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En un bosque, una linda
hijita de jirafa andaba
corriendo por medio de
los árboles, oliendo las
hojas, las flores y todo
lo que encontraba. Era
muy joven y todo una
novedad para ella.
Encontró a un conejito e
invitó:
— ¡Hola! Yo soy Gigi.
¿Vamos a jugar?
El conejo meneó la
naricita y agitó el
rabito, después dijo,
haciendo poco caso:
— No es posible jugar
contigo, Gigi. ¡Eres muy
grande y deformada!
Gigi bajó el enorme
cuello y se alejó muy
triste.
Más adelante, encontró
una laguna y vio a un
hijito de sapo que
estaba descansando.
Llegó cerca, se presentó
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lo invitó para
jugar.
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El sapito, que dormía
satisfecho después de
comer muchos insectos,
abrió los grandes ojos
para ver quién estaba
hablando, después
respondió:
— ¿No te miras, Gigi?
¿Cómo puedo jugar con
una jirafita gigante?
Además de eso, ahora
estoy descansando.
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Nuevamente, Gigi se
alejó triste, caminando
con la cabeza baja, e
inmediatamente encontró
un animal desconocido.
Curiosa, preguntó:
— ¡Hola! ¡Yo soy la
jirafita Gigi! Y tú,
¿quien eres? ¿Vamos a
jugar?
— Yo soy el osito Bola.
No puedo jugar contigo,
Gigi; eres muy alta.
Gigi se volvió para
irse, desanimada por no
haber encontrado un
amigo para jugar. De
repente, sintió un olor
diferente y, llena de
miedo, gritó:
— ¡Corred! ¡Un tigre
viene ahí buscando
comida!
¡Corred! ¡Corred!...
Más que deprisa, el
conejito se metió en su
madriguera, el sapo
buceó en el lago, y el
osito subió a un árbol
bien alto. Y Gigi, con
sus largas piernas,
corrió de vuelta para
casa.
El enorme tigre pasó a
gran velocidad y se fue.
Los animales fueron
saliendo de sus
escondites y se
reunieron.
Dijo el osito:
— ¡Si no fuera por Gigi,
ahora seríamos comida de
tigre!
Los otros balancearon la
cabeza concordando,
arrepentidos por la
manera como la habían
tratado. Entonces,
decidieron buscar a la
jirafita. Después de
mucho andar, vieron a
Gigi cogiendo hojas de
un árbol para comer,
junto a su madre.
Se aproximaron y,
avergonzados,
agradecieron a ella por
haberlos salvado del
tigre. Después, el osito
propuso:
— Gigi, ¿quieres jugar a
esconde-esconde con
nosotros?
— ¡Vamos! — insistieron
todos.
Ella estuvo de acuerdo,
satisfecha y alegre, al
ver que no la rechazaban
más.
— ¡Entonces, yo voy a
buscar a vosotros! —
decidió el osito,
escondiendo la cara en
el tronco de un árbol y
contando hasta diez:
Uno, dos, tres... diez.
¡Ya!
El osito comenzó a
buscar y a la primera
que halló fue a Gigi,
difícil de pasar
desapercibida por su
tamaño.
Ella se entregó toda
feliz.
— Ahora es tu vez, Gigi.
¡Esconde la cara y
comienza a contar!
Luego, Gigi salió a
buscar a sus amigos.
Como era alta, no le era
difícil ver donde
estaban, pero ella
fingía que no los estaba
viendo.
— ¡¿Dónde estáis
vosotros?!... — gritaba
ella, hasta que, tras
mucho tiempo, metiendo
la cabeza en un grupo de
plantas, consiguió
hallar a uno de ellos.
Los amigos adoraron
jugar con Gigi. Ella era
simpática, alegre, buena
compañera, y se hizo
querida por todos.
Entonces, el conejo, el
sapo y el osito
entendieron que no
debían hacer juicio
apresurado de nadie.
Todos los animales son
diferentes unos de los
otros, pero cada ser
tiene sus cualidades,
cuando conseguimos
conocerlos.
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Cierto día, Gigi llegó
trayendo a una nueva
amiga, que presentó al
grupo:
— ¡Amigos, esta es la
leopaldiña Dina! Yo la
encontré llorando, muy
triste, porque mataron a
su madre. ¡Dina se quedó
sola en el mundo y
necesita de amigos!
Los demás intercambiaron
una mirada, después
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corrieron a
abrazar a la
nueva amiga.
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— ¡Bienvenida a nuestro
grupo, Dina! — gritaron,
enlazándola, contentos.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
4/11/2013.)
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