Un niño llamado Hugo,
cierto día, fue a jugar
a la casa de Marcelo, un
compañero de clase, y
vio un lindo cochecito.
— ¡Que juguete
estupendo, Marcelo!
¿Dónde lo compraste?
— Yo lo obtuve como
regalo de mi abuelo
Fábio, que lo trajo como
recuerdo de un viaje que
hizo. ¡También me gusta
mucho el! — Marcelo
respondió.
Ellos jugaron durante
algunas horas, hasta que
la madre de Hugo vino a
buscarlo. Él se despidió
del amigo y su madre
agradeció a la madre de
Marcelo:
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— Gracias por permitir
que mi hijo jugará en tu
casa. ¿Él dio trabajo?
— ¡Claro que no! ¡Puedes
traerlo cuando quiera!
— Me Gustaría que
Marcelo fuera a jugar
allá en casa con Hugo.
¿Vamos a quedar para
cualquier día de esos?
La madre e hijo
estuvieron de acuerdo, y
las visitas se fueron.
Pero la verdad es que,
gustándole el juguete,
Hugo lo llevó para su
casa. Como la madre no
permitiría que él se
quedara con algo que no
era de él, Hugo lo
escondió dentro de su
armario, bien en el
fondo, para que nadie lo
encontrara.
Más tarde, Marcelo fue a
guardar sus juguetes y
halló falta exactamente
aquel cochecito azul
nuevo. Se quejó a
la madre, que respondió:
— No te preocupes, mi
hijo. Debe estar bajo
algún mueble. Cuando
haga la limpieza yo lo
busco para ti.
Más buscaron por toda la
casa entera y nada. El
cochecito había
desaparecido.
Marcelo estaba muy
molesto. ¡Era su juguete
favorito y un recuerdo
del abuelo Fábio! Él no
se conformaba por
quedarse sin su juguete
nuevo. ¡Daría
cualquier cosa para
tenerlo de vuelta!
En la escuela, cierto
día, Marcelo preguntó a
Hugo donde había dejado
él el cochecito azul
aquel día en que ellos
jugaron juntos, y Hugo
respondió:
— Lo dejé allá mismo,
junto con los otros
juguetes. ¿Por
quê, Marcelo?
— ¡Es que nunca más
hallé mi cochecito!
— Tú vas a acabar
encontrándolo, no te
preocupes — respondió
Hugo, ya con dolor en la
conciencia.
En verdad, Hugo ya
estaba sintiéndose
culpable. Nunca más tuvo
paz desde que llevó el
juguete del amigo para
casa. Y lo peor, ni
siquiera podía jugar con
el, pues tenía miedo que
su madre lo viera y
preguntara donde él
había conseguido el
cochecito.
Pero, cierto día, la
madre de Hugo fue a
arreglar el armario de
él y, allá en el fondo,
en medio de las ropas,
encontró el cochecito
azul. Hugo, que entraba
en el cuarto después de
tomar el baño, vio el
cochecito en las manos
de la madre, que
preguntó:
— Mi hijo, ¿qué
cochecito es este aquí?
¡No me acuerdo de
haberlo visto antes!
Hugo se sentó en la
cama, asustado, y
comenzó a llorar. La
madre se sentó al lado
de él y preguntó lo que
estaba ocurriendo, y el
niño contó:
— ¿Mamá, te acuerdas de
aquel día que fui a
jugar con Marcelo? Él
obtuvo ese cochecito de
regalo de su abuelo,
pero yo me quedé loco
por él.
¡Y lo cogí para mí!...
La madre, sorprendida al
oír tal cosa del hijo,
dijo:
— ¡Hugo, mi hijo, pero
eso es robar! ¡Tú
trajiste para casa algo
que no te pertenece! ¿Y
ahora, qué vamos a
hacer?
— No sé, madre, pero la
verdad es que no he
tenido paz desde aquel
día. ¡Ayúdame!
La madre abrazó al hijo,
llena de piedad. Sabía
que el hijo estaba
sufriendo, y consideró:
— Hugo, tú necesitas
devolver el juguete para
tu amigo Marcelo.
Pídele disculpas. Él
entenderá, tengo
certeza, hijo.
Al día siguiente, la
madre acompañó al hijo
hasta la casa del amigo.
Marcelo y la madre los
recibieron contentas.
Mientras las señoras
conversaban en la sala,
los chicos fueron para
el cuarto de Marcelo a
jugar. Antes, sin
embargo, llenándose de
coraje, Hugo cogió la
mochila, cogió el
cochecito de dentro de
ella y dijo:
— ¿Marcelo, te acuerdas
del día que jugamos
aquí? Yo cogí tu
cochecito azul. Y nunca
más tuve paz, porque sé
que estaba equivocado.
Me encantó tu cochecito
y en la hora no pensé en
las consecuencias. Pero
la verdad es que no
aguanté más. Lo conté a
mi madre y ella me dio
fuerzas para venir a
devolverlo. ¿Tú
me perdonas?
Marcelo, al ver el
juguete que él tanto
había buscado, en las
manos de Hugo, abrió una
enorme sonrisa,
extendiendo las manos
para cogerlo.
— ¡Cógelo! ¡El es tuyo!
— dijo Hugo con los ojos
lagrimeando.
Marcelo cogió el
cochecito, lo volvió a
ver en las manos y dijo:
— ¡Él está del mismo
modo!...Tú cuidaste bien
de él, Hugo.
— Disculpe, Marcelo. Yo
no sabía que me haría
tanto apenas coger algo
de alguien!
Marcelo miró para Hugo y
respondió:
— Hugo, yo sabía que el
cochecito estaba
contigo, pero oré mucho
a Jesús pidiendo que tú
aún pudieras devolverlo.
Y yo no me engañé. Me
gustas mucho, mi amigo,
y no quería estropear
nuestra amistad.
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Diciendo así, Marcelo se
aproximo a Hugo dándole
un abrazo, apretado,
haciendo a Hugo llorar
de emoción.
— Marcelo, no sabía que
tú eras alguien tan
especial. Sabiendo que
yo estaba con tu
cochecito, nunca dijiste
nada, nunca pediste por
eso. ¡Gracias! Gracias
por tu generosidad.
Aprendí que la
honestidad es
fundamental en nuestra
vida.
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A partir de ese día, la
amistad entre los dos
amigos aumentó aún más,
fortaleciéndose
a través del
tiempo y
perpetuándose en
la fase adulta,
donde uno
siempre podía
contar con el
otro, en
cualquier
circunstancia.
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MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
27/10/2014.)
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