos e hierbas
dañinas. ¡Por eso,
rogamos tu ayuda en esta
hora, Señor! ¡Muéstranos
el camino, pues no
sabemos qué hacer!
Después de la oración,
fueron a descansar.
Al día siguiente, Jonas
despertó y fue para el
campo. Estaba cierto que
el Señor lo ayudaría.
Caminó un poco y un
pensamiento surgió en su
mente: Jesús enfrentó
todos los problemas y se
sacrificó por la
humanidad entera,
dejando sus lecciones de
amor, trabajo y
redención.
Jonas volvió corriendo
para la casa y le dijo a
la mujer:
— Maria, delante de los
obstáculos que surgen,
nosotros no podemos
cruzar los brazos y
desanimarnos. ¡Jesús
nunca se desanimó! Es
preciso que nos
dispongamos a actuar.
Así, vamos a trabajar
con coraje y
determinación.
— ¡Pero Jonas, ¿y los
espinos?!... — indagó la
esposa, sorprendida.
— Maria, ¿habría el
Maestro desanimado
delante de espinos, si
no lo hizo delante de
los sufrimientos que
enfrentó? Entonces, si
nuestros problemas son
esos, vamos a
enfrentarlos. ¡Si
nuestro terreno está
lleno de espinos, vamos
a arrancarlos! Labrar
este suelo duro y
abonarlo con nuestro
sudor y lágrimas. Además
de eso, siempre podremos
contar con la lluvia
benéfica que cae del
cielo, por la bendición
divina. Y, buscando,
podemos encontrar
fuentes en medio del
bosque que nos ayuden en
la tarea de mejorar la
tierra para la
plantación.
El marido hubo hablado
con los ojos brillantes,
y las palabras dichas
con entusiasmo llenaron
a Maria de nuevo ánimo.
En la misma hora,
cogieron las azadas y
comenzaron la tarea de
limpiar el terreno.
Jonas aún tenía un poco
de dinero que le había
restado, que usó para
comprar algunos
alimentos esenciales en
la villa más próxima y
bastante maíz, que,
molido, serviría para la
alimentación de ellos, y
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en granos, para
los caballos y
para la
plantación. |
Andando por la casa de
campo, descubrieron un
manantial que corría
cristalino entre las
piedras. Con cuidado,
ellos abrieron un
pequeño canal que
llevara agua para el
terreno ya limpio. Así,
tiraron los granos en la
tierra, cubriéndolos, y
esperaron la
germinación, limpiando
otro trozo de terreno
aún lleno de espinos.
Aquella semana, como
bendición de lo Alto,
una lluvia fina comenzó
a caer. Luego, todo el
terreno estaba cubierto
por el verde de las
plantitas delicadas que
se transformarían en
lindos granos de maíz.
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Algún tiempo después,
todas las personas que
pasaban por la carretera
podían ver el bello
maizal que se extendía
permitiendo perder de
vista.
Satisfechos, Jonas y
Maria agradecían a Jesús
por las bendiciones
recibidas.
Pero, en el fondo de sus
corazones, ellos sabían
también qu e si no
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hubieran
trabajado duro,
de sol a sol,
nada habrían
conseguido, pues
fue el propio
Maestro que
había dicho: |
“Ayúdate a ti mismo que
el cielo te ayudará.”
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
13/5/2013.)
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