Violencia: ¿cómo
entenderla?
En artículo
publicado en la
semana pasada,
nuestro
compañero
Anselmo Ferreira
Vasconcelos
examinó el tema
que da título a
este texto: la
violencia, un
asunto que ya
fue tratado en
esta revista en
innúmeras
oportunidades
por articulistas
diversos, además
de tema de
cuatro
editoriales,
publicados en
las ediciones
73, 83, 188 y
210. (¹)
En el artículo a
que nos
referimos, el
autor alude a
esa ola de
violencia que
viene tomando
cuenta de las
calles de las
grandes ciudades
brasileñas y
revelando
profunda falta
de respeto por
las personas y
por la propiedad
pública y
privada.
He aquí un
trecho del
artículo:
Horda de
vándalos usando
mascaras o
gorros invaden
las principales
avenidas de las
grandes ciudades
brasileñas, en
encuentros
previamente
agendados por
internet,
destruyendo todo
lo que ven por
delante sin
compasión. Tales
actos, por
cierto, son
practicados por
el simple placer
de destruir y de
generar
perjuicio a
organizaciones y
modestos
comerciantes que
luchan con mucha
dificultad para
cumplir con sus
obligaciones
legales y
sociales.
Paralelamente,
decenas de
autobuses son
incendiados -
miras
predilectas de
turbas
desequilibradas
– en todo el
país, incluso
con personas
dentro, como si
fuesen los
responsables por
ciertas
tragedias
humanas o
anormalidades
sociales.
Aparentemente,
la disposición
de los
perpetradores de
tales crímenes
es de sólo
perjudicar el
patrimonio
ajeno, pues
causas justas y
relevantes
tienen fueros
apropiados para
que sean
encaminadas y/o
reivindicadas.
En el mismo fin
de semana en que
el artículo
citado fue
publicado, más
un crimen
causado por el
vandalismo
ocurrió,
provocando
verdadera
conmoción
nacional. Nos
referimos a la
muerte del
cámara Santiago
Andrade, de la
TV Bandeirantes,
el cual, cuando
cumplía su deber
profesional, se
tornó la más
reciente víctima
de esa locura
que parece no
tener fin.
Como ya fue
dicho en este
espacio en otra
oportunidad,
estamos delante
de una crisis
moral sin
precedentes. La
corrupción sin
límites, la
impunidad
generalizada y
la falta de
respeto por las
personas dan las
condiciones para
que actos de
tamaña violencia
se repitan.
Es obvio que la
delincuencia y
la agresividad
no son atributos
de personas que
buscan la paz y
desean construir
un mundo mejor;
al contrario,
revelan el
carácter de
individuos
moralmente
retrasados, muy
próximos de la
animalidad, y
que, por eso
mismo, no
consiguen
manifestar sus
reivindicaciones
de manera
civilizada, algo
que ya fue
comprobado ser
posible en el
mundo donde
vivimos por el
inolvidable
Mahatma Gandhi,
que tantos
admiran y tan
pocos imitan.
Delante de un
cuadro así, tan
conturbado, una
palabra viene
inevitablemente
a nuestra mente:
educación.
Delante de la
falta de
educación, de la
ignorancia, de
la inferioridad,
sólo la
educación es
capaz de
modificar, de
rectificar, de
renovar la
sociedad de que
hacemos parte,
como Emmanuel
sabiamente
sugirió en el
libro
Emmanuel, su
primera obra
mediúmnica,
publicada por la
FEB en el lejano
año de 1938:
Todas las
reformas
sociales,
necesarias en
vuestros tiempos
de indecisión
espiritual,
tienen de
procesarse sobre
la base del
Evangelio.
¿Cómo? – podréis
objetarnos.
Por la
educación,
replicaremos.
El plan
pedagógico que
implica ese
grandioso
problema tiene
de partir aún
del simple para
el complejo. Él
abarca
actividades
multiformes e
inmensas, pero
no es imposible.
Primeramente, el
trabajo de
vulgarización
deberá
intensificarse,
lanzando, a
través de la
palabra hablada
o escrita de la
enseñanza, las
diminutas raíces
del futuro.
(…)
Urge reformar,
reconstruir,
aprovechar el
material aún
firme, para
destruir los
elementos
podridos en la
reorganización
del edificio
social. Y es por
eso que nuestra
palabra golpea
insistentemente
en las antiguas
teclas del
Evangelio
cristiano, por
cuanto no existe
otra fórmula que
pueda dirimir el
conflicto de la
vida atormentada
de los hombres.
La actualidad
requiere la
difusión de sus
divinas
enseñanzas.
Urge, sobre
todo, la
creación de los
núcleos
verdaderamente
evangélicos, de
donde pueda
nacer la
orientación
cristiana a ser
mantenida en el
hogar, por la
dedicación de
sus jefes.
Las escuelas del
hogar son más
que necesarias,
en vuestros
tiempos, para la
formación del
espíritu que
atravesará la
noche de luchas
que vuestra
Tierra está
viviendo, en
demanda de la
gloriosa luz del
porvenir.
(…)
Hay necesidad de
iniciarse el
esfuerzo de
regeneración en
cada individuo,
dentro del
Evangelio, con
la tarea ni
siempre amena de
la
autoeducación.
Evangelizado el
individuo, se
evangeliza la
familia;
regenerada ésta,
la sociedad
estará a camino
de su
purificación,
rehabilitándose
simultáneamente
la vida del
mundo.
En el capítulo
de la
preparación de
la niñez, no
preconizamos la
educación
defectuosa de
determinadas
nociones
doctrinarias,
pero facciosas,
facilitándose en
el alma infantil
la eclosión de
sectarismos
perjudiciales e
incentivando el
espíritu de
separación, y no
concordamos con
la educación
ministrada
absolutamente en
los moldes de
ese materialismo
demoledor, que
no ve en el
hombre sino un
complejo
celular, donde
las glándulas,
con sus
secreciones,
crean una
personalidad
ficticia y
transitoria.
(Emmanuel, cap.
XXXV, Educación
Evangélica.)
(¹) He aquí los
enlaces que
permiten al
lector acceder
los editoriales
anteriores:
La delincuencia,
el crimen y sus
causas:
http://www.oconsolador.com.br/ano2/73/editorial.html
La violencia en
el mundo donde
vivimos:
http://www.oconsolador.com.br/ano5/210/editorial.html
La violencia que
nos asola y su
antídoto:
http://www.oconsolador.com.br/ano4/188/editorial.html
Jesús, la
violencia y el
sermón
profético:
http:/www.oconsolador.com.br/ano2/83/editorial.html
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