El carnero orgulloso
Una vez un carnero muy inteligente, pero indisciplinado,
comenzó a pensar que era muy importante y pensar que era
mejor que los demás.
Empezó a rebelarse contra la esquila. Pensaba que era
una humillación que le cortaran la lana, de tiempo en
tiempo. Él pasaba frío y no le gustaba esa tijera
enorme.
Consideraba solo los perjuicios que sufría, olvidándose
de que era bien alimentado y bien cuidado por sus
cuidadores.
Así, amargado, se dirigió a Dios.
- Padre mío, no estoy satisfecho con mi pelaje. La
esquila es un tormento. ¡Cámbiame, Señor!
El Padre, respondiendo con bondad le dijo:
- ¿Qué deseas, hijo mío?
Como era muy vanidoso, el carnero respondió:
- ¡Quiero que toda mi lana sea de oro!
Y así pasó. ¡El carnero se volvió todo de oro! Pero, tan
pronto como el orgulloso animal se mostró cubierto de
pelos preciosos, varias personas ambiciosas
lo atacaron sin piedad. Le arrancaron, violentamente,
todos los hilos, dejándolo adolorido y lastimado.
El infeliz, insatisfecho, corrió hacia el Creador e
imploró:
- ¡Padre mío, cámbiame de nuevo! No puedo tener lana
dorada. Encontraría siempre ladrones sin compasión.
El Creador preguntó:
- ¿Qué quieres que haga?
El carnero, con manía de grandeza, pidió:
- Quiero que mi lana sea de porcelana exquisita.
Entonces, el carnero tuvo su lana transformada en
porcelana. .
Cuando volvió al valle, apareció en el cielo un enorme
vendaval. Los hilos de porcelana fina no resistieron la
fuerza de los vientos y se rompieron, formando trizas
que le cortaban la piel.
Afligido, se quejó, nuevamente:
- ¡Padre, renuévame!... La
porcelana no resiste al viento... ¡Estoy
todo lastimado!
- ¿Qué deseas que haga? – le dijo el Señor.
El carnero no lo pensó y fue diciendo:
- Para no provocar a los ladrones ni lastimarme con
porcelana rota, quiero que mi lana esté hecha de miel.
El Creador satisfizo, otra vez, su pedido. La lana del
carnero se volvió la más pura miel. Pero, tan pronto
como el carnero salió a pasear, muchas moscas lo
cubrieron y, por más que corriera campo afuera, no
consiguió librarse de los insectos desagradables, que se
alimentaban de sus dulces hilos de miel.
El carnero, ya cansado, volvió a Dios, implorando:
- Padre, modifícame... ¡La miel tampoco funciona!
Nuevamente el Señor preguntó:
- ¿Qué quieres que haga?
Esta vez, el carnero pensó más tiempo. Necesitaba algo
que lo valorara, sin que le causara molestias. Finalmente
respondió:
- ¡Yo sería más feliz si mi lana fuera hojas de lechuga!
Atendido, una vez más, volvió alegremente a la planicie,
en la caprichosa ilusión de ser especial y mejor que los
demás animales. Pero, cuando algunos caballos vieron al
carnero, éste no tuvo mejor suerte que las otras veces.
Lo cogieron con los dientes y comieron, sin
contemplación, toda su deliciosa lana de hojas de
lechuga, mordiendo su cuerpo.
El carnero corrió en dirección al Señor. Estaba herido y
sangrando. El Bondadoso Padre, dándose cuenta de que él
estaba sinceramente arrepentido, observó:
- ¡Reanímate, hijo mío! ¿Qué pides ahora?
Triste y sufrido, el carnero se desahogó, llorando:
- ¡Padre mío, no soporto más! Quiero
volver a ser un carnero común, como siempre fui. No
pretendo ser superior a mis hermanos.
Y terminó:
- ¡Quiero ser sencillo y útil, como Usted me hizo! Hoy
sé que mis trasquiladores son mis amigos. Nunca me
dejaron herido y siempre me dieron de beber y de comer.
El Creador sonrió, bondadoso, lo bendijo con ternura y
habló:
- Vuelve y sigue tu camino en paz. Tú comprendiste al
fin que mis designios son justos. Cada criatura está
colocada, por mi Ley, en el lugar que le corresponde y,
si pretende recibir, aprende a dar.
Entonces el carnero, avergonzado, pero satisfecho,
volvió al valle, se mezcló con los demás y de ahí en
adelante fue muy feliz.
Adaptación de la historia “El Carnero Rebelde” de la
colección “La Vida Habla” de autoría de Neio Lúcio,
psicografiado por Chico Xavier.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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