Cierto día, la mamá de
Guillermo, pasando cerca
de la escuela de su
hijo, decidiórecogerloa
la salida. Se acercó al
portón y se quedó
esperándoloa la sombra
de un árbol.
Sin embargo, tan pronto
como los niños
comenzaron a salir
felices, haciendo
alboroto, notó que
Alfonso, uno de los
alumnos, tenía una
expresión de enojo, muy
irritada. Después de
cruzar el portón, se
quedó parado en la
calle. Luego, salió otro
niño, Ricardo, que
sonriente y tranquilo
conversaba con algunos
compañeros, y se reían.
Al verlo pasar por el
portón, se dio cuenta
que Alfonso apretó los
puños y se dirigió a
Ricardo, lleno de rabia
y, acercándose, le
comenzó a dar golpes en
la cabeza.
Los otros niños
comenzaron a gritar,
intentando separarlos,
pero Alfonso no se
detenía. Ricardo tenía
la nariz ensangrentada y
suplicaba en lágrimas:
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- ¡Alfonso! ¿Por qué me
pegas? ¿Por qué estás
tan enojado? ¿Qué fue lo
que te hice?
Pero el compañero no
paraba de golpearlo,
diciendo:
- ¡Esto es para que
aprendas a no querer
parecer mejor que yo!
¿Piensas que no te vi?
¡La profesora te
felicitó diciendo que tu
dibujo era mejor que el
mío! ¡Hiciste eso solo
para humillarme delante
de toda la clase!...
En ese momento la
profesora, que le
habíanavisado de la
pelea, llegó corriendo,
intentando separar a los
dos alumnos. Pero,
aunsujetándolos por los
brazos, intentaba
separarlos a la fuerza
sin conseguirlo.
La mamá de Guillermo,
que veía la escena,
pidió permiso para
hablar con Alfonso. La
profesora, cansada, se
lo permitió.
Entonces, Dora avanzó
hacia Alfonso, que
continuaba abalanzándose
sobre Ricardo y,
elevando su pensamiento
a Jesús pidiéndole
ayuda, se acercó más y
envolvió a Alfonso con
amor, dándole un abrazo
y, al mismo tiempo,
alejándolo de aquel
lugar.
Libre de Alfonso,
Ricardo se mostró
aliviado y corrió hacia
el otro lado de la
calle, junto a su amigo
Guillermo para ver lo
que iba a pasar.
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Dora, la mamá de
Guillermo, abrazada al
niño, con dulzura le
decía palabras de paz y
cariño, calmándolo.
Llevó a Alfonso hacia
una banca y se sentó con
él, que ahora lloraba en
sus brazos. Ella le
enjugó el rostro, lo
acunó en sus brazos y
murmuró:
- ¿Por qué estás tan
enojado, Alfonso?
Siempre has sido un buen
niño, ¡le caes bien a
todo el mundo! Cálmate.
Respira hondo, piensa en
Jesús y luego estarás
mejor.
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Él movió la cabeza y
dijo:
- ¡No sé por qué estaba
tan enojado, tía Dora!
¡De repente, vi a
Ricardo riéndose y pensé
que se reía de mí,
porque la profesora dijo
que su dibujo era mejor
que el mío!
En ese momento la
profesora, ahora más
calmada, se había
acercado y, escuchando
la conversación,
explicó:
- No, Alfonso. ¡Lo que
yo dije es que los
mejores dibujos de la
clase realmente fueron
el de Ricardo y el tuyo,
que es excelente!
Entendiste
mal.
- Entonces,¿mi dibujo
está bien?
- ¡Claro que sí! Tú
dibujas muy bien,
Alfonso. Es diferente
del estilo de Ricardo,
pero ambos son muy
buenos, ¡los mejores de
la clase! – explicó la
profesora.
- ¡Ah, entonces soy
feliz! – dijo Alfonso
con una tímida sonrisa
en su rostro, ya
calmado.
La profesora lo abrazó
y, llamando a Ricardo,
hizo que hicieran las
paces, intercambiando un
abrazo. En seguida, se
alejó, satisfecha con el
resultado al final del
incidente.
Terminada la pelea, los
alumnos se alejaron
comentando lo que había
sucedido, así como Dora
y su hijo Guillermo.
En el trayecto a casa,
caminando por la vereda,
Guillermo retomó el
tema:
- Mamá, ¿cómo lograste
calmar a Alfonso? ¡Él
estaba bien enojado!...
La mamá pensó un poco y
respondió:
- Hijo, ¿te acuerdas de
la lección que leímos en
el Evangelio anoche?
- Sí me acuerdo, mamá.
Jesús decía que los
discípulos no deberían
devolver violencia con
violencia. Al contrario,
que usaran la bondad, a
única arma que acaba con
el mal. Así, tratando a
todos con amor, ¡no
tendremos problemas ni
enemigos!
La mamita sonrió,
satisfecha:
- ¡Muy bien, Guillermo!
Aprendiste muy bien la
lección. Nunca vamos a
vencer si usamos la
violencia. Contra la
ira, el odio, la
crueldad, debemos
siempre responder con
amor. Sólo así
conseguiremos resolver
cualquier situación.
El niño asintió con la
cabeza:
- Y eso fue lo que
hiciste, mamá. Después,
Alfonso estaba calmado,
tranquilo… ¡Creo que mi
profesora también
aprendió algo hoy
contigo, mamá!
- Hijo mío, lo que
realmente importa es el
bien que hacemos a los
otros. Ahora todo está
en paz de nuevo. Gracias
a Jesús, a quien
supliqué ayuda en ese
momento.
Guillermo abrazó a su
mamá con mucho amor y
gratitud, porque ella
había ayudado a su amigo
Alfonso, que estaba tan
descontrolado, y
comentó:
- Gracias a Jesús,
conseguiste ayudar a
Alfonso, que es un buen
niño, pero muy enojado.
¡Tal vez hoy aprendió
una lecciónhoy!
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
22/06/2015.)
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