Continuamos el
estudio metódico
de “El Evangelio
según el
Espiritismo”, de
Allan Kardec, la
tercera de las
obras que
componen el
Pentateuco
Kardeciano, cuya
primera edición
fue publicada en
abril de 1864.
Las respuestas a
las preguntas
sugeridas para
debatir se
encuentran al
final del
texto.
Preguntas para
debatir
A. ¿Qué posición
debemos tomar,
como espíritas,
ante los que no
piensan como
nosotros?
B. ¿Es válido
cobrar por las
curaciones y
oraciones hechas
en favor de
otros?
C. ¿Cuál es el
mérito de las
oraciones
pagadas?
D. ¿Cuál es el
gran
inconveniente de
las oraciones
pagadas?
Texto para la
lectura
334. Si Dios
hubiese liberado
al hombre del
trabajo
corporal, sus
miembros se
habrían
atrofiado; si le
hubiese eximido
del trabajo de
la inteligencia,
su Espíritu
habría
permanecido en
la infancia, en
el estado de
instinto animal.
Por ello hizo
del trabajo una
necesidad y le
dijo: “Busca
y hallarás;
trabaja y
producirás. De
esta manera
serás hijo de
tus obras,
tendrás el
mérito de ellas
y serás
recompensado
según lo que
hayas hecho”.
(Cap. XXV, ítem
3.)
335. Los
Espíritus no
vienen a liberar
al hombre de la
ley del trabajo:
vienen
únicamente a
mostrarle la
meta que le
corresponde
alcanzar y el
camino que a
ella conduce,
diciéndole:
Camina y
llegarás.
Encontrarás
piedras; míralas
y apártalas tú
mismo. Nosotros
te daremos la
fuerza
necesaria, si
quieres
emplearla.
(Cap. XXV, ítem
4.)
336. “No
acumuléis
tesoros en la
Tierra, donde la
herrumbre y los
gusanos los
consumen, y
donde los
ladrones los
desentierran y
roban; acumulad
tesoros en el
cielo, donde ni
la herrumbre ni
los gusanos los
consumen; porque
donde está
vuestro tesoro
allí está
también vuestro
corazón. Por
esto os digo: No
os angustiéis
por saber dónde
hallaréis qué
comer para
sustentar
vuestra vida, ni
de dónde
sacaréis ropa
para cubrir
vuestro cuerpo.
¿No es la vida
más que el
alimento y el
cuerpo más que
el vestido?”
(Mateo, VI, 19 a
34.) (Cap. XXV,
ítem 6.)
337. “Mirad las
aves del cielo:
no siembran, no
cosechan, no
siegan, nada
guardan en
graneros; pero
vuestro Padre
celestial las
alimenta. ¿No
sois mucho más
que ellas? ¿Por
qué os
inquietáis por
vuestra
vestimenta?
Mirad como
crecen los
lirios del
campo; no
trabajan, ni
hilan; sin
embargo, yo os
digo que ni
Salomón, con
toda su gloria,
jamás se vistió
como uno de
ellos. Ahora
bien, si Dios
tiene el cuidado
de vestir de esa
manera la hierba
de los campos,
que hoy es y
mañana será
echada a la
hoguera, ¡cuánto
más cuidado
tendrá en
vestiros, hombre
de poca fe!”
(Mateo, VI, 19 a
34.) (Cap. XXV,
ítem 6.)
338. “No os
angustiéis,
pues, diciendo:
¿Qué comeremos,
o qué beberemos,
o con qué nos
vestiremos? como
hacen los
paganos que
buscan todas
esas cosas;
porque vuestro
Padre sabe que
tenéis necesidad
de ellas. Buscad
primero el reino
de Dios y su
justicia, que
todas esas cosas
os serán dadas
por añadidura.
Así, pues, no os
angustiéis por
el día de
mañana, porque
el día de mañana
cuidará de sí
mismo. Basta a
cada día su
propio mal.”
(Mateo, VI, 19 a
34.) (Cap. XXV,
ítem 6.)
339. La
Providencia
nunca deja al
abandono a los
que confían en
ella, pero
quiere que
éstos, por su
parte, trabajen.
Si ella no acude
siempre con el
auxilio
material,
inspira las
ideas para que
se encuentren
los medios de
salir de la
dificultad.
(Cap. XXV, ítem
7.)
340. Dios conoce
nuestras
necesidades y
las provee, como
es necesario.
Pero el hombre,
insaciable en
sus deseos, no
siempre sabe
contentarse con
lo que tiene: no
le basta lo
necesario;
reclama lo
superfluo. (Cap.
XXV, ítem 7.)
341. La
Providencia,
entonces, lo
deja abandonado
a sus propias
fuerzas. Con
frecuencia, se
vuelve infeliz
por su culpa y
por no haber
escuchado la voz
que le advertía
a través de su
conciencia. En
esos casos, Dios
le hace sufrir
las
consecuencias, a
fin de que le
sirvan de
lección para el
futuro.
(Cap. XXV, ítem
7.)
342. Cuando la
fraternidad
reine entre los
pueblos, como
entre las
provincias de un
mismo imperio,
lo superfluo
momentáneo de
uno suplirá la
insuficiencia
momentánea del
otro, y cada uno
tendrá lo
necesario. El
rico, entonces,
se considerará
como un hombre
que posee una
gran cantidad de
semillas; si las
reparte,
producirán el
céntuplo para él
y para los
otros; pero si
come las
semillas solo,
si las
desperdicia y
deja que se
pierda el
excedente de lo
que haya comido,
no producirán
nada y no habrá
lo suficiente
para todos. Si
las amontona en
su granero, los
gusanos las
devorarán.
(Cap. XXV, ítem
8.)
343. Por eso
Jesús dijo:
“No acumuléis
tesoros en la
Tierra porque
son perecederos;
acumuladlos en
el cielo donde
son eternos.”
En otras
palabras: no
deis a los
bienes
materiales más
importancia que
a los
espirituales, y
sabed sacrificar
los primeros en
provecho de los
segundos.
(Cap. XXV, ítem
8.)
344. La caridad
y la fraternidad
no se decretan
por medio de
leyes. Si la una
y la otra no
están en el
corazón, el
egoísmo imperará
allí siempre.
Corresponde al
Espiritismo
hacerlas
penetrar en él.
(Cap. XXV, ítem
8.)
Respuestas a las
preguntas
propuestas
A. ¿Qué posición
debemos tomar,
como espíritas,
ante los que no
piensan como
nosotros?
En cuanto a los
que no los
quisieran
escuchar, Jesús
recomendó a sus
apóstoles,
simple y
llanamente, que
se fuesen a otra
parte en busca
de personas de
buena voluntad.
La misma
conducta
recomienda el
Espiritismo a
sus adeptos: no
violentemos
ninguna
conciencia; no
forcemos a nadie
para que deje su
creencia, a fin
de adoptar la
nuestra; no
busquemos
anatematizar a
los que no
piensan como
nosotros;
acojamos a los
que acudan a
nosotros y
dejemos en paz a
los que nos
rechazan.
Recordemos,
finalmente, las
palabras de
Cristo: En otro
tiempo, el cielo
era tomado por
la violencia;
hoy lo es por la
dulzura. (El
Evangelio según
el Espiritismo,
cap. XXV, ítem
11.)
B. ¿Es válido
cobrar por las
curaciones y
oraciones hechas
en favor de
otros?
No. La enseñanza
dada por Jesús a
ese respecto es
muy clara:
“Restituid la
salud a los
enfermos,
resucitad los
muertos, curad
los leprosos,
expulsad los
demonios. Dan
gratuitamente lo
que
gratuitamente
habéis
recibido”.
(Obra citada,
cap. XXVI, ítems
1 y 2.)
C. ¿Cuál es el
mérito de las
oraciones
pagadas?
La oración es un
acto de caridad,
es un impulso
del corazón.
Cobrarle a
alguien por
dirigirse a Dios
en favor de los
demás, es
transformarse en
un intermediario
asalariado. Dios
no vende los
beneficios que
concede. ¿Cómo,
pues, uno que no
es ni siquiera
su distribuidor,
que no puede
garantizar su
obtención,
cobraría un
pedido que tal
vez no tenga
ningún
resultado? Dios
no puede
subordinar un
acto de
clemencia, de
bondad o de
justicia que se
solicite de su
misericordia, a
una suma de
dinero.
Obviamente,
ningún mérito
habrá en ello,
ni por parte de
quien paga ni
mucho menos por
parte de quien
recibe.
(Obra citada,
cap. XXVI, ítems
3 y 4.)
D. ¿Cuál es el
gran
inconveniente de
las oraciones
pagadas?
El gran
inconveniente de
las oraciones
pagadas es que
aquél que las
compra se cree
exento de orar
por él mismo,
porque se
considera libre
de ello porque
dio su dinero.
Se sabe que los
Espíritus se
sienten
conmovidos por
el fervor de
quien por ellos
se interesa.
¿Qué fervor
puede tener
aquél que
propone a un
tercero el
encargo de orar
por él, mediante
un pago? ¿Qué
fervor tiene ese
tercero, cuando
delega su
mandato a otro,
éste a otro y
así
sucesivamente?
¿No es esto
reducir la
eficacia de la
oración al valor
de unas monedas?
(Obra citada,
cap. XXVI, ítem
4.)
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