El mundo festejó
mucho la semana
pasada la
elección de
Barack Obama
como nuevo
presidente de
los Estados
Unidos, cuya
ascensión al
importante cargo
no constituyó
ninguna novedad,
apenas por el
color de su
piel, por su
origen modesto,
desvinculado de
los grupos
económicos que
tradicionalmente
se alternan en
el comando de
aquella nación.
En Brasil
tuvimos también
elecciones para
los dirigentes
de nuestras
ciudad y, una
vez más, el tema
ética en la
política fue
recordado,
dividiéndose los
electores entre
aquellos que
entienden que la
ética es
fundamental en
cualquier
asunto,
especialmente en
lo que dice al
respecto de la
elección de los
nuevos
gobernantes, al
lado de los que
piensan de forma
diferente.
Esa cuestión
podría ser
resuelta con
facilidad con un
razonamiento
sencillo.
Vamos a suponer
que debemos
escoger al
administrador de
un edificio en
que viven 30
matrimonios. Uno
de los
candidatos ya
desvió recursos
de la comunidad
en una ocasión
anterior. Los
gastos por el
contabilizado no
eran reales.
Las obras por él
pagadas tuvieron
su precio
adulterado.
El, en fin, se
enriqueció a
costa del dinero
de las
comunidades. Nos
preguntamos:
¿Debemos
escogerlo de
nuevo? ¿Es una
actitud
inteligente
repetir una
experiencia
negativa ya
vivida?
Ahora, el
magistrado de
una ciudad, de
un estado
miembro o de una
nación es, en
verdad, alguien
que, entre otras
cosas, desempeña
el papel de un
administrador.
Si el no es
honesto, no da
ninguna
importancia a la
ética, está
claro que no
sirve para el
cargo y,
evidentemente,
no podría ni
incluso ser
candidato.
En un estudio
publicado en el
libro Obras
Póstumas,
Kardec escribió
sobre las
aristocracias y
previó que el
mundo llegaría
un día, en la
elección de sus
gobernantes, al
optar por la
llamada
aristocracia
intelecto-moral
en que, al lado
de la ética, el
candidato reúne
también
cualidades
intelectuales
suficientes para
desempeñar bien
sus funciones.
En el caso
americano, la
esperanza que
nos da la
elección de
Barack Obama se
origina, en
parte, de ese
sentimiento, o
sea, que de
entre todas las
hipótesis
formuladas por
los partidos, el
sea lo que más
se aproxima al
ideal ante
previsto por
Kardec, no sólo
en el aspecto
intelectual,
sino
especialmente en
el aspecto
moral.
El mundo en que
vivimos, a pesar
de su notoria
inferioridad
moral, no puede
más resolver
sus problemas
con la fuerza de
las armas.
Ya pasó la hora
de intentar
poner en
práctica el lema
de los
revolucionarios
franceses –
Libertad,
Igualdad,
Fraternidad -,
pero, para eso,
es necesario
como en todos
los
emprendimientos
humanos, que las
personas
entiendan que la
medida se revele
importante y sea
dado el primer
paso.
El entendimiento
entre los
pueblos, y no la
guerra, es lo
que resolverá de
forma definitiva
los problemas
del mundo.
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