Eduarda, de nueve años,
vivía en un barrio
bastante agradable de la
ciudad. En la vecindad
tenía varios amigos y
acostumbraban a jugar en
la calle tranquila.
Cierto día, ellos vieron
llegar un camión de
mudanzas. Quedaron
alegres al ver a un
chico más o menos de la
edad
— ¡Hola! Yo soy Eduarda.
Mis amigos y yo jugamos
aquí en la calle.
¿Quieres participar?
— ¡No te acerques,
chica! No acostumbro a
tener amistad con gente
como vosotros. Vete a
buscar tu grupo —
replicó irritado el
chico, con cara larga.
Duda bajó la cabeza,
molesta, y volvió junto
a los amigos, contando
lo que él había dicho.
Todos quedaron tristes,
pues nunca habían
encontrado alguien así.
Resolvieron no
preocuparse más con el
nuevo vecino y volvieron
a jugar.
Sin embargo,
inmediatamente
percibieron que no
tendrían más paz en el
barrio. De ese día en
delante, todo fue siendo
más difícil. El chico,
João, matriculado en la
clase de Duda, se juntó
con una banda de niños
del tipo de él, pasando
a crear problemas para
todos los demás.
Duda y sus amigos no
jugaban más en la calle,
pues ellos lo
estropeaban todo.
Cortaban el balón con un
navajita; si estaban
leyendo revista o libro,
ellos los rasgaban,
después salían
corriendo.
Todo eso dando
carcajadas.
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El barrio, antes tan
agradable, pasó a estar
triste, sin la alegría
de los niños. Un día,
Duda volvió para casa y
fue hasta la cocina,
donde su madre hacía una
tarta. Al verla, la
madre percibió que
estaba triste y preguntó
la razón.
— ¡Ah, mamá! ¿Te
acuerdas de aquel niño
que se mudó hace poco
para aquí? ¡Él es
terrible! — respondió la
niña con lágrimas
descendiendo por el
rostro.
Y Duda contó a la madre
lo que estaba
ocurriendo. La madre
oyó, mientras
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continuaba
moviendo la masa
de la tarta.
Después dijo: |
— Hija, ¿tú ya viste lo
que hace la levadura
cuando es colocada en la
masa?
— ¡Madre!... — exclamó
la niña indignada — ¡¿Yo
estoy contando un
problema y tú vienes a
hablarme de la tarta y
de levadura?!...
— Duda, la masa y la
levadura tienen que ver
todo con tu problema.
Jesús nos enseñó que un
poco de fermento de
levadura a toda la masa,
es decir, hace la masa
crecer bastante. ¡Sin
embargo Jesús quería
enseñarnos que con
nuestros pensamientos,
con nuestras actitudes,
podemos obrar como el
fermento, cambiando la
situación que estamos
enfrentando!
— Entendí. Quiere decir
que necesito hallar un
modo de cambiar la
situación. ¿Pero cómo? —
la chica murmuró y
después se puso a
pensar, callada.
— Las personas que
actúan así, con mal
humor, violencia,
agresividad,
generalmente son
frágiles, guardan
problemas serios, y esa
es la manera de echar
para fuera lo que
sienten. ¿Entendiste? —
explicó la madre.
— Sí, mamá. Voy a hablar
con el grupo y ver lo
que podemos hacer.
Pero al día siguiente
João no fue a la
escuela. Ni en los otros
días. Preocupada, Duda
decidió ir a visitarlo.
Llegando a la casa de
él, toco la puerta y una
señora vino a abrir.
— ¡Buen día! Yo soy
Eduarda, compañera de
João en la escuela.
Estaba preocupada y vine
a saber lo que está
pasando con él.
La señora, que tenía
expresión cansada,
triste, abrió con una
leve sonrisa.
— Entra, Eduarda. João
está enfermo.
Ven hasta el cuarto de
él.
Ella dijo que no
necesitaba, sólo quería
saber cómo estaba él.
Pero la dueña de la casa
insistió y Duda entró en
el cuarto de él. Por
dentro, estaba temblando
de miedo. Al verla, el
chico quedó sorprendido
y mostró cierta
satisfacción. La madre,
alegando trabajo, los
dejó a solas.
— Hola, vecina mía. ¿Qué
te trajo aquí? ¿Viniste
a ver si yo ya morí?
— Yo estaba preocupada
contigo, João. Hace días
que no vas a las clases.
— Pues no necesitabas
preocuparte. Es sólo una
gripe. Tampoco no me
llames João. No me
gusta.
— ¿Y por qué? ¡Es un
nombre lindo! João
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fue el más joven
apóstol de
Jesús, y estaba
muy unido al
Maestro. ¡Debe
ser por eso que
tus padres te
dieron este
nombre! |
— No. Es porque mi padre
se llama João. Por eso
no me gusta mi nombre.
— Pues creo que debes
enorgullecerte de él. Mi
padre me contó que,
después de la
crucificación, todo
quedó difícil para los
seguidores de Jesús.
María, su madre, quedó
sola y fue a vivir lejos
con unos parientes.
Algunos años después,
João fue a buscarla y la
invitó a ir con él para
Efeso, donde él había
conseguido una casita y
trabajaba en la
divulgación de las
enseñanzas de Jesús.
María fue y quedó con él
hasta el fin de su vida.
Cuando Duda terminó de
contar, João estaba con
los ojos húmedos.
— Linda historia. Ahora
veo que nada tiene que
ver con mi padre, que se
irrita por cualquier
cosa, y se pone
violento, bruto, y
golpea a todos los que
están cerca.
En aquel momento, Duda
notó las marcas que él
tenía en los brazos, en
el rostro y sintió mucha
pena. Recordando
lo que la madre había
dicho, ella repitió:
— João, tu padre no debe
ser así porque quiere.
En el interior, él debe
tener muchos problemas
que no consigue
resolver.
Ten piedad de él.
El niño miró para ella y
cogió su mano, diciendo:
— Eduarda, tú no sabes
el bien que me hiciste
hoy. Estaba mal y me
siento mucho mejor. ¿Tú
me disculpas? Sé que te
molesté bastante.
— No tengo que perdonar,
João. ¿Puedo venir otras
veces?
— ¡Claro! Y trae a tus
amigos. Quiero
conocerlos mejor. Si
fueran cómo tú...
Duda sonrió y se
despidió, después se fue
pensando: Cuánto bien
puede hacer un poco de
amor y de atención. Pero
todos en aquella casa
necesitan de ayuda. La
madre es muy triste y el
padre debe tener muchos
problemas. Voy a hablar
con mis padres. ¿Quién
sabe si ellos puedan
ayudarlos? El Señor
estaba cierto, Jesús. Un
poco de levadura es
suficiente para hacer
toda la masa crecer.
¡Gracias!
Y de ánimo renovado
Eduarda volvió para su
hogar, donde había amor
y tranquilidad.
Entrando en casa, sintió
el olor de la tarta que
había acabado de cocer.
Sonrió y cogió el pedazo
de tarta que su madre le
dio, diciendo:
— ¡Gracias, mamá! Lo que
no hace un poco de
levadura en la masa, ¿no
es?
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
8/07/2013.)
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