¿Qué hicimos del
hijo confiado a
nuestro cuidado?
Según Emmanuel,
la juventud
puede ser
comparada a
esperanzada
salida de un
barco para un
viaje
importante: “La
niñez fue la
preparación, la
vejez será la
llegada al
puerto”, añadió
el conocido
instructor
espiritual, que
fue, como
sabemos, el
coordinador de
la obra
mediúmnica de
Chico Xavier.
Mucho se ha
escrito en esta
revista sobre el
papel de los
padres y la
importancia de
la tarea que les
cabe en el
programa
reencarnatorio
de aquellos que
Dios confió a
sus cuidados,
sobre la cual
leemos en la
principal obra
espírita la
siguiente
cuestión:
582. ¿Se puede
considerar como
misión la
paternidad? “Es,
sin contestación
posible, una
verdadera
misión. Es al
mismo tiempo
grandísimo deber
y que envuelve,
más de lo que
piensa el
hombre, su
responsabilidad
cuanto al
futuro. Dios
colocó el hijo
bajo la
protección de
los padres, a
fin de que éstos
los dirijan por
el camino del
bien, y les
facilitó la
tarea dando a
aquél una
organización
débil y
delicada, que lo
torna propicio a
todas las
impresiones.
Muchos hay, sin
embargo, que más
cuidan de
enderezar los
árboles de su
jardín y de
hacerlos dar
buenos frutos en
abundancia, en
lugar de formar
el carácter de
su hijo. Si éste
viene a sucumbir
por culpa de
ellos,
soportarán los
disgustos
resultantes de
esa caída y
compartirán de
los sufrimientos
del hijo en la
vida futura,
porque no han
hecho todo lo
que estaba al
alcance para que
él avanzase en
la carretera del
bien.”
(El Libro de los
Espíritus,
cuestión 582.)
Una mejor
comprensión de
la misión
confiada a los
padres podemos
evaluar leyendo
el siguiente
trecho de un
mensaje escrito
por el Espíritu
de San Agustín y
publicado en
El Evangelio
según el
Espiritismo:
“¡O Espíritas!
Comprended ahora
el gran papel de
la Humanidad;
comprended que,
cuando producís
un cuerpo, el
alma que en él
se encarna viene
del espacio para
progresar;
enteraos de
vuestros deberes
y poned todo
vuestro amor en
aproximar de
Dios esa alma;
tal misión que
os está confiada
y cuya
recompensa
recibiréis, si
fielmente la
cumpliréis.
Vuestros
cuidados y la
educación que le
daréis ayudarán
su
perfeccionamiento
y su bienestar
futuro. Acordaos
de que a cada
padre y a cada
madre preguntará
Dios: ¿Qué
hicisteis del
hijo confiado a
vuestro cuidado?
Si por culpa
vuestra él se
quedó retrasado,
tendréis como
castigo verlo
entre los
Espíritus que
sufren, cuando
de vosotros
dependía que
fuese feliz.
Entonces,
vosotros mismos,
abatidos por los
remordimientos,
pediréis que a
vosotros sea
concedido
reparar vuestra
falta;
solicitaréis,
para vosotros y
para él, otra
encarnación
donde lo
rodearéis de
mejores cuidados
y él, lleno de
reconocimiento,
os retribuirá
con su amor.
(…)”
“La tarea no es
tan difícil como
podríais
creerlo. No
exige el saber
del mundo. Puede
realizarla así
el ignorante
como el sabio, y
el Espiritismo
viene a
facilitarla,
haciendo
conocer la causa
de las
imperfecciones
del alma humana.
Desde pequeñito,
el niño
manifiesta los
instintos buenos
o malos que trae
de su existencia
anterior. Al
estudiarlos
deben los padres
aplicarse. Todos
los males se
originan del
egoísmo y del
orgullo. Vigilad
pues, los padres
a las menores
señales que
revelan el
germen de tales
vicios y
dedicaos a
combatirlos, sin
esperar que
echen raíces
profundas. Haced
como el buen
jardinero, que
arranca los
malos vástagos a
medida que los
ve apuntar en el
árbol. Si dejáis
desarrollar el
egoísmo y el
orgullo, no os
admiréis si más
tarde os pagan
con
ingratitudes.”
(El Evangelio
según el
Espiritismo,
cap. XVI, ítem
9.)
Leyendo las
lecciones
arriba, traídas
hasta nosotros
por las dos más
importantes
obras de la
doctrina
espírita, no nos
causa ninguna
extrañeza la
conocida
advertencia que
el Eclesiastés,
refiriéndose a
la juventud de
todas las
épocas, señaló:
“Alégrate,
joven, en tu
mocedad, y
recree tu
corazón en los
días de tu
mocedad, y anda
por los caminos
de tu corazón, y
a través de tus
ojos; sabe, sin
embargo, que por
todas estas
cosas te traerá
Dios a juicio.
Apártate, pues,
la ira de tu
corazón, y
remueve de tu
carne el mal,
porque la
adolescencia y
la juventud son
vanidad.
Acuérdate
también de tu
Creador en los
días de tu
mocedad, antes
que vengan los
malos días, y
lleguen los años
de los cuales
vengas a decir:
No tengo en
ellos
contentamiento.”
(Eclesiastés,
11:9 a 12:1.)
En razón de tan
claras y
profundas
recomendaciones,
nos cabe tan
solamente
preguntar:
¿Qué hicimos del
hijo que Dios
nos confió?
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