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Año 7 351 – 23 de Febrero de 2014
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

 

Violencia: ¿cómo entenderla?


En artículo publicado en la semana pasada, nuestro compañero Anselmo Ferreira Vasconcelos examinó el tema que da título a este texto: la violencia, un asunto que ya fue tratado en esta revista en innúmeras oportunidades por articulistas diversos, además de tema de cuatro editoriales, publicados en las ediciones 73, 83, 188 y 210. (¹)

En el artículo a que nos referimos, el autor alude a esa ola de violencia que viene tomando cuenta de las calles de las grandes ciudades brasileñas y revelando profunda falta de respeto por las personas y por la propiedad pública y privada. 

He aquí un trecho del artículo:

Horda de vándalos usando mascaras o gorros invaden las principales avenidas de las grandes ciudades brasileñas, en encuentros previamente agendados por internet, destruyendo todo lo que ven por delante sin compasión. Tales actos, por cierto, son practicados por el simple placer de destruir y de generar perjuicio a organizaciones y modestos comerciantes que luchan con mucha dificultad para cumplir con sus obligaciones legales y sociales. 
Paralelamente, decenas de autobuses son incendiados - miras predilectas de turbas desequilibradas – en todo el país, incluso con personas dentro, como si fuesen los responsables por ciertas tragedias humanas o anormalidades sociales. Aparentemente, la disposición de los perpetradores de tales crímenes es de sólo perjudicar el patrimonio ajeno, pues causas justas y relevantes tienen fueros apropiados para que sean encaminadas y/o reivindicadas.

En el mismo fin de semana en que el artículo citado fue publicado, más un crimen causado por el vandalismo ocurrió, provocando verdadera conmoción nacional. Nos referimos a la muerte del cámara Santiago Andrade, de la TV Bandeirantes, el cual, cuando cumplía su deber profesional, se tornó la más reciente víctima de esa locura que parece no tener fin. 

Como ya fue dicho en este espacio en otra oportunidad, estamos delante de una crisis moral sin precedentes. La corrupción sin límites, la impunidad generalizada y la falta de respeto por las personas dan las condiciones para que actos de tamaña violencia se repitan.

Es obvio que la delincuencia y la agresividad no son atributos de personas que buscan la paz  y desean construir un mundo mejor; al contrario, revelan el carácter de individuos moralmente retrasados, muy próximos de la animalidad, y que, por eso mismo, no consiguen manifestar sus reivindicaciones de manera civilizada, algo que ya fue comprobado ser posible en el mundo donde vivimos por el inolvidable Mahatma Gandhi, que tantos admiran y tan pocos imitan.   

Delante de un cuadro así, tan conturbado, una palabra viene inevitablemente a nuestra mente: educación. Delante de la falta de educación, de la ignorancia, de la inferioridad, sólo la educación es capaz de modificar, de rectificar, de renovar la sociedad de que hacemos parte, como Emmanuel sabiamente sugirió en el libro Emmanuel, su primera obra mediúmnica, publicada por la FEB en el lejano año de 1938: 

Todas las reformas sociales, necesarias en vuestros tiempos de indecisión espiritual, tienen de procesarse sobre la base del Evangelio. ¿Cómo? – podréis objetarnos.
Por la educación, replicaremos.
El plan pedagógico que implica ese grandioso problema tiene de partir aún del simple para el complejo. Él abarca actividades multiformes e inmensas, pero no es imposible. Primeramente, el trabajo de vulgarización deberá intensificarse, lanzando, a través de la palabra hablada o escrita de la enseñanza, las diminutas raíces del futuro.

(…)

Urge reformar, reconstruir, aprovechar el material aún firme, para destruir los elementos podridos en la reorganización del edificio social. Y es por eso que nuestra palabra golpea insistentemente en las antiguas teclas del Evangelio cristiano, por cuanto no existe otra fórmula que pueda dirimir el conflicto de la vida atormentada de los hombres.
La actualidad requiere la difusión de sus divinas enseñanzas. Urge, sobre todo, la creación de los núcleos verdaderamente evangélicos, de donde pueda nacer la orientación cristiana a ser mantenida en el hogar, por la dedicación de sus jefes.
Las escuelas del hogar son más que necesarias, en vuestros tiempos, para la formación del espíritu que atravesará la noche de luchas que vuestra Tierra está viviendo, en demanda de la gloriosa luz del porvenir.

(…)

Hay necesidad de iniciarse el esfuerzo de regeneración en cada individuo, dentro del Evangelio, con la tarea ni siempre amena de la autoeducación. Evangelizado el individuo, se evangeliza la familia; regenerada ésta, la sociedad estará a camino de su purificación, rehabilitándose simultáneamente la vida del mundo.
En el capítulo de la preparación de la niñez, no preconizamos la educación defectuosa de determinadas nociones doctrinarias, pero facciosas, facilitándose en el alma infantil la eclosión de sectarismos perjudiciales e incentivando el espíritu de separación, y no concordamos con la educación ministrada absolutamente en los moldes de ese materialismo demoledor, que no ve en el hombre sino un complejo celular, donde las glándulas, con sus secreciones, crean una personalidad ficticia y transitoria. (Emmanuel, cap. XXXV, Educación Evangélica.) 


(¹) He aquí los enlaces que permiten al lector acceder los editoriales anteriores:

La delincuencia, el crimen y sus causas:
http://www.oconsolador.com.br/ano2/73/editorial.html

La violencia en el mundo donde vivimos:
http://www.oconsolador.com.br/ano5/210/editorial.html

La violencia que nos asola y su antídoto:
http://www.oconsolador.com.br/ano4/188/editorial.html

Jesús, la violencia y el sermón profético:
http:/www.oconsolador.com.br/ano2/83/editorial.html




 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita