Cierta vez un castor
encontró un agujero
existente en el tronco
de un árbol grande y
fuerte.
Era el cobijo ideal para
el pequeño castor vivir.
Muy satisfecho de la
vida, se mudó para allá.
El árbol pasó a
protegerlo del viento,
de la lluvia, del frío y
de los animales
salvajes, que siempre
representaban un
peligro.
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Contento, el castor pasó
a pensar en arreglar su
casa. Como la
consideraba muy pequeña,
deseó aumentarla.
Con sus dientes fuertes
y afilados, comenzó a
roer las paredes para
aumentar su casa. Soñaba
en tener una familia y
necesitaba de espacio
para la esposa y los
hijitos de vinieran.
Así el aumentó el
agujero haciendo un
cuarto más, una sala
donde pudiesen comer y
un depósito para guardar
las nueces que
encontrase. El invierno
acostumbraba a ser
riguroso y era preciso
almacenar el alimento de
modo a no pasar hambre.
El castor arregló su
casa con mucho amor,
adornando y limpiando
para esperar la llegada
de la familia.
Como no estaba
satisfecho con lo que
tenía, deseando siempre
más, fue aumentando la
casa y haciendo nuevas
habitaciones.
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Los otros moradores del
árbol, pajaritos,
insectos y pequeños
animales, protestaban:
- ¡Castor, tú estás
destruyendo nuestra
casa! Nuestro amigo el
árbol está débil.
A lo que el replicaba,
indiferente:
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-- Vosotros estáis
engañados. El árbol es
fuerte y tiene raíces
robustas.
Cierto día, ya en el
inicio del invierno, él
había salido para buscar
comida y tardó algunas
horas. A la vuelta, tuvo
una gran sorpresa. Miró
de lejos para admirar su
linda casa y se extrañó:
-- ¿Dónde está mi casa,
el árbol frondoso y
amigo?...
Asustado no podía creer
lo que sus ojos veían:
¡el árbol, que
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era tan fuerte,
tan firme,
estaba caído en
el suelo!
¿Cómo se desmoronó de
aquel modo?
Intentando
encontrar la
razón de
aquel desastre,
el |
castor llegó más
cerca para ver
lo que había
pasado, y notó
que el, sin
darse cuenta, le
había roído las raíces,
haciendo que ellas
perdiesen la fuerza, con
el inmenso agujero que
se hizo dentro del
tronco del árbol. |
El castor notó entonces,
demasiado tarde, que él
mismo había sido el
responsable por la caída
del árbol. Que, en su
ambición desmedida,
había destruido las
condiciones de la morada
que el Señor le
concedió, no sólo a el,
sino también a todos los
otros seres que la
habitaban.
Bastaría que se hubiese
contentado con lo poco
que le había sido dado,
para que el pudiese
vivir allí largos años
en paz y seguridad. Con
todo, él deseo de tener
siempre más, hizo que
destruyese su hogar y el
hogar de los pajaritos,
de los pequeños animales
y de los insectos que
allí vivían.
Ahora, decepcionado y
triste, el castor
lamentaba el error que
cometió. Estaba al
inicio del invierno y
era necesario buscar
otro cobijo, si no
quería quedar al relente
y expuesto a la
intemperie.
Sin embargo el tenía
confianza en Dios. Sabía
que, como había
encontrado aquel
agujero, encontraría
otro. Era necesario no
desanimarse y aprender
con los propios errores.
Entonces, humildemente,
él se dirigió a los
compañeros de infortunio
que allí estaban
tristes, y les dijo:
-- Os pido perdón.
Cometí un gran error y
ahora todos nosotros
estamos sin hogar.
Pero no podemos
desanimarnos.
Os prometo que
encontraremos otro árbol
para vivir. ¡Confiad en
Dios!
Las aves, los animalitos
y los insectos quedaron
más animados, sintiendo
una nueva esperanza
brotar en sus
corazones.
El castor, de aquel día
en adelante, nunca más
cometería el mismo
error, aceptando y
adaptándose a las
condiciones de vida que
Dios le ofreciese.
Tía Célia
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