En la escuela, los
alumnos más jóvenes
estaban contentos. La
profesora Laura los
había invitado a ir a la
huerta. Irían a trabajar
la tierra y a ellos les
gustaba mucho hacerlo.
Como la clase era
grande, trabajaban en
parejas.
Alegres y habladores,
caminaron hacia el
lugar, cercado por una
gran planta de cayote
que cubría toda la cerca
de alambre.
Entraron por el pequeño
portón y pronto vieron
las hortalizas, las
verduras y las legumbres
que crecían, mostrando
que la buena tierra
producía en abundancia.
Marcelo, que trabajaba
con Juanito, dijo a la
profesora:
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- Tía Laura, nuestra
huerta está muy bonita,
¿no?
- Sí, Marcelo. ¡Es que
todos los alumnos
colaboran, esforzándose
para que las plantitas
crezcan y se
desarrollen! Y hasta
tenemos alumnos que
vienen en diferentes
horarios y días para
regar, por lo que las
plantas no sientan la
falta de agua.
- ¡Es por eso que
nuestra huerta está tan
bonita, tía Laura! ¡Es
el valor de la
cooperación! – completó
Juanito.
Como el tiempo era
corto, la profesora
ordenó que cada alumno
continuara con la tarea
ya había comenzado. Así,
los alumnos se
dispersaron caminando en
medio de los canteros
para llegar a donde
irían a trabajar.
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Con cuidado, los
estudiantes fueron
retirando las hojas
secas, ablandando la
tierra y separando los
bichitos que podían
dañar las plantas. Si
éstas estaban caídas,
sintiendo la falta de
humedad, sus compañeros
iban al grifo a buscar
un poco de agua, que
traían en una vasija
apropiada para regar la
plantita.
Así, los niños pasaban
horas agradables en la
huerta, cuidando,
limpiando y regando las
plantas. De repente, uno
de los niños, Gustavo,
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que sentía
cierto rechazo
por Juanito, se
quejó: |
- Tía Laura, Juanito no
está cuidado bien a su
plantita. Vea cómo está
marchita, triste.
Al escuchar eso, Juanito
respondió:
- ¿Cómo que no estoy
cuidando bien a mi
plantita? ¡Está linda!
¡Cuando llegamos, estaba
un poco caída porque
tenía sed! ¡Pero tan
pronto llegamos, Marcelo
se encargó de ella y
mira! ¡Cómo está alegre
y bonita ahora!
- Pero necesitaste ayuda
para hacer eso, ¿verdad?
¡Y ni siquiera así está
linda!...
Entonces Juanito
respondió:
- ¡Gustavo, como
nosotros hacemos siempre
aquí, yo la planté,
Marcelo ayudó regándola
y Dios hizo que
creciera! ¡Y creo que
está muy bonita, sí! ¡Y
tú vas a quejarte del
trabajo de Nuestro
Padre?
Gustavo bajó la cabeza y
salió, avergonzado por
la respuesta que Juanito
le había dado.
La profesora abrazó a
Juanito envolviéndolo
con mucho amor. Era el
menor de sus alumnos,
pero era el que se
esforzaba más que
cualquier otro para
realizar sus tareas.
- Felicidades, Juanito.
Tú cuidas muy bien de tu
plantita. Será grandioso
cuando crezcas y tengas
tu propio espacio para
plantar lo que quieras.
- Ya estoy trabajando en
eso, tía Laura. He
mejorado el patio
trasero de mi casa
preparando el terreno,
quitando las piedras y
ablandando la tierra.
Estoy preparando dos
canteros y pronto
comenzaré a sembrar.
Sabes, tía Laura,
nosotros necesitamos
verduras, legumbres y
frutas. Somos muy pobres
y tener nuestra propia
fuente de vegetales nos
hará bien. Mamá está
feliz conmigo y yo estoy
contento de poder
ayudarla a ella y a mis
hermanitos.
Emocionada, la profesora
abrazó a su alumno:
- Si necesitas ayuda, no
seas tímido, Juanito.
¡Me puedes llamar en el
momento que quieras!
Estaré a tu disposición.
MEIMEI
(Recibida el 07/03/2016
por Célia X. de
Camargo.)
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