“(...)
Y entre vosotros
nadie haya que consulte
A los que
tienen el Espíritu de
Píton y se proponen
adivinar,
interrogando a los
muertos para saber de la
verdad.”
Moisés (Deuteronómio,
13:9 a 12.)
Además de prohibir el
intercambio
indiscriminado con los
Espíritus, Moisés manda,
también, apedrear a la
mujer adultera; matar y
enterrar el buey que
hirió a alguien... ¿Será
que en los días de hoy
esas leyes aún son
obedecidas?
Allan Kardec enseña lo
siguiente1:
“Si la ley de Moisés
debe ser tan
rigurosamente observada
en un punto, por fuerza
es que lo sea igualmente
en todos los otros. ¿Por
qué sería ella buena en
lo tocante a las
evocaciones y mala en
otras partes? Es preciso
ser consecuente. Desde
que se reconoce que la
ley mosaica no está más
en consonancia con
nuestra época y
costumbres en dados
casos, la misma razón
procede para la
prohibición de que
tratamos. Demasiado, es
preciso exponer los
motivos que justificaban
esa prohibición y que
hoy se anularon
completamente: El
legislador hebreo quería
que su pueblo abandonara
todas las costumbres
adquiridas en Egipto,
donde las evocaciones
estaban en uso y
facilitaban abusos, como
se deduce de estas
palabras de Isaías: “El
Espíritu de Egipto se
aniquilará a sí mismo y
yo precipitaré su
consejo; ellos
consultarán a sus
ídolos, sus adivinos y a
sus pitones”.
Los israelíes no debían
contraer alianzas con
las naciones
extranjeras, y sabido
era que en aquellas
naciones que iban a
combatir encontrarían
las mismas prácticas.
Moisés debía, pues, por
política, inspirar a los
hebreos aversión a todas
las costumbres que
pudiera tener
semejanzas y puntos de
contacto con el
enemigo. Para
justificar esa aversión,
preciso era que
presentara tales
prácticas como
reprobadas por el propio
Dios, y que estas
palabras: “El Señor
abomina todas esas cosas
y destruirá, a vuestra
llegada, las naciones
que cometen tales
crímenes”.
Existen dos partes
distintas en la ley de
Moisés
– La prohibición de
Moisés era asaz justa,
porque las evocaciones
de los muertos no se
originaba en los
sentimientos de respeto,
afecto, o piedad para
con ellos, siendo antes
un recurso para
adivinaciones, tal como
en los
augurios y presagios
explotados por el
charlatanismo y por la
superstición. Esas
prácticas, al parecer,
también eran objeto de
negocios, y Moisés, por
más que hiciera, no
consiguió desentrañarlas
de las costumbres
populares.
Esas prácticas
supersticiosas se
perpetuaron hasta la
Edad Media, pero hoy la
razón predomina al
tiempo que el
Espiritismo vino a
mostrar el fin
exclusivamente moral,
consolador y religioso
de las relaciones del
más allá de la tumba.
Hay dos partes distintas
en la ley de Moisés: la
Ley de Dios propiamente
dicha, promulgada sobre
el Sinaí, y la ley civil
o disciplinaría,
apropiada a las
costumbres y al carácter
del pueblo. Una de esas
leyes es invariable,
mientras que la otra se
modifica con tiempo, y a
nadie le ocurre que
podamos ser gobernados
por los mismos medios
porque lo eran los
judíos en el desierto.
Quién pensaría hoy, por
ejemplo, revivir este
artículo de la ley
mosaica2: “Si
un buey hiere a un
hombre o mujer, que de
eso mueran, sea el buey
apedreado y nadie coma
de su carne; pero el
dueño del buey será
juzgado inocente”.
Este artículo nos parece
absurdo, no tenía, sin
embargo, otro objetivo
sino el de castigar al
buey y hacer inocente al
dueño, equivaliendo
simplemente a la
confiscación del animal,
causa del accidente,
para obligar al
propietario la mayor
vigilancia. La pérdida
del buey era el castigo
que debía ser bien
sensible para un pueblo
de pastores, a punto de
dispensar otra
cualquiera; sin embargo,
esa pérdida a nadie
aprovechaba por ser
prohibido comer la
carne.
¿Habría Jesús modificado
la ley mosaica?
– Todo tenía razón de
ser en la legislación de
Moisés, ya que ella todo
prevé en sus mínimos
detalles, pero la forma,
así como el fondo, se
adaptaba a las
circunstancias
ocasionales. Si Moisés
volviera a nuestros días
para legislar sobre una
nación civilizada,
seguro no le daría un
código igual al de los
hebreos.
La esta objeción opone
la afirmación de que
todas las leyes de
Moisés fueron dictadas
en nombre de Dios, así
como las del Sinaí. Pero
juzgándolas todas de
fuente divina, ¿por qué
al Decálogo limitan los
mandamientos? ¿Cual es
la razón de ser de la
diferencia? ¿Pues no es
cierto que si todas las
leyes emanan de Dios
deben ser igualmente
obligatorias? ¿Y por qué
no conservan la
circuncisión, a la cual
Jesús se sometió y no
abolió? ¡Ah! Olvidan
que, para dar autoridad
a sus leyes, todos los
legisladores antiguos
les atribuyeron un
origen divino. Pues
bien: Moisés, más que
ningún otro, tenía
necesidad de ese
recurso, atento al
carácter de su pueblo; y
si, a despecho de eso,
él tuvo dificultades en
hacerse obedecer, ¿que
no sucedería si las
leyes fueran promulgadas
en su propio nombre? ¿No
vino Jesús a modificar
la
ley mosaica, haciendo de
su Ley el código de los
cristianos? No dijo Él:
“¿Vosotros sabéis lo que
fue dicho a los
antiguos, tal y tal
cosa, y yo os digo tal
otra cosa?” Sin embargo,
Jesús no proscribió,
antes sancionó la Ley
del Sinaí, de la cual
toda su Doctrina moral
es un desdoblamiento.
Ahora, Jesús nunca
aludió en parte alguna a
la prohibición de evocar
a los muertos, cuando
este era un asunto
bastante grave para ser
omitido en sus
predicaciones,
principalmente habiendo
Él tratado de otros
asuntos secundarios.
¿Tendrán los diversos
cultos recelo de las
manifestaciones?
– Si Moisés prohibió
evocar a los muertos, es
que estos podían venir,
pues de lo contrario
inútil sería la
prohibición. Ahora, si
los muertos podían venir
en aquellos tiempos,
también lo pueden hoy.
Si los Espíritus se
perturbaran o se
irritasen con nuestras
llamadas, cierto lo
dirían y no volverían;
sin embargo, en las
evocaciones, libres como
son, si se manifiestan
es porque les conviene.
Todas las razones
alegadas para condenar
las relaciones con los
Espíritus no resisten a
un examen serio. Por el
ardor con que se combate
en ese sentido es fácil
deducir el gran interés
conectado al asunto. De
ahí la insistencia.
Viendo esta cruzada de
todos los cultos contra
las manifestaciones, se
diría que de ellas se
atemorizan.
El verdadero motivo
podría bien ser el
recelo de que los
Espíritus, mucho más
esclarecidos, vinieran a
instruir a los hombres
sobre los puntos que se
pretende obscurecer,
dándoles conocimiento, a
la vez, de la certeza de
uno u otro mundo, al
corriente de las
verdaderas
condiciones para que en
el sean felices o
desgraciados. La razón
debe ser la misma porque
se dice al niño: – “No
vayas allá, que hay
hombres lobos”. Al
hombre dicen: “No
llaméis a los Espíritus:
son el diablo”. No
importa, sin embargo: –
impiden los hombres de
evocarlos, pero no
podrán impedirlos de
venir a los hombres para
levantar la lámpara
debajo del celemín.
El culto que esté con la
verdad absoluta nada
tendrá que temer la luz,
pues la luz hace brillar
la verdad y el demonio
(que, de hecho, no
existe) nada puede
contra ella.
Repeler las
comunicaciones del más
allá de la tumba es
repudiar el medio más
poderoso de instruirse,
ya por la iniciación en
los conocimientos de la
Vida Futura, ya por los
ejemplos que tales
comunicaciones nos
suministran.
¿Será benéfico a los
Espíritus interdecir las
comunicaciones?
– La experiencia nos
enseña, además de eso,
el bien que podemos
hacer, desviando del mal
a los Espíritus
imperfectos, ayudando a
los que sufren a
desprenderse de la
materia y a
perfeccionarse.
Interdecir las
comunicaciones es, por
lo tanto, privar a las
Almas sufridoras de la
asistencia que les
podemos y debemos
dispensar.
Las siguientes palabras
de un Espíritu resumen
admirablemente las
consecuencias de la
evocación, cuando es
practicada con fin
caritativo:
“Todo Espíritu sufridor
y desolado os contará la
causa de su caída. Los
desvaríos que lo
perdieron. Esperanzas,
combates y terrores;
remordimientos,
desesperaciones y
dolores, todo os dirá,
mostrando a Dios
justamente irritado a
castigar al culpable con
toda la severidad. Al
oírlo, dos sentimientos
os acometerán: ¡el de la
compasión y el del
temor! Compasión por él,
temor por vosotros
mismos. Y si lo seguís
en los lamentos, veréis,
entonces, que Dios jamás
lo pierde de vista,
esperando al pecador
arrepentido y
extendiéndole los brazos
compasivos luego que
busque regenerarse. Del
culpable veréis,
finalmente, los
progresos benéficos para
los cuales tendréis la
felicidad y la gloria de
contribuir, con la
solicitud y el cariño
del cirujano acompañando
la cicatrización de la
herida que piensa
diariamente”.
Muchas criaturas que ya
frecuentan las reuniones
mediúmnicas, cuando son
preguntadas por qué lo
hacen, responden
equivocadamente: “es
para hacer la caridad”.
Sólo que se olvidan de
hablar que la caridad es
para con ellas mismas,
porque viendo lo que
ocurre con los Espíritus
condenados y entendiendo
por qué ellos cayeron en
la situación infeliz,
seguro que no van a
hacer lo mismo que
ellos, aprendiendo, así,
con la situación de los
infelices.