Cláudia era una niña
siempre mal humorada que
protestaba de todo. En
la escuela, era llamada
Limãozinho, sin que ella
lo supiera. De lo
contrario quedaría aún
de peor humor.
Cierto
día, en la escuela, sus
amigas estaban sentadas
a la sombra de un gran
árbol, y una de ellas
preguntó:
—
¿Nuestro “Limãozinho”
aún no llegó?
—
¿Cláudia? ¡Aún no! Pero
con certeza va a llegar
protestando de algo —
dijo otra.
Deise,
una alumna nueva se
extrañó, preguntando:
— ¿Y por
qué la llamáis
Limãozinho?
Las
demás cayeron en la
carcajada, y Márcia
explicó:
— Es que
nadie puede ser más
áspera que Cláudia.
¡Nada está bien para
ella!
Conversando, las
compañeras no vieron a
Cláudia aproximarse, y
al oír que hablaban de
ella, se escondió detrás
del árbol para escuchar.
Por suerte, tocó la
señal y ellas corrieron
para la clase, mientras
ella lloraba.
Cláudia
quedó allí, triste por
saber lo que las amigas
pensaban de ella. Una
trabajadora la vio en el
patio y quiso saber el
motivo.
— Tenía
dolor de cabeza, pero ya
pasó. Voy ya para la
clase —respondió ella.
Cláudia
pidió permiso a la
profesora y entró.
Caminó hasta su bolsa
sin mirar para los lados
y se sentó. Al final de
la clase, las amigas
fueron a conversar con
ella.
— ¿Tú
estás enferma, Cláudia?
— No.
Estoy bien. Tuve dolor
de cabeza, pero ya pasó.
— ¡Ah!
¡Quedamos preocupadas
contigo!
Seria,
Cláudia lo agradeció y
se despidió de ellas sin
darles mucha atención,
lo que las amigas
notaron. ¡¿Qué habría
ocurrido con
Cláudia?!... — pensaron.
Al ver a
la hija llegar, la madre
le notó la tristeza y
los ojos rojos.
Preguntada, ella dijo
que todo estaba bien.
Almorzaron. Cláudia
comió poco y fue para el
cuarto. La madre la
siguió y vio que estaba
llorando. Se sentó en la
cama al lado de la hija
y, abrazándola con amor,
pidió:
—
Cuéntame por qué estás
tan triste, hija.
— Mamá,
¿yo soy muy pesada?
¿Protesto de todo?
¿Estoy siempre áspera? —
la niña preguntó.
La madre
pensó un poco y
respondió con otra
pregunta:
— ¿Qué
piensas tú, Cláudia?
Busca recordar como has
actuado, sobre los
comentarios que haces y
tus reacciones con otras
personas.
La madre
dejó a la hija en el
cuarto reflexionando y
fue a arreglar la
cocina. Luego Cláudia se
levantó para hacer los
deberes de la escuela.
El hermano Breno comentó
que el Sol estaba bueno,
y que él iba a salir
para jugar con los
amigos.
— ¡Dios
me libre! ¡No soporto
tanta claridad! —
respondió ella, áspera.
La madre
intercambió una mirada
con el hijo y Cláudia lo
percibió. La
señora comentó:
—
Entonces no te
preocupes, hija. El
informativo avisó que va
a llover mañana.
—
¡Tampoco me gusta la
lluvia, mamá! ¡Queda
todo mojado y la gente
no consigue ni salir de
casa! — exclamó,
haciendo una mueca.
La madre
oyó callada, después
indagó:
—
¿Entonces que te gusta a
ti, hija?
Cláudia
quedó pensativa, y la
madre insistió para
saber qué le gustaba a
ella.
— En
verdad yo no sé, mamá.
¿Por qué me hiciste esta
pregunta?
—
¿Notaste que estás
siempre disgustada,
incapaz de un comentario
agradable? No te gusta
el Sol, del calor, de la
lluvia, del frío. Bien.
Tal vez a ti te guste la
primavera. ¡Luego
tendremos las flores
brotando y todo queda
más bonito y alegre! —
la madre comentó
sonriendo.
— En la
primavera existe mucho
polen en el aire y tengo
alergia, mamá.
¿Olvidaste?
La madre
sugirió el otoño, con
sus frutas deliciosas,
sin embargo ella recordó
que en esa época había
muchas moscas y abejas
en búsqueda de las
frutas. La madre
respiró hondo, y dijo:
—
Cláudia, el problema no
está en las estaciones,
en el calor o en el
frío, en la lluvia o en
el Sol, está en ti. No
estás contenta contigo
misma y por eso no te
gusta nada. Necesitas
mejorar tu autoestima.
—
¿Autoestima? ¡¿Qué es
eso?!...
— Cuando
la gente se ama, se
valora, se dice que
tiene elevada
autoestima.
— Es que
soy diferente de las
otras niñas, madre.
— ¡Claro
que eres! ¡Somos
criaturas únicas en el
Universo! ¡Dios no creó
a nadie igual a ti, mi
hija! ¿Ya pensaste en
eso? ¡Tú eres única y
llena de cualidades,
además de ser linda!
—
¿Piensas así, mamá?
Siempre me encontré tan
fea — dijo la niña,
sorprendida, como si
despertara de un sueño
malo.
— Venga.
¡Mírate en el espejo, mi
hija!
Cláudia
miró y abrió una linda
sonrisa. Abrazó a la
madre con ojos
brillantes:
— Tienes
razón. ¡Yo voy a
cambiar, mamá! Creo que
no soy buena compañía
para nadie.
Al día
siguiente, Cláudia llegó
sonriente y las amigas
se extrañaron, sin
entender. Márcia
preguntó lo que había
ocurrido, y Cláudia
abrió nueva sonrisa;
después miró para lo
alto, animada, y dijo:
—
Desperté y vi que el día
está lindo, soleado.
Todo está florido y los
pajaritos cantan en los
árboles. ¡Todo eso
gracias a Dios, que nos
creó!... ¡¿No es
bueno?!... ¡¿Entonces
por qué estáis tan
serias y
preocupadas?!... ¡Ánimo,
mis amigas!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em 2 de
setembro de 2013.)
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