Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Cuál
es nuestro deber ante la
tarea de divulgación del
Espiritismo?
B. Si
muchos espíritas se
desvían del buen camino,
¿qué señal nos permite
reconocer a los que
todavía están en la ruta
correcta?
C. ¿A
quién confiará Dios los
puestos más difíciles en
la gran obra de
regeneración por el
Espiritismo?
D. ¿Qué
significa, en el sentido
evangélico, la palabra
profeta y quiénes son
los falsos profetas?
Texto para la lectura
271.
“Aquél que quebrante uno
de estos mandamientos
muy pequeños y que
enseñe a los hombres a
quebrantarlos, será
considerado como último
en el reino de los
cielos; pero aquél que
los cumpla y los enseñe,
grande será en el reino
de los cielos.”
(Mateo,
cap. V, v. 19.)
Son eternas las palabras
de Jesús, porque son la
verdad. Constituyen no
sólo la salvaguardia de
la vida celestial sino
también la garantía de
la paz, la tranquilidad
y la estabilidad en las
cosas de la vida
terrena. He ahí por qué
todas las instituciones
humanas, políticas,
sociales y religiosas,
que se apoyen en esas
palabras serán estables
como la casa construida
sobre la roca.
(Cap.
XVIII, ítems 8 y 9)
272. “Si
fueseis ciegos – dijo
Jesús -, no tendríais
pecado.” Con esto, Jesús
quiso decir que la
culpabilidad está en
razón de las luces que
la criatura posea. Ahora
bien, los fariseos que
tenían la pretensión de
ser, y lo eran, los más
esclarecidos de su
nación, se mostraban más
culpables a los ojos de
Dios que el pueblo
ignorante. Lo mismo
sucede hoy. A los
espíritas, pues, se les
pedirá mucho porque han
recibido mucho; pero
también, a los que hayan
aprovechado, les será
dado mucho. El
Espiritismo viene a
multiplicar el número de
los llamados. Por
la fe que da,
multiplicará también el
número de los escogidos.
(Cap.
XVIII, ítem 12)
273.
“Tened mucho cuidado con
lo que oís, porque
usarán con vosotros la
misma medida que hayáis
usado para medir a
otros, e incluso se os
añadirá; porque, al que
ya tiene se le dará y al
que no tiene, se le
quitará hasta lo que
tiene.”
(Marcos, cap. IV, vv. 24
y 25.) No es Dios el que
quita a aquél que
recibió poco: es el
mismo Espíritu que, por
ser pródigo y
descuidado, no sabe
conservar lo que tiene y
aumentar el óbolo que
cayó en su corazón.
Aquél que no cultiva el
campo que su padre le
dejó en herencia, lo ve
cubrirse de hierbas
parásitas. ¿Es su padre
quien le quita las
cosechas que él no quiso
preparar?
(Cap.
XVIII, ítems 14 y 15, un
Espíritu amigo)
274.
¿Bastará decir: “Soy
cristiano”, para que
alguien sea un seguidor
de Cristo? Buscad a los
verdaderos cristianos y
los reconoceréis por sus
obras.
(Cap. XVIII,
ítem
16,
Simeón)
275. La
fe sincera y verdadera
es siempre serena; da la
paciencia que sabe
esperar, porque al tener
su punto de apoyo en la
inteligencia y en la
comprensión de las
cosas, tiene la certeza
de alcanzar el objetivo
deseado. La fe dudosa
siente su propia
debilidad; cuando es
estimulada por el
interés, se vuelve
furibunda y cree suplir
la fuerza que le falta
con la violencia. La
calma en la lucha es
siempre una señal de
fuerza y de confianza;
la violencia, por el
contrario, denota
debilidad y falta de
confianza en sí mismo.
(Cap.
XIX, ítem 3)
276. No
se debe confundir la fe
con la presunción. La
verdadera fe se aviene
con la humildad. Aquél
que la posee deposita su
confianza más en Dios
que en sí mismo, porque
sabe que, siendo un
simple instrumento de la
voluntad divina, nada
puede sin Dios. Por esta
razón es que los buenos
Espíritus vienen en su
ayuda. La presunción es
más orgullo que fe, y el
orgullo es siempre
castigado, tarde o
temprano, por la
decepción y los castigos
que se le infligen.
(Cap. XIX, ítem 4).
277. Se
dice vulgarmente que la
fe no se obliga. Sin
duda, la fe no se ordena
ni, lo que es aún más
cierto, se impone. No;
ella se adquiere y no
hay nadie que esté
impedido de poseerla,
incluso entre los más
refractarios.
(Cap.
XIX, ítem 7.)
278. En
algunas personas, la fe
parece de algún modo
innata; basta una chispa
para desarrollarla. Esa
facilidad para asimilar
las verdades
espirituales es una
señal evidente del
progreso anterior. En
otras personas, al
contrario, penetran con
dificultad, señal no
menos evidente de una
naturaleza retrasada.
Los primeros creyeron ya
y comprendieron; traen
al renacer la intuición
de lo que sabían.
(Cap.
XIX, ítem 7.)
279. La
fe necesita una base, y
esta base es la
comprensión perfecta de
aquello que se debe
creer. Y para creer, no
basta ver; es necesario,
sobre todo, comprender.
La fe ciega ya no es de
este siglo, tanto así
que precisamente el
dogma de la fe ciega
produce hoy en día el
mayor número de
incrédulos, porque
pretende imponerse,
exigiendo la abdicación
de una de las más
preciosas prerrogativas
del hombre: el
razonamiento y el libre
albedrío.
(Cap.
XIX, ítem 7.)
280.
“Pedro, acordándose de
lo que había dicho
Jesús, dijo: Maestro,
mira cómo se secó la
higuera que maldijiste.
Jesús, tomando la
palabra, les dijo: Tened
fe en Dios. En verdad os
digo que aquél que
dijera a esta montaña:
Quítate de allí y
lánzate al mar, pero sin
dudas en su corazón, y
por el contrario
creyendo firmemente que
todo lo que haya dicho
sucederá, verá que en
efecto, sucede.”
(Marcos, cap. XI, vv. 20
a 23.)
La higuera que se secó
es el símbolo de los que
sólo aparentan
inclinación al bien pero
que, en realidad, nada
de bueno producen; de
los oradores que tienen
más brillo que solidez,
cuyas palabras tienen un
barniz superficial, de
manera que agradan a los
oídos pero sin que
revelen, cuando son
escuchadas, algo
sustancial para los
corazones.
(Cap.
XIX, ítems 8 y 9.)
281. La
higuera seca simboliza
también a todos los que,
teniendo los medios para
ser útiles, no lo son; a
todas las utopías, todos
los sistemas vacíos,
todas las doctrinas
carentes de una base
sólida. Lo que más a
menudo falta es la fe
verdadera, la fe fértil,
la fe que conmueve las
fibras del corazón, en
una palabra, la fe que
mueve montañas. (Cap.
XIX, ítem 9.)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Cuál
es nuestro deber ante la
tarea de divulgación del
Espiritismo?
“Id y
predicad la palabra
divina”, he ahí la
invitación-desafío
propuesta a los
espíritas. Ha llegado la
hora en que debemos
sacrificar, para la
divulgación del
Espiritismo, nuestros
hábitos, nuestros
trabajos, nuestras
ocupaciones fútiles. En
esta tarea estarán con
nosotros los Espíritus
elevados. Es necesario
regar con nuestro sudor
el terreno que tendremos
que sembrar. Llevemos la
palabra divina a los
grandes que la
despreciarán, a los
sabios que exigirán
pruebas, a los pequeños
y sencillos que la
aceptarán, porque
principalmente entre los
mártires del trabajo
encontraremos el fervor
y la fe.
(El
Evangelio
según el Espiritismo,
cap. XX, ítem 4.)
B. Si
muchos espíritas se
desvían del buen camino,
¿qué señal nos permite
reconocer a los que
todavía están en la ruta
correcta?
Respondiendo a esta
pregunta, Erasto dijo:
“Los reconoceréis por
los principios de la
verdadera caridad que
ellos enseñarán y
practicarán. Los
reconoceréis por el
número de afligidos que
habrán consolado; los
reconoceréis por su amor
al prójimo, por su
abnegación, por su
desinterés personal; los
reconoceréis, en fin,
por el triunfo de sus
principios, porque Dios
quiere el triunfo de su
ley; los que siguen su
ley son sus elegidos y
Él les dará la victoria;
pero destruirá a
aquellos que falsean el
espíritu de esa ley y
hacen de ella un medio
para satisfacer su
vanidad y su ambición”.
(Obra
citada, cap. XX, ítem
4.)
C. ¿A
quién confiará Dios los
puestos más difíciles en
la gran obra de
regeneración por el
Espiritismo?
Según el
Espíritu de Verdad,
¡dichosos serán los que
hayan trabajado en el
campo del Señor con
desinterés y sin otro
móvil que la caridad!
Sus jornadas de trabajo
serán pagadas el
céntuplo de lo que
hubieran esperado.
Dichosos los que hayan
dicho a sus hermanos:
Trabajemos juntos y
unamos nuestros
esfuerzos, a fin de que
cuando llegue el Señor,
encuentre la obra
terminada”, porque el
Señor les dirá: “Venid a
mí, vosotros que sois
buenos servidores,
vosotros que supisteis
imponer silencio a
vuestros celos y
discordias, a fin de que
esto no perjudique la
obra”. Pero, ¡ay de
aquellos que por sus
disensiones, hayan
retrasado la hora de la
cosecha, porque la
tempestad vendrá y ellos
serán arrastrados por el
torbellino! A los que no
retrocedan ante sus
tareas, el Señor les
confiará los puestos más
difíciles en la gran
obra de regeneración por
el Espiritismo.
Entonces, se cumplirán
estas palabras: “Los
primeros serán los
últimos y los últimos
serán los primeros en el
reino de los cielos”.
(Obra
citada, cap. XX, ítem
5.)
D. ¿Qué
significa, en el sentido
evangélico, la palabra
profeta y quiénes son
los falsos profetas?
Se
atribuye comúnmente a
los profetas el don de
adivinar el futuro, de
manera que las palabras
profecía y predicción
se volvieron sinónimas.
En el sentido
evangélico, el vocablo
profeta tiene una
significación más
amplia. Se llama así a
todo enviado de Dios con
la misión de instruir a
los hombres y revelarles
las cosas ocultas y los
misterios de la vida
espiritual. Un hombre,
pues, puede ser profeta
sin hacer predicciones.
Los
falsos profetas son
aquellos que así se
llaman a sí mismos, sin
tener condiciones para
ello. Los falsos
profetas no sólo se
encuentran entre los
encarnados. Los hay
también, y en mucho
mayor número, entre los
Espíritus orgullosos
que, aparentando amor y
caridad, siembran la
desunión y retrasan la
obra de la emancipación
de la Humanidad,
lanzándole sus sistemas
absurdos, después de
haber hecho que sus
médiums los acepten. Y,
para fascinar mejor a
aquellos que desean
engañar, para dar más
peso a sus teorías, se
apropian sin escrúpulo
de nombres que los
hombres pronuncian sólo
con respeto.
Son ellos
los que esparcen el
fermento de los
antagonismos entre los
grupos, que les inducen
a aislarse los unos de
los otros, y a mirarse
con precaución. Sólo
esto bastaría para
desenmascararlos, porque
procediendo así, son los
primeros en dar el más
formal desmentido a sus
pretensiones. Ciegos,
pues, son los hombres
que se dejan caer en tan
grosero embuste.
Debemos
rechazar sin
condescendencia a todos
esos Espíritus que se
presentan como
consejeros exclusivos,
predicando la división y
el aislamiento. Son casi
siempre Espíritus
vanidosos y mediocres
que buscan imponerse a
los hombres débiles y
crédulos, prodigándoles
alabanzas exageradas, a
fin de fascinarlos y
tenerlos dominados.
Generalmente, son
Espíritus sedientos de
poder y que, déspotas
públicos o domésticos
cuando vivían, quieren
aún tener víctimas para
tiranizar después de
haber muerto. En
general, desconfiad de
las comunicaciones que
tienen un carácter de
misticismo y de rareza.
Hay siempre en estos
casos, un motivo
legítimo de sospecha.
Estemos seguros de que
cuando una verdad debe
ser revelada a los
hombres es, por así
decirlo, comunicada
instantáneamente a todos
los grupos serios que
disponen de médiums
también serios, y no a
tal o cual, con
exclusión de los demás.
(Obra
citada, cap. XXI,
ítems
4 y 10)
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