Quién me despertó para
el descubrimiento que da
título a este artículo
fue el actor Eriberto
León, en una entrevista
concedida al Programa
del Jô (TV Globo) el
11 de diciembre de 2009.
En la ocasión, él
esclareció que la
palabra humildad deriva
de la palabra humus, que
significa tierra buena,
apta a recibir la
semilla y hacerla
germinar, generando
frutos y más frutos.
Fui, entonces, al
diccionario, que
confirmó lo que Eriberto
dijo. La humildad, por
lo tanto, es fértil.
Para mí, una de los
mayores descubrimientos
de los últimos tiempos.
Es una gran oportunidad
para volver a ver el
concepto que tenemos
acerca de humildad,
equivocadamente
interpretada como bajar
la cabeza, ser simplón,
usar ropas desgastadas y
similares. Ser humilde
no es nada de eso,
felizmente. Y humillarse
deja también de
significar rebajarse. Es
dejarse fecundar. Mucho
más fascinante y
profundo.
Ese descubrimiento nos
lleva a volver a ver
algunos pasajes
evangélicos para
percibir la importancia
de ser fértiles y
dejemos fecundar en el
suelo de la conciencia
las varias semillas que
la vida tira en nosotros
diariamente.
Voy a comenzar con la
primera de las
bienaventuranzas: “Bienaventurados
los pobres de espíritu,
porque de ellos es el
reino de los cielos”.
En El Evangelio según
el Espiritismo, cap.
VII, ítem 2, Allan
Kardec alerta que Jesús,
en la citada
bienaventuranza, no se
refiere a los
desprovistos de
inteligencia, sino a los
humildes. Es para los
fértiles, por lo tanto,
que el reino de los
cielos (estado
permanente de felicidad,
conciencia tranquila y
sensación de de deber
cumplido) está
reservado.
Debemos ser fértiles;
¿pero como se da eso?
En el libro La Voz
del Monte, el
escritor Richard
Simonetti resalta que no
es sin ton ni son que
esa bienaventuranza es
la primera a ser
proclamada en el Sermón
de la Montaña.
Jesucristo, siendo el
Maestro por excelencia,
quiso dar una secuencia
lógica a tan grandiosas
enseñanzas. Por lo
tanto, quiso dejar claro
que, para comenzar la
jornada evolutiva de
forma lúcida y
coherente, debemos ser
fértiles lo suficiente
para tener una idea
exacta de quien de hecho
somos. ¿Cómo eso se da?
Cuando reconocemos que
somos imperfectos, que
erramos mucho, que no
siempre estamos con la
razón, que debemos saber
recibir una crítica
constructiva, que la
persona que nos ofende
puede estar pasando por
un momento difícil etc.
Esas son algunas de las
semillas que nos son
tiradas en lo cotidiano.
Si la tierra de nuestra
conciencia es humilde
(fértil), las semillas
resultarán en cosechas
de autoconocimiento,
comprensión y
perfeccionamiento
íntimo, por ejemplo.
Pero si la tierra es
árida e infértil, las
semillas no germinarán.
Resultado: cólera,
soberbia, orgullo
herido, inseguridad,
fanatismo y otros tantos
males que nos acometen
por falta de humildad.
Va a ver que es por eso
que, en la Parábola del
Sembrador, otro conocido
tramo del Nuevo
Testamento, Jesús
insiste en explicar la
naturaleza de los varios
terrenos que recibieron
las semillas que el
sembrador arrojó. Las
tres primeras partidas
de semillas cayeron a lo
largo del camino, entre
piedras y en medio de
los espinos. Ninguna de
ellas brotó; fueron
devoradas por pájaros,
resecadas por el sol o
sofocadas por los
espinos. Fueron
liquidadas por la falta
de humildad,
caracterizada por
desinterés,
superficialidad,
opresión, egoísmo,
disputa de poder,
desdén, prejuicio.
Tire la primera piedra
aquel que este sin
pecado
En contrapartida, la
cuarta partida de
semillas cayó en la
tierra buena y produjo
cien por uno; otras,
sesenta y otras,
treinta. Es decir,
conforme el grado de
fertilidad, las personas
maduran, dejaron hablar
la voz de la conciencia
y produjeron en
consonancia con la
comprensión que
tuvieron.
Pero no dejaron de
producir.
Eso significa que, aún
produciendo poco, la
tendencia es que la
fertilidad aumente y, en
poco, el ser humano vaya
perfeccionando el grado
de comprensión, estando
apto, así, a ser más
humilde, a medida que
fuera dilatando su
percepción y
reconociéndose
imperfecto, siempre
necesitando aprender
algo y estando abierto a
lo nuevo.
Otro buen ejemplo, aún
utilizando el Nuevo
Testamento, es el
célebre episodio de la
mujer adúltera, presta a
ser apedreada por la
turba que coge y lincha.
Ahí, Jesús dice que debe
tirar la primera piedra
aquel que esté sin
pecado. ¿Qué hizo el
Maestro? Tiró semillas
de comprensión que, por
motivos variados, creo,
fueron asimiladas por
aquellos hombres de
piedra en puño. Ellos
fueron llevados a tener
una actitud
humilde/fértil. Dejaron
la enseñanza de Cristo
brotar en el suelo de
sus conciencias. Dejaron
de lado la aridez del
orgullo y de la
intolerancia. La semilla
fecundó el suelo de cada
uno de ellos. Así pues,
brotaron muchas, que
hicieron a aquellos
hombres pensar: -
Vaya, yo también tengo
numerosos defectos. - Si
yo estuviese en el lugar
de ella, ¿me gustaría
que me tirasen piedras?
-
¿Qué estoy haciendo con
esta piedra en la mano
si ni conozco a esa
mujer? – No debo dar
oídos a quien me incita
a tirar una piedra a esa
pobre criatura. ¡Sino,
es que yo corro el
riesgo de ser apuntado
como agitador!
Qué es, de hecho, ser
humilde
Finalmente, semillas
que, en aquel momento,
hicieron varios terrenos
producir cinco, diez,
veinte o cien, no
importa. Fue una
producción suficiente
para todos tirar las
piedras e irse,
renovados que estaban
por haberse dejado
fertilizar por la
semilla de la enseñanza
del Cristo, que hizo con
ellos revalidarse, en un
instante de segundo, sus
propios valores. Eso es
ser humilde. Cada uno de
aquellos hombres fue
humilde a su modo.
Creo que cuando pensamos
en humildad, debemos
también tener
sensibilidad para
percibir que su
significado va más allá
del antónimo de orgullo.
En el libro
Trabajando para sí Mismo,
el escritor José Carlos
Leal cuenta la historia
de un profesor que, tras
20 años enseñando en un
colegio, fue dimitido.
Él, entonces, cogió el
dinero de la
indemnización y abrió un
establecimiento de
enseñanza. Hoy, gana
mucho más como dueño de
la propia empresa. ¡Él
fue humilde! Se dejó
fecundar por la
oportunidad que la
situación difícil
presentaba y dio la
vuelta por cima. Si no
fuera humilde, habría
caído en depresión o
iría a buscar otro
trabajo que lo
mantuviera en el mismo
nivel salarial. O
simplemente quedaría con
rabia del ex-jefe,
cultivando la aridez del
rencor y del orgullo
herido. La humildad
tiene, por lo tanto,
mucho que ver con
emprendimiento, palabra
muy utilizada en los
días de hoy. Es la
fertilidad de percibir
que podemos intentar
otro camino.
Humildad se podría aliar
al buen humor
Evaristo Antunes, primo
de mi abuelo paterno y
presidente de la Unión
Municipal Espírita de
Petrópolis (Umep) por
muchos años, cierta vez
testificó una pelea de
tráfico. Al intentar
calmar a uno de los
conductores, oyó de él
que tenía mucha rabia
porque el otro conductor
lo había mandado para
algún lugar poco
recomendable. Evaristo,
con mucha tranquilidad y
buen humor, dijo: -
Oye, mi hijo. ¡No vaya!
Simple así. He ahí la
humildad que es sinónimo
de buen humor. Debemos
ser fértiles lo
suficiente para llevar
en la deportiva cuando
nos agreden con
palabras. Es una
humildad que tiene que
presentarse llena de
presencia de espíritu.
Generalmente, desarma al
ofensor y lo deja sin
acción, ya que tuvimos
la humildad de no dar
importancia a las
insolencias. El agresor
quedará sin gracia,
percibirá que su
agresividad no dará en
nada e irá a retirarse,
fecundado por nuestra
reacción sorprendente.
Corre el riesgo de, más
adelante, él se ría de
la situación, como yo ya
vi ocurrir.
A finales de la década
de 1970, fue al aire en
la TV una campaña
publicitaria llamada
Desármese y viva mejor.
Consistía en varios
comerciales en que
personas agresivas eran
“desarmadas” por la
gentileza. Recuerdo que,
en uno de los
comerciales, un hombre
comenzaba a discutir con
otro porque creía que
este otro había
agujereado la fila de
espera del restaurante.
Este segundo, en vez de
entrar en la pila de la
discusión, tuvo la
humildad de disculparse.
Acto continuo, extendió
la mano para el
estresado e invitó él y
esposa para sentarse con
él, que también estaba
acompañado de la mujer.
El individuo que inició
la discusión sonrió sin
gracia y aceptó la
invitación.
Humildad requiere
presencia de espíritu
Conozco una historia
buena sobre dos personas
(no sé si parientas o
amigas) que comenzaron a
discutir. Una de ellas,
en el auge de la pelea,
dijo para la otra algo
del tipo “¡Usted es
esto, eso, aquello y más
aquello otro!” La
ofendida, entonces, se
volvió para la ofensora
y preguntó: “¿Usted
halla aunque yo soy eso
todo ahí?” “¡Encuentro
sí!”, respondió la
primera persona,
encolerizada. La
segunda, entonces,
remató, serena:
¡Entonces ya está! Y
puso fin a la pelea,
dejando a la otra
completamente sin
acción.
La humildad a veces se
muestra difícil porque
requiere presencia de
espíritu, algo que anda
medio olvidado.
Preferimos apelar para
el estrés, la discusión
acalorada, el mal humor
y el orgullo herido.
Resultado: terreno
infértil que no deja
ninguna semilla brotar.
Miriam Machado, con
quien trabajé en la
Editora Voces, contó
cierta vez que el
ex-marido entró en una
de querer emancipar a la
hija, entonces con 16
años. Para tanto,
convenció a la niña.
Esta a su vez, comenzó a
perseguir a la madre con
la idea. ¿Que
hizo Miriam? Fue
humilde.
¿De qué forma? Estuvo de
acuerdo de pronto con la
emancipación, alegando
que, si la hija y el
ex-marido querían, no
sería ella, voto
vencido, quedándose
peleando (falta de
humildad). El asunto
murió. Si la
inteligencia de Miriam
no fuese humilde, ella
chocaría de frente con
ambos y pondría a los
tres en un interminable
estrés.
Hay muchos otros
comportamientos que
evidencian nuestra falta
de humildad/fertilidad.
Obstinación es una de
ellos. ¿Saben aquellas
personas que insisten en
un caso perdido? Hay
varias historias así.
Gente que se niega a ver
lo obvio y pasan a veces
una existencia entera
golpeando en hierro
frío.
La hija que no se volvió
princesa
Conocí a un señor viudo
que no se conformaba con
las elecciones de la
única hija. En la cabeza
de él, la hija tenía que
ser una princesa, además
de estudiosa. Sólo que
ella nunca conectó para
estudiar (terminó a la
fuerza la Enseñanza
Media), no se casó como
manda el figurín – sólo
juntó los cepillos de
diente con el amado –,
hizo un curso de
peluquera y fue a
trabajar en un salón.
Perfecto para ella, que
siempre cuidó bien del
padre, de los hijos y
del marido. Sólo que el
padre, en vez de tener
la humildad de ver con
buenos ojos las
elecciones de la hija,
prefirió perseguirla.
Fueron años y más años
de implicaciones y
agresiones verbales,
dirigidas al marido de
ella también. En la
cabeza de ese padre, la
hija tenía que volver a
estudiar y casarse con
velo, guirnalda y flor
de naranjo. Pasó décadas
estresando a la familia
y obstinado contra lo
obvio, hecho un perro
intentando morder su
propio rabo – o sea,
rueda, rueda y no
consigue. Hasta que
desencarnó. Ahora, debe
estar aprendiendo el
valor de una postura
fértil, que se deja
fecundar por las
elecciones justas que
los hijos hacen, aunque
ni siempre coincidentes
con los sueños de los
padres. Saber respetar
las elecciones ajenas es
también ser humilde.
Quiero hablar de otra
evidencia de la falta de
humildad: la dificultad
que algunas personas
tienen de aceptar los
cambios por los cuales
el mundo pasa. Hablo de
gente reaccionaria, que
se niega a admitir que
lo nuevo siempre viene.
Sí, reaccionarios y
terreno árido hacen una
asociación bastante
incómoda. Es el grupo
que no da el brazo a
torcer de ninguna
manera; los dueños de la
verdad. ¡Ten pala,
azada, rastrillo, pico y
fertilizante para
revolver esas tierras!
Aún así, muchas
continúan áridas. ¡Pena!
El ejemplo de un hombre
solidario
Mi consuelo es saber que
un día, a golpes de
dolor, la tierra se verá
obligada a ser humilde
y, finalmente, se dejará
fecundar por las
semillas de una nueva
mentalidad. Si no fuera
en esta existencia, será
en una próxima o incluso
en el plano espiritual.
Finalmente, los
empedernidos también
desencarnarán un día. Y
a mí ver, no existe
mayor gesto de humildad
que dejarse fecundar por
la realidad de la vida
espiritual. Para quién
es árido, debe ser un
gran batacazo. Tal vez
sea por eso que las
reuniones mediúmnicas
tengan siempre tanto
trabajo, que es
esclarecer a los que
dejaron este mundo y se
negaron a admitir el
hecho. Tengo que hablar,
también, sobre gente que
no reconoce que erró y
que no pide disculpas,
aún sabiendo que erró.
¿Ya notaron como son
áridas y conturbadas,
desprovistas de paz
interior? ¡Cuántas
relaciones conyugales,
familiares y entre
amigos ya se deshicieron
a causa de la falta de
un simple pedido de
disculpas! ¡Cuánta
dureza de suelo! ¿Y qué
decir de los fanáticos,
sea por religión,
fútbol, partido político
etc.? Sólo ellos están
ciertos. Los demás,
errados por pensar de
forma diferente. Mentes
cerradas que no se dejan
fertilizar/humillar por
la capacidad de percibir
que todo es relativo.
Voy a rematar contando
un reportaje a que
asistí en el “Jornal
Hoje” (TV Globo), en la
década de 1990. Era
sobre un señor de la
ciudad de Ituiutaba
(MG). Nombre: Deócles
Gomes Machado, pero era
cariñosamente llamado
como Tío Doc. Un día,
Doc (disculpe la
intimidad) quedó viudo.
Jubilado y ya con cierta
edad, en vez de bucear
en la soledad, optó por
ser solidario. Bien
solidario, de hecho.
Buscó terrenos vacíos,
pidió autorización a los
dueños e inició una
huerta en cada uno. Los
cambios, él compró y
continuó comprando con
el dinero de la
jubilación. En poco
tiempo, brotaron
zanahoria, rábanos, col,
espinacas, patata,
chayote, calabaza,
lechuga, endibia,
tomate, remolacha,
berro. Y también
naranja, manzana, melón,
banana, aguacate y otras
tantas frutas y
legumbres y verduras.
Fue bueno descubrir que
la humildad es fértil
Tío Doc, entonces, cogió
el carrito de mano y
comenzó a distribuir el
resultado de las
cosechas en las
guarderías y hogares de
ancianos de la ciudad. “Cuando
yo muera, no voy a
llevar nada. Tengo que
llevar mis buenos actos.
Trabajar en beneficio
del prójimo”, dijo
él con una humildad que
sólo quién es muy grande
sabe tener. Confieso que
lloré de vergüenza.
Quedé conmovido y
profundamente
avergonzado de estar
delante de aquel hombre,
aunque por la TV. Me
sentí tan pequeño que
tuve ganas de ir a
llorar bajo la mesa, de
tan afligido que quedé
delante de tanta
grandeza, tanta
fertilidad que se dejó
germinar por semillas de
amor incondicional al
prójimo. Semillas que
brotaron en forma de
donación y generaron
alimentos para personas
necesitadas. ¡Y todo
gracias a una iniciativa
tan simple y tan fuerte,
tan bella!
Cerca de 20 años
después, Tío Doc
desencarnó, y el
Periódico Nacional
(TV Globo) registró la
muerte de aquel gran
hombre, que llegó a
alimentar a 1,2 mil
personas por mes. Estaba
con 105 años de edad y
de cierto llegó al plano
espiritual cogiendo
frutos abundantes
originarios de tanta
semilla que él dejó
germinar en el suelo y
en el corazón.
La historia podría parar
por ahí. Sólo que Tío
Doc dejó seguidores.
Entre ellos, Valmir,
otro jubilado, que quedó
cuidando de las huertas
en terrenos baldíos y
heredó de Deócles el
amor por la tierra y el
cariño por los niños y
ancianos. “Porque si
una persona hace, a otra
hace. Diez mil ayudando,
¿qué va a ocurrir? Va a
mejorar todo, ¿no es?”,
concluyó.
¡Tanto terreno baldío o
cerrado esparcido por
ahí! ¿Ya pensó si cada
persona decide hacer una
huerta en uno de esos
terrenos y distribuir el
resultado de la cosecha
a quien necesita?
¡Cuántos frutos de amor,
donación y humildad para
allá de fértil
levantando personas!
¡Como fue bueno
descubrir que la
humildad es fértil! Creo
que eso puede facilitar
la transformación moral
de mucha gente,
comenzando por la mía.
Bibliografia:
1-
LEAL, José
Carlos. Trabalhando
para Si Mesmo. Mil
Folhas Ed., 4ª Ed.,
2000, Rio de Janeiro,
RJ.
2-
SIMONETTI,
Richard. A Voz do
Monte. Federação
Espírita Brasileira
(FEB), 3ª Ed., 1989,
Brasília, DF.
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