Delante de Dios
Fue en
septiembre de
1996 que vino a
lumbre
Delante de Dios,
la primera
obra de autoría
de Erick,
seudónimo
utilizado por el
ilustre escritor
brasileño, que
la transmitió
por intermedio
de la médium
Célia Xavier de
Camargo, nuestra
compañera de
redacción en
esta revista y
en el periódico
“El
Inmortal”.
Seis años y
medio después,
en marzo de
2003, el mismo
autor nos regaló
con la novela
Las Campanas
Tocan,
igualmente
psicografada por
Célia Xavier de
Camargo, hecho
que volvió a
repetirse en
noviembre de
2013 con el
lanzamiento de
la novela El
Sol volvió a
brillar,
psicografada por
la misma médium.
Leyendo obras
así no es
difícil percibir
la importancia
del libro
espírita,
incluyendo ahí
la novela, en la
formación de una
mentalidad
cristiana,
absolutamente
necesaria en el
proceso de
cambio del mundo
donde vivimos,
en lo cual, si
atentamos bien
para las
palabras
predichas por
Jesús, el
Evangelio del
reino será, un
día, enseñado en
todos los
lugares. Que ese
día está muy
lejos, todos
sabemos, pero
las providencias
preliminares
para que eso se
realice ya
fueron
iniciadas.
El contenido de
la primera obra
de Erick tiene
una importancia
que el lector
ciertamente no
imagina. Para
comprenderla
sería necesario
leerla.
La visión que
Erick-encarnado
tenía de la vida
y del mundo es
totalmente
diversa de la
visión de
Erick-desencarnado.
Inconformado con
las mancillas,
las
desigualdades y
las injusticias
de la sociedad
terrena,
Erick-hombre
rechazara,
inicialmente, la
idea de Dios y,
por
consecuencia,
todo cuanto
transcurriese de
aquello que
llamamos fe.
Después de
desencarnado, él
percibió con los
propios ojos que
la vida y el
mundo obedecen a
un planeamiento
meticuloso, y en
él es fuerte la
presencia del
Creador y de los
Bienhechores
espirituales que
la bondad del
Padre permite
que asistan las
personas, las
familias y las
instituciones, a
fin de que no
nos apartemos
del rumbo que es
necesario seguir
para que
cumplamos bien
las obligaciones
asumidas.
Uno de los
puntos claves
del libro
Delante de Dios
es cuando el
ex–ateo y
ex-materialista
recibe y
comprende las
informaciones
pertinentes a la
ley de la
reencarnación.
Vale la pena
reproducir ese
pasaje:
Cierto día,
durante las
clases del
curso, el
instructor nos
hablaba sobre la
ley de la
reencarnación.
Acompañaba la
lógica de la
exposición y
todo me parecía
tan claro que no
contuve el
comentario:
- Las
explicaciones
que aquí
recibimos son
sencillas,
cristalinas y de
una coherencia
irrefutable.
Tenemos
condiciones
ahora de
analizar la
grandeza de Dios
y entenderle los
propósitos.
Pero, yo me
pregunto: si
estos
conocimientos
son tan
importantes para
el Espíritu y
para su
vivencia, ¿por
qué no
ministrarlos a
los que aún
están
encarnados?
¿Para la inmensa
cuantidad de
seres que aún se
debaten con las
realidades y
dificultades de
la existencia
terrena y que
con estas
enseñanzas
podrían
modificar el
curso de sus
vidas?
El instructor me
miraba sereno,
mientras oía mis
ponderaciones.
Después de una
pausa, concluí:
-
Creo que
tales
conocimientos
irían
revolucionar la
faz del mundo. (Delante
de Dios,
cap.3, pág. 33.)
Fue entonces que
el orientador
que lo oía
sonrió y explicó
que tales
informaciones ya
habían sido
llevadas a los
hermanos
encarnados en la
Tierra desde el
lejano mes de
abril de 1857,
con el
lanzamiento en
Paris de la
principal obra
de Kardec, El
Libro de los
Espíritus,
hecho que Erick
ignoraba por
completo, no por
jamás tener oído
hablar de
Espiritismo,
pero sí por no
dar ninguna
atención a los
temas
pertinentes a
las cuestiones
espirituales,
como él propio
informó:
Sí, ya oyera
hablar de
Espiritismo,
pero jamás le
dio importancia.
Cualquier asunto
que dijera
respecto a
religión,
cualquier que
fuera ella,
estaba proscrito
de mi
diccionario.
Cuanto a la
religión
espírita, yo iba
más lejos: tenía
profundo
desprecio e
indiferencia por
todos aquellos
que se decían
sus adeptos.
(Ídem, íbidem,
pág. 35.)
Que existen
muchos Ericks
por aquí, no
tengamos duda.
Esperamos, no
obstante, que no
sea necesario
que desencarnen
para que cambien
la visión con
respecto a la
vida, al mundo
y,
principalmente,
a Dios, nuestro
Creador, a quien
todo debemos.
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