Veamos por qué: Osiris,
hijo de la Tierra y del
Cielo, crece, tiene
vigor, esplendor, y
entonces es cortado,
dividido al uso, y por
fin enterrado. Pero de
la tierra, como las
semillas, Osiris renace,
para comenzar un nuevo
ciclo, semejante al
anterior. Muerto y
descuartizado por Set,
su hermano, es
resucitado por su esposa
y hermana, la diosa Isis,
a través de rituales
especiales. Está bien
visible la analogía
agraria. Osiris es como
el trigo, que tras la
cosecha sufre la
deshoja, vuelve a ser
enterrado en la siembra,
y por fin renace. A
veces, asociado al Nilo,
es un dios fluvial.
Crece con la inundación,
declina y muere en la
sequia, pero después
resucita y hace nazcan
las plantas, con el
poder mágico de las
aguas.
Osiris, dios-fluvial,
está naturalmente
conectado al cultivo de
la tierra. En su aspecto
fluvial, sin embargo,
nos presenta un elemento
nuevo, que es la magia
del agua. Vemos en él el
“agua pura”, que sirve
para purificar la tierra
seca, estéril,
polvorienta, y con ella
los hombres y los
animales; el “agua de la
renovación”, usada
anchamente en las
abluciones sagradas y
utilizadas en las formas
bautismales, como en el
caso clásico
de
Juan Bautista; y, por
fin, el “agua
fecundante”, que
representa la virilidad
del dios-fluvial,
fecundando la tierra.
El dogmatismo religioso
no consigue hurtarse así
al impacto de esas
comparaciones. Solamente
la “fe razonada”, como
quería Kardec, puede
enfrentar serenamente
ese análisis histórico,
sin perderse en la
negación o extraviarse
en la duda. De otro
lado, la razón
escéptica, por más
cultivada que sea, no
consigue penetrar la
esencia del mito
agrario. Así como la fe
necesita de la luz de la
razón, esta luz, por su
parte, necesita del
pabilo de la fe.
El Espiritismo demuestra
que el mito agrario es
esencialmente analógico,
nace del poder
comparativo de la razón.
Ese poder asimiló, desde
a era tribal, la
resurrección humana,
demostrada por los
hechos mediúmnicos, a la
resurrección vegetal.
Sin la prueba material
de la existencia del
Espíritu, de la
supervivencia del
hombre, el mito agrario
se reduce a su aspecto
analógico, no dejando
percibir los motivos
profundos de la
analogía. De ahí la
incredulidad y la
sonrisa irónica de los
“sabios”, que en la
Verdad debían esperar
para sonreír más tarde,
una vez que los que ríen
por último ríen mejor.
De la impregnación
mítica del pensamiento
religioso
Agrario, también, es el
mito de la Virgen-Madre,
que adquiere amplitud
social y política en la
doctrina de la teogamia
egipcia. La tierra,
diosa-madre, es virgen
antes y tras el parto,
pues no sale maculada de
la fecundación y está
siempre en estado de
pureza.
Fecundada por el dios
celeste, florece en las
meses, embalando en su
apego materno al Mesías,
o sea, el dios-solar,
que trae la luz, la Vida
y la abundancia de las
cosechas después del
invierno. El mito
agrario de la
Virgen-Madre tiene aún
su aspecto astronómico,
a la semejanza de todos
los dioses-agrarios, una
vez que la Tierra y el
Cielo se conjugan en el
misterio de la
fecundación. La
constelación de la
Virgen es la primera en
aparecer en el Cielo,
después del solsticio
del invierno. De ella
nace el Sol, el Mesías.
Y la constelación
continúa virgen, después
del nacimiento. La
palabra “mese”, como se
ve, tiene un gran poder
mítico: de ella derivan
el nombre del Mesías y
del culto que le
atribuyen, más tarde
representado en la
liturgia de la misa.
Así también el misterio
del pan y del vino. El
pan representaba en los
misterios griegos la
diosa Demeter, o Ceres
para los romanos, madre
de los cereales. El vino
representaba Baco o
Dionísio, dioses de la
alegría, de la vida, y,
por lo tanto del
Espíritu. Comer el pan y
beber el vino era
simbolizar la
fecundación de la
materia por el poder del
Espíritu. La materia
impregnada por el poder
del Espíritu era
representada, en las
ceremonias religiosas
paganas, por el pan
embebido de vino. Cuando
los hebreos llegaron a
Canaán encontraron esa
práctica entre los
cananitas.
Todo el horizonte
agrícola se muestra
dominado por esa
simbología mágica del
pan y del vino, de que
el propio Cristo se
sirvió, no para sujetar
los hombres al símbolo,
sino para ilustrarlo a
través de él.
Bastan esos ejemplos,
para ver la intensidad
de la impregnación
mítica del pensamiento
religioso contemporáneo.
El Espiritismo lucha
contra esa impregnación,
liberando al hombre del
peso agotador del
horizonte agrícola,
para conducirlos al
horizonte espiritual,
que Jesús anunció a la
mujer samaritana.
Si los hombres del
horizonte agrícola no
podían concebir al
Dios-Único sino por una
forma sincrética, una
mezcla de Dios y de
Hombre, los del
horizonte espiritual
irán a concebirlo de
manera más pura. No se
trata, sin embargo, de
dos Dioses, y sí de un
mismo Dios, visto de dos
maneras. Por detrás de
todas las formas de
Dios, se encuentra una
realidad única, que es
el propio Dios. Eso es
lo que permitía a Jesús
decirse hijo de Jehová y
a la vez apuntar a su
Padre universal, en
espíritu y verdad.
De la misma manera, los
principios fundamentales
de la Biblia no son
negados, sino
confirmados por los
Evangelios. La Ley no es
destruida, sino
confirmada. Más de un
golpe nos servirá de
esclarecimiento la
afirmación de Pablo: “La
ley era el pedagogo para
conducirnos a Cristo”.
El proceso histórico no
es contradictorio, sino
progresivo
La Torá
judaica no valía por sus
normas exteriores y
transitorias,
circunstanciales, sino
por su sustancia. Esa
sustancia es la que
prevalece, siendo
confirmada por Jesús, en
los dos mandamientos
principales: “Amar a
Dios sobre todas las
cosas y al próximo como
a sí aún”. El proceso
histórico no es
contradictorio,
sino progresivo.
Cuando no sabemos mirar
las líneas de la
evolución, en su
desarrollo natural,
miramos sólo las
aparentes
contradicciones de las
cosas. Así como la idea
de Dios evoluciona con
los hombres, desde la
litolatría hasta las
formas mitológicas, y de
estas a la concepción
espiritual que hoy
aceptamos, así también
los principios y los
postulados bíblicos van
a alcanzar su verdadera
expresión en los
Evangelios, y por fin su
espiritualización en el
Espiritismo.
Hay un encadenamiento
perfecto en el proceso
histórico, que no
podemos perder de vista.
Gracias a ese
encadenamiento los
Espíritus pudieron decir
a Kardec que el
Espiritismo es el
restablecimiento del
Cristianismo, lo que
vale decir: la última
fase del desarrollo
histórico del
Cristianismo. Cuando
sabemos que este originó
del Judaísmo,
representando un
desarrollo natural de la
religión judaica,
entonces comprendemos
que el Espiritismo, como
quería Kardec y como
sostenía León Denis, es
el punto más alto que
podemos alcanzar, hasta
hoy, en nuestra
evolución religiosa.
Jehová, el dios-agrario,
se transforma en el
Padre evangélico, para
llegar a la
“Inteligencia Suprema”,
en el Espiritismo.
Jehová se depura, y con
él se depuran los ritos
de su culto, que por fin
se transforman en la
“adoración en espíritu y
verdad”, de que hablaba
Jesús.
El “horizonte agrícola”
permanece subyacente en
nuestra mentalidad
moderna. Aún no
conseguimos liberarnos
de sus fórmulas
agrarias, de sus dioses
y sus cultos, cargados
de sacrificios animales
y vegetales. El
“horizonte civilizado”
se desarrolla bajo los
signos agrícolas. Pero
vendrá, por fin, el
momento de transición
para el “horizonte
espiritual”, que
señalará una fase de
trascendencia en la vida
humana.
En los Estados
Teológicos, la
estructura política se
asemeja a la estructura
metafísica o divina. La
Religión y el Estado se
modelan recíprocamente,
una sobre el otro, y
viceversa. La clase
sacerdotal,
racionalmente
organizada, elabora los
mitos en el plan
intelectual, creando la
teología, estructurando
el ritualismo,
estableciendo la
genealogía de los dioses
y las formas de
relaciones entre estos y
los hombres.
En la teogamia egipcia
la genealogía divina se
prolonga en la
genealogía humana de los
faraones, gracias a la
fecundación de la reina
por un dios. Amalgamados
así los dos poderes, el
temporal y el divino, en
la propia carne de los
monarcas, los Estados
Teológicos se hacen
monolíticos. Aún en
Grecia vemos eso: la
figura humana de Zeus,
en su corte olímpica,
reflejando en el espacio
la estructura política
de la nación”.
Evolución lenta y penosa
“Conoceréis la Verdad y
la Verdad os liberará”.
Jesus. (Jo.,8:32.)
Continuemos con
Herculano Pires en la
obra citada:
“(...) Con el tiempo el
hombre se va liberando
de sí mismo, de su
condición humana,
construida penosamente a
través de las
estructuras sociales del
horizonte tribal y del
horizonte agrícola,
buscando una forma, pero
necesita la definición
de su naturaleza. En la
organización tribal, él
se liberó de la
condición animal y del
yugo absoluto de las
fuerzas de la
Naturaleza, para
elaborar su condición
propia. En la
organización agrícola,
él aprendió a dominar la
Naturaleza y someterla a
su servicio, pero cayó
prisionero de la
estructura social. En el
horizonte civilizado él
comienza a romper las
ataduras de la
organización social,
para descubrirse así
mismo, lo que sólo hará
cuando se vuelva un
individuo.
La evolución del
Espíritu está bien clara
en ese inmenso proceso
de desarrollo histórico
de la Humanidad. El
hombre se eleva
progresivamente de la
selva a la civilización,
a través de periodos
históricos definidos
como “horizontes”, o
sea, como universos
propios, en los cuales
los diferentes poderes
de la especie van siendo
entrenados en conjunto,
hasta que el desarrollo
de la razón favorezca el
proceso de
individualización. De
entrada, el hombre se
destaca de la Naturaleza
a través del conjunto
tribal; después,
reafirma su
independencia a través
de los conjuntos más
amplios de las
civilizaciones agrarias;
y, después, aún,
construye los conjuntos
más complejos de las
grandes civilizaciones
orientales. En esos
conjuntos, sin embargo,
el hombre descubre la
posibilidad de
destacarse
individualmente de la
estructura social. El
espíritu humano se
afirma como
individualidad, como
entidad autónoma, capaz
de superar no solamente
la naturaleza, sino la
propia Humanidad”.
Según Joanna de Ângelis:
“(...)
El ser humano, avanza
para la Realidad, en la
cual, quiera o no, se
encuentra buceado, por
ser centella viva e
inextinguible...
Lentamente la evolución
va imponiéndose de
manera inevitable porque
el progreso no se
estanca. Pasa la ola que
domina por un momento,
sucediendo a la otra,
que también
desaparecerá, y la
búsqueda del “Sí”
propiciará diferente
conducta, abriendo
espacio para la
autenticidad, para la
interiorización, para el
auto-descubrimiento...
Es necesario guardarnos
de la obtusidad de los
misoneístas rebeldes
Por mucho tiempo la
permanencia del mito en
el inconsciente humano
regirá su
comportamiento. No
obstante esa presencia,
se diseñará programas de
ascensión, mediante los
sueños de belleza, de
paz y libertad plena,
que darán surgimiento a
futuros arquetipos que
se grabará en el
inconsciente,
procediendo de las
experiencias en el mundo
espiritual, donde la
vida se agita, y
destilando en la Tierra,
donde se desarrollarán
los programas de la
evolución”.
La Doctrina Espírita
nos coloca frente a
frente con el “horizonte
espiritual” que Jesús
mencionó a la mujer
samaritana; horizonte
este totalmente
diferenciado de todos
los otros por los cuales
hemos pasado en esta
larga peregrinación
evolutiva desde los
tiempos de las cavernas
y de las tribus
primitivas...
Para no obstruir nuestro
proceso evolutivo,
dejándolo fluir
naturalmente, sin
estorbo, se hace
necesario nos guardemos
del apocamiento y
obtusidad de los
misoneístas rebeldes
que, anestesiados en una
anquilosa acomodación no
se dejan penetrar por el
conocimiento espírita,
mimetizados que están
por el barniz de los
mitos y fantasías de
antaño de los cuales no
olvidan, prendidos como
están a los “horizontes”
antiguos.
Conociendo las raíces
histórico-atávicas de
los arraigados
costumbres que se
pierden en la noche de
los tiempos, queda más
fácil identificar –
actualmente – sus
consecuencias reales y,
consecuentemente podemos
trabajar con más
eficiencia en el sentido
de erradicarlos de los
arrabales espiritistas,
librando tanto al
Movimiento Espírita como
a las Casas Espíritas de
todos los “usos y
costumbres” aún
comprometidas y atadas
al pasado de ignorancia
de donde procedemos.
Tal es la manera de
proyectarnos en la
dirección del “horizonte
civilizado, o sea,
del “horizonte
espiritual” atentos
a las palabras de Jesús
a la Samaritana (3):
“(...) Vosotros adoráis
lo que no sabéis; pero
la hora viene, y hora
es, en que los
verdaderos adoradores
adorarán al Padre en
espíritu y verdad;
porque el Padre busca a
los que así Lo adoren”.
Notas:
(2) Segundo patamar da
evolução humana. (Para
maiores esclarecimentos
leia a 1ª parte deste
artigo, na edição
anterior desta revista.)
(3) João, 4:22 e 23.
La primera parte de este
artículo fue publicado
en la edición 106,
del
10 de mayo del 2009, de
esta revista.
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