Todos los
patrimonios de
la vida
pertenecen a
Dios
Los casos de
corrupción que a
cada día surge,
envolviendo
políticos y
hasta mismo ex
religiosos que
optaron por
servir a Mamón,
evidencian como
ingenuos y
desprevenidos
son ciertos
individuos a
quien, en fecha
reciente,
confiamos
nuestro voto,
ciertos de que
elegíamos
personas serias
e idealistas que
suponíamos han
ingresado en la
política para
servir al
pueblo, y no
servirse.
Los consideramos
ingenuos, no
porque fueron
imprudentes y
dejaron por el
camino marcas y
señales de sus
actos
inconfesables.
Pero, sí, porque
se olvidaron de
que todos los
patrimonios de
la vida
pertenecen a
Dios y, por eso,
tengan sido
adquiridos
lícita o
ilícitamente,
habrán un día de
ser restituidos.
Unos,
evidentemente,
los restituirán
con la
conciencia
tranquila y en
paz. Cuanto a
los otros… ¡Es
mejor ni pensar!
Una de las
grandes
contribuciones
de André Luiz
para los que
leen sus libros
fue haber
ejemplificado lo
que ocurre con
aquellos que,
han venido a la
corteza
planetaria con
determinada
tarea, han
fracasado en sus
propósitos.
En la obra
Los Mensajeros,
publicada
por la FEB en
1944, André Luiz
nos presenta
innúmeros casos
así. Vicente,
Otávio, Acelino,
Mariana,
Ernestina, Joel,
Belarmino,
Monteiro,
Alfredo – he
aquí
personalidades
que movidas por
el
remordimiento,
relataron, en
todas sus
minuciosidades,
el malogro en
que se
transformaron
sus últimas
existencias.
En todas ellas,
una causa
prácticamente
común aparece de
manera nítida,
como el
instructor
Tobías, de la
colonia
“Nuestro Hogar”,
explicó a André
Luiz, al
conducirlo hasta
el Centro de
Mensajeros, en
el Ministerio de
la Comunicación
da la mencionada
colonia.
André se quedó
deslumbrado con
la serie de
majestosos
edificios que
componían la
sede de la
institución. Le
parecía que
encontraba allí
algunas
universidades
reunidas, tal la
enorme extensión
de ellos. Patios
amplios,
arboledas,
jardines… El
Centro era, de
hecho, muy vasto
y allí se
situaban apenas
la
administración
central y
algunos
pabellones
destinados a la
educación y a la
preparación en
general.
La finalidad del
Centro de
Mensajeros es el
preparo de
personas, para
que se
transformen en
cartas vivas de
socorro y
auxilio a los
que sufren en el
lugar umbroso,
en la Corteza y
en la Tinieblas.
Allí se preparan
numerosos
compañeros para
la difusión de
esperanzas y
consuelos,
instrucciones y
avisos, en los
diversos
sectores de la
evolución
planetaria. Se
organizan grupos
compactos de
aprendices para
la
reencarnación.
Médium y
doctrinadores de
allí salen
centenares,
anualmente.
Trabajadores del
confort
espiritual se
encaminan para
los círculos
carnales, en
cuantidad
considerable,
habilitados por
el Centro de
Mensajeros.
Son muy pocos,
sin embargo, los
que triunfan.
Algunos
consiguen
ejecución
parcial de la
tarea, otros
fracasan de
todo. He aquí la
explicación dada
por Tobías:
“Pocos triunfan,
porque casi
todos estamos
aún unidos a
extenso
pretérito de
errores
criminosos, que
nos deformaron
la personalidad.
En cada nuevo
ciclo de
emprendimientos
carnales,
creemos mucho
más en nuestras
tendencias
inferiores del
pasado, que en
las
posibilidades
divinas del
presente,
complicando
siempre el
futuro. Es de
esa manera que
proseguimos, por
allá, agarrados
al mal y
olvidados del
bien, llegando,
por veces, al
disparate de
interpretar
dificultades
como castigos,
cuando todo
obstáculo
traduce
oportunidad
verdaderamente
preciosa a los
que ya tengan
“ojos de ver”.
(Los Mensajeros,
cap. 3, pág.
24.)
Aprendemos en el
Espiritismo que
en la esfera
carnal el mayor
interés del alma
debe ser la
realización de
algo útil para
el bien de
todos, mirando
al Infinito y a
la Eternidad.
En ese
propósito, es
indispensable
contar con el
asedio de todos
los elementos
contrarios.
Ironías,
ataques,
sugerencias
inferiores
surgirán, con
certeza, en el
camino de todo
trabajador fiel.
Ésas son, pues,
circunstancias
lógicas y
fatales del
servicio, porque
nadie viene al
mundo físico
para descanso
injustificable,
pero para luchar
por su propia
mejoría, a pesar
de todo
impedimento
fortuito.
Apropiarse de
los recursos que
la comunidad
entrega a los
administradores
públicos es algo
que no se
concibe y que
muchos
sufrimientos
implicará a
todos que,
creyéndose
inmunes a los
tentáculos de la
ley humana, no
huirán al
juzgamiento del
tribunal de la
propia
conciencia, como
André Luiz nos
enseñó en la
obra a que nos
reportamos.
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