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Cristiano, de diez años,
era un chico bravo e
irritado. Parecía un
animalito salvaje. De
ese modo, alejaba a
todos los que se
aproximaban a él, pues
no sabían como estaba en
aquel momento y como
iría a reaccionar.
Un día
Cristiano lloró mucho.
Después de pelear con
Teco, su mejor amigo,
por motivo sin
importancia, él gritó y
salió corriendo:
— ¡Tú
pareces un puercoespín!
¡Basta, Cristiano! ¡No
es posible jugar
contigo!...
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Él abrió
los ojos
desmesuradamente y
preguntó, llorando: |
— ¿Puercoespín?...
¿Por qué puercoespín?...
— Porque
tú vives soltando dardos
para todos lados — gritó
el amigo mientras se
alejaba.
De
vuelta a la casa,
Cristiano no paraba de
llorar. Al verlo tan
triste, la madre quiso
saber lo que había
ocurrido y el hijo
contó, indignado:
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—
¡Madre, Teco me llamó
puercoespín! ¡Tras eso,
el malestar que yo
sentía aquí en el pecho
aumentó!... Bien. En
verdad, siempre siento
ese malestar, pero ahora
está peor.
¿Será
que estoy enfermo?
¡Parece un dolor, no sé
explicar!...
La madre
miró y vio que él
apretaba el pecho con
las manos, haciendo
mueca. Conociendo
al hijo, preguntó:
— Cris,
¿ya notaste cuándo o por
qué ese dolor aparece?
— No...
¡Ah! Me acuerdo de que
el otro día ese malestar
apareció... fue cuando
peleé con Toninho! — él
respondió, tras pensar
un poco.
—
¡Ah!... — exclamó la
madre. — Interesante.
Piensa un poco más,
hijo.
— ¡La
semana pasada, sentí la
misma cosa! Fue cuando
discutí con Marcelo en
la sala de clase, y la
profesora llamó nuestra
atención — él volvió a
recordar.
La madre
balanceó la cabeza,
mostrando que había
comprendido e indagó:
—
Piensa, Cristiano. ¿Qué
hay de semejante en las
situaciones que te
causaron malestar?
—
¡Parece que es cuando yo
peleo con alguien! —
exclamó él, sorprendido.
—
Exactamente, hijo.
¿Percibes el mal que te
haces a ti mismo? Cuando
peleamos con las
personas, es que
nuestros sentimientos no
son buenos. Entonces,
necesitamos mejorarlos,
es decir, desear el bien
del prójimo, aprender a
perdonar, tratar bien a
las personas, demostrar
amistad, cariño,
paciencia, tolerancia
con todos...
— ¿Sólo
eso? — preguntó el niño.
—
¿Piensas que es poco?
Ese cambio es todo en la
vida, mi hijo. Tú vas a
notar la diferencia. Y,
si encuentras alguna
dificultad, haz una
plegaria a Jesús.
— Está
bien. Voy a comenzar
mañana mismo — decidió
Cristiano.
Pero a
la noche, el hermano
llegó y preguntó a
Cristiano, muy irritado:
— Cris,
¿tú cogiste mi nuevo
libro de historias, que
yo estaba leyendo?
Delante
de la pregunta, que
parecía una certeza,
Cristiano se sonrojó,
llenó el pecho y,
ofendido, abrió la boca
para responder. Pero, en
ese instante, él miró
para la madre, que
sonreía como si dijera:
“Esta es tu oportunidad
de cambiar, mi hijo”.
Entonces, Cristiano
pensó en Jesús, pidiendo
ayuda. Después respiró
hondo, fue calmándose, y
cuando miró para al
hermano su expresión era
más tranquila.
Con una sonrisa, dijo:
— Beto,
yo no cogí tu libro.
¿Quieres que yo te ayude
a buscarlo? ¡Es que, a
veces, cuando la gente
busca con prisa, no lo
consiguen encontrar!
El
hermano extrañó la
reacción de Cristiano,
antes tan bravo. Él se
calmó, concordando:
— Es
verdad. Tal vez no haya
buscado bien.
Pero tú estás diferente,
Cris. ¿Qué pasó? —
preguntó, intrigado.
—
Después yo te cuento,
Beto. Ahora, ¿vamos a
buscar su libro?
En ese
momento, mirando para el
suelo, Cristiano vio el
libro caído al lado de
un sillón. Se bajó y lo
cogió.
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—
¡Ah!... ¡Aquí está,
Beto! ¡Encontré tu
libro!...
Avergonzado, el
jovencito se disculpó:
— Sólo
recordé ahora que estaba
leyendo el libro aquí en
la sala. ¡Gracias,
Cristiano! ¡Si no fuese
por ti, yo no iba a
encontrarlo tan fácil…!
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Él
sonrió satisfecho
consigo mismo. Miró para
la madre, que lo
observaba:
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— ¿Cómo
estás sintiéndote, Cris?
El chico
mostró una larga
sonrisa, emocionado,
corrió y abrazó a la
madrecita, lleno de
amor:
— Estoy
muy feliz, madre.
¡Interesante es que no
veo, pero “siento” que
de aquí de mi pecho sale
una luz que esparce
bienestar, alegría,
satisfacción, un montón
de sentimientos buenos!
Y esa luz, que se
esparció por la sala,
alcanza también a mi
hermano y a ti
también...
— ¿Viste
la diferencia, hijo? ¿El
bien que provoca una
acción buena?
— ¡Es
verdad, madre! ¡Y cuanto
mal nosotros podemos
hacer cuando estamos
irritados, nerviosos y
descontentos con
todo!... Mañana voy a
pedir disculpas a mis
amigos que tanto he
perjudicado.
A partir
de ese día, Cristiano
pasó a no reaccionar más
por impulso; pensaba
antes de hablar y, de
esa manera, pasó a
tratar mejor a todas las
personas.
Se hizo
querido por todos y
mucho, mucho más
tranquilo.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
25/11/2013.)
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