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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 8 369 29 de Junio de 2014

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

La Génesis

Allan Kardec

(Parte 8)
 

Damos continuidad al estudio metódico del libro La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 6 de enero de 1868.  Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del presente texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cuáles son los atributos de Dios?

B. ¿Bajo qué apariencia se presenta Dios a los que lo ven?

C. ¿Qué es la providencia divina?

Texto condensado para la lectura

146. La ignorancia del principio de lo infinito de las perfecciones de Dios fue lo que generó el politeísmo, culto adoptado por todos los pueblos primitivos que otorgaban el atributo de divinidad a todo poder que les parecía superior a los poderes propios de la Humanidad. Más tarde, la razón los llevó a reunir esas diversas potencias en una sola.

147. En resumen, Dios sólo puede ser Dios bajo la condición de no ser superado en nada por otro, porque el ser que lo superase en cualquier aspecto, aun en el grosor de un cabello, ese sería el verdadero Dios. Para que tal hecho no se dé, es necesario que sea infinito en todo.

148. Es así que, demostrada la existencia de Dios por sus obras, por simple deducción lógica se llega a determinar los atributos que lo caracterizan. Dios es, pues, la inteligencia suprema y soberana, es único, eterno, inmutable, inmaterial, todopoderoso, soberanamente justo y bueno, infinito en todas sus perfecciones, y no puede ser diferente a esto. Tal es el eje sobre el cual reposa el edificio universal. Ese es el faro cuyos rayos se extienden por todo el Universo, única luz capaz de guiar al hombre en la búsqueda de la verdad.

149. En filosofía, en psicología, en moral, en religión, sólo es verdadero lo que no se aparte, en nada, de las cualidades esenciales de la Divinidad. La religión perfecta será aquella  cuyos artículos de fe no estén en oposición a aquellas cualidades; aquella cuyos dogmas pasen la prueba de ese control sin que en nada les afecte.

150. La providencia es el cuidado que Dios brinda a sus criaturas. Él está en todas partes, todo lo ve, todo lo preside, incluso las cosas más pequeñas. En esto consiste la acción providencial. “¿Cómo Dios, tan grande, tan poderoso, tan superior a todo, puede inmiscuirse en detalles ínfimos, preocuparse por los mínimos actos y pensamientos de cada individuo?” Esa es la pregunta que se plantea el incrédulo a sí mismo, y concluye que, aceptada la existencia de Dios, sólo se la puede admitir en relación a la acción que ejerce sobre las leyes generales del Universo; que este funciona desde siempre en virtud de esas leyes, a las cuales toda criatura se encuentra sometida en la esfera de sus actividades, sin que sea necesaria la intervención incesante de la Providencia.

151. En el estado de inferioridad en que aún se encuentran, los hombres difícilmente pueden comprender que Dios sea infinito. Viéndose limitados y circunscritos, ellos lo conciben también circunscrito y limitado. Imaginándolo circunscrito, lo suponen como ellos son, a su imagen y semejanza. Los cuadros en los que lo vemos con trazos humanos  contribuyen a mantener ese error en el espíritu de las masas, que adoran en Él más la forma que el pensamiento.

152. Para la mayoría, Él es un soberano poderoso, sentado en un trono inaccesible y perdido en la inmensidad de los cielos. Al tener limitadas sus facultades y percepciones, no comprenden que Dios pueda y se digne intervenir directamente en las cosas pequeñas.

153. Pero, estamos constantemente en presencia de la Divinidad; ninguna de nuestras acciones podemos sustraer a su mirada; nuestro pensamiento está en contacto incesante con su pensamiento, por lo que hay razón para decir que Dios ve los más íntimos pliegues de nuestro corazón. “Estamos en Él, como Él está en nosotros”, según las palabras de Cristo.

154. Para extender su cuidado sobre todas las criaturas, Dios no necesita mirarnos desde lo alto de la inmensidad. Para que Él escuche nuestras oraciones, éstas no necesitan atravesar el espacio, ni ser dichas con voz retumbante porque, al estar siempre a nuestro lado, nuestros pensamientos repercuten en Él. Nuestros pensamientos son como los sonidos de una campana, que hacen vibrar todas las moléculas del aire que nos rodea.

155. En relación a la presencia de Dios en nuestra vida, comprendemos el efecto, y del efecto nos remontamos a la causa. Pero se nos escapa su esencia íntima, como la esencia de la causa de una inmensidad de fenómenos. Conocemos los efectos de la electricidad, del calor, de la luz, de la gravedad; los calculamos y, sin embargo, ignoramos la naturaleza íntima del principio que los produce. ¿Es racional entonces que neguemos el principio divino sólo porque no lo comprendemos?

156. Nada impide que se admita, para el principio de la soberana inteligencia, un centro de acción, un foco principal que irradia sin cesar, inundando el Universo con sus fluidos, como el Sol emite su luz. Pero, ¿dónde se encuentra ese foco? Eso es lo que nadie puede afirmar. Probablemente no se encuentra fijo en un lugar determinado, como no lo está su acción, y es también probable que recorra constantemente las regiones del espacio sin límites.

157. Ante problemas como estos, insondables, nuestra razón debe humillarse. Dios existe: no podemos dudar de ello. Es infinitamente justo y bueno: esa es su esencia. Su solicitud se extiende a todo: lo comprendemos. Sólo desea nuestro bien, por lo cual debemos confiar en Él: eso es lo principal. En cuanto a lo demás, esperemos a que seamos dignos de comprenderlo.

158. Otro punto que se discute se refiere a la visión de Dios. Si Dios está en todas partes, ¿por qué no lo vemos? ¿Lo veremos al dejar la Tierra?

159. La primera es fácil de responder. Nuestros órganos visuales poseen percepciones limitadas, por lo que son incapaces para la visión de determinadas cosas, incluso materiales. Algunos fluidos escapan totalmente a nuestra visión y los instrumentos de análisis; sin embargo, no dudamos de su existencia. Vemos los efectos de la fuerza de gravedad, pero no vemos esa fuerza.

160. Nuestros órganos materiales no pueden percibir las cosas de esencia espiritual. Sólo con la visión espiritual podemos ver a los Espíritus y a las cosas del mundo inmaterial. Sólo nuestra alma, por lo tanto, puede tener la percepción de Dios. ¿Podrá verlo después de la muerte? Al respecto, sólo las comunicaciones de ultratumba nos pueden esclarecer. Por ellas sabemos que la visión de Dios constituye un privilegio de las almas más depuradas y son muy pocas las que al dejar la envoltura terrestre, se encuentran en grado de desmaterialización necesaria para tal efecto.

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cuáles son los atributos de Dios?

Dios es único. La unidad de Dios es consecuencia del hecho de ser infinitas sus perfecciones. No podría existir otro Dios, sino a condición de ser igualmente infinito en todas las cosas, puesto que si hubiese entre ellos la más ligera diferencia, uno sería inferior al otro, subordinado a su poder y, entonces, no sería Dios.

Dios es eterno, es decir, no tuvo comienzo y no tendrá fin. Si hubiese tenido un comienzo, hubiera surgido de la nada. Ahora bien, como la nada no es nada, nada puede producir. O, sino, habría sido creado por otro ser anterior a Él y, en ese caso, ese ser sería Dios. Si se le supiese un comienzo o un fin, se podría concebir una entidad que haya existido antes que Él, y capaz de sobrevivir después que Él y, así sucesivamente hasta lo infinito.

Dios es inmutable. Si estuviese sujeto a cambios, las leyes que rigen el Universo no tendrían ninguna estabilidad.

Dios es inmaterial, es decir, su naturaleza difiere de todo lo que llamamos materia. De otro modo, no sería inmutable, pues estaría sujeto a las transformaciones de la materia. Dios carece de toda forma apreciable por nuestros sentidos, de lo contrario sería materia. Son ridículas esas imágenes en las que Dios es representado por la figura de un anciano de largas barbas envuelto en un manto.

Dios es todopoderoso. Si no poseyese el poder supremo, se podría concebir una entidad más poderosa y así sucesivamente, hasta llegar al ser cuyo poder ningún otro ser sobrepasase. Entonces, ese último sería Dios.

Dios es soberanamente justo y bueno. La providencial sabiduría de las leyes divinas se revela tanto en las cosas más pequeñas, como en las más grandes, y esa sabiduría no permite que se dude ni de su justicia ni de su bondad. La soberana bondad implica la justicia soberana, porque si Él procediese injustamente o con parcialidad en una sola circunstancia, o en relación a una sola de sus criaturas, ya no sería soberanamente justo y, en consecuencia, ya no sería soberanamente bueno. (La Génesis, cap. II, ítems 9 a 19.)

B. ¿Bajo qué apariencia se presenta Dios a los que lo ven?

Dios carece de una forma apreciable por nuestros sentidos, de lo contrario sería materia. Decimos: la mano de Dios, el ojo de Dios, la boca de Dios, porque el hombre no conoce nada más allá de sí mismo, y se toma a sí mismo como punto de comparación de todo lo que no comprende. Entonces, ¿bajo qué apariencia se presenta Dios a los que se han hecho dignos de verlo? ¿Lo hará bajo cualquier forma?

El lenguaje humano es impotente para describirlo, porque no existe para nosotros un punto de comparación capaz de darnos una idea de tal cosa.

Somos como ciegos de  nacimiento a quienes tratan inútilmente de hacer comprender el brillo del Sol. Nuestro lenguaje está limitado a nuestras necesidades y a nuestro círculo de ideas. El de los salvajes no podría describir las maravillas de la civilización; el de los pueblos más civilizaos es demasiado pobre para describir los esplendores de los cielos; nuestra inteligencia es muy limitada para comprenderlos y nuestra vista, por ser muy débil, quedaría deslumbrada. (La Génesis, cap. II, ítems 12 y 37.)

C. ¿Qué es la providencia divina?

La Providencia es el cuidado que Dios brinda a sus criaturas. Ninguna de nuestras acciones podemos sustraer a su mirada; nuestro pensamiento está en contacto incesante con su pensamiento, por lo que hay razón para decir que Dios ve los más íntimos pliegues de nuestro corazón. Él está en todas partes, todo lo ve, todo lo preside, incluso las cosas más pequeñas. En esto consiste la acción providencial. (La Génesis, cap. II, ítems 20 y 24.) 

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita