Etiologías del trastorno
de pánico
El trastorno de pánico
es una dolencia por
demás aflictiva,
pero su pronóstico no es
tan desfavorable, una
vez
que los datos de la
literatura apuntan
resultados
impresionantes y
motivadores de
recuperaciones
El trastorno de pánico
es un síndrome
caracterizado por la
circunstancias de
ataques de pánico
clásicamente
recurrentes,
imprevisibles y
espontáneos. Estos son
episodios distintos de
miedo o ansiedad que
están asociados a
diversos síntomas
somáticos, como
palpitaciones y sudor.
Ellos se presentan tan
dolorosos para el
individuo que llegan a
llevarlo a tener
sensación de muerte. Su
etiología, mientras,
permanece aun
desconocida para la
medicina convencional.
No obstante, estudios
con el genoma humano
identificaron dosis de
riesgo sugestivos en 1q,
7p15, 10q, 11p y 13q. Ya
el sistema nervioso
autónomo, en este
síndrome, por lo
que se percibe,
exhibe
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un tonús
simpático
aumentado (este
es un sistema de
“alerta” que
genera varias
modificaciones
en el cuerpo),
se adapta más
lentamente a
estímulos
repetidos (lo
interesante es
conseguir
adaptarse más
rápidamente al
medio) y
responde
excesivamente a
estímulos
moderados (el
ideal sería
tener el
equilibrio).
Esto implica
decir que,
ciertamente,
estos pacientes
tienen una
sensibilidad
exacerbada a los
síntomas
somáticos, y
esto
desencadenaría
en un estado de
vigilancia
creciente que
precipita los
ataques. Se sabe
también que el
tronco cerebral
(compuesto por
el mesencéfalo,
por el bulbo y
por el puente),
el sistema
límbico y el
córtex
pre-frontal son
las partes más
importantes, en
lo que abarca al
sistema nervioso
central, en la
génesis de
pánico.
Neuroendocrinicamente
hablando, se
puede ver que,
más allá de
otras
anormalidades,
por lo menos
tres sistemas
neurotransmisores
están envueltos:
la
noradrenalina,
la serotonina y
el ácido
gama-aminobutírico
(GABA).
Recientemente, a
través de
investigaciones
con imágenes
cerebrales, como
la tomografía
por emisión de
positrones, se
percibe que los
ataques de
pánico están
asociados a una
vasoconstricción
cerebral.
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Hasta aquí, sin embargo,
sólo se evidencian
etiologías somáticas. No
obstante, estas causas
pueden ser llamadas,
como acostumbro a hacer,
como
causas-consecuencias, de
causas-instrumentos o de
causas-media, ya que no
logran ecuacionar el
problema fundamental del
inicio, siempre
explicando los porqués a
partir del momento en
que se iniciaron los
fenómenos. Es imperioso,
por tanto, tener en
cuenta los factores
psicosociales.
El miedo es una de las
principales fuerzas
motivadoras
de la conducta humana,
porque es el un factor
de preservación de la
vida
Observándose así, las
teorías cognitivo-comportamentales,
se verá que, según el
condicionamiento
clásico, un estimulo
nocivo que ocurre con un
estímulo neutro puede
resultar en la evitación
del segundo. Estas
teorías, con todo, a
pesar de ser buenas para
explicar la severidad de
los ataques de pánico,
no consiguen satisfacer,
como tampoco no lo hacen
las etiologías más
biológicas supra-citadas,
la siguiente pregunta:
¿por qué existe el
primer ataque de pánico?
De ese modo, se hace
necesario entender las
etiologías psicológicas
específicas. En esta
perspectiva, pues, el
miedo y la ansiedad son
las figuras principales
en la etiología. Y, a
pesar de ser bastante
similares, ellos poseen
singularidades que los
distinguen.
El miedo es una de las
principales fuerzas
motivadoras de la
conducta humana. Eso es
porque es un factor de
preservación de la vida,
de la defensa y de
protección, que deriva
del aumento del instinto
de autodefensa, de
conservación. Así,
cuando es bien dirigido,
el se transforma en
prudencia y en
equilibrio, ayudando en
las decisiones tomadas,
al menos en el inicio de
la jornada evolutiva.
Cuando, sin embargo, es
desmedido, aumenta en
expresiones
psicopatológicas en
forma, por ejemplo, de
disturbio de pánico.
La ansiedad, a su vez, a
pesar de tener su
definición bastante
difícil de ser hecha,
incluso por cuestiones
etimológicas, es un
estado emocional no
placentero caracterizado
por sentimientos de una
ante-visión desagradable
de un peligro inminente.
No se sabe, no obstante,
el porqué.
Antes, es un estado de
angustia general, de
anticipación del
sufrimiento, que carece
de un motivo obvio.
Fuera de estas dos
fuerzas, otra entidad
merece relevancia, la
culpa. Eso es porque
esta, ciertamente, está
íntimamente ligada a la
génesis de aquellas. La
culpa generaría el
miedo, por diversos
procesos, y estos,
cuando son entregados al
inconsciente profundo,
podrían hacer surgir la
ansiedad, en el momento
en que apareciesen
manifestaciones
corpóreas.
Es en el Espiritismo
inmortal que, según el
Espiritismo,
se encuentra el origen
de todo proceso
aflictivo, especialmente
en las psicopatológicas
Esta trilogía,
culpa-miedo-ansiedad,
puede tener su origen en
la infancia, como,
además, señaló Sigmund
Freud, a través de
procesos educativos
equivocados, por
ejemplo, que sugieren
miedo, por base en la
educación amenazadora o
basada en los cambios y
en las recompensas; o
que generan proyecciones
por parte de los padres
en los hijos, por base
en el educar al niño
como si esta fuese una
continuación de los
padres; geográficas,
normalmente por los
divorcios, no obstante,
comercio emocional con
los regalos comprados
con el dinero que ganan
a costa de la falta de
convivencia familiar. Y,
en individuos
emocionalmente más
frágiles, la propia
condición vulnerable del
planeta Tierra que está
sujeta a tantas
conmociones naturales,
asociada a las
noticias-basuras de los
medios que exaltan lo
esdrújulo y lo grotesco,
pueden lograr generar
estos estados
descontrolados y, por
eso mismo,
psicopatológicos.
A este punto, con todo,
se hace necesaria una
reflexión sobre la
naturaleza humana
esencial y, así,
imperioso es reformular
los conceptos traídos
por los sumarios que se
destinan al estudio de
la psique, añadiendo en
ellos las palabras
espíritu y periespíritu.
Cuando esto ocurre,
numerosos problemas
insolubles lograrán
obtener soluciones. Una
vez que es en el
Espíritu inmortal que se
encuentra el origen de
todo proceso aflictivo,
especialmente en las
psicopatologías.
Valioso, por tanto, es
recordar las palabras
del eminente Allan
Kardec: “tomando en
consideración sólo el
elemento material
ponderable, la Medicina,
en la apreciación de los
hechos, se priva de una
causa incesante de
acción. En el
conocimiento del
periespíritu está la
clave de numerosos
problemas hasta hoy
insolubles” (*)
De esa manera, admitida
la existencia del
espíritu y del
envoltorio etéreo que lo
reviste, se llega
fácilmente, a la
deducción de la realidad
reencarnatoria del
mismo. A este punto, se
consigue entender que
aquella trilogía
(culpa-miedo-ansiedad),
igualmente, puede tener
su origen en las tramas
espirituales, ya que el
disturbio del pánico se
encuentra enraizado en
el ser que no consideró
las Leyes de Dios y,
porque estas están
grabadas en la
conciencia del
individuo, aunque la
justicia humana no
consiga observar el
delito, al propio
infractor lo guarda en
sus telas psíquicas.
La suma de procesos
educativos y vivencias
equivocadas
en diversas
reencarnaciones
contribuye para
la aparición del pánico
De ese modo, porque
quedó impune, en vidas
pasadas, se reencarna
atendiendo a una
necesidad íntima de
librarse de la culpa,
con una predisposición
fisiológica, imprimiendo
en los genes la
necesidad de la
reparación de los
delitos. Esta culpa,
aunque no se identifique
en el presente con una
causa obvia, genera una
terrible angustia que
hace al individuo tener
una tendencia de
auto-castigo, como
recurso frustrante de
librarse de ella. Además
de eso, origina el miedo
de ser identificado. Y
este miedo siendo
bombardeado, en el
intento de ser olvidado,
para el inconsciente
profundo genera la
ansiedad motivadora de
las manifestaciones
somáticas. Más allá de
eso, la propia suma de
procesos educativos y
vivencias equivocadas en
diversas reencarnaciones
contribuye para la
aparición del pánico.
Semejante estado, a su
vez, abre las barreras
psíquicas del individuo
a las intervenciones de
Espíritus desencarnados.
Instalada la obsesión,
por tanto, la víctima
pasa a ser bombardeada,
a través de un
intercambio parasitario,
con clichés de
aterradoras imágenes, a
su vez pueden ser
obtenidas por las
entidades espirituales,
de los rincones del
inconsciente del
individuo infractor,
cuando este se encuadra
en el párrafo anterior,
o incluso no tener
relación profunda con
los errores del pasado,
siendo creaciones de los
obsesores y aceptaciones
de los obsesados; de la
misma forma, una mezcla
de estas situaciones.
De esa manera, sin
sombra de dudas, como se
puede observar, el
trastorno de pánico es
una dolencia por demás
aflictiva. Pero,
felizmente, su
pronóstico no es tan
desfavorable. Los datos
de la literatura médica
apuntan resultados
impresionantes y
motivadores de
recuperaciones. Y, si
estos sólo tienen en
cuenta los beneficios de
los fármacos y las
psicoterapias, ¿qué
decir de las
posibilidades curadoras
de la asociación
de estos tratamientos a
la terapeuta espiritual?
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A. trad. Dayse Batista.
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comportamento e
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7. ed. 6ª reimpressão.
Porto Alegre: Artmed,
1997, capt. 16.2,
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2.
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interna.
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al.]. 16. ed. Rio
de Janeiro: McGraw-Hill
Interamericana do Brasil
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3. Moore,
Burness E. Fine, Bernard
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psicanalíticos. 3.
ed. Porto Alegre : Artes
Médicas, 1992, p.17-18.
3.
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4.
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5.
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7.
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Pelo Espírito Joanna
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citação).
9.
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62. ed. Rio de Janeiro :
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