Cayo llegó a su casa
triste y afligido. En el
colegio, un compañero
siempre lo dejaba
amargado. Sin querer
almorzar, pues no tenía
hambre, Cayo fue a su
cuarto y se echó en su
cama. La mamá, que lo
había visto llegar, lo
llamó a almorzar, pero
él no quiso. Decidió
quedarse en su cuarto,
que era el lugar donde
se refugiaba siempre que
tenía un problema. La
mamá decidió dejarlo
solo. Después del
almuerzo ella iría a ver
qué estaba pasando con
su hijo menor.
Después de que los demás
terminaron de almorzar,
la mamá preparó un plato
para Cayo y se lo llevó
a su cuarto. Abrió la
puerta con una sonrisa y
preguntó:
- ¡Cayo! ¿No tienes
hambre, hijo mío?
- Sí, mamá. No quiero
comer ahora.
- ¡Pero está delicioso,
Cayo! Hice esas bolitas
de papa que tanto te
gusta y la ensalada de
legumbres que te gusta.
¡Levántate y ven a comer
un poco!
Amargado, Cayo se puso a
llorar, cubriéndose el
rostro, donde las
lágrimas caían sin
control. La mamá lo
abrazó, poniéndolo en su
regazo, llena de cariño:
- ¿Qué pasó, hijo? ¿Te
peleaste con alguien?
El niño se puso a llorar
aún más. La mamá, con él
en su regazo, dijo:
- ¡Cayo! ¡Nada de lo que
pase tiene el derecho de
quitarnos la paz del
corazón! ¿Qué
sucedió?
El niño lloró un poco
más, y después explicó:
- ¡Roberto siempre está
causándome problemas!
¡No entiendo por qué
hace eso! Parece
que desea atormentarme,
¿me entiendes?
La mamá pensó un poco, y
después le explicó:
- Cayo, tú eres un niño
pacífico, siempre te
llevas bien con todos.
¡Y tal vez sea lo que él
no soporta! ¡Tal vez
quiera ser como tú y no
lo consigue! ¡Por eso es
violento, irritado,
nervioso! Pero intenta
mantener tu paz, que es
preciosa. Aunque alguien
desee quitarte la calma,
no hagas nada. A veces,
es lo que exactamente el
compañero no soporta. Quiere
verte sufrir como él, ¿ves?
- Tal vez tengas razón,
mamá. ¡A Roberto le
gusta molestar a todo el
mundo!
- Entonces busca
mantener tu corazón
sereno y siempre evitar
pelear. Piensa que quien
te lastima está
necesitando paz. Mantén
la tranquilidad y la
bondad en todo momento.
Cayo asintió con la
cabeza, estando de
acuerdo con su mamá, que
siguió:
- ¡Hijo mío, trata de
ayudarlo! Acuérdate de
que la Naturaleza
respeta la ley de
equilibrio y busca
conservarla siempre.
El niño alzó la cabeza,
acordándose de algo y
sonrió:
- ¡Mamá, a veces él
esconde hasta mis
libros, obligándome a
buscarlos! Pero sé que
hace eso para verme
molesto, y no puedo. ¡Me
da risa!
La mamá sonrió también
ante esas palabras del
hijo, que mantenía la
serenidad siempre.
- Cayo, eres un tesoro –
dijo abrazándolo con
infinito amor. Después,
manteniéndolo junto a su
corazón amoroso,
recordó:
- ¡Intenta recordar
siempre que, aun cuando
todos se muestren
enloquecidos por la
cólera, nuestro planeta
Tierra está siempre
firme, y el Sol, regalo
de Dios, está siempre
brillando en el espacio!
Ella miró al cielo, que
se veía a través de la
ventana del cuarto, y
concluyó:
- Vivir de cualquier
manera es común para
todos, pero vivir en paz
con uno mismo está
reservado para pocos.
|
El pequeño
abrazó a su mamá
y asintió con la
cabeza estando
de acuerdo:
- Entendí, mamá.
Cuando las
personas no
están en paz
desean
empujarnos al
mismo camino.
¡Tengo pena por
ellas y voy a
orar a Jesús
pidiendo que las
proteja siempre!
La mamá abrazó a
su hijo, con los
ojos llenos de
lágrimas:
- Querido Cayo,
siempre
agradezco a
Dios, nuestro
Padre, por el
hijo maravilloso
que me mandó. ¡Que
sigas siempre
así, esparciendo
paz por donde
vayas! |
Al día siguiente, Cayo
llegó al colegio, cuando
vio a Roberto que iba a
su encuentro. Se detuvo,
lo miró y sonrió,
después entraron juntos
por el portón. Roberto,
triste, dijo:
- Cayo, ¿me perdonas por
lo que te hice ayer?
- No hay de qué
perdonar, Roberto. Entiendo
cómo te sientes…
El compañero comenzó a
llorar y Cayo hizo que
se sentara en una banca
más escondida, para que
nadie lo viera llorando.
Después colocando la
mano en el brazo de él,
dijo:
- Roberto, debes estar
triste, amigo mío, y te
comprendo.
- Cayo, ¿me
perdonas las
veces que te he
lastimado? ¡La
verdad, mis
papás no están
bien y quieren
separarse! ¿Qué
va a ser de
nosotros? ¡No
deseo ver mi
familia
separada! Eso
está acabando
conmigo…
¡Siento una
rabia dentro de
mí!...
- Roberto, mis
papás siempre
dicen que
necesitamos orar
mucho para
mantenernos en
paz dentro y
fuera de casa. ¿Vamos
a mi casa? ¡Mi
mamá nos
ayudará, estoy
seguro!
Roberto aceptó y
fueron a la casa
de Cayo.
La |
|
mamá, al verlos
llegar, se
asombró, pero
Cayo le explicó
que Roberto no
estaba bien y
les gustaría
hacer una
oración. |
- Cayo, ¿me perdonas las
veces que te he
lastimado? ¡La verdad,
mis papás no están bien
y quieren separarse!
¿Qué va a ser de
nosotros? ¡No deseo ver
mi familia separada!
Eso está acabando
conmigo… ¡Siento una
rabia dentro de mí!...
- Roberto, mis papás
siempre dicen que
necesitamos orar mucho
para mantenernos en paz
dentro y fuera de casa. ¿Vamos
a mi casa? ¡Mi mamá nos
ayudará, estoy seguro!
Roberto aceptó y fueron
a la casa de Cayo. La
mamá, al verlos llegar,
se asombró, pero Cayo le
explicó que Roberto no
estaba bien y les
gustaría hacer una
oración.
La mamá se sentó con los
niños en la sala,
después elevó el
pensamiento haciendo una
oración a Jesús,
pidiéndole que bendiga
la familia de Roberto,
para que todos estén
bien y la paz volviera a
esa casa. Al terminar,
él se sentía mejor,
agradecido por la ayuda
que había recibido.
Al día siguiente, al
reencontrarse, Roberto
le contó a Cayo que sus
papás iban a continuar
juntos, con lo que él se
quedó muy feliz.
- ¡Gracias a la oración
que tu mamá hizo, Cayo!
¡Ahora todo está bien de
nuevo!
Y se dieron un largo
abrazo, sellando la
amistad que finalmente
había surgido entre
ellos.
MEIMEI
(Mensaje psicografiado
por Célia X. de Camargo,
en Rolândia, el día
29/08/2016.)
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