Cierto día Fernando
despertó protestando,
como era su hábito:
— ¡Que molestia, madre!
Quiero dormir y preciso
ir a la escuela. ¡Me
gustaría quedarme en la
cama la mañana entera!
— Mi hijo, todo el mundo
necesita estudiar para
aprender y crecer en la
vida. Después, conforme
la profesión que
escogen, aún tendrán que
hacer un curso superior.
¡Vamos, levántate, deja
de ser perezoso! — la
madre comentó sonriendo.
Enfadado, Fernando tomó
un baño para despertar
bien. Comió alguna cosa
y fue para la escuela
murmurando. Y siempre
esa situación se
repetía, sin que él
aprendiera la
importancia de estudiar.
Cierto día, más irritado
que de costumbre, él se
dirigía a la escuela
cuando, al pasar por una
construcción, un trozo
de piedra de gravilla
cayó de lo alto, cayendo
sobre una de sus piernas
y tirándolo al suelo,
gritaba de dolor.
Vitório, el maestro de
obras, corrió a
socorrerlo, llevándolo
inmediatamente para
urgencias, aún
desmayado.
Mientras esperaba para
ser atendido, dio el
teléfono de casa a
Vitório, para avisar a
su madre, Cláudia. Luego
la señora llegó,
afligida, siendo
presentada a Vitório.
— Doña Cláudia, fue una
infelicidad. El albañil
estaba rompiendo una
piedra de gravilla,
cuando un pedazo de ella
cayó sobre su hijo. Pero
quede tranquila. El
médico examinó a
Fernando y lo está
atendiendo ahora.
En cuanto a los gastos,
la empresa pagará todo.
En ese momento, el
médico llegó y explicó a
la madre la situación
del chico. Fernando ya
estaba en la sala de
cirugías, pues la pierna
de él fue bien
alcanzada. Cláudia dio
las informaciones
necesarias y,
preocupada, se sentó
para aguardar, elevando
el pensamiento para
Jesús y suplicando ayuda
para su hijo.
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Algunas horas después,
aún soñoliento, el niño
fue llevado para el
cuarto. En dos días,
volvió para casa en una
silla de ruedas. A
principio a él le gustó,
pues no iría a la
escuela. Después, se
cansó de estar siempre
atado a aquella silla.
Además de eso, se
quedaba solo en casa,
pues sus amigos estaban
en la clase.
Un día, conversando con
la madre, preguntó:
— Mamá, ¿será que voy a
quedarme mucho tiempo en
esta silla de ruedas?
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— ¡Ah! Mi hijo, tú
necesitas tener
paciencia. El accidente
fue grave y llevará
meses para recuperarte.
— ¿Pero por qué eso
ocurrió justo conmigo,
madre? ¡Aquella piedra
podría haber caído
encima de cualquiera,
pero me ocurrió a mí!...
La madre pensó un poco,
buscando las palabras
adecuadas, después dijo:
— Fernando, cuando
alguna cosa ocurre, sin
que nada hayamos hecho
para provocar la
situación, es que eso
representa un proceso
educativo que Dios
utiliza para nuestro
aprendizaje. En tu caso,
desarrollar la
paciencia, la
comprensión, la
resignación frente a los
problemas de la
existencia, a valorar la
vida. ¿Entendiste, hijo
mío?
— Más o menos. En
verdad, quiero mucho
poder andar de nuevo, ir
para la escuela
caminando, poder
estudiar, volver a ver
los compañeros... ¿Será
que eso va a ocurrir,
madre?
— ¡Interesante! Ves como
la terapia divina ya
está surtiendo efecto.
Tú detestaba tener que
ir a la escuela, ahora
estás con nostalgia de
ella y de los amigos.
¡Serán sólo algunos
días; después tú irás
con silla de ruedas, yo
te llevaré! — la mamá
respondió,
tranquilizándolo.
Así, Fernando volvió
para la escuela, ahora
con otra disposición.
Después de algunos
meses, él dejó la silla
de ruedas y pasó a
caminar usando una
muleta. Protestó en el
inicio, pero comprendió
que era necesario, pues
no podía forzar la
pierna golpeada, que aún
le dolía mucho.
De ese modo, él se
acostumbró a la muleta,
que pasó a formar parte
de su día a día. En las
consultas, el médico le
explicaba la necesidad
de continuar con el uso
de la muleta.
El tiempo fue pasando...
Algunos años después, ya
muchacho, cierto día él
atravesaba una plaza
cuando se sintió cansado
y se
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sentó en un
banco para
descansar.
Colocó la muleta
a un lado y
respiró hondo,
mirando el
movimiento de
personas. |
Luego se sentó también
un señor. Simpático, el
hombre comenzó a
conversar con él, y le
preguntó la razón de la
muleta.
Fernando explicó lo
ocurrido con él años
antes.
Interesado, el señor
pasó a hacerle
preguntas, que él
respondía.
De repente, el
desconocido preguntó:
— ¿Puedo ver tu pierna?
— ¡Claro! Sin problemas
— respondió Fernando.
El señor se bajó y, al
mismo tiempo, examinaba
la pierna, hacía
preguntas que Fernando
respondía. Después,
volvió a sentarse en el
banco e informó al
muchacho intrigado:
— Fernando, yo soy
médico y trabajo en el
área de la ortopedia.
Antes, no había otra
solución para tu
problema, sin embargo
ahora todo se resuelve.
Voy a darte mi tarjeta
y, si quisieras
conversar mejor, estoy a
tu disposición. Tú eres
muy simpático, y noté
que lidias con tú
problema de una forma
tranquila, sin
protestar, lo que es
difícil a tu edad.
Fernando sonrió y
respondió:
— ¡Ah! ¡Pero yo no era
así, doctor! Con el
tiempo, fui mejorando.
Antes, protestaba por
todo, no quería
estudiar, hasta que
sufrí el accidente.
Claro que quedé
irritado, nervioso, pero
mi madre me explicó que
era una terapia divina
para que yo ejercitase
la paciencia, la
resignación...
finalmente, confieso que
cambié. ¡Hoy encaro todo
bien mejor, sin
protestar por nada,
aceptando la vida como
una bendición!
Finalmente, hay tanta
gente que no tiene lo
que yo tengo: una
familia buena, amigos,
inteligencia, facilidad
para estudiar... ¿No es
así?
El médico se sintió
conmovido delante de
aquellas palabras.
— Tienes razón,
Fernando. Ahora tengo
certeza de que puedo
ayudarte. Vamos hasta tu
casa.
El Dr. Milton trajo el
coche, en el cual
Fernando se acomodó
lleno de esperanzas. En
casa, presentado a la
madre de Fernando, el
médico conversó con ella
y se dispuso a tratar al
muchacho, sin coste
alguno para la familia.
En poco tiempo, Fernando
estaba bueno de nuevo.
Había jubilado la
muleta, así como la
silla de ruedas, que
ahora servirían para
otras personas. Pero
siempre decía, animado:
— ¡Bendito accidente!
¡Si no fuera por él, yo
aún sería el mismo!
¡Gracias a Dios, yo
cambié para mejor!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, aos
12/05/2014.)
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