Parábolas
Las parábolas
son, como
sabemos,
narraciones
alegóricas en
que el conjunto
de elementos
evoca, a través
de comparación,
otras
realidades.
Jesús se valía
con frecuencia
de parábolas,
que se cuentan
en gran número y
fueron objeto de
comentarios
diversos y de
obras
importantes,
como
Parábolas y
Enseñanzas de
Jesús, de
Cairbar Schutel,
e Historias
que Jesús Contó,
de Clóvis
Tavares, entre
otras.
A través de
ellas es posible
estar en
contacto, de
manera más
fácil, con el
pensamiento de
Jesús acerca de
los más
diferentes
temas.
Días atrás se
discutía en un
círculo de
amigos espíritas
una cuestión que
ha sido
frecuente en
nuestro medio:
la deserción de
compañeros que
inician pero no
llevan adelante
la tarea asumida
en la
institución
espírita. La
persona llega a
una Casa
Espírita, se
entusiasma con
lo que ve, se
emplea en ése o
en aquel
trabajo, pero,
de repente,
desaparece y
pocos se quedan
sabiendo lo que,
de hecho,
ocurrió.
La deserción –
vocablo que
Allan Kardec
utilizó en
situaciones
semejantes – es
algo también,
como sabemos,
muy común en las
familias
espíritas. Los
jóvenes nacidos
en hogar
espírita, con
las excepciones
de hábito,
permanecen en
las lides
espíritas hasta
cierta edad,
pero pocos ahí
continúan cuando
ingresan en la
vida académica.
Aunque tenga
estado entre
nosotros hace
más de 2.000
años, Jesús, por
increíble que
parezca, aludió
a ese hecho en
una conocida
parábola que el
apóstol Mateo
registró en el
cap. XIII de sus
anotaciones.
Veámosla:
En aquel mismo
día, teniendo
salido de casa,
Jesús se sentó a
la orilla del
mar; alrededor
de él luego se
reunió gran
multitud de
personas; por
eso, subió en un
barco, en donde
se sentó,
estando el
pueblo en la
ribera; y les
dijo, entonces
muchas cosas por
parábolas,
hablándoles así:
-Aquél que
siembra salió a
sembrar; y
mientras
sembraba, una
parte de las
semillas cayó a
lo largo del
camino y
vinieron los
pájaros del
cielo y las
comieron.
Otra parte cayó
en lugares
pedregosos, en
donde no había
mucha tierra; y
luego las
semillas
nacieron pero la
tierra donde
estaban no tenía
profundidad. El
sol, habiéndose
elevado en
seguida, las
quemó; y como no
tenían raíz,
secaron.
Otra parte cayó
en el espinar, y
el espinar,
cuando
crecieron, la
ahogaron. Otra,
en fin, cayó en
tierra buena, y
dio frutos,
algunos granos
rindiendo ciento
por uno, otros
sesenta y otros
treinta. Oíd
quien tiene
oídos de oír.
(Mateos, cap.
XIII, vv. 1 a
9.)
Parece que los
compañeros de
Jesús no
entendieron bien
la parábola y el
Maestro,
entonces, la
explicó:
Escuchad, pues,
vosotros, la
parábola del
sembrador.
Cualquiera que
oye la palabra
del reino y no
le da
importancia,
viniendo el
Espíritu malo le
arrebata lo que
sembró en su
corazón; es ése
lo que recibió
la semilla a lo
largo del
camino.
Aquél que
recibió la
semilla en medio
de las piedras,
es el que oye la
palabra y por lo
pronto la recibe
con gozo en
primero momento;
pero, no tiene
en sí raíz,
antes es de poca
duración; y
cuando
sobrevienen los
obstáculos y las
persecuciones,
por causa de la
palabra, la
toma pronto por
objeto de
escándalo y de
caída.
Aquél que recibe
la semilla entre
espinas, es el
que oye la
palabra; pero
pronto los
cuidados de este
siglo y la
ilusión de las
riquezas ahogan
en él esa
palabra y la
vuelven sin
fruto.
Aquél, sin
embargo, que
recibe la
semilla en buena
tierra es el
aquél que oye la
palabra, que la
da atención y
ella le da
frutos rindiendo
ciento, sesenta
o treinta por
uno. (Mateo,
cap. XIII, vv.18
a 23.)
Allan Kardec
tejió sobre la
enseñanza arriba
los siguientes
comentarios:
“La parábola del
sembrador
exprime
perfectamente
los matices
existentes en la
manera de ser
utilizadas las
enseñanzas del
Evangelio.
¡Cuántas
personas hay, en
efecto, para las
cuales es sólo
una letra
muerta, que,
semejante a la
semilla que cayó
en las piedras
no produce
ningún fruto!
Encuentra una
aplicación, no
menos justa, en
las diferentes
categorías de
los espíritas.
¿Acaso no es
éste el emblema
de aquellos que
sólo se
concretan a
fenómenos
materiales, y no
sacan de ellos
ninguna
consecuencia,
porque sólo ven
objeto de
curiosidad?
¿De aquellos que
sólo buscan la
brillantez en
las
comunicaciones
de los Espíritus
y no las toman
con interés sino
cuando
satisfacen su
imaginación,
pero que después
de haberlas oído
están tan fríos
e indiferentes
como antes?
¿Los que
encuentran los
consejos muy
buenos y los
admiran, pero
los aplican a
los demás y no a
ellos mismos?
¿De aquellos, en
fin, para
quienes estas
instrucciones
son como la
semilla que cae
en tierra buena
y produce
frutos?” (El
Evangelio según
el Espiritismo,
cap. XVII, ítem
6.)
Delante de
lecciones tan
claras, no es
necesario
agregar más nada
a los que
desertan de los
compromisos que
asumieron,
excepto un aviso
que Abel Gomes
nos envió por
las manos de
Chico Xavier,
publicado en el
libro
Hablando a la
Tierra, pág.
67: “A la
manera que nos
desarrollamos en
sabiduría y
amor,
consideramos la
pérdida de los
minutos como
siendo la más
lamentable y
ruinosa de
todas.”
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