Continuamos el estudio metódico del libro “El Cielo y el Infierno, o la Justicia Divina según el Espiritismo”, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 1º de agosto de 1865. La obra integra el llamado Pentateuco Kardeciano. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿La aflicción de los padres perjudica a los hijos recién desencarnados?
B. Lo guías o Espíritus protectores ¿nos ayudan en los momentos difíciles?
C. ¿Cómo definen los Espíritus a la muerte? ¿Hay diferencias entre el desprendimiento del que desencarna y el desprendimiento de un encarnado en desdoblamiento?
D. ¿Hay diferencia entre la honestidad ante los hombres y la honestidad ante Dios?
Texto para la lectura
164. La muerte de Maurício Goutran, hijo único, a los dieciocho años de edad, debido a una afección pulmonar, sacudió mucho a sus familiares y ocasionó a sus padres un dolor inmenso. De una inteligencia poco común y sumamente dedicado a los estudios, el joven reunía numerosas cualidades morales y todo hacía ver que tendría un brillante futuro. Algunos meses después del deceso, se comunicó pidiendo así: “Mis buenos amigos, no compadezcáis a aquellos que mueren de manera prematura, porque eso es una gracia que Dios les concede para ahorrarles las tribulaciones de la vida terrena. Mi existencia no debía prolongarse mucho más tiempo esta vez, pues había adquirido lo necesario para prepararme en el Espacio, para una misión más elevada”. “Si hubiese tenido más tiempo – afirmó Mauricio -, no imagináis a qué peligros y seducciones me habría expuesto.” (Segunda Parte, cap. II, Maurício Goutran.)
165. Mauricio contó que su abuelo – no más escuálido, sino con aspecto juvenil y lozano – le tendió los brazos y lo estrechó efusivamente sobre su corazón, a su retorno al mundo espiritual, mientras una multitud de personas de semblantes risueños le acompañaban y acogían con benevolencia y dulzura. (Segunda Parte, cap. II, Maurício Goutran.)
166. Refiriéndose a los estudios que realizó en la Tierra – que para muchos parecía haber sido tiempo perdido -, afirmó Maurício Goutran: “Los estudios serios que hice han fortificado mi alma y aumentado mis conocimientos y si debido a mi corta existencia no pude aplicarlos, lo he de hacer más adelante y con mejores resultados.” (Segunda Parte, cap. II, Maurício Goutran.)
167. Joseph Bré, evocado 22 años después de su muerte, por su nieta, informó que todavía expiaba su falta de fe, pero grande era la bondad de Dios que tomaba en cuenta las circunstancias: “Sufro, pero no como usted podría imaginar; es la aflicción por no haber aprovechado mejor el tiempo allí en la Tierra”. (Segunda Parte, cap. III, Joseph Bré.)
168. Teniendo en cuenta que su abuelo había vivido honestamente, la nieta no comprendía sus tribulaciones en el mundo espiritual, a lo que Joseph Bré informó: “No basta, para ser honesto ante Dios, haber respetado las leyes de los hombres; es necesario, sobre todo, no haber transgredido las leyes divinas”. “Honesto ante los ojos de Dios será aquél que, lleno de abnegación y amor, consagre su existencia al bien, al progreso de sus semejantes; aquél que animado de un celo sin límites, sea activo en el cumplimiento de sus deberes materiales, enseñando y dando ejemplo a los demás del amor al trabajo; activo en las buenas obras sin olvidar su condición de servidor al cual el Señor pedirá cuentas un día del empleo de su tiempo; activo, finalmente, en la práctica del amor a Dios y al prójimo.” (Segunda Parte, cap. III, Joseph Bré.)
169. Fallecida súbitamente, a los 25 años, Helene Michel, rica y un tanto frívola, tres días después de su fallecimiento se expresó así: “No sé dónde estoy… ¡Qué turbación me envuelve! Me llamó y vine. No comprendo por qué no estoy en mi casa; lloran mi ausencia pero estoy presente y no puedo hacerme reconocer. Mi cuerpo no me pertenece más y sin embargo siento su frialdad… Quiero dejarlo y más me sujeto a él siempre…” “¡Oh! ¿Cuándo comprenderé lo que me pasa?” (Segunda Parte, cap. III, Helene Michel.)
170. Evocada nuevamente algunos días después, las ideas de Helene Michel ya habían cambiado bastante. Consciente de lo que le había sucedido, Helena explicó que comprendió la muerte el mismo día en que oraron por ella. (Segunda Parte, cap. III, Helene Michel.)
171. Fallecido en 1860 y evocado a pedido de su hermana, miembro de la Sociedad Espírita de París, en 1861, el Marqués de Saint Paul dijo que se encontraba en la erraticidad – “estado transitorio que no proporciona ni la felicidad ni el castigo absolutos” – e informó que estuvo mucho tiempo en turbación hasta que oraron por él, y fue entonces recibido por su madre y su padre, quienes lo iniciaron en la nueva vida. El Marqués admitió que se encontraba en un estado transitorio, donde las virtudes humanas habían adquirido su verdadero valor. “Sin duda - afirmó el Espíritu –, este estado es mil veces preferible al de mi encarnación terrestre; pero, porque alimenté siempre aspiraciones a lo verdaderamente bueno y bello, mi alma no estará satisfecha hasta que se encuentre a los pies del Creador.” (Segunda Parte, cap. III, El Marqués de Saint Paul.)
172. Puesto que predijo el día de su fallecimiento, llegado el momento, el Sr. Cardon, que ejercía la modesta profesión de médico de campo, reunió a su familia para darle el último adiós. Pese a parecer que estaba muerto, después de unos minutos el enfermo volvió a abrir los ojos, tomó una expresión radiante de beatitud y exclamó: “¡Oh! ¡Hijos míos, qué belleza! ¡Qué sublimidad! ¡Oh! ¡La muerte! ¡Qué beneficio! ¡Qué cosa tan dulce! Estaba muerto, y he sentido mi alma elevarse muy alto, pero Dios me ha permitido volver para decirles: No lamenten mi muerte, porque es la liberación”. En seguida, continuó: “¡Oh! Hijos míos, compórtense siempre de modo que merezcan esta inefable felicidad, reservada a los hombre de bien; vivan según los preceptos de la caridad; den siempre una parte de aquello que tengan a los necesitados. Mi querida esposa, te dejo en una posición poco feliz; tenemos deudas por cobrar, pero te suplico que no atormentes a nuestros deudores; si estuviesen en apuros, espera a que puedan pagarte; y a los que no lo puedan hacer, perdónales el pago, que Dios te recompensará”. Finalizado el breve mensaje a sus familiares, los ojos del médico se cerraron para siempre. (Segunda Parte, cap. III, Cardon, médico.)
173. Evocado días después, Cardon explicó que las palabras que dirigió a su familia eran el reflejo de lo que había visto y oído: habían sido los Espíritus quienes inspiraron su lenguaje y dieron fulgor a su fisonomía. “Arrebatado por no sé qué agente maravilloso – contó el Espíritu -, vi el esplendor de un cielo, como sólo en sueños podemos imaginar. Ese recorrido a través del infinito se hizo con una rapidez tan grande que no puedo precisar los instantes empleados por mi Espíritu.” (Segunda Parte, cap. III, Cardon, médico.)
Respuestas a las preguntas propuestas
A. La aflicción de los padres, ¿perjudica a los hijos recién desencarnados?
Sí. Eso fue exactamente lo que reveló el Espíritu de Mauricio Goutran que, no obstante, explicó que el dolor de sus padres se calmaría cuando tuviesen la certeza de que la vida continúa y que, en realidad, nadie muere. (El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. II, Maurício Goutran, 1ª pregunta.)
B. Lo guías o Espíritus protectores ¿nos ayudan en los momentos difíciles?
Sí. El Espíritu de la Srta. Emma Livry reveló que su guía y los benefactores espirituales dieron a su ánimo abatido la fuerza para soportar las angustias y le refrescaron los labios sedientos y ardientes, además de murmurarle al oído palabras de esperanza y amor. (Obra citada, Segunda Parte, cap. II, La señorita Emma.)
C. ¿Cómo definen los Espíritus a la muerte? ¿Hay diferencias entre el desprendimiento del que desencarna y el desprendimiento de un encarnado en desdoblamiento?
La muerte es la vida, o mejor dicho, es un sueño, una especie de pesadilla que dura el lapso de un minuto, y del cual despertamos para vernos rodeados de amigos que nos felicitan, dichosos por abrazarnos. Esas palabras fueron manifestadas por el Espíritu de Antoine Costeau.
Hay una gran diferencia entre el desprendimiento del que desencarna y el de un encarnado durante el desdoblamiento. En este último caso, la materia aún oprime el alma y por ello no puede liberarse radicalmente. El Espíritu desencarnado ya se encuentra libre y un vasto campo desconocido se presenta frente a él, porque no existe nada que lo una a la materia. Esa es la explicación que dio el Doctor Vignal, y que relata a Kardec, años antes, las impresiones del desdoblamiento mencionado por él. (Obra citada, Segunda Parte, cap. II, Antoine Costeau, último mensaje, y el Doctor Vignal.)
D. ¿Hay diferencia entre la honestidad ante los hombres y la honestidad ante Dios?
Sí; existe un abismo entre la honestidad ante los hombres y la honestidad ante Dios. Entre los hombres, tiene reputación de honesto aquél que respeta las leyes de su país, que no perjudica al prójimo ostensiblemente, aunque le arranque muchas veces la felicidad y la honra, puesto que el Código Penal y la opinión pública no alcanzan al culpable hipócrita.
Sin embargo, no basta para ser honesto ante Dios, haber respetado las leyes de los hombres; es necesario, por sobre todo, no haber transgredido las leyes divinas. Honesto ante los ojos de Dios será aquél que, lleno de abnegación y amor, consagre su existencia al bien, al progreso de sus semejantes; aquél que animado de un celo sin límites, sea activo en la vida; activo en el cumplimiento de sus deberes materiales, enseñando y dando ejemplo a los demás del amor al trabajo; activo en las buenas obras sin olvidar su condición de servidor al cual el Señor pedirá cuentas un día, del empleo de su tiempo; activo, finalmente, en la práctica del amor a Dios y al prójimo.
El hombre honesto ante Dios, debe evitar con cuidado las palabras mordaces, veneno escondido entre flores, que destruye reputaciones y agobia al hombre, muchas veces cubriéndole con el ridículo. El hombre honesto, según Dios, debe tener siempre cerrado el corazón a cualquier germen de orgullo, de envidia, de ambición; debe ser paciente y benévolo con los que lo agreden; debe perdonar desde el fondo de su alma, sin esfuerzo y, sobre todo, sin ostentación, a cualquiera que le ofenda; debe, en fin, practicar el precepto conciso y grandioso que se resume “en el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”. (Obra citada, Segunda Parte, cap. III, Joseph Bré, 2ª pregunta.)