Lamentablemente
ya se propagan
locuras de
variado matiz,
gracias a la
falta de
estudios y
ausencia de
sedimentación
doctrinaria de
quien “aprendió”
Espiritismo de
“oído”, sin el
debido estudio
de las Obras
Básicas…
Vamos a buscar
en las raíces de
las
civilizaciones
la explicación
para tal estado
de cosas, a fin
de que podamos
comprender como,
a pesar de toda
la claridad de
la Doctrina
Espírita, aun
existen tantos
modelos
ideológicos
desfasados y
comprometidos
con la
ignorancia,
corrompiendo el
medio
espiritista,
consecuencia
lógica del
comodismo y del
misoneísmo
(aversión a todo
lo que es nuevo)
de los faltos de
vigilancia.
Por hablar de “raíces
de las
civilizaciones”,
debemos entender
que los diversos
estadios
evolutivos
esparcidos por
las edades desde
el inicio de los
tiempos hasta
hoy son
conocidos como
“horizontes”. En
el momento en
que de nómada el
hombre pasó a
sus primeras
experiencias
sedentarias,
tenemos ahí el
inicio del
“horizonte
agrícola” que
localiza en el
tiempo las
edades más
primitivas por
las cuales ya
pasamos, pero
por increíble
que parezca, aun
restan, incluso
en los días de
hoy, resquicios
de ese retroceso
“horizonte” como
vamos a ver en
la secuencia de
nuestras
elucubraciones
sin
pretensiones.
Tales substratos
es lo que
generan los
desaciertos
doctrinarios con
que nos vemos
impotentes hoy
en día, una vez
que los
ancestrales
atavismos son de
difícil
erradicación.
Escribió Segundo
Herculano Pires:
“(...)
Más de un siglo
después del
advenimiento del
Espiritismo
reina aun gran
incomprensión al
respecto de la
Doctrina, de su
propia
naturaleza y de
su finalidad. La
Codificación,
mientras, fue
elaborada en un
lenguaje claro,
preciso,
accesible a
todos. A la
lucidez natural
del espíritu
francés, Kardec
juntaba su
vocación y su
experiencia
pedagógicas,
además de la
comprensión de
tratar con una
materia
sumamente
compleja. Lo
vemos afirmar, a
cada paso, que
deseaba escribir
de manera para
no dejar margen
para
interpretaciones,
o sea, para
divergencias
interpretativas…
¿Cuál es el
motivo,
entonces, de
porqué los
propios adeptos
del Espiritismo,
aun hoy,
divergen en lo
tocante a las
cuestiones
doctrinarias de
importancia?
El Espiritismo,
según Kardec y
sus principales
continuadores,
constituye la
última fase del
proceso del
conocimiento
A la manera del
Cristianismo, el
Espiritismo abre
camino en el
mundo,
enfrentando la
incomprensión de
adeptos y no
adeptos.
En primer lugar,
está el problema
de la posición
de la doctrina:
Unos la encaran
como
sistematizado de
viejas
supersticiones;
otros, como
intentos
frustrados de
elaboración
científica;
otros, como
ciencia infusa,
no organizada;
otros aun, como
un esbozo
impreciso de
filosofía
religiosa;
otros, como una
secta más, entre
las muchas
sectas
religiosas del
mundo. Para la
mayoría de los
adeptos y no
adeptos, el
Espiritismo se
presenta como
simple
“creencia”,
especie de
religión y
superstición, al
mismo tiempo,
contaminada de
residuos
mágicos…
Al contrario de
todo eso, sin
embargo, el
Espiritismo,
según la
definición de
Kardec y de sus
principales
continuadores,
constituye la
última fase del
proceso del
conocimiento.
Última no en el
sentido de fase
final, sino de
la que el hombre
puede alcanzar
hasta ahora, en
su lenta
evolución a
través del
tiempo. Es
evidente que se
trata del
conocimiento en
sentido general,
no limitado a un
determinado
aspecto, no
especializado…
En ese sentido
general, el
Espiritismo
aparece como una
síntesis de los
esfuerzos
humanos para
comprensión del
mundo y de la
vida. Se
justifica así,
que haya
dificultad para
su comprensión,
a pesar de la
claridad de la
estructura
doctrinaria de
la Codificación.
De un lado, el
pueblo no puede
abarcarlo en su
totalidad,
contentándose
con su aspecto
religioso; de
otro, los
especialistas no
admiten su
naturaleza
sintética; y de
otro, aun los
preconceptos
culturales
levantan
numerosas
objeciones a sus
principios.
(...) Siendo el
Espiritismo una
realidad
histórica,
afirmada por el
Codificador y
sus sucesores,
tiene el su
pasado y su
presente, como
tendrá su
futuro. En el
tiempo de
Kardec,
introducir a
alguien en el
estudio del
Espiritismo era
introducirlo en
una realidad
naciente, en una
verdadera
problemática en
ebullición, en
un proceso
histórico en
principio de
definición, y
principalmente “en
un nuevo orden
de ideas”.
Hoy, es
introducir ese
alguien en un
proceso ya
definido, y no
sólo en un orden
de ideas, sino
también en la
propia
introducción de
Kardec.
Sin el examen
histórico del
problema
mediúmnico, por
ejemplo, los
estudiantes de
hoy estarán
amenazados de
fluctuar en lo
abstracto.
Introduciéndose
en un orden de
ideas, sin el
conocimiento de
sus raíces
históricas, se
arriesgan a
confundir, como
hacen los legos,
mediumnismo y
Espiritismo, o
sea, el proceso
mediúmnico de
desarrollo
espiritual del
hombre, con el
Espiritismo. Se
arriesga aun
más, a aturdirse
con hechos
mediúmnicos
rudimentarios,
considerándolos,
por su
apariencia
extravagante,
como novedad.
Por otro lado,
difícilmente
comprenderán la
aparente
contradicción
existente en el
hecho de ser el
Espiritismo, al
mismo tiempo,
una doctrina
moderna y un
proceso
histórico
provenido de las
eras más remotas
de la
Humanidad.
Existe aun el
problema
religioso, y
particularmente
el de las
uniones del
Espiritismo con
el Cristianismo,
que solamente
una introducción
histórica puede
esclarecer”.
Esto es lo que
intentamos hacer
en este pequeño
ensayo.
*
“Vosotros
adoráis lo que
no sabéis; pero
ahora viene, y
ahora es, en que
los verdaderos
adoradores
adorarán al
Padre en
espíritu y
verdad; porque
el Padre busca a
tales que así Lo
adoren.”
– Jesús. (Jo.,
4:22 a 24.)
Esta parte del
diálogo entre
Jesús y la mujer
samaritana a la
vera del pozo de
Jacob,
transcendiendo
su mero aspecto
circunstancial-temporal,
marca el exacto
momento en que
Él hablaba no
sólo a ella,
sino a toda la
Humanidad acerca
de la urgente
necesidad de
romper con los
mitos y
fantasías de
antaño,
elevándose a los
elevados lugares
donde brilla la
luz de la razón,
o sea: mostraba
donde está la
realidad
espiritual, por
señal bien
distante de esta
en la cual nos
situamos.
Los mitos
perdieron la
fuerza de
expresión, no
sin embargo, de
contenido, por
estar incluido
en la historia
evolutiva de la
propia criatura
Según Joanna de
Ângelis traemos
una herencia de
arquetipos de
mitos y
fantasías, de
los periodos
iniciales de la
evolución del
pensamiento, que
prosigue
sometiéndonos y
subyugándonos y,
consecuentemente,
impidiéndonos de
vislumbrar los
horizontes
espirituales y
conquista,
evidentemente
obstando también
a nuestra
deseada
liberación
espiritual, meta
además, señalada
por Dios para
todas Sus
criaturas.
Acompañemos las
palabras de la
noble mentora:
“(...) Los
personajes
mitológicos del
Panteón
greco-romano, o
los dioses
Todo-Poderoso de
la herencia
oriental, han
resurgido con
fuerza bastante
singular en los
más diferentes
periodos de las
atrasadas
civilizaciones,
tomando forma
dominadora en la
actualidad.
El renacer de
culturas
bárbaras
adoptadas como
exhibicionismo
por la moderna
juventud, no
sólo resucita
atavismos que
remanecen de su
reencarnación
anterior, aun
viva en el
inconsciente,
sino también,
como expresiones
violentas del
instinto de
sobrevivencia,
agresiva por
mecanismos de
defensa y de
auto-realización,
llamando la
atención
exteriormente, a
fin de ocultar
los conflictos
internos de cada
uno, la timidez,
el miedo de la
sociedad, así
formando nuevos
grupos de
identificación,
en los cuales se
indisponen,
dando largas a
lo primario en
ellos yacentes.
Por otro lado,
el mito que
permanece vivo
en el individuo
genera nuevos
dioses, a los
cuales se
someten, creando
un lenguaje
propio de
comunicación, a
través del cual
se siente
elegido,
depredando,
agrediendo a los
otros grupos
sociales y
consumiéndose en
la alucinación
de las drogas en
terribles
estados de
conciencia
alterados, que
se manifiestan
en desequilibrio
y muerte.
El exacerbado
culto al cuerpo
evoca el
helenismo
subyacente y los
ideales de los
gladiadores en
las arenas,
conquistando
glorias mientras
mataban,
promoviendo el
ego destructor
en detrimento
del “Self”
(yo) profundo y
realizador.
Las expresiones
positivas de los
mitos
ancestrales
constituirán
instrumentos
estimuladores
para el
crecimiento de
incontables
generaciones que
se fascinaban
con esos
arquetipos
inherentes al
ser humano, y
procedentes de
las fuerzas
vivas de la
Naturaleza.
En base al
desarrollo
antropo-socio-psicológico,
la
identificación
del mito como
recurso de
evolución
experimentó una
necesaria
relectura,
concluyéndose
que, en la
mayoría de las
veces,
transformándose
en fantasía,
apartaba las
mentes y las
emociones de la
realidad,
propiciando
fugas
espectaculares
para lejos de la
realidad, con
inmensos
perjuicios para
la madurez
interior.
Pareciendo haber
sucumbido, los
mitos perdieron
la fuerza de la
expresión, no
sin embargo, de
contenido, por
estar
implantados en
la historia
evolutiva de la
propia criatura.
Acuérdese que, a
la medida que
las viejas
historias
mentirosas y
otras fueron
siendo dejadas
al margen en los
programas
educacionales,
la
industrialización
de los pueblos y
las luchas por
la adquisición
consumista de
las personas
producirían
terribles vacíos
existenciales,
robando el
significado
profundo de la
Vida humana.
Ante la ausencia
de un lenguaje
psicológico
propio para
llenar las
lagunas de
objetivo en el
transcurso de la
Vida física,
fueron creados
nuevos dioses,
conforme los
patrones
comportamentales
del momento,
enmascarando
muchos
conflictos y
dando curso a la
vigencia de
mitos que
pudiesen superar
el desinterés y
cansada jornada
operativa, con
lo cual el ser
se encuentra
vacío.
Los mitos y
fantasías
ancestrales
resurgirán en
las músicas
ruidosas,
primitivas,
exigiendo los
movimientos
tribales del
cuerpo
El peso de los
atavismos es tan
considerable que
hasta incluso al
tiempo de Moisés
podemos
encontrar su
acción
inmediatista: En
cuanto Moisés
subía al Monte
Sinai para
recibir los
transcendentales
procedimientos
nuevos que van a
alterar el “status
quo” de la
masa ignorante,
el pueblo no
perdió tiempo:
fundió con oro
un becerro al
cual adoraban en
el momento en
que Moisés
descendía con
las Tablas de la
Ley.
Evidentemente la
imagen del
becerro de oro
hablaba más de
cerca de sus
necesidades de
protección, esto
es,
materializaron
un recurso más
palpable para
resolver las
fobias
colectivas, en
un flagrante
desvío
doctrinario de
la línea que
Moisés estaba
presentando.
Veamos el
registro de tal
hecho en la
narración del
propio
Legislador
hebreo: “(…) y
las dos tablas
del concierto
estaban en mis
manos; y mire, y
he que habíais
pecado contra el
Señor vuestro
Dios; vosotros
habéis hecho un
becerro fundido;
pronto os
desviasteis del
camino que el
Señor os ordenó.
Entonces cogí la
dos tablas, y
las arroje de
mis manos, y las
rompí a vuestros
ojos”.
Continuamos con
la conclusión de
Joanna de
Ângelis:
“(...)
Renacidos, los
mitos y
fantasías
ancestrales,
resurgieron en
las músicas
ruidosas,
primitivas,
exigiendo los
movimientos
tribales del
cuerpo, con los
apetitos de la
exacerbada
sensualidad,
favoreciendo los
juegos
exhaustivos del
sexo y de la
embriaguez de
los sentidos,
como fuentes de
placer y abismos
de olvido de la
responsabilidad
de conciencia
delante de las
exigencias de la
evolución
intelecto-moral;
los deportes
resucitaron a
sus gladiadores,
los más
violentos, o
trajeron de
vuelta a los
semidioses de
las competencias
de todo género,
empeñados en
vencer siempre,
sin el menor
respeto por el
placer de
competir; el
profesionalismo
sin piedad
diseminó
organizaciones,
algunas
criminales, sin
duda, en las
cuales el atleta
es sólo objeto
de interés
comercial, que
debe ser
eliminado cuando
ya no atienda a
las pasiones
mafiosas y a las
de los fanáticos
que los
adoraban, matan
y mueren por
ellos,
terminando por
devorarlos
también”.
Después esta
necesaria
digresión donde
ya podemos notar
algo cerca del
porqué de tanta
incoherencia
doctrinaria en
los arrabales
espiritistas,
una vez que los
“desvíos”
están arraigados
en nuestro caldo
cultural, vamos
a acompañar el
lúcido
razonamiento de
Herculano Pires,
para quedarnos
mejor situados
en la cuestión,
viajando con él
en un provechoso
“flashback”
histórico. Para
tal, vamos a
extraer algunos
tópicos de su
libro (1)
apuntando por
una
investigación de
la Candela
Distribuidora de
Libros de
Catanduva (SP)
como unos diez
libros espíritas
del siglo 20,
donde están
consignados los
testimonios de
varios sabios,
entre ellos
Ernesto Bozzano
que, a su vez,
apoyó sus
elucubraciones
científicas en
las
investigaciones
del antropólogo
Andrew Lang y
del etnólogo Max
Freedom Long,
realizadas entre
las tribus de
Polinesia, para
mostrar la
existencia de
los fenómenos
espíritas en el
horizonte tribal
y,
consiguientemente
la creencia en
la sobrevivencia
del espíritu
humano.
Observamos así,
que desde las
más primeras
eras, el hombre
ya identificaba
“una fuerza”
más allá de la
materia. De ahí
surgieron los
mitos y su
cortejo de
fantasías. No
obstante, es
razonable
constatar que de
las selvas a la
civilización,
los Espíritus
enseñan a los
hombres que la
Vida no se
encierra en la
tumba, como no
comienza en el
nacimiento.
Cuando de nómada
el hombre pasó a
las primeras
formas
sedentarias de
vida social,
vemos el
animismo
desarrollarse en
el plano de la
racionalización.
Ese pasado
periodo es
también conocido
como “horizonte
agrícola”, del
cual aun hoy
existen fuertes
resquicios como
veremos más
adelante.
El conocimiento
de los procesos
históricos es
indispensable al
espírita, para
inmunizarlo
contra las
deformaciones
místicas de la
doctrina
Estamos en aquel
periodo gélido,
y por eso aún
dialéctico, en
que la razón se
desarrolla en el
proceso
histórico,
entendido este
como el progreso
del hombre en la
Tierra. Las
invenciones, el
empleo de
instrumentos, el
aumento
demográfico y el
desarrollo
mental se
procesan de
manera
simultánea, y es
precisamente del
desarrollo
mental que va a
surgir una
consecuencia
curiosa: la
profundidad de
la creencia
tribal en los
Espíritus, en un
sentido de
personalización,
envolviendo los
aspectos y los
elementos de la
Naturaleza. La
experiencia
concreta que dio
al hombre
primitivo el
conocimiento de
la existencia de
los Espíritus se
alía ahora al
uso más amplio
de las
categorías de la
razón. Las dos
formas generales
de razonamiento
anímico son la
concepción de la
Tierra-Madre y
la del
Cielo-Padre.
Esas formas
aparecen bien
nítidas en el
pensamiento
chino, que
conservó hasta
nuestros días
los elementos
característicos
del “horizonte
agrícola”. El
Cielo es el
dios-padre, que
fecunda la
tierra,
diosa-madre”.
Podemos observar
así, que el
dogma de la
virginidad de
Maria, madre de
Jesús y la
“fecundación
divina” que
pretensiosa y
osadamente
intenta explicar
la divinidad de
Cristo. Nada más
es sino una
“copia”
ostensiva y
grosera,
diríamos un
“plagio”, de los
mitos paganos
hecho por la
casta
sacerdotal. Más
adelante veremos
que la
utilización del
pan y del vino
realizada hasta
hoy en varias
denominaciones
religiosas tiene
el mismo origen,
pues los
religiosos de la
Edad Media no
entendiendo la
esencia de la
enseñanza de
Jesús en la
última cena, al
referirse al pan
y al vino,
equivocadamente
materializaron
el precepto y
perdieron el
rumbo de su real
sentido. La
misma fuente
suministró
también el
origen del
sacramento del
bautismo por el
agua, conforme
también veremos.
Pero, como
podemos notar
desde ya, ni aún
originalidad los
inventores de
las religiones
tuvieron, ya que
simplemente
repitieron
ediciones
reformadas y
apenas aliñadas
de modelos
existentes en el
pasado.
Continuemos con
Herculano Pires:
“(...)
En la
civilización
egipcia, hay una
inversión de
posiciones: El
Cielo es la
madre y la
Tierra es el
Padre; y dentro
de la ancestral
teogamia
egipcia, los
Faraones eran
también
portadores de
doble
naturaleza: la
humana y la
divina, porque
eran hijos de la
reina con el
dios-solar. No
eran, por lo
tanto, hijos de
un hombre, y ni
aún de un
hombre-dios,
sino del propio
Dios, que a
través de
procesos divinos
fecundaba a la
reina. El
conocimiento de
esos procesos
históricos es
indispensable al
espírita, para
inmunizarlo
contra las
deformaciones
místicas o
supersticiosas
de la doctrina,
tan comunes en
un mundo que, a
pesar de
enorgullecerse
de su progreso
científico, aún
no se liberó de
su pesada
herencia
mitológica.”
(Continuará
en el próximo
número.)
Nota:
(1)
PIRES, José
Herculano. O
Espírito e o
Tempo.
3.ed.São Paulo:EDIECEL,
1979.
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