En defensa de la
Doctrina
Kardec nunca
defendió la
propia honra. Su
silencio
esperaba que el
tiempo enseñase
quien era
inocente. Sólo
se reportaba a
sí mismo cuando
el ataque
personal
objetivaba
denigrar la
Doctrina. Su
defensa del
Espiritismo era
vehemente y
enérgica, pero
siempre pública
y guardando el
debido respeto a
los opositores.
“Ésta es la
doctrina digna
de fe, y deseo
que con firmeza
la enseñes para
que los que
creyeron en Dios
aprendan a
ejercitarse en
buenas obras. Es
esto que es
bueno y útil
para los
hombres.” (Tito,
3:8)
La enseñanza
moral está en el
centro del
proyecto de
renovación
social operado
por el
Espiritismo.
Toda la doctrina
nos presenta
consecuencias
morales, mismo
en los textos en
que el tema
tratado es la
materia. Porque
la moral tiene
un movimiento
paralelo a la
materia, en que,
donde una medra,
la otra
conceptúa.
La Doctrina
Espírita es un
sagrado
depósito. Y debe
ser enseñada,
pero el medio de
transmisión de
las enseñanzas
que ella
contiene
consiste en una
edificación
personal, de
manera que la
persona que
enseña mejor lo
hace por su
comportamiento,
o sea, por sus
pensamientos,
palabras y
actos.
Pero lo que es
característico
del Espiritismo
es ser una
filosofía
práctica. Todo
en la filosofía
espírita tiene
una razón de ser
y una finalidad.
Si el hombre
espírita tiene
una formación
doctrinaria, eso
ocurre para que
se transforme en
un foco que debe
guiar otros
hombres a la
práctica de la
moral espírita.
Y esa práctica
nada más es que
el ejercicio de
la caridad,
hecho que, según
el apóstol
Paulo, “es
bueno y útil
para los
hombres.”
“Así, pues,
hermanos,
progresando
siempre en la
obra del Señor,
perseverad
firmes e
inquebrantables,
sabiendo que
vuestro trabajo
no es en vano en
el Señor.” (1
Corintios,
15:58)
El Cristianismo
exige de sus
adeptos coraje
para enfrentar
las adversidades
con paciencia y
resignación. Y
que, de
continuo, estén
siempre
progresando
moralmente. Las
propias
tentaciones son
vistas como
oportunidades de
crecimiento. Por
eso, es
necesario que
perseveremos
“firmes e
inquebrantables”,
porque sabemos
que, un día,
cosecharemos los
frutos y que,
por menor que
sea, ninguna
acción es
disminuida de
importancia para
nuestro futuro.
Kardec dio mucho
énfasis a las
penas y gozos
futuros,
alertándonos que
no podemos
aquietarnos,
porque seremos
responsabilizados
por todo el bien
que dejamos de
hacer y por todo
el mal que
transcurra de
nuestra omisión.
No se debe, sin
embargo, hacer
el bien pensando
en recibir algo
en cambio. La
verdadera
caridad es
desinteresada.
Quien actúa con
interés actúa
con egoísmo.
Luego, caridad
egoísta es un
contrasentido.
Se debe hacer el
bien por el
placer de hacer
el bien, y no
pensando en un
gozo futuro.
“Combatí el buen
combate, terminé
mi carrera,
guardé la fe.”
(2 Timoteo
4:7)
Estas palabras
del apóstol de
los gentíos
podrían estar en
la boca de
Kardec cuando de
su deceso. Su
vida fue un
himno en
alabanza de la
dignidad humana,
del respecto a
los derechos de
los hombres, del
respecto a las
creencias
sinceras que
visan al bien de
la humanidad, y
de la ampliación
de los esfuerzos
por la educación
de los pueblos.
Kardec fue y
continúa siendo
un pastor de
almas para
Jesús, una vez
que su obra
tiene atraído
para el bien y
para las
enseñanzas del
Maestro miles de
personas
extraviadas que,
al sol del
Espiritismo, se
renuevan para el
bien y dan, en
consecuencia de
eso, un nuevo
rumbo a la
propia vida.
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