La saludable
influencia
de la
enfermedad
Fue Léon Denis
quien dijo que
el dolor es ley
de equilibrio y
educación.
Planeta de
pruebas y
expiaciones, la
Tierra nos
ofrece ejemplos
innumerables de
personas que
enfrentan el
dolor en sus
múltiplos
aspectos. El
dolor de la
pierda de un
hijo, el dolor
de la separación
de quien se
cambia para
lejos, el dolor
resultante de
una enfermedad
pertinaz… La
manera es bien
variada, pero
eso no importa,
porque, sea de
una manera o de
otra, el dolor
es compartido
por casi todo el
mundo.
En la obra “Y
la Vida
Continúa”,
psicografada por
Chico Xavier,
André Luiz nos
habla sobre el
dolor en una de
sus facetas y
nos enseña como
la enfermedad
tiene el poder
de cambiar el
rumbo de
nuestras
preocupaciones.
La obra relata
las experiencias
vividas por los
personajes
principales de
la historia,
Evelina Serpa y
Ernesto Fantini,
que padecían de
la misma
enfermedad.
En un encuentro
que tuviera con
Evelina, unos
días antes de la
cirugía que los
llevaría a la
desencarnación,
Ernesto le
declaró: “Antes
de la molestia,
me reconocía
seguro de la
vida. Comandaba
los
acontecimientos,
ni sabía, al
menos, de la
existencia de
ése o de aquel
órgano en mi
cuerpo. Mientras
tanto, un tumor
en la
suprarrenal no
es un
padecimiento.
Tiene cualquier
cosa de un
fantasma
anunciando
contratiempos y
obligándome a
pensar,
raciocinar,
discernir…”
Efectivamente,
muchas personas
sólo despiertan
para las
realidades
espirituales
cuando enfrentan
situaciones
parecidas con
las de la
pareja. La
enfermedad de
tratamiento
difícil y cura
incierta hace
con que veamos
las cosas de la
Tierra con otros
ojos.
De la
preocupación de
Ernesto Fantini
le surgió la
curiosidad por
asuntos
relacionados con
la vida
espiritual y con
la posibilidad
del intercambio
entre nosotros y
los Espíritus.
El tema lo
absorbía de tal
manera que
Fantini no
conseguía ahora
hurtarse a la
sed de estudio.
En lo que se
refiere al
asunto muerte,
que discutieron
enseguida, él
reveló no
temerla tanto,
pero Evelina
admitió que no
la deseaba,
informando que,
delante de la
enfermedad,
estaba viviendo
de manera más
cuidadosa y
armonizada con
los deberes
religiosos.
La conversación
entre ellos
prosiguió franca
y respetuosa por
más algún
tiempo, hasta
que se
despidieron,
volviendo a
encontrarse
semanas después,
no en la esfera
terrestre, pero
en el mundo
espiritual que
nos aguarda a
todos, una vez
que no
resistieron ante
la virulencia de
la enfermedad
que los había
acometido.
Casos así son
mucho más
comunes de lo
que se piensa y
sería muy bueno
que las
personas,
ciertas de la
transitoriedad
de la vida, no
tuviesen de
esperar la
proximidad de la
muerte para
cuidar de las
cosas del
espíritu,
cumpliendo desde
temprano, a
partir mismo de
la juventud, la
parte que les
toca en la obra
de la Creación,
como nos es
dicho en la
cuestión 132 d’El
Libro de los
Espíritus,
sin transferir
para el futuro
tareas que
pueden muy bien
ser realizadas o
iniciadas en la
presente
existencia.
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