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A un avestruz llamado
Milo, de lindo plumaje,
le gustaba caminar en
medio del campo,
buscando comida o
divirtiéndose y jugando
con sus amigos.
Aun así, a Milo no le
gustaba encontrarse con
otros de su especie,
pues siempre quería
robarle la comida que él
conseguía. Por eso,
prefería quedarse
aislado de sus hermanos.
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Cierto día, buscando
comida en medio de la
maleza, vio a un amigo
suyo que venía detrás
de él, con el deseo de
quitarle lo que él había
conseguido. Entonces,
Milo, que no quería
pelear con él, se alejó.
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Una avestruz hembra,
Pipa, corrió para hablar
con él y, al darse
cuenta que se acercaba,
Milo se quedó parado,
esperando.
Conversaron, jugaron y
pasearon bastante. Como
tuvieron hambre, Milo
consiguió más hierbas
para ellos dos, y las
comieron con gusto.
Así, se hicieron amigos
y les empezó a gustar el
estar juntos. Cuando
algún otro macho se
acercaba, Milo corría
detrás de él,
ahuyentándolo.
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Algún tiempo después,
¡Pipa puso un huevo
grande! ¡Después otro y
otro más! Y como el
huevo de avestruz es muy
grande, pues llega a
pesar hasta un kilo y
medio, los bebés también
serían grandes y
fuertes, según decían
los amigos avestruces
con más experiencia.
Entonces, Pipa debía
quedarse incubando los
huevos de la familia.
Durante el día, ella
permanecía en el nido y,
en la noche, Milo se
encargaba de incubar los
huevos. Luego nacieron
dos lindos y pequeños
avestruces machos y una
avestruz hembra.
La alegría de la familia
fue grande. Todos
celebraron el nacimiento
de los pequeños.
Ahora Milo y Pipa tenían
realmente una familia y
vivía con mucho amor y
cariño cuidando a sus
polluelos.
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Pero cierto día,
apareció un gran jaguar
que, al ver polluelos de
avestruz, se quedó
rondando en medio de la
maleza, y muchas veces
observando desde lo alto
de los árboles,
esperando una ocasión en
que los padres
estuvieran distraídos
para robarles los
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polluelos.
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Mientras tanto, Milo y
Pipa, que amaban mucho
su familia, cuidadosos,
no dejaban a los
polluelos solos y se
mantenían siempre cerca.
Hasta que, una tarde, el
jaguar hambriento,
desesperado por
conseguir comida,
decidió atacar a sus
presas.
A pesar del tamaño del
jaguar, los avestruces
también eran enormes y
defendían a su familia.
Entonces, aprovechando
una hora en que el
jaguar estaba distraído
observando a los bebés,
mientras mamá avestruz
cuidaba de los
polluelos, papá avestruz
fue por detrás del
jaguar, que no lo había
percibido acercarse, y
saltó encima del jaguar.
Como era fuerte y capaz
de luchar, Milo agarró
al jaguar y lo sujetó
con sus alas, atacándolo
con su enorme pico.
Después de un tiempo, el
jaguar logró correr y
desapareció en medio de
la maleza, para
satisfacción de la
familia de avestruces.
¡La alegría fue general!
Todos estaban contentos,
pues el jaguar no había
conseguido separar a la
familia de avestruces.
¡Pronto, los hijos de la
pareja habían crecido!
Era necesario cuidar de
su alimentación, pues se
mostraban insaciables.
Entonces, redoblaron los
cuidados, porque ellos
ya estaban corriendo
detrás de sus
enamoradas, pues crecían
rápido y llegarían
pronto a la etapa
adulta. Y el papá Milo y
la mamá Pipa se sentían
felices al ver que sus
polluelos ahora se
estaban volviendo
adultos, y pronto
tendrían sus propios
polluelos.
Así, en la hacienda,
ellos crecían cada vez
más, llenos de ánimo y
alegría, y con la
satisfacción de ver a la
familia crecer siempre.
MEIMEI
(Recibida por Célia X.
de Camargo, el 1° de
febrero del 2016.)
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