Una vez, Pipo, un
burrito, cansado de ser
despreciado por sus
compañeros en el
establo, sintió que era
muy infeliz. No tenía
amigos. Los otros
animales, caballos,
bueyes, vacas, carneros
y ovejas, se burlaban de
él.
Mimosa, la vaca pinta,
mugía:
- ¡No sirves para nada,
Pipo! Yo produzco la
leche para mis becerros
y para alimentar a los
hijos de nuestro patrón.
Pero tú, un burrito,
¿para qué sirves? |
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Rumiando la hierba,
Tifón, el caballo de
carreras, levantó la
cabeza y asintió:
- Es verdad. Si por lo
menos Pipo pudiera
participar de las
carreras como yo, su
vida sería muy
diferente. ¡Ah! ¡Es tan
lindo oír los aplausos
de la multitud cuando
gano una carrera! El
patrón me acaricia
diciendo palabras
gentiles y, además,
siempre recibo una
ración extra. Pero
nuestro pobre burrito,
¡no sirve para nada!...
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La oveja Clara sonrió y
asintió:
- ¡Se lo merece! Si por
lo menos Pipo tuviera
pelaje, como yo, que el
patrón esquila para
hacer abrigos y mantas,
sería tratado con
consideración y respeto.
¡Pero el pobre no tiene
ninguna utilidad!...
Con cada animal que
hablaba, el pobre
burrito bajaba un poco
más la cabeza,
avergonzado,
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sintiéndose
despreciado por
todos. Cansado
de oír lo que
decían de él,
Pipo buscó el
lugar más
apartado del
establo, se
acostó y allí se
quedó quieto y
lloroso. Los
compañeros
terminaron por
olvidarse de él,
hablando de
otros temas.
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Ese mismo día, más
tarde, cayó una gran
tormenta y los animales
no pudieron salir del
establo e ir al campo.
Pero, el burrito
permaneció acostado,
triste y avergonzado por
no tener cualidades.
Después de mucho llorar,
acabó dormido mientras
la lluvia caía.
De pronto, un ruido
repentino lo despertó.
Era el patrón que venía
a buscar a uno de sus
animales para que lo
ayude a retirar un árbol
que, debido a la
lluvia, había caído en
medio del camino
bloqueando el paso.
El burrito miró hacia
fuera y vio que la
lluvia había cesado y el
sol volvía a brillar,
pero no se movió. Estaba
triste y quería quedarse
allí, acostado.
Junto a su hombre de
confianza, el patrón
miró a cada uno de sus
animales del establo y
dijo pensativo:
- ¡Necesito un animal
que sea muy fuerte!
- Patrón, ¿y qué tal
Tifón, el caballo de
carreras? ¡Es fuerte! –
dijo el empleado.
- No creo que sirva.
Tifón es muy
temperamental.
- !Ah¡ ¿Y Mimosa, la
vaca pinta? ¡Es grande,
pesada y tiene fuerza,
mi señor!
El patrón pensó un poco
y respondió:
- No sirve. Mimosa tiene
dificultades para
obedecer. |
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¡Es terca y sólo
hace lo que
quiere! |
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- ¿Y la oveja Clara?
Está acostumbrada a
obedecer, señor.
- Es verdad. ¡Pero no
tiene la fuerza que
necesitamos!
De repente, andando por
el establo, el patrón
vio al pobre
burrito, que se
había despertado pero no
se había levantado,
desanimado de la vida, y
sonrió:
- ¡Ya sé! ¡Pipo, nuestro
burrito de carga! ¡Él
tiene todas las
condiciones necesarias
para ejecutar esta
importante tarea! Es
fuerte, obediente y
digno de toda confianza.
Diciendo esto, el patrón
hizo una caricia en el
lomo del burrito y
ordenó:
- Pipo, ¡necesitamos tu
ayuda! ¡Levántate!
¡Tenemos que quitar un
árbol de la mitad del
camino y solo tú puedes
hacerlo! ¡Vamos, mi
valiente compañero!
El burrito abrió los
ojos y levantó las
orejas más animado. Se
puso de pie y, con la
cabeza erguida,
orgulloso de haber sido
escogido para aquella
tarea, pasó trotando en
medio de los demás
animales que, con la
boca abierta, no creían
lo que estaba
sucediendo.
Pipo fue llevado hacia
el camino con todos los
honores. El patrón y su
ayudante amarraron
cuerdas al tronco del
árbol y, en seguida, las
pasaron por el cuerpo
del burrito que, usando
todas sus fuerzas,
¡tiró, tiró y tiró!...
Sudando y, con la cabeza
agachada, tiraba
siempre.
Tanto se esforzó Pipo,
que consiguió quitar el
árbol que obstaculizaba
el camino. Después, muy
feliz por haber
realizado su tarea,
volvió al establo.
Cuando llegó, los demás
animales lo rodearon,
curiosos, preguntando
cómo había sido el
servicio que prestó. Y
él respondió, tranquilo
y satisfecho:
- ¡Fue fácil! Soy fuerte
y resistente. ¡Estoy
acostumbrado a grandes
cantidades de peso!
Y ante la admiración de
los demás, comunicó:
-Ahora voy a descansar
un poco. ¡Trabajé
bastante y me lo
merezco!
La vaca, la oveja, el
buey y el caballo de
carreras, asombrados,
pasaron a tratarlo con
todo el respeto que el
valiente burrito
merecía. Y desde ese
día, nunca más se
burlaron de nadie,
porque entendieron que
todos tienen cualidades
que, a menudo,
¡desconocemos!
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el 2 de
marzo de 2015)
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