Era uno de esos días
difíciles para David. No
tenía clases por tres
días debido a los
feriados. Sentado en el
porche de su casa, David
se sentía solo. Su
madre, con una escoba en
la mano, salió muy
animada a barrer la
acera. Viendo a su hijo
triste, dijo:
- Qué lindo día, ¿no
crees, hijo mío?
David, con la mirada
perdida a lo lejos, se
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volteó hacia su
madre y
reaccionó
malhumorado:
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- ¿Por qué un lindo día,
mamá?
- Bien. ¡El día está
azul, sin nubes y el sol
brilla en lo alto
invitándonos a vivir, a
hacer algo bueno y útil
para nosotros y para
nuestro prójimo! –
respondió la mamá,
sorprendida por la
respuesta de él.
Más enojado al oír las
palabras de su mamá, él
murmuró:
- Nada de eso me
interesa. Me gustaría
aprovechar el día
jugando con mis amigos,
pero los que viven más
cerca están de viaje.
¡¿Qué voy a hacer todo
el día?!... ¡Me siento
solo, sin nadie!...
En sus ojos había
lágrimas que no llegaban
a caer.
Apenada, la madre dejó
la escoba, se sentó al
lado de su hijo y
murmuró:
-
¡Hijo mío!
¡Eres un muchacho
perfectamente sano,
tienes una buena casa,
una familia amorosa;
además, tu padre trabaja
mucho para que nada nos
falte!... ¿No crees que
estás siendo ingrato con
todas las bendiciones
que Dios te dio?
Pensando mejor, el niño
contestó:
- Yo sé que nuestra vida
es buena, mamá. ¡Pero
hay veces que siento
mucha soledad!...
La madre miró al hijo,
que tenía todo y creía
que no tenía nada, llena
de piedad:
- ¡Ah, hijo mío! ¿Sabes
lo que es la soledad?
- Sí sé. Es cuando las
personas se sienten
solas.
- No, hijo mío. ¡La
soledad es cuando no
tenemos a nadie que se
interese por nosotros!
¡Cuando las personas no
tienen a alguien para
conversar, intercambiar
ideas, para reír de
nuestras bromas! Tú
vives rodeado de
familiares, amigos,
vecinos, compañeros de
colegio… ¡Hay personas
que viven realmente
solas! – le dijo a la
mamá, con ganas de
sonreír al escuchar la
palabra que era nueva en
el vocabulario de su
hijo.
David pensó un poco y
respondió acordándose de
una compañera:
- Mamá, ahora me acuerdo
de María Julia, una
chica de mi salón que es
muy pobre y que hace
días que no viene al
colegio. ¡Escuché decir
que ella está siempre
sola, porque sus padres
trabajan y no tiene
hermanos mayores!
Sentí mucha pena de
ella…
- ¿Dónde vive esa
muchacha, David?
- Vive lejos, en un
barrio apartado. Sé
dónde es, porque ya pasé
por allá – respondió el
muchacho, que se quedó
pensativo por algunos
segundos. – Mamá, voy a
visitarla.
¡Sin duda ella debe
estás más triste que yo!
A la mamá le gustó la
idea de su hijo. Él se
despidió y salió
corriendo por el portón,
haciendo señas a su
mamá, que lo seguía
desde el porche con una
sonrisa de satisfacción.
Al llegar al barrio,
David se informó sobre
la casa de su compañera
y, localizándola, tocó
la puerta. Nadie atendió
el llamado. Ya se
disponía a irse creyendo
que no había nadie,
cuando una pequeña niña
se le acercó y le dijo:
- ¡Puedes entrar! Solo
María Julia está en
casa. Y ella no se puede
levantar.
- ¡María Julia! ¡Soy yo,
David! – entró él,
llamándola.
- Estoy en mi cuarto,
David.
¡Entra! –
respondió ella.
Él siguió la dirección
de la voz y llegó hasta
el cuarto. Ella estaba
en cama, echada.
Sorprendido, preguntó
qué le había sucedido, y
ella le explicó:
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- Estoy enferma, David.
Por eso no he ido al
colegio. Por ahora no
puedo salir.
- ¡¿Y siempre estás
sola?!... ¿Cómo haces
para comer?
La muchacha sonrió y
respondió:
- Mi mamá deja algunas
cosas aquí cerca, en mi
mesita de noche. ¡Mira!
Tengo |
comida, algunas
frutas, agua y
las medicinas
que debo tomar.
¡Nada me falta, no te
preocupes! |
David sintió tanta pena
al verla en aquella
situación que casi
lloró. Después,
controlándose, le dijo
que ella debía sentirse
muy sola...
- ¡No!... ¡No me siento
sola! Estoy siempre
leyendo algún libro,
dibujando, escribiendo o
estudiando. Además,
recibo muchas visitas de
mis amigos del barrio.
Pero, de la escuela, ¡tú
eres el primero! –
respondió ella con una
sonrisa triste.
Él entendió que, a pesar
de tener muchos
compañeros, no tenía
verdaderos amigos, y
dijo:
- Lo siento, María
Julia. ¿Hace cuánto
tiempo que estás en
cama?
- Hace un mes que estoy
en cama. Una amiga del
barrio me trae las
lecciones con la
profesora, y yo estudio
sola para no perder el
año.
David sintió vergüenza:
por sí mismo, por creer
que era muy infeliz por
no tener amigos para
jugar ese día; por él y
por los compañeros que
nunca habían ido a
visitarla. En fin,
vergüenza por sus quejas
a su mamá, como si fuera
un infeliz.
Y dijo con los ojos
húmedos:
- María Julia, a partir
de hoy, vendré a verte
todos los días. ¡Me caes
muy bien, amiga! – se
inclinó y la abrazó,
despidiéndose.
Al día siguiente, volvió
trayendo las lecciones
de la escuela para
ayudarla en las tareas y
con paquetes de galletas
y dulces. Además, trajo
también a dos compañeros
más que encontró, para
visitarla y alegrar su
día.
María Julia lo abrazó,
llena de gratitud por su
buena voluntad y cariño:
- Gracias, David. ¡Eres
un chico muy
especial!...
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el
19/10/2015.)
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