Un hombre era carpintero
de profesión y tenía una
extraordinaria habilidad
para trabajar con la
madera. Era un verdadero
maestro en su oficio y
todos admiraban sus
trabajos.
Ese hombre tenía un
sueño.
Deseaba esculpir en
madera una imagen de
Jesús, a quien él amaba
profundamente, en tamaño
natural.
Conversando con un
amigo, el carpintero
habló del sueño que
albergaba en su corazón
y el compañero lo
incentivó:
- Entonces, ¿por qué no
comienzas? Con tu
talento y habilidad en
las manos, estoy seguro
que la escultura será
una obra maestra!
A lo que el carpintero
respondió:
- ¡Ah! ¡Amigo
mío!
Deseo no me falta. Sin
embargo, el trabajo
deberá ser perfecto y
aún no he decidido qué
madera voy a utilizar.
Siempre con duda, el
artesano dejaba que el
tiempo pasara. Una
madera no servía porque
era muy dura; la otra
porque no era lo
suficientemente
resistente; otra era
suave y fácil de
manejar, pero la
tonalidad no le
agradaba.
Y así el tiempo fue
pasando y el carpintero
no se daba cuenta.
Algunos años después
volvió a encontrar a su
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amigo, que había
regresado a la
ciudad y,
curioso, le
preguntó sobre
la obra.
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- Ya decidí el tipo de
madera que trabajaré.
Sin embargo, todavía no
he empezado porque no
estoy en mis mejores
condiciones íntimas.
Creo que para esculpir
la figura del Maestro
necesito estar bien
conmigo mismo y con el
mundo. Sabes cómo es,
los clientes exigen
mucho mi atención y, a
menudo, me irrito,
perdiendo la paciencia.
Además, no pudiendo
prescindir de los
servicios de la
carpintería, donde gano
el sustento para mi
familia, y solo puedo
dedicarme al sueño
acariciado por mi alma
en mi tiempo libre. Y
así, en gran parte, me
siento cansado y con
sueño. Sin embargo -
completaba tratando de
parecer entusiasta -,
tengo la intención de
iniciar mi obra maestra
pronto.
Algún tiempo después,
volvieron a encontrarse
y, al ser preguntado por
el amigo que demostraba
interés por el tema, el
artesano argumentaba:
- Lamentablemente,
todavía no he comenzado
el trabajo porque las
condiciones no me lo
permiten. La familia
exige mucho de mi
atención y los hijos
requieren mi cariño. Tú
comprendes, aún son
pequeños y dependientes.
Sin embargo, cuando
ellos crezcan un poco
más, podré trabajar en
paz.
Y así el tiempo fue
pasando. Muchos años
después, en una visita a
la ciudad, el amigo fue
a buscar al carpintero.
Lo encontró viejo y
enfermo.
Después de los saludos y
el intercambio de
noticias, felices con el
reencuentro, el
visitante preguntó,
curioso:
- ¿Y entonces? Estoy
ansioso de ver el
trabajo que tanto
deseabas hacer. ¡Estoy
seguro que debe haber
quedado magnífico!
Los ojos del artesano se
apagaron y una tristeza
infinita vibró en su voz
ya temblorosa por la
edad:
- ¡Ah, amigo mío!
Lamentablemente, no
llegué a iniciar el
trabajo que representaba
el sueño de toda mi
vida. Las dificultades
fueron muy grandes y la
necesidad de proveer
sustento a mi familia me
absorbió. Ahora, me
encuentro enfermo y sin
fuerzas. Mi vista es
débil, ya no veo más
como antes y las manos,
temblorosas, no me
permiten trabajar más.
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Apenado, el visitante
amigo lo vio sacar un
pañuelo y enjugarse una
lágrima, lleno de
arrepentimiento y
amargura.
- Es tarde, amigo mío.
Tuve todas las
condiciones y no las
supe aprovechar. Perdí
la oportunidad que el
Señor me concedió.
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Intentando animarlo, el
visitante consideró:
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- ¿Quién sabe? No te
desanimes.
Tal vez aún sea posible.
El carpintero miró a su
amigo, demostrando que
comprendía toda la
extensión de su
inutilidad y de su
ceguera, y respondió
convencido:
- No ahora; ¡solo si
fuera en otra
existencia!
TIA CÉLIA
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