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Año 7 356 – 30 de Marzo de 2014
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

¿Qué hicimos del hijo confiado a nuestro cuidado?


Según Emmanuel, la juventud puede ser comparada a esperanzada salida de un barco para un viaje importante: “La niñez fue la preparación, la vejez será la llegada al puerto”, añadió el conocido instructor espiritual, que fue, como sabemos, el coordinador de la obra mediúmnica de Chico Xavier. 

Mucho se ha escrito en esta revista sobre el papel de los padres y la importancia de la tarea que les cabe en el programa reencarnatorio de aquellos que Dios confió a sus cuidados, sobre la cual leemos en la principal obra espírita la siguiente cuestión:

582. ¿Se puede considerar como misión la paternidad? “Es, sin contestación posible, una verdadera misión. Es al mismo tiempo grandísimo deber y que envuelve, más de lo que piensa el hombre, su responsabilidad cuanto al futuro. Dios colocó el hijo bajo la protección de los padres, a fin de que éstos los dirijan por el camino del bien, y les facilitó la tarea dando a aquél una organización débil y delicada, que lo torna propicio a todas las impresiones. Muchos hay, sin embargo, que más cuidan de enderezar los árboles de su jardín y de hacerlos dar buenos frutos en abundancia, en lugar de formar el carácter de su hijo. Si éste viene a sucumbir por culpa de ellos, soportarán los disgustos resultantes de esa caída y compartirán de los sufrimientos del hijo en la vida futura, porque no han hecho todo lo que estaba al alcance para que él avanzase en la carretera del bien.” (El Libro de los Espíritus, cuestión 582.)    

Una mejor comprensión de la misión confiada a los padres podemos evaluar leyendo el siguiente trecho de un mensaje escrito por el Espíritu de San Agustín y publicado en El Evangelio según el Espiritismo:

“¡O Espíritas! Comprended ahora el gran papel de la Humanidad; comprended que, cuando producís un cuerpo, el alma que en él se encarna viene del espacio para progresar; enteraos de vuestros deberes y poned todo vuestro amor en aproximar de Dios esa alma; tal misión que os está confiada y cuya recompensa recibiréis, si fielmente la cumpliréis. Vuestros cuidados y la educación que le daréis ayudarán su perfeccionamiento y su bienestar futuro. Acordaos de que a cada padre y a cada madre preguntará Dios: ¿Qué hicisteis del hijo confiado a vuestro cuidado? Si por culpa vuestra él se quedó retrasado, tendréis como castigo verlo entre los Espíritus que sufren, cuando de vosotros dependía que fuese feliz. Entonces, vosotros mismos, abatidos por los remordimientos, pediréis que a vosotros sea concedido reparar vuestra falta; solicitaréis, para vosotros y para él, otra encarnación donde lo rodearéis de mejores cuidados y él, lleno de reconocimiento, os retribuirá con su amor. (…)” 

“La tarea no es tan difícil como podríais creerlo. No exige el saber del mundo. Puede realizarla así el ignorante como el sabio, y el Espiritismo viene a facilitarla, haciendo   conocer la causa de las imperfecciones del alma humana. Desde pequeñito, el niño manifiesta los instintos buenos o malos que trae de su existencia anterior. Al estudiarlos deben los padres aplicarse. Todos los males se originan del egoísmo y del orgullo. Vigilad pues, los padres a las menores señales que revelan el germen de tales vicios y dedicaos a combatirlos, sin esperar que echen raíces profundas. Haced como el buen jardinero, que arranca los malos vástagos a medida que los ve apuntar en el árbol. Si dejáis desarrollar el egoísmo y el orgullo, no os admiréis si más tarde os pagan con  ingratitudes.”  (El Evangelio según el Espiritismo, cap. XVI, ítem 9.)

Leyendo las lecciones arriba, traídas hasta nosotros por las dos más importantes obras de la doctrina espírita, no nos causa ninguna extrañeza la conocida advertencia que el Eclesiastés, refiriéndose a la juventud de todas las épocas, señaló:

“Alégrate, joven, en tu mocedad, y recree tu corazón en los días de tu mocedad, y anda por los caminos de tu corazón, y a través de tus ojos; sabe, sin embargo, que por todas estas cosas te traerá Dios a juicio. 

Apártate, pues, la ira de tu corazón, y remueve de tu carne el mal, porque la adolescencia y la juventud son vanidad.

Acuérdate también de tu Creador en los días de tu mocedad, antes que vengan los malos días, y lleguen los años de los cuales vengas a decir: No tengo en ellos contentamiento.” (Eclesiastés, 11:9 a 12:1.)

En razón de tan claras y profundas recomendaciones, nos cabe tan solamente preguntar: ¿Qué hicimos del hijo que Dios nos confió?




 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita