Cierto día, preocupado
con un examen que
debería hacer en la
escuela, Edinho, de diez
años, no tenía paz. El
miedo de no conseguir
una buena nota hacía su
corazón latir
apresurado. Sentado en
el suelo, con las
piernas encogidas, él no
sabía qué hacer más.
Estaba aterrorizado.
La
madre, al verlo en aquel
estado, se extrañó:
— Tu
me pareces preocupado,
Edinho. ¿Qué está
ocurriendo?
Con los
ojos húmedos, el niño
explicó:
— Tengo
miedo del examen que
tengo mañana en la
escuela, mamá. ¡No sé
qué hacer!
— ¡Es
simple, mi hijo! Tú
necesitas estudiar.
Además de eso, confía en
Dios. Abre el Evangelio
y lee alguna cosa.
Después, haz una
plegaria. ¡Por
descontado tendrás el
amparo de Jesús!
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Más
animado, Edinho cogió el
Evangelio, abrió y leyó
el texto que había caído
al acaso.
Con los
ojos muy abiertos, pensó
en las palabras que
había acabado de leer.
¿Habría entendido bien?
Jesús dijo que quién
tenga fe en Dios, y diga
a una montaña: Quítate
de ahí y lánzate al mar,
sin dudar en su corazón,
cierto de que lo que
había dicho ocurrirá,
verá que, con efecto,
¿ocurre?!...
—
¡Caramba! ¡Jesús sabía
así de las cosas! —
exclamó sorprendido.
Después,
más animado, con la
certeza de que
conseguiría lo que
deseaba, oró con fe
pidiendo el auxilio
divino para acertar todo
en el examen y,
tranquilo, aguardó al
día siguiente.
Más
tarde, como no hubiese
visto al hijo estudiar
durante todo el día, la
madre preguntó:
— Y
entonces, mi hijo, ¿ya
estudiaste para el
examen? ¡Tú me pareces
tranquilo!
— Estoy
sí, mamá. Tranquilo y
confiante. ¡El miedo
pasó!
— ¡Que
bueno! Pero no te vi
estudiar, Edinho...
— No te
preocupes, madre.
¡Déjame eso a mí!
A la
mañana siguiente, Edinho
fue confiado para la
escuela. La profesora
entregó la hoja con las
preguntas, deseando buen
examen a todos.
Edinho
cogió la hoja,
sonriente; bien
diferente de los
compañeros que temblaban
de miedo. Sin embargo,
al mirar para el papel,
se llevó un susto. ¿Y
ahora?... ¡No sabía
nada!...
Aterrorizado, blanco
como la cera, tenía las
manos heladas y
trémulas. Sin otra
opción, él fue
respondiendo a las
preguntas de todas
maneras, pues nada
sabía. Entregó el examen
y salió de la sala
rápidamente para que los
compañeros no lo vieran
llorar.
Entró en
casa con los ojos rojos
e hinchados. Estaba
desesperado. Al verlo,
la madre preguntó
ansiosa:
— ¿Cómo
fue en el examen
escolar, Edinho?
El chico
tiró la mochila en el
suelo y cayó en una
silla:
— Muy
mal, madre. ¡Pésimo! ¡Yo
no sabía nada!...
— ¿Cómo
es así? ¡Tú estabas tan
confiado, mi hijo! —
ella indagó, secando las
manos en el delantal y
aproximándose a él,
preocupada.
El niño
balanceó la cabeza, y
contó lo que había
ocurrido:
— ¡La
verdad, mamá, es que
confié en Jesús, y
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Él no me
ayudó!... |
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La madre
se sentó al lado de él,
pidiéndole que se
explicara mejor.
— ¡Es
verdad! Ayer, tú me
dijiste que leyera un
tramo del Evangelio y
hacer una plegaria. ¡Fue
lo que yo hice! ¡Pero no
sirvió, madre!...
La madre
lo miró llena de piedad,
entendiendo el problema,
y dijo:
— Mi
hijo, tú olvidaste la
primera cosa que yo te
dijo: ¡Estudia! Sin
estudiar, ¿cómo podrías
hacer un buen examen?
Jesús nos ayuda,
dándonos tranquilidad,
aclarándonos la memoria
sobre los textos que
estudiamos... Pero si
nada tenemos en la
mente, ¿cómo irá a
ayudarnos? ¡Jesús
siempre nos socorrerá,
pero es preciso que
hagamos nuestra parte!
El niño
bajó la cabeza,
desanimado.
— Ahora
madre, no tiene remedio.
¡Voy a ser
reprobado!...
—
Edinho, mantén la
confianza en Jesús. Si
tú eres reprobado, es
señal de que no mereces
pasar de año; necesitas
aprender más. Sin
embargo, conserva tu fe
y esperanza. ¡Tú aún no
viste el resultado del
examen!... ¡¿Quién
sabe?!...
¡Al día
siguiente, Edinho tuvo
una gran sorpresa! La
profesora comunicó a la
clase que, en virtud de
que gran parte de los
alumnos habían tenido
nota baja en el examen,
ella haría otro examen.
Marcó para la semana
siguiente, dando así
tiempo para que los
alumnos pudieran
estudiar mejor la
materia para el examen.
Edinho
llegó todo animado a la
casa, gritando, y se
tiró en los brazos de la
madre:
—
¡Madre! ¡No vas a creer
lo que ocurrió! ¡La
profesora va a dar otro
examen la semana que
viene!
Sonriente, la madre
abrazó al chico:
— ¿No
dije que deberías
confiar, Edinho? Ahora,
tendrás otra
oportunidad. ¡Estudia
bastante! ¡Ora a Jesús,
pidiendo ayuda, pero no
dejes de estudiar, hijo!
—
Aprendí la lección,
mamá. ¡Ahora voy a
estudiar bastante, pero
también voy a pedir el
amparo de Jesús, para
que yo pueda recordar lo
que aprendí!
Se
sentaron a la mesa para
almorzar, y Edinho se
mostraba muy contento.
Acabando de comer, el
padre le hizo una
invitación:
— ¿Hijo,
quieres ir a pasear?
¡Voy hasta la ciudad
próxima y me gustaría
que fuéramos juntos!
Él
sonrió, agradeciendo al
padre, pero dijo que,
infelizmente, no podría
ir, y explicó la razón:
— ¡Necesito
estudiar, papá!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
18/11/2013.)
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