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Año 9 - N° 445 - 20 de Diciembre de 2015 
FELINTO ELÍZIO DUARTE CAMPELO            
felintoelizio@gmail.com       
Maceió, Alagoas (Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Felinto Elízio Duarte Campelo

A propósito de la Navidad

La Navidad – el aniversario de Jesús – está llegando. Se siente en el aire una mezcla de alegría, de emoción, de esperanza, de fe


 

No estamos trayendo para vosotros, propiamente, un mensaje. Llamar mensaje sería fuerza de expresión. Son sólo algunas palabras, pobres, descoloridas, hilvanadas a la guisa de mensaje navideño, para no huir del compromiso asumido, recordando el magnífico evento de la venida de Jesús a la Tierra.

Simple y sin pretensiones como nosotros mismos, sin valor y calificación literaria, enfocando dispersas citas de cuño doctrinario, su contenido, sin embargo, está lleno de sentimiento.

Sincera, fue dictada por el corazón, escritura con la emoción que la fiesta navideña inspira, será transmitida sin los encantos oratorios, pero dirigida a vosotros con mucho amor y como una pálida expresión del mucho que nos va en alma y no sabemos traducir en palabras.

Los potentados y conquistadores se sucedieron en la Tierra. Dominadores y crueles, esclavizaron hombres, aplastando naciones, alcanzando, por las armas, las glorias efímeras del mundo, y dejando en su rastro la muerte, el dolor, la desesperación, el odio.

Egipto, sábio, poderosos y dominador, se vio derrotado y ocupado por los persas.

Asiria se empeno em uma guerra com Babilônia y seguidamente fue tragada por el Império de los Caldeos.

Nabuconodosor ataco y arraso la ciudad de Ninivé, para después desaparecer.

Esparta y Atenas, de la vieja y gloriosa Grecia de tantos e importantes filósofos, se agredían mutuamente en sanguinolentas batallas fratricidas.

Roma, tiránica e invencible por muchos siglos, asistió a su imperio desmoronarse.

Aún niño, Jesús confundió y maravilló a los doctores de la ley

Los déspotas vinieron, implantaron el régimen de la violencia, de la ambición, del orgullo, pasaron en una turbación de desencantos, fueron vencidos, cayeron en el olvido. Los historiadores registran sus hazañas, la humanidad no más se acuerda de ellos.

Jesús, sin embargo, tuvo como nacimiento un puñado de pajas, como maternidad un establo, humildes pastores y ganado de animales fueron sus primeros compañeros.

En cuanto a su nacimiento, hora mayor de la humanidad, los himnos de guerra fueron sustituidos por cánticos bendecidos saludando la llegada liberadora del Embajador Celeste.

Aún niño, en el Templo, Jesús confundió y maravilló a los doctores de la ley.

Hecho joven, en el hogar, trabajó como simple carpintero, ejemplificando que en toda realización no podemos dispensar el esfuerzo propio.

Ya adulto, amando, perdonando, curando, consolando, enseñando, el Maestro revocó todas las legislaciones opresivas e impiadosas y promulgó la ley del amor, del perdón y de la caridad.

En su peregrinación terrena, predicando a los hombres la nueva doctrina de fraternidad, hizo de su Evangelio un MANUAL DE CONDUCTA HUMANA, para orientación de nuestros pasos por las sendas de la vida; compuso un POEMA DE AMOR, que enternece y lleva los corazones renovados a vibrar en unísono con el Creador; nos donó una FUENTE PERENNE DE ESPERANZAS, cuando de sus labios brotaban, con inolvidable ternura, juiciosas enseñanzas.

Sed, pues, perfectos como perfecto es vuestro Padre Celestial

En su código de ética, Jesús registro:

“Amaréis al Señor vuestro Dios de todo vuestro corazón, de toda vuestra alma y de toda vuestra comprensión. Este es el primero y el mayor mandamiento. Y el segundo, semejante al primero, es: amaréis a vuestro prójimo como a vosotros mismos. Toda la ley y los profetas se hallan contenidos en esos dos mandamientos.”

“Aprendisteis lo que fue dicho: Amaréis a vuestro prójimo y odiaréis a vuestros enemigos. Yo, sin embargo, os digo: Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian y orad por los que os persiguen y calumnian, a fin de ser hijos de vuestro Padre que está en los cielos. “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre Celestial.”

“Cuando oréis, no os asemejéis a los hipócritas, que, afectadamente, oran en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres. Cuando queráis orar, entrad para vuestro cuarto y, cerrada la puerta, orad al Padre en secreto; y vuestro Padre, que ve lo que pasa en secreto, os dará a recompensa.”

“Dad, pues, a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios.”

“Quitad primero la biga de vuestro ojo y después, entonces, ved como podréis quitar la paja del ojo de vuestro hermano.”             

“No juzguéis, a fin de no ser juzgados; por cuanto seréis juzgados conforme hayáis juzgado a los otros.”

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredaran la Tierra

Continuemos buscando conocer, ahora, el Evangelio en su forma poética, recordando el Sermón de la Montaña, himno de exaltación a los humildes y sufridores, y de alabanza a los buenos y justos:

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos;

Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados;

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la Tierra;

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos;

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia;

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios;

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios;

Bienaventurados los que sufren persecución a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos;

Bienaventurados sois vosotros, cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan todo el mal contra vosotros por mi causa.

Exultad y alegraos, porque es grande vuestro galardón en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.

Cuánta poesía también en las palabras de Jesús, contenidas en Marcos, cap. X: “Dejad que vengan a mí los niños y no le impidáis, por cuanto el reino de los cielos es para los que a ellos se asemejan.”

“Yo soy el camino, la verdad y la vida” – afirmó Jesús

Fue Jesús también un inspirado trovador, como podemos comprobar en el cap. VI de Mateo:

“Observad los pájaros del cielo: no siembran, no cosechan, nada guardan en graneros; más vuestro Padre Celestial los alimenta.”

“Observad como crecen los lirios de los campos: no trabajan ni creen, sin embargo, yo os declaro que ni Salomón, en toda su gloria, jamás se vistió como uno de ellos.”

Rememoremos, igualmente, el Evangelio como manantial inagotable de consuelos para el presente y de certeza en un futuro mejor:

“Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi gente hubiera combatido para impedir que yo cayera en las manos de los judíos. “Pero mi reino aún no es aquí.”

“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. Hay muchas moradas en la casa de mi Padre; si así no fuera, ya os lo habría dicho, pues me voy para prepararos el lugar. Después que me haya ido y os haya preparado el lugar, volveré y os retiraréis para mí, a fin de que donde yo esté, también ahí estéis.”

“Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre, sino es por mí.”

“Si me amáis, guardad mis mandamientos; y yo rogaré al Padre y Él os enviará otro Consolador, a fin de que quede eternamente con vosotros.”                    

“En verdad, en verdad, os digo: Si el hombre no renace del agua y del espíritu, no podrá entrar en el reino de Dios.”

“Venid a mí, todos vosotros que estáis afligidos y sobrecargados, que yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended conmigo que soy blando y humilde de corazón y hallaréis reposo para vuestras almas, pues es suave mi yugo y leve mi fardo.”

“Pedí y se os dará; buscad y hallaréis; tocad a la puerta y se os abrirá; por cuanto quién pide recibe y quien busca halla y, aquel que toca a la puerta, ella se abrirá.”

Jesús es verdaderamente el divisor del tiempo

Jesús fue el ejemplo mayor de amor, de bondad, de simplicidad; fue tierno, dulce y compasivo, austero y disciplinado, sin jamás emplear la violencia.

Tolerante, comprendió y relevó todas las flaquezas humanas.

Enérgico, usó de su fuerza y superioridad moral, para censurar a  los mercaderes del templo y expulsar a Espíritus obsesores, perversos e ignorantes, que subyugaban criaturas infelices.

Por efecto de su magna importancia, Jesús es verdaderamente el divisor del tiempo. La Historia Universal identifica las eras como antes de Cristo y tras Cristo.

Aún hoy, veinte siglos transcurridos, el Enviado Celeste reina soberano en el corazón de la cristiandad.

Como ocurrió hace dos mil años, necesario se hace que Jesús nazca en cada uno de nosotros. Nazca como un niñito risueño, bello, sano, que nos conmueva y encante con su sonrisa inocente, que nos lleve a soñar. Un niño que no estacione el tiempo, crezca y se haga adolescente lúcido, pronto para esclarecer y corregir a los vanidosos que se juzgan detentores de la verdad, tal cual ocurrió en el templo en Jerusalén.

Un adolescente que alcance la juventud, compenetrado de sus deberes, dotado de nobles predicados, trabajador, honesto, equilibrado, mensajero de la concordia.

Un joven que alcance la edad adulta, fortalecido en la fe, alimentado de amor, aureolado por la luz interior, que haga de la caridad la virtud principal de su vida.

Cada alma es un mundo donde Jesús – Cristo Bendito de Dios – debe nacer y crecer. Hagamos que en esta Navidad Él renazca en nosotros y, como carpintero que fue, venga a esculpir en nuestro corazón un altar de reverencia al Padre.                                                                                          

La Navidad – el aniversario de Jesús – está llegando. Se siente en el aire una mezcla de alegría, de emoción, de esperanza, de fe. La misma alegría que naturalmente nos visita en las festividades mundanas. La gran emoción que nos envuelve cuando  las confraternizaciones entre compañeros, amigos, colegas y familiares. La renovada esperanza de ver días mejores en la vuelta de página del calendario del tiempo. La bendecida fe, cual lirio virgíneo, que se desabrocha iluminada y se eleva en plegaria de alabanza al Divino aniversario de Él.

E imperioso que Jesús renazca entre nosotros

Se repite, a menudo, ser la Navidad el momento de reflexión, de análisis de lo que fue hecho, como fue hecho, de lo que quedó hecho.

Correcto, la Navidad nos enseña una profunda reflexión sobre lo que nos sucedió en el transcurrir del año, nos lleva a reconsiderar actitudes, nos induce a relevar faltas ajenas y ofensas recibidas, nos encoraja a reconciliar con los adversarios olvidando penas, perdonando incondicionalmente y sin límite. La Navidad inspira amor.

No basta, sin embargo, analizar ocurrencias y reflejar acerca de actitudes sólo en la época navideña. Es imprescindible que ese trabajo sea hecho siempre, y más: es imperioso que diariamente Jesús renazca entre nosotros.

Cuando de hecho el hombre aprendiera el sublime mensaje del Evangelio y tenga el Maestro presente en el relicario del corazón, estará sepultado el pasado de desaciertos, desaparecerán las penas, desaparecerán los rencores, los odios serán aplacados, las contiendas olvidadas. Habrá paz en la Tierra.

Tendremos entonces, todos los días, una nueva NAVIDAD, el aniversario de Jesús.     

Feliz Navidad para todos los que gozan de salud; para los que disfrutan de una situación financiera estable; para los que fueron premiados con una familia equilibrada.

Feliz Navidad para los que son torturados por enfermedades incurables; para los que padecen hambre y frío, experimentando privaciones y extrema pobreza; para los que conviven con familiares problemáticos. Para esos nuestros hermanos, que la Navidad traiga la esperanza de una nueva vida libre de los tormentos que hoy les martirizan el alma.

Que al reflexionar sobre la Navidad de Cristo, sobre lo que significa la presencia de Jesús en la Tierra, podamos intentar, aunque tímidamente, comenzar nuestra renovación interior.

¡FELIZ NATAL!



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita