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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 439 - 8 de Noviembre de 2015 

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

Volviendo a casa
 

  

Un viejo estaba sentado en un jardín descansando de sus actividades diurnas. Con satisfacción, el anciano aspiraba el aroma de las flores cuando vio acercarse a un jovencito de catorce años que se sentó en un banco cercano.

Andrajoso, el muchacho se veía triste y desanimado.

¿Qué estaba haciendo el chico en la calle a esa hora? Estaba anocheciendo y las personas pasaban corriendo hacia sus hogares.

Compadecido, el bondadoso viejito se le acercó buscando la conversación. Pronto se enteró que el muchacho había abandonado su hogar porque deseaba vivir por su cuenta. Entonces, preguntó al muchacho con voz serena:

- ¿Te gustan las historias?

A una señal afirmativa del jovencito, le dijo:

- Entonces te voy a contar una historia que nos dejó Jesús hace casi dos mil años.

Y el viejito empezó a contar, ante la mirada atenta del chico:

- Un hombre tenía dos hijos que eran toda su alegría. Un día, el más joven dijo a su padre: Dame parte de tu riqueza que me pertenece. El padre, ante dicho pedido, repartió sus bienes, dando a cada uno de sus hijos lo que correspondía por herencia. Pocos días después, el hijo menor empacó sus cosas y se fue a un país lejano.
 

Viéndose libre de la autoridad paterna, el joven, que no era muy juicioso, gastó todo lo que poseía en bebidas, mujeres y juegos. Cuando se dio cuenta, era demasiado tarde. Estaba en la más absoluta miseria. No tenía dónde dormir ni qué comer.

Por esa época, una gran sequía azotó la región y el hambre se extendió. Sin recursos, el joven pidió ayuda a un hombre de aquel país a quien le contó sus desventuras y, conmovido, lo envió a sus campos para que cuide a los cerdos.

Los cerdos se alimentaban de algarrobos, es decir, los frutos de un árbol llamado algarrobo, que son unas vainas con pulpa dulce y nutritiva utilizada para alimentar animales. Sin embargo, ni siquiera le daban de la comida de los cerdos, y pasó mucha hambre. Se acordó entonces de su casa y sintió nostalgia de su padre, que siempre había sido muy bueno. Se arrepintió de lo que había hecho y recordó que en casa de su padre todos

eran tratados bien y vivían felices. ¡Y él, ahí, no tenía nada para comer! Entonces, el joven tomó una decisión:

- Ya sé lo que haré. Volveré a casa y le diré mi padre: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero, si me aceptas, seré un simple empleado en tu casa.

Lleno de esperanza el muchacho así lo hizo. Regresó a su país y a su hogar. El viaje fue difícil y agotador, porque él no tenía más recursos para los gastos de viaje. Sin embargo, no se desanimó y siguió hasta llegar a su casa. De lejos, el padre lo vio y se conmovió del estado de miseria de su hijo. Lleno de compasión corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó con cariño.

Y el hijo le dijo a su padre:

- Padre, he pecado contra el cielo y contra ti y no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Estaría feliz si me aceptaras como un empleado de tu casa.

El generoso padre, que nunca dejó de amar a su hijo, ordenó a los empleados:

- ¡Traigan el mejor vestido para mi hijo! Coloquen un anillo en su dedo y sandalias en sus pies. ¡Hagamos una fiesta y regocijémonos, porque este hijo mío estaba perdido y fue hallado, estaba muerto y ha vuelto a la vida!

Y así se hizo. Cuando el hijo mayor regresó del campo y oyó el sonido de la música y de la fiesta, preguntó a uno de los criados qué estaba pasando. El criado le explicó: Tu hermano regresó sano y salvo y tu padre ha mandado matar a un buey joven y gordo para celebrar su regreso.

Enojado y lleno de celos, el hijo mayor no quiso entrar en la casa. El padre, avisado de lo que estaba sucediendo, fue a buscarlo, y el hijo le manifestó su enojo:

- ¡Padre! Hace muchos años que te sirvo cumpliendo todos tus deseos y nunca gané ni un cabrito para celebrar con mis amigos. Sin embargo, mi hermano, que gastó su dinero en placeres, ¡¿es recibido con una gran fiesta?! ...

El padre bondadoso, queriendo conducirlo hacia la bondad y el perdón, le dijo:

- Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo que es mío también te pertenece. Pero es justo que nos alegremos por el regreso de tu hermano, que estaba perdido y fue hallado, estaba muerto y ha vuelto para vivir a nuestro lado y para nuestra alegría. 

La noche había caído por completo y poco a poco las luces de la plaza fueron iluminándose.

El anciano se quedó en silencio. El jovencito, que se había quedado pensativo, suspiró. Con aire de profunda comprensión, se volteó hacia el anciano, murmurando con voz emocionada:

- Entendí el mensaje. Logró convencerme. Volveré a casa. Mis padres deben estar preocupados por mi ausencia y sé que estarán felices de verme.

Se puso de pie y, extendiendo su mano al viejito, concluyó con lágrimas en los ojos:

- Gracias. Después de todo, no hay mejor lugar que nuestra casa, y no hay problema que un poco de comprensión y buena voluntad no puedan resolver. 

TIA CÉLIA 


 

                                                                                   



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