Piuuuuiiiii!...
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Oyendo el silbido del
tren que se aproximaba,
Toni salió corriendo de
casa. Él vivía en una
casa de campo y sentía
verdadera pasión por los
trenes que pasaban por
allí. Siempre que oía el
ruido del tren, salía
corriendo para verlo. A
él no le gustaba
estudiar y, a veces,
hasta dejaba de ir a la
escuela para ver el
tren.
Toni admiraba a las
personas que veía en
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las ventanitas y
que le miraban
sonrientes
mientras el tren
pasaba rápido.
Él tenía un
sueño: pasear en
tren. |
Ese día, Toni corrió a
oír el silbido. No
obstante, sorprendido,
notó que el tren más
adelante disminuía la
velocidad hasta parar
poco antes de una curva.
— ¿Qué habría ocurrido?
— pensó el chico.
Con el corazón saltando,
Toni corrió para allá.
Llegando cerca, sintió
toda la fuerza del tren.
¡Era mucho mayor de lo
que él hubo
imaginado!...
El maquinista, de
uniforme y gorra,
volviendo por los
carriles, buscaba algo.
Toni fue a su encuentro
y dijo:
— ¿Puedo ayudarlo,
señor?
El hombre levantó la
cabeza y lo vio.
— ¡Ah! ¡Tú eres aquel
chico que veo siempre al
pasar por aquí!
— Es verdad. Me Gustan
mucho los trenes —
respondió el niño.
— ¿Como es tu nombre?
— Antonio, pero todos me
llaman Toni, señor.
— Mucho placer, Toni. Yo
soy Jorge. ¡Paso siempre
por esta región y la
hallo linda! ¡Ah!... Yo
me sentiría muy feliz si
viviera aquí. Adoro el
verde de las plantas, el
aire puro, el cielo azul
y la paz del campo. Pero
estoy obligado a vivir
en la gran ciudad, donde
nunca veo el cielo.
¡Sólo humo!...
Toni quedó surpreso al
oír aquellas palabras.
El maquinista prosiguió:
— Al pasar por aquí
ayer, perdí una
herramienta. Busqué
dentro de la cabina y no
la encontré. Creo,
entonces, que debe haber
caído por la ventana.
— No se preocupe, señor
Jorge. Voy a ayudarlo a
encontrarla — dijo Toni
servicial.
Tras algunos minutos
buscando al borde de la
carretera, el maquinista
miró el reloj:
— Infelizmente, Toni, yo
necesito partir. Tengo
horario para llegar a la
próxima estación y no
puedo atrasarme.
Lamento, porque la
herramienta es de la
compañía. Si no la
encuentro, tendré que
comprar otra, y gano
poco.
Toni quedó sorprendido.
Viéndolo de lejos, lo
juzgaba feliz, rico y
sin preocupaciones,
pues, en su modo de
entender, él debería
ganar mucho para
trabajar paseando en el
tren todo el tiempo con
aquel lindo uniforme.
Apenado delante de la
situación de él, Toni lo
tranquilizó:
— Jorge, no se aflija.
Ella va a aparecer.
Confíe en Dios.
Se despidieron. Luego el
silbido avisaba que la
locomotora estaba de
partida. Las grandes
ruedas se pusieron en
movimiento y el tren
salió, arrancando.
Toni continuó buscando
la pieza. Examinó bajo
cada planta, cerca de
cada piedra. De repente,
él la encontró: estaba
caída en un agujero,
medio cubierta por la
hierba.
El niño volvió para casa
y contó a sus padres la
aventura de aquella
tarde.
En la mañana siguiente,
después de las aulas,
aguardó el tren con
ansiedad.
Piiiuuuuiii... Al oír el
silbido, Toni corrió con
la herramienta en la
mano. Jorge la vio y,
con ancha sonrisa,
disminuyó la marcha,
hasta parar del todo.
Descendió contento.
— ¡Tú la encontraste,
Toni! ¡Gracias! ¡Estoy
aliviado!
Se abrazaron. Jorge dijo
que quería conocer la
casa de Toni, y explicó:
— Tengo tiempo, pues voy
con tren de carga y en
ese horario no hay otros
trenes.
Toni lo llevó hasta su
casa, allí cerquita, y
lo presentó a su madre.
— Mi señora, su hijo me
ayudó y me gustaría de
retribuir el favor,
realizando un sueño de
él: llevarlo a pasear en
tren. Voy hasta la
próxima estación,
después
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vuelvo con un
tren de
pasajeros.
¡Luego lo traeré
de vuelta, si la
señora lo
permite!... |
Ante aquella sorpresa
que el nuevo amigo le
hacía, el chico lanzó
una mirada suplicante
para su madre, que
estuvo de acuerdo.
Feliz de la vida, con el
corazón latiendo fuerte,
Toni fue con Jorge hasta
el tren. De la cabina
del maquinista él miró
para la madre,
sonriente.
¡Fue un viaje increíble!
Encantado, ahora Toni
veía el mundo pasar de
dentro de la cabina: los
paisajes, las
plantaciones, los
labradores trabajando,
los animales en el
pasto...
Al atardecer, él estaba
de vuelta todo
satisfecho. En la hora
de la cena, contó al
padre la aventura del
día.
— ¿Qué sentiste tú al
andar en el tren, hijo
mío?
— ¡Me sentí realizado,
papá! Y entendí,
también, como yo estaba
engañado. Al ver el
maquinista pasar en el
enorme tren, yo pensaba
que él fuera muy feliz,
mientras yo me juzgaba
infeliz por vivir en
esta casa de campo, ser
obligado a estudiar y a
trabajar en la tierra.
Sin embargo, Jorge me
habló de sus problemas,
que la esposa de él está
enferma y los hijos no
tienen con quién
quedarse. Dijo también
que, por no haber
estudiado, fue difícil
conseguir ese empleo.
El padre que era más
experimentado,
consideró:
— Hijo mío, las
apariencias engañan.
También yo, en otros
tiempos, tuve la ilusión
de vivir en la gran
ciudad y ser feliz. Sin
embargo, por ser
analfabeto, no conseguía
trabajo y pasé tanta
necesidad que resolví
volver para el campo,
donde nunca me faltó
trabajo y donde vivimos
en paz. ¡Y Dios nos
ayudó tanto que ahora
tenemos este sitio y
vivimos bien!
Toni nunca oyó al padre
hablar sobre el pasado
y, ahora, podía
entenderlo mejor.
— Tú tienes razón. Yo
aprendí mucho hoy
conversando con las
personas en el tren.
Sentado al lado de
ellas, que yo juzgaba
felices, percibí que
ellas también sufren y
tienen problemas como
nosotros.
El muchachito se calló
por un instante,
pensativo, después
concluyó:
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— Entendí otra cosa muy
importante, papá: no es
el lugar donde estamos
que nos hace felices o
infelices, sino como nos
sentimos en relación a
él — dijo Toni.
Contó que sintió
voluntad de ayudar a
todas las personas del
tren, pero no sabía cómo
hacerlo, y reconoció que
los padres tenían razón.
Él
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necesitaba
estudiar y
aprender, para
ser alguien en
la vida. Ahí,
sí, podría
ayudar a los
otros y sentirse
más feliz. |
— Eso mismo, hijo mío —
dijo la madre,
conmovida. — Entonces,
agradezcamos a Dios por
todas las bendiciones
que nos ha dado: la
vida, la salud, la paz
y, especialmente, el
amor de la familia.
Meimei
(Psicografada por Célia
Xavier de Camargo, en
4/10/2010.)
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